"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

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lunes, 5 de octubre de 2015

Tiempo fuera..¿tiempo para pensar?

Imagina que tu termómetro de la rabia llega a lo más alto, estás muy enojado/a, hasta el punto que salen por tu boca sapos y culebras, pierdes el control de la situación y te enfrentas con otra persona porque te sientes ofendido/a, ignorado/a, estás tremendamente cansado/a o simplemente no toleras la frustración de no convencer a alguien en una conversación tensa...¿cómo te sentirías si de repente te meten en un cuarto sin estímulos a "pensar" sobre lo que has hecho?¿es posible pensar en una situación así o sería mejor decir ponerse a "sentir" como te sientes?¿qué te reconfortaría en ese momento, la desconexión total con todo o la presencia de alguien importante para tí que te inspire calma?¿el silencio o un abrazo silencioso?

Estas vacaciones retomé la lectura de dos terapeutas que descubrí hace años pero que aparqué en mi lista de espera de lectura, Jirina Prekop y Laura Rincón. Ellas trabajan un tema muy interesante como es la terapia de contención de la que os hablaré en otro momento, ya que aunque no todas las ideas que plasman en sus planteamientos las comparto, hay otras que me parecen muy sugerentes. Hoy me quiero centrar, tras leer una de las publicaciones de Laura Rincón (Escuela del amor para la familia) algo que me atrapó ya que viene a argumentar desde otro punto de vista uno de mis cuestionamientos profesionales: ¿es adecuada la técnica del tiempo fuera o time out, al menos tal como se nos enseñó a emplearla?.

Cuando estudié psicología la corriente conductista inundó mi formación, era el paradigma explicativo de la conducta (nunca me hablaron de la terapia familiar sistémica, ni de la Gestalt ni de otras terapias que han demostrado su eficacia). Suerte que el reciclaje y la curiosidad permanente me han dado la oportunidad de acercarme a algunas de ellas. Soy de la opinión de que no existe una única corriente o teoría que explique y resuelva absolutamente todas las problemáticas emocionales y conductuales. Me autodefino ecléctica porque la experiencia me demuestra que podemos nutrirnos y aprovechar lo que las diferentes perspectivas nos ofrecen, todo un crisol de oportunidades de ayuda, aunque manteniendo cierta coherencia o modelo básico como el que adquirí en la formación para psicoterapeutas infantiles de Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan. 

Hoy en día reconozco que desde el conductismo, donde se enmarca la técnica de tiempo fuera, muchas de las pautas que ofrecemos a padres y madres son especialmente útiles para eliminar conductas inadecuadas y reforzar las que se desean que se repitan, principalmente el refuerzo positivo. Yo misma he aconsejado muchas veces emplear el tiempo fuera, es más, yo lo he empleado con mis hijas y me funcionó, resultó una técnica eficaz. Consiste en retirar al niño o niña del contexto en el que se produce un comportamiento inadecuado por su parte (ante una rabieta, una conducta agresiva, etc.) mandándole a un lugar de la casa donde no pueda jugar sino pensar sobre su conducta inapropiada. En teoría lo que pretende es privar al niño o niña de obtener un reforzador (la situación en que se produce la conducta a eliminar) y que aprenda a reflexionar sobre las consecuencias negativas. Siempre se aconseja que se mantenga al niño o niña aislado tantos minutos como años tiene, es decir, dos años, dos minutos, tres años, tres minutos (con el límite de no más de diez minutos)...hasta que el niño o la niña recobre la calma. 

Tras haber estudiado en mi formación los efectos del abandono en niños y niñas quizás esté más sensibilizada o simplemente vaya adaptando en ese proceso de acomodación de la información en mi cabeza una especie de notas de texto explicativas que reorganizan las ventajas y consecuencias de los métodos educativos y de las estrategias a emplear. Desde hace tiempo en los casos de niños y niñas acogidos o adoptados que han sufrido una o más rupturas de vinculación, desaconsejo emplear el tiempo fuera ya que puede ser vivido como una experiencia retraumatizante de rechazo del adulto. ¿Un niño aislado es capaz de reflexionar a solas sobre su emoción (quizás sí sobre su conducta, pero no sobre lo que siente, tomar conciencia de cómo y porqué)?. Un niño o niña que haya sufrido la negligencia y abandono de sus cuidadores acumula experiencias emocionales en su memoria que pueden activarse al sentirse apartado y solo en ese momento. 


Para explicarlo, Laura Rincón utiliza la metáfora de que nuestro cerebro es como el cofre del tesoro con varios compartimentos, tres de ellos muy importantes:
-el cerebro reptiliano: es el que tenemos en común con los animales, encargado de los impulsos más instintivos como el hambre, el sueño y el deseo sexual y cuando nos sentimos amenazados nos prepara para el ATAQUE O LA HUIDA
-el sistema límbico, relacionado con las emociones, la conducta, el pensamiento y la interpretación del mundo que nos rodea, es el compartimento que guarda los sentimientos.
-la corteza cerebral, donde se guarda la conciencia y voluntad, el pensamiento y nuestra capacidad para aprender y razonar, donde se encuentran los millones de neuronas que registran todas las experiencias, buenas y malas.

"A ninguno se le ocurrió pensar que un niño enojado, solo en un cuarto, al que le enseñaron la HUIDA en casos de conflicto o problemas, está incapacitado para usar su corteza cerebral y poder pensar y razonar. Además, como no existe contacto visual, no se puede llevar a cabo una confrontación sana" dice Laura Rincón. Lo que hay ante una situación así es una huida de la emoción, no ayuda a identificar el motivo que la activa por medio únicamente de la reflexión del niño o niña porque necesita de la guía del adulto para ello. Metacomunicar, reflejarle al niño cual es la emoción que está sintiendo nombrándola, ayudándole a identificarla es lo efectivo y lo menos traumático, ya que le ayuda a entenderse y entender la situación. En numerosas ocasiones los niños (y los adultos también) son incapaces de saber qué les pasa y dejarles solos con su emoción no hace más que incrementar su angustia.

"El pobre niño pequeño se las tiene que arreglar solo, sintiéndose devorado por una especie de monstruo interno que no puede controlar. Como se siente tan solo y dejado a la deriva con su rabia, descubre que la solución para evitar ese castigo tan horrible es tragarse la rabia y hacer como si nada." Lo que realmente se hace al aplicar el tiempo fuera es abandonar al niño o niña a su emoción, desarmarle ante la misma, con la que tiene que combatir sin entenderla. No le enseñamos que tener rabia forma parte de la polaridad humana, que tenerla no es malo si sabemos manejarla, que incluso nos puede ayudar a defendernos en algunas situaciones en que nos sintamos amenazados pero de forma controlada. Tragar para sí la rabia o enfado no es procesarla, ni siquiera es comprenderla, es simplemente anular la expresión esa emoción. 

Con todo lo anterior no quiero restar importancia a una técnica ampliamente empleada y que ha dado resultados eficaces en muchas ocasiones, sino que es mi interés reflexionar sobre la utilización de la misma: si el adulto no sabe manejar adecuadamente otros factores como el tono de voz que emplea, la comunicación no verbal, o la respuesta posterior al finalizar el tiempo fuera. Pensemos que una situación de tensión que requiere apartar al niño o niña, acompañada de una reprimenda con tono elevado, gesto de enfado y una de esas frases grandilocuentes como "¿ves?, ¡así calmado la mamá te quiere más!" tiene poco de beneficioso en la educación y autoconocimiento del niño de cara al autocontrol, el adulto no predica con el ejemplo. En el caso de niños y niñas que han sufrido abandono o cualquier tipo de maltrato lejos de ser una técnica instructiva es una técnica punitiva que no enseña. 

Quiero acabar esta entrada que empecé a escribir hace varias semanas (la vida últimamente no me da para mucho más) haciendo referencia a la última publicación de mi estimado amigo y colega José Luis Gonzalo Marrodán, "Vincúlate. Relaciones reparadoras del vínculo en los niños adoptados y acogidos" por dos razones. 

La primera porque me parece una obra genial y necesaria escrita en un lenguaje comprensible al tiempo que recoge una fundamentación basada en numerosos autores, con lo que se trata de una publicación con rigor nada desdeñable. La segunda, porque aunque no he tenido la ocasión de leerlo aún entero, hojeando el libro he encontrado precisamente una referencia al tiempo fuera. José Luis hace referencia a los tres ingredientes básicos para favorecer una parentalidad terapéutica: la permanencia, la regulación y los límites. Y en concreto en referencia a la primera, José Luis señala: "Los niños necesitan tiempo dentro y no tiempo fuera (Dantagnan, 2014). El tiempo dentro con el adulto le enseñará al niño cómo responder, relacionarse, actuar, prever las consecuencias, planificarse, controlarse, etc. El tiempo fuera no enseña nada al niño. "  No se puede decir mejor ni ir más al hilo de lo que pretende esta entrada. 

Espero que la lectura de este libro os sea de gran utilidad a padres y profesionales. Para mí será fuente de inspiración sin duda de más entradas.








martes, 2 de junio de 2015

El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es

El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es” dice Jorge Bucay. Eso es quizás lo que muchas veces olvidamos, casi sin darnos cuenta, muchos papás y mamás. Pensamos, sufrimos, anhelamos, idealizamos…todo aquello que tiene que ver con los/as hijos/as intentando escribir de nuevo con una pluma que no es la nuestra, sino la suya.

Recuerdo las veces que mi marido le decía a nuestra hija “tú estudiarás Medicina”, no una, ni dos, sino un montón de veces. Suerte que la Medicina y mi hija congeniaron bien y que ésta hizo grandes esfuerzos para lograr su estrella… y lo consiguió. Y hoy es la doctora más feliz del mundo siempre rodeada de libros y contando entusiamada situaciones emotivas y humanas que le llenan de gozo con sus pacientes. Pero, ¿y si no hubiera sido así?¿ Y si la Medicina no hubiera sido para ella (o ella para la Medicina)? ¿Y si no hubiera podido acabar sus estudios persiguiendo una meta que comenzó siendo, al menos compartida y muy ensalzada?

Quien tenga hijos y no haya soñado alguna vez su futuro que tire la primera piedra. Es más, ¿hay alguien exento de haber comparado sus éxitos personales, escolares y sociales con sus hijos? Soñar es bueno, siempre que seamos capaces de chascar los dedos y aterrizar en las posibilidades de los que aún necesitan crecer y desarrollarse. Y no solo las evidentes, sino también aquellas que no vemos aún porque son tesoros por descubrir.En el fondo, estaré siempre agradecida a mi marido que logró sembrar una semillita que abrió todo un mundo profesional a nuestra hija despertando en ella la confianza de que podría lograr su estrella. 


La otra cara de la moneda, la de los sueños rotos, o si lo queremos llamar mejor la de las esperanzas huecas, es la que leo en muchos de los emails que recibo, de padres y madres que rechazan a sus hijos, que no les aceptan como son, que se muestran exigentes pero desconfiados de sus posibilidades. En el fondo son padres y madres que sufren con sus sentimientos encontrados, no les gusta ser ni sentir así. Conocerse y conocer a sus hijos (además de reelaborar su historia, todos tenemos una historia, el pasado no determina pero influye), puede ser el primer paso para rellenar esperanzas e hilvanar sueños.

El otro día una compañera del trabajo me recomendó un libro que ha sido así mismo un descubrimiento y que quiero compartir con vosotros. Se titula “Descubriendo a Matías”, de la autora Claudia Bruna, editorial Alba. Ella es licenciada en Dirección y Administración de Empresas, y se formó en esto que ahora está tan de moda como es el coach, que consiste en algo así como en acompañar, instruir y entrenar a una persona o a un grupo de ellas, con el objetivo de conseguir alguna meta o de desarrollar habilidades específicas

El libro es distinto a los demás, muy práctico, todo lleno de actividades dirigidas a mayores para alcanzar logros en los pequeños. Algo así como un manual que permite, con poca (pero buena teoría) y mucha práctica, un mayor y mejor conocimiento de los hijos y de uno mismo.

Os adjunto el índice para ir haciendo boca:
  1. Efecto Pigmalión: el poder de creer en tu hijo
  2. Conexión: la puerta de entrada a la relación
  3. Escucha focalizada: una escucha más profunda
  4. Autoconocimiento: preguntar para descubrir
  5. Motivación: a través de los valores
  6. Iniciativa y decisión: crear espacios para aprender y crecer
  7. Empatía: ponerse en sus zapatos
  8. El impacto de las etiquetas: amplía la mirada sobre tu hijo
  9. Autoestima: aprender a valorarse
  10. Conocimiento emocional: cómo gestionar las emociones
  11.   Comunicación efectiva: la mejor manera de hablar con ellos

A mi modo de ver, si de una receta de cocina exquisita se tratara, no faltaría ninguno de los ingredientes básicos para una buena y competente tarea afectivo-educativa parental, y por tanto para la promoción de la resiliencia infantil.

Descubriendo a Matias ofrece, según la autora, la posibilidad de aprender y practicar muchas habilidades y herramientas de coaching para descubrir lo mejor de uno/a mismo/a y de sus hijos/as, centrando su propuesta en tres pilares:

Todos/as los/as niños/as son un tesoro, único y especial…importante centrarse en lo que hay y no en lo que le falta. No convertirles en lo que queremos que sean sino respetar lo que son e impulsar su esencia
Los padres somos un ejemplo y un referente para nuestros/as hijos/as….tenemos una enorme influencia sobre ellos
 - Los padres somos el motor de cambio… el cambio empieza en nosotros.

Sin duda un libro muy aconsejable.

Termino con algunas reflexiones que aparecen en él…

¿Cómo sería la relación con tu hijo/a si cambiaras la mirada hacia él/ella?


¿De qué eres capaz cuando alguien cree en ti?¿Qué puedes conseguir en tus hijos/as si crees en ellos/as?

jueves, 16 de abril de 2015

Busy Dizzy..o pensamientos intrusos, un vocecita traviesa

¿Cuántas veces nos asaltan pensamientos negativos que no paran de resonar en nuestra cabeza haciéndonos sentir mal o no valorarnos lo suficiente? Esas vocecillas que parecen las encargadas de molestarnos, de insistir en hacernos pensar cosas que nos desagradan no solo las tenemos los adultos, los niños y las niñas también las tienen. 

Cuando trabajo con ellos, muchas veces identificamos juntos cuáles son esos pensamientos, a los que yo les pongo el nombre de “PENSAMIENTOS INTRUSOS” porque se inmiscuyen en su mente sin pedir permiso y además son muy difíciles de echar. Esos pensamientos intrusos son los responsables de que en muchas ocasiones los niños queden bloqueados, atrapados pensando en algo que les incomoda y les hace sentir incapaces de lograr pequeñas metas, limitando así su respuesta, o distorsionando las situaciones haciendo interpretaciones erróneas. 

¿De dónde surgen? Yo creo que de la propia representación que el niño o la niña hace de sí mismo con la devolución que los demás le ofrecen acerca de sus cualidades, de su forma de ser, de sus limitaciones o dificultades. Los adultos son los espejos donde los niños se miran, pero muchas veces la imagen que perciben está distorsionada, difusa, no les permiten conocerse de una forma nítida, o focalizar demasiado en lo negativo. Mensajes que pueden parecer sin importancia para quien las dice del tipo "qué torpe eres", "déjame a mí que tú vas muy lento y no sabes", "siempre te pareces a tu padre/madre/abuelo haciendo .."van formando las fichas de un puzzle de su propio autoconcepto que resultan difíciles de encajar porque no encuentran la forma que coincidan integrándose en una percepción del sef sana y positiva, y que permanecen ahí, dando vueltas y mareando a los pequeños haciéndoles sentir que no pueden o no saben. 

Pero también esos pensamientos intrusos provienen de la imagen que de sí mismo van construyendo, más allá de lo que los otros dicen de él o de ella, de la confianza o no en sus posibilidades, de la posibilidad de desplegar recursos resilientes que les permitan afrontar las pequeñas dificultades que desde muy temprano van a tener. A montar en bicicleta se aprende montando, a construir una imagen de sí mismo como persona capaz se aprende teniendo oportunidades en las que puedan ponerse a prueba la propia capacidad, los recursos.

El otro día, llegó a mis manos un cuento que precisamente trata de lo que yo venía llamando pensamientos intrusos y que al parecer tienen otro nombre: las Busy Dizzy…o voces negativas. Se trata de un cuento escrito por la Dra. Orly Katz y traducido al español por José Luis Cortés, dirigido a niños y niñas de 4 a 8 años y que me parece interesante para compartir con vosotros. La Dr. Orly Katz es autora de varios libros y es una experta en el empoderamiento para los jóvenes y en las habilidades para la vida. Es también la fundadora del centro "Simply Me" (“Simplemente Yo”) para liderazgo, empoderamiento y autoestima.



Con ilustraciones que ayudan a entender más el mensaje, el cuento Busy Dizzy explica a los niños y niñas que en ocasiones puede aparecer como una vocecita interior o preocupaciones (la autora utiliza la metáfora de un zumbido en la oreja) que pueden conducir a tener emociones negativas como estar triste, pensar que no saben hacer las cosas bien, que no merece la pena el esfuerzo, que los otros se pueden enfadar si no sabemos responder bien cuando nos preguntan, etc.

Las Dizzies vienen  a ser una especie de diablillos traviesos que consiguen hacer cambiar la visión que sobre ti mismo o los otros puedes tener, pero hay algo más…¡todos las tenemos! (en este punto me permito preguntarte ¿acaso tú no has pensado últimamente que no puedes lograr tal o cual cosa, que los demás no te hacen caso o mil posibles ejemplos más de vocecita interior negativa?)

Lo interesante del libro además es que, al estar dirigido a niños y niñas de corta edad (4 a 8 años) utiliza como recursos didácticos el contenido en forma de rima (con lo que le otorga una ritmicidad que consigue captar más su atención), y propone para vencer a las traviesas Dizzies dibujarlas o incluso cantándoles una canción para que se marchen una vez que los pequeños las identifican junto con sus padres o educadores.


Si te pidiera que dibujaras tu Dizzy…¿qué dibujo harías?

lunes, 22 de diciembre de 2014

Las huellas doradas

Se acerca la Navidad y al igual que el año pasado quisiera felicitaros estas Fiestas con un cuento. En esta ocasión me gustaría compartir con vosotr@s el cuento de Jorge Bucay "Las huellas doradas". No es un cuento de Navidad pero sí un cuento para reflexionar. Es ahora cuando hacemos balance del año, cuando de manera introspectiva echamos la vista atrás. 

Solo que ahora te pido no que mires hacia atrás, sino hacia arriba, al firmamento, para ver la cantidad de estrellas que iluminan nuestro camino, nuestra noche. Esas luces aportan belleza, alegría, similar a la que sienten de manera ingenua y dulce los niños y niñas ante el árbol navideño decorado. La Navidad es tiempo de paz, de ilusión, de esperanza, de reflexión... Te acompaño con el cuento:

LAS HUELLAS DORADAS

"Martín había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo. De alguna manera su intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el mejor camino. Casi todo el tiempo se sentía en paz y feliz, ensombrecía su ánimo, algunas veces, esa sensación de estar demasiado en función de sí mismo.


Él había aprendido a hacerse cargo de sí y se amaba suficientemente como para intentar procurarse las mejores cosas. Sabía que hacía todo lo posible para cuidarse de no dañar a los demás, especialmente a aquellos de sus afectos. Quizás por eso le dolían tanto los señalamientos injustos, la envidia de los otros o las acusaciones de egoísta que recogía demasiado frecuentemente de boca de extraños y conocidos.

¿Alcanzaba para darle significado a su vida la búsqueda de su propio placer?

¿Soportaba él mismo definirse como un hedonista centrando su existencia en su satisfacción individual?

¿Cómo armonizar estos sentimientos de goce personal con sus concepciones éticas, con sus creencias religiosas, con todo lo que había aprendido de sus mayores?

¿Qué sentido tenía una vida que sólo se significaba a sí misma?

Ese día, más que otros, esos pensamientos lo abrumaron.

Quizás debía irse. Partir. Dejar lo que tenía en manos de los otros. Repartir lo cosechado y dejarlo de legado para aunque sea en ausencia ser en los demás un buen recuerdo.

En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente, podría empezar de nuevo. Una vida diferente, una vida de servicio a los demás, una vida solidaria.

Debía tomarse el tiempo de reflexionar sobre su presente y sobre su futuro

Martín puso unas pocas cosas en su mochila y partió en dirección al monte.

Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle fértil ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta allí llegaba.

En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad quizás por última vez.

Atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí.

- Por una moneda te alquilo el catalejo.

Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora se lo ofrecía con una mano, mientras con la otra, tendida hacia arriba, reclamaba su moneda. Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la alcanzó al viejo, que desplegó el catalejo y se lo dio. Después de mirar durante un rato consiguió ubicar su barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella. Algo le llamó la atención. Un punto dorado brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio. Martín separó sus ojos de la lente, parpadeó varias veces y volvió a mirar. El punto dorado seguía allí.

- ¡Qué raro! – exclamó Martín sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.

- ¿Qué es lo raro? – preguntó el viejo.

- El punto brillante – contestó -. Ahí, en el patio de la escuela. Es demasiado temprano para armar el árbol de Navidad.


Martín tendió el telescopio al viejo para que viera lo que él veía.

- Son huellas – dijo el anciano.

- ¿Qué huellas? – preguntó Martín.

- Tuyas – dijo el anciano-. ¿Te acuerdas de aquel día…? Debías de tener siete años. Tu amigo de la infancia, Javier, lloraba desconsolado en el patio de la escuela. Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer día de clase. ¿Recuerdas? Él había perdido el dinero y lloraba a mares.

Martín buscó infructuosamente en su memoria. El viejo, después de una pausa, siguió.

- ¿Te acuerdas de lo que hiciste? Tú tenías un lápiz nuevo que ibas a estrenar aquel día. Pero te acercaste al portón de entrada y, cerrando la puerta sobre el trozo de madera, cortaste el lápiz en dos partes iguales. Luego le sacaste punta a la mitad cortada y le diste el medio lápiz nuevo a Javier.


- No me acordaba – dijo Martín-. Pero eso, ¿qué tiene que ver con el punto brillante?

- Javier nunca olvidó aquel gesto, y ese recuerdo se volvió importante en su vida.

- ¿Y?

- Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros – explicó el viejo. Las acciones que contribuyen a la felicidad de los demás quedan marcadas como huellas doradas…


Martín volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la acera, a la salida del colegio.


- Ese fue el día que saliste a defender a Pancho, ¿te acuerdas? Volviste a casa con un ojo morado y un bolsillo de guardapolvo arrancado.


- Ese que está ahí, en el centro – siguió el viejo – es el trabajo que le conseguiste a don Pedro cuando lo despidieron de la fábrica… Y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que reuniste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de Ramírez. Las huellas que salen a la izquierda son de cuando interrumpiste tu viaje porque la madre de tu amigo Juan había muerto y querías estar con él.


Martín apartó la vista del telescopio y, sin necesidad de él, empezó a ver como aparecían miles de puntos dorados desparramados por toda la ciudad. Al terminar de ocultarse el sol, el pueblo parecía iluminado por sus huellas doradas."

Cuando mires hacia el cielo esta Navidad recuerda que muchas de las luces que iluminan el firmamento son tus huellas doradas, que recuerdan las miradas de aprecio y los gestos de afecto que tuviste para con otros. A menudo nos olvidamos de lo importante de los encuentros interpersonales, de lo que damos y recibimos de manera casi imperceptible. Del amor, la amistad, la solidaridad, la ayuda, el respeto, la comprensión y un montón de invisibles regalos que espero lleguen a tu puerta y te acompañen en el camino el próximo año y todos los demás.

¡¡Feliz Navidad !!


viernes, 14 de noviembre de 2014

Cuando duele ser padre o madre: Carta de amor a mi enojo

¿Qué escribirías si te pidiera que hicieras una carta de amor a tu enojo?¿Es posible hablar en esos términos? Posiblemente una cara de sorpresa por tu parte delate el interés que tienes por continuar leyendo. Pero sólo has de seguir si dispones del tiempo que merecen las líneas que vienen a continuación, extensas en contenido pero sobre todo en emociones.

Hoy quiero regalaros algo que no es mío, algo que encontré, como otras muchas cosas, pero que va a pasar a formar parte de este espacio compartido. Se trata de una carta escrita desde el sentimiento, pero también desde la reflexión y el análisis de una "niña herida" por el maltrato sufrido en su infancia, un diálogo interior con su ira, su impotencia, la negación de sus sentimientos a la que fue sujeta mientras unos adultos hacían uso de un poder que hizo mella en ella.

¿Puede ayudar el enojo, la rabia, el rechazo?¿Es bueno tener ese tipo de emociones negativas?¿Podemos aprender del dolor?. Seguramente muchos padres y madres que me escriben y leen este blog puedan verse reconocidos y reconfortados al leer lo que viene a continuación, principalmente aquellos que no pueden entender cómo rechazan a sus hijos al tiempo que les quieren. Aquellos/as que sufrieron una infancia terrible en la que tuvieron que aprender de su propia impotencia a manejarse por el laberíntico mundo de la niñez sufriente y que hoy, adultos, hacen grandes esfuerzos para impedir que los fantasmas del pasado se manifiesten en el presente haciendo que ser padre o madre llegue a doler.  Haciendo incluso que el dolor les haga protagonistas no deseados de situaciones de maltrato con sus hijos. Separar personas de emociones se hace imprescindible, al igual que separar el pasado del presente.

El texto, que aun siendo muy largo se encuentra recortado en algunos párrafos, está escrito por Bárbara Rogers, (si queréis leerla en su totalidad podéis acceder a ella en el siguiente enlace http://www.screamsfromchildhood.com/carta_de_amor_a_mi_enojo.html).

Cuando acabes de leerla, tal vez te animes a escribir tu propia carta de amor a tu enojo. 


"UNA CARTA DE AMOR A MI ENOJO"

¡Mi queridísimo enojo!
Hay personas que me dicen que no debo sentirte. Ellos te juzgan como si tú fueses algo malo que haya que eliminar. Sugieren que tengo resentimientos cuando te experimento y que debo liberarte para lograr la “paz interna” y “ser sanada”. Me hacen sentir como si tú fueses un agravio detestable, hasta malvado, que me convierte en un monstruo imperdonable

Tampoco quieren saber acerca de ti ni POR QUÉ estoy enojada. No les interesa cómo me siento.  Por el contrario, me dan consejos y sermones. Tienen miedo de escucharte y entender lo que representas, por eso te juzgan solo cuando apareces en su interior o a su alrededor, y creen que eso resuelve el problema que les planteas.

En mi infancia, una guerra feroz fue peleada en tu contra, la cual me obligó a eliminarte de mi alma y de mi repertorio emocional. Luego, continué esta lucha contra ti por mí misma porque quería ser buena y clemente –perfecta- según todos esperaban que fuera. También me desconecté de ti porque experimenté a mi encolerizada madre siendo tan repulsiva y aborrecible que hice lo posible por no parecerme a ella. Esta fue otra razón esencial por la cual te silencié.  Me dio dolores de cabeza y otros síntomas físicos, hasta enfermedades; además de sentirme miserable, confundida, disgustada y sin poder dormir. Cerrándome a ti me convertí en una servil y sumisa esclava, sin verdadera voz propia, que no podía hablar ni tenía poder sobre su  vida.

Cuando era una adolescente, recuerdo que aparecías en lo oculto cuando aún no tenía conciencia de tu existencia; entonces, me refugiaba en el silencio. Era notorio no hablarle a mi familia por días, incluso cuando salía hacia la escuela ni siquiera daba los buenos días.  Más adelante, hice lo mismo en otras relaciones cuando, en vez de expresar mi opinión, me escondía en el silencio que me había sido impuesto desde la niñez.

Nunca podré olvidar mi primer encuentro consciente y terrible contigo. Lo recuerdo con gran tristeza, vergüenza y horror porque me había convertido en algo que siempre había odiado: una persona furiosa y enojada igual que mi madre, que dirigía su ira contra su propia hija. Mi hijo tenía sólo tres años y su hermano dos cuando sucedió. Los observaba en el jardín a través de la ventana de la cocina mientras se mecían en un columpio de madera. Mi hijo mayor  sostuvo el columpio en sus manos,  pero al soltarlo  éste  rozó muy cerca  la cabeza de su hermano menor.  Salí furiosa y exploté haciendo lo que nunca hubiera querido hacer a uno de mis hijos: azotarlo;  así golpeé a mi hijo mayor.  Aunque me arrepentí de inmediato y sinceramente de lo que había hecho, me arrodillé a su lado tratando de consolarlo; mi hijo, un niño que jamás había sido golpeado, lloró por más de una hora en estado de choque mientras respiraba dificultosamente. Me sentí devastada y profundamente abatida. El cuerpo vulnerable e indefenso de mi hijo y su alma apenas en evolución recibieron un trauma.  Su confianza hacia mí, su propia madre, se había roto. Lloro profundamente mientras escribo estas líneas muchos años después, pensando en esa severa y profunda traición llevada a cabo contra la confianza de mi hijo y mis propios valores.

Me había convertido en una abusadora porque había olvidado y perdonado los abusos cometidos por mis padres. Había dirigido mi ignorada, vieja y encerrada furia y odio, originalmente dirigidos hacia los abusadores, contra mi hijo indefenso. Seguí su ejemplo mientras usé la violencia y el enojo para matar los sentimientos de mi hijo, igual que los míos ya reprimidos.

Mi hijo necesitaba mi entendimiento y protección, pero no el violento arrebato de enojo que nunca me había atrevido a enfrentar. Un volcán producto de una furibunda niñez irreconocida y demás problemas explotó y fue la razón real de mi acción cruel. Golpeé a mi propio hijo fuera del dolor y la ira inconsciente que había permanecido dormida dentro de mí y que nunca pude experimentar hacia mis padres y mi niñera. Golpeé a mi propio hijo -en la misma manera en que yo había sido silenciada durante mi niñez- ignorando mis propios sentimientos y sufrimientos, y tratando de ahogar mis viejos celos que el rechazo de mis padres y el vil favoritismo habían enardecido. La acción de mi hijo había despertado en mí sentimientos dolorosos que nunca nadie había escuchado, entendido y reconfortado. Los gritos de dolor ignorados, y mi deseo de eliminar a mis hermanos y hermanas para poder estar cerca de mis padres de nuevo, se manifestaron de manera injusta y destructiva hacia mi hijo. Fue en la terapia donde aprendí por qué no podía ser la madre que deseaba ser: protectora y compasiva, capaz de explicarle a su hijo acerca de una  peligrosa situación cualquiera, mientras  éste le expresaba  sus sentimientos.

Cuanto más me daba cuenta, a pesar de mis fuertes intenciones, de que no podía ser la amorosa madre que quería ser, y mientras luchaba con un matrimonio conflictivo, entré en terapia. Bueno, querido enojo, tú empezaste a aparecer en la terapia para iluminarme en cuán terrible y dolorosa había sido mi infancia y en lo furiosa que me había convertido. Empecé a darme cuenta de que tú tenías el poder de proveerme con la perspicacia, la fortaleza y el coraje para confrontar mi pasado, enfrentar mi realidad, afirmarme a mí misma y encontrar y defender mis propias necesidades y valores.

No se me ocurrió  pensar que tú eras mi amigo y que podía aprender de ti.  Más bien, te veía como un enemigo peligroso que necesitaba extinguir. Sin embargo, hasta ahora, ¡cuánto he aprendido de ti! En la terapia, cobraste vida, gracias a la aceptación de mi terapista.  Fue una experiencia empoderadora, iluminadora y liberadora. Me ayudó a efectuar muchos cambios en mi vida. Aunque también me di cuenta que sólo podía cambiarme a mí misma, no a los otros, no a mis esposos.  Me mostraste que era inaceptable para mí en mi primer matrimonio y que tenía el derecho humano de cuidarme amorosamente y satisfacer mis necesidades.  Tú permitiste que esta percepción creciera gradualmente en mí hasta convertirse en una realidad interior.  Tan pronto experimenté mis propias necesidades, me empoderé a realizar una importante decisión por mí misma sobre todo lo demás: dejar aquel matrimonio.  También me enseñaste que podía ser una madre diferente,  valiente, libre y sana si me rebelaba contra la hipocresía y los tranquilizantes, dejándolos detrás.

... Tú me diste el poder de darme cuenta de las consecuencias de la crueldad de mi niñera y de mis padres.  Cada ataque cruel, cada justicia vil provocó nada más que terribles sentimientos de terror, culpa, dolor, soledad y miedo, forzando a la niña a creer que estaba equivocada, que era malévola y que era tarea de ella, y sólo de ella, aceptar la carga de la culpabilidad y la solución del problema el cual era ser obediente y cumplir con las expectativas, las exigencias y las órdenes.  Mientras me comunico con el dolor en mi cadera, tú me permites ver cómo las personas pueden ser crueles conmigo y cómo su crueldad me obligó a ser sumisa.  Finalmente, puedes manifestar tu protesta e ira contra la niñera idealizada.  De este modo, reconozco y puedo dejar atrás mi rol de sirvienta complaciente, el cual fui obligada a asumir desde niña.  Seguramente que no deseas que sea una servil esclava sin necesidades, sin voz, sin ser tratada con respeto y amor.  ¡Gracias, querido enojo!

...Los arrebatos de furia y violencia que tuve que sufrir cuando niña me retuvieron e impidieron mi libertad y mi vida. Mientras escuchaba mi dolor, tú hablaste, querido enojo, entretanto  una  fuerza intimidante se manifestaba: la compulsión de que debía ser agradable con los demás a cualquier  precio, y lograr que todas las cosas estuviesen “bien”, sin importar que me hubiesen herido y defraudado;  desorientado, traicionado y mentido;  tratado con amor y respeto, pero sin sentimientos de culpa ni remordimientos, sin mostrarme su comprensión. La niña solamente quería sentirse segura de nuevo y poder creer que era amada. En cambio, en vez de percatarse de lo que ocurría y cómo era maltratada, su único propósito era crear armonía para ganar nuevamente a la “buena” niñera y a una madre que NO fuese capaz de asustarla.

Esa vieja niñez deseaba ansiosamente reunirme con un arrogante, mal agradecido esposo que usó mi entrega generosa y servicial para suplir sus necesidades hasta que mi enfermedad, surgida por el estrés, me impidió estar disponible para satisfacer sus deseos. Tuve que reconocer a un hombre egoísta que pretendió controlarme y manipularme.  Enfrentar que había sido atrapada de nuevo en una trampa de niños.  Fuiste tú, mi querido enojo, que hizo esto visible para mí, y cómo los horrores de mi pasado me habían programado para tolerarlo y soportarlo.

Lo que tú has compartido conmigo se convierte en conocimiento consciente; se sumerge en mi conciencia y luego me provee de información valiosa y hechos claros.  Tú no deseas que yo sea una egoísta; que en vez de compartir, se haya aprovechado y se haya tratado a sí misma sin respeto, amor, consideración y cuidado. ¡Gracias por revelarme la verdad, querido enojo!

A menudo me he preguntado por qué atraes tanto rechazo, resistencia y condena. ¿Por qué en el mundo te dieron a mí?  Evidentemente, te dieron a mí por una razón,  igual que todos mis sentimientos.   Ellos existen para protegerme de ser herida y lastimada, para guardar mi integridad,  para salvar mi salud y mi vida.  Mis sentimientos y necesidades verdaderas me hacen única, el ser humano que soy; ellos crean mi verdadero yo. Mis sentimientos trabajan para asegurarse de que mis necesidades son satisfechas. Tú estás claramente designado a surgir  como una importante reacción auténtica de mi cuerpo,  como un valioso, revelador y verdadero sentimiento propio. ¿Por qué las personas te juzgan con tanta dureza?

...La guerra del enojo contra mí empezó antes de que tuviese acceso al lenguaje y al conocimiento consciente. Mi madre ya había usado la violencia contra mí cuando era una pequeña bebé, menos de un año de edad, según ella misma una vez me dijo. Es temible y aterrador para mí imaginarme lo que esa violencia temprana hizo a ese pequeño cuerpecito; cómo me ha horrorizado y me ha abrumado su absoluta impotencia, torturándome con espanto, dolor y la anticipación ansiosa de más dolor y miedo. Ese pequeño cuerpecito no podía huir, ni protegerse a sí mismo de ninguna manera, todavía no estaba capacitado para formar palabras y pensamientos; no tenía consciencia para procesar nada. Ese cuerpo indefenso, tiranizado y consumido por sentimientos mutilados y devastadores, era nada más que sentimientos.  “Siento, luego existo”, expresa el inicio de la vida. Qué desesperante debía sentir esa niña su existencia, qué indefensos sus esfuerzos de saber por qué era golpeada y qué podía hacer al respecto.  La experiencia de la ira estaba fuera de su panorama. Desde sus inicios, tan pronto ella tuvo que confrontar la fuerza parental,  su enojo fue liquidado y suprimido.  No tuvo la oportunidad de entender de ninguna manera, lo que se suponía que debía hacer y qué le estaba ocurriendo. Y así fue como al final de su primer año, ella había cumplido con el propósito de su madre: no mojar los pañales.

La vida para este bebé significaba ser atacada, torturada, perseguida, y en la búsqueda de encontrar una forma de lidiar con el dolor y el terror que le fue provocado.  Aprendió temprano, a través de una forma inconcebible de comunicación física violenta, que su vida, sus sentimientos y necesidades –esa ELLA- no importaban. Fue considerada como una cosa y tratada como una posesión que se suponía no debía molestar ni ser una carga para sus padres.  Tuvo que usar toda su energía, fuerza y vitalidad para enfocarse exclusivamente en las exigencias de ellos. No podía experimentar la paz en su interior, ni conocerse, ni estar con ella misma. Tuvo que ganarse su existencia complaciendo los deseos de sus padres.

Si tú y yo, querido enojo, hubiésemos estado a su lado y sido testigos de mi madre atacando a ese pequeño bebé, nuestra afrenta lo hubiese salvado de esa cruel mujer sin piedad  tomándolo en mis brazos para siempre. También le diría lo que pienso de su barbárica brutalidad. Y de su ineptitud para ser madre. A menudo me pregunto por qué no hubo nadie del lado de ese maltratado y solo bebé,  por qué es todavía legal hacer esto a bebés y niños, y  por qué publican libros donde golpear a un niño es correcto. Estos no son más que horrendos crímenes contra la vida y la humanidad.


El enojo era juzgado negativo sólo si un niño lo mostraba; un niño no tenía derecho a estar enojado, ¡sólo las autoridades! Te silenciaban con dureza como un condenable crimen de “contradicción”, “voluntariedad”, “arrogante desfachatez” o “pretensión inapropiada”.  El enojo de un niño era considerado un delito estrictamente prohibido, castigado y perseguido; sin embargo,  la ira de mis padres y mi niñera se desencadenaba contra mí libremente, sin control, en cualquier momento. Sus ataques viciosos, violentos o confabulados, y humillantes regían mi vida llenándome  de un miedo mortal. Destruyeron mi  auto confianza y arrebataron mi habilidad de analizar la realidad con precisión.

Estaba aterrorizada y en pánico cuando fui atacada con violencia, la cual siempre expresa enojo y odio.  Es una mentira enfermiza el que la violencia se puede administrar “sin ira”, según afirman algunos acerca de la violencia contra los niños, los que tienen el arrojo y el descaro de defender su crueldad escondiendo la verdad.   Durante mi infancia tú no podías ayudarme a desenmascarar esa inhumanidad, menos aún  terminarla.  Cualquier protesta de un niño indefenso, desprotegido e impotente lo hubiese puesto en gran peligro.  Los azotes y los sermones amenazantes que sufrí cuando niña me aterrorizaron.  Cuando ocurrían, sólo quería volver a sentirme segura y cerca del atacante, a quien no pude reconocer nunca como  el perpetrador.  Tal como tú, mi enojo, no te era permitido vivir, yo tampoco lograba sentir y menos ver enteramente que  era la víctima abusada con una violencia inhumana.  Fuera de aquella oscura desesperanza y confusión, el deseo porque todo  estuviese “bien nuevamente”, permitió que la relación fuese “agradable de nuevo”  y se convirtió en una adicción abrumadora.

Los adultos estaban convencidos, de manera inquebrantable,  que tenían derecho a su ira, la cual convenientemente era designada y disculpada como: “es por tu propio bien”.   Ellos creían que Dios les había dado el derecho de criticar, humillar, castigar, gritar y vociferar, hasta golpear a una niña no importando que pusiese en peligro su seguridad e integridad.  Mientras ellos desahogaban su propia ira desinhibidamente, prohibían el enojo de la niña, exigiendo su autocontrol, al tiempo que le daban sermones acerca de cómo debía “recogerse ella misma”.  Alegaban que yo merecía su crueldad y que los delitos cometidos por ellos mediante el abuso violento verbal y físico  contra mí, era bien merecido y basado exclusivamente en MI propia culpa y faltas.  Me  vendieron su crueldad tiránica como un acto justo, mentira destructiva que extinguió toda la compasión por mi misma, contribuyendo a crearme  una devastadora confusión y lavado mental.  Parecían santos que no podían equivocarse, y que eran libres de cualquier responsabilidad acarreada por ellos mismos, sus acciones y sentimientos.  De esta manera, hicieron imposible que yo estuviese de mi propio lado.

No obstante, si me hubiese atrevido a golpear a otro niño, hubiese sido sermoneada y castigada por ese acto malvado, por el mismo acto que marcó mi niñez y que tuve que sobrellevar y sufrir con frecuencia. Cuando niña, no podía ver a través de esa hipocresía repulsiva.  Nunca se me hubiese ocurrido pensar en: “¿quién  sermonea y castiga a los adultos cuando pegan o golpean a un ser humano más débil y vulnerable?  ¿Quién los golpea a ellos cuando cometen errores?  ¿Por qué esas autoridades poderosas tienen la fuerza y el derecho de inventar, mediante un capricho, todo tipo de pecados y arbitrariamente elaborar supuestos errores?”

Los sentimientos y necesidades de la niña, por encima de todo su enojo, fueron los pecados fundamentales.  Todo el tiempo, mis padres y la niñera estuvieron inclinados a encontrar razones que reprobar en la niña, pero ninguno de ellos trató de escucharla, entenderla y cuidarla.  ¿Cómo podía escapar alguna vez  del laberinto de este astuto juego de fuerzas,  de este peligroso e insano abuso de poder?

Se convirtió en mi estilo de vida durante mi niñez: perdonar la injusticia sin reconocerla ni protestar en su contra. No tuve otra alternativa que seguir aceptando la culpa injusta e inclinarme ante las mentiras, manipulaciones y violencia.  Los adultos siempre tenían la razón, la niña era automáticamente presumible y declarada culpable.  Ni la comprensión ni el perdón eran otorgados, por lo tanto, la niña fue obligada a creer, día sí y día no: “Estoy equivocada y siempre lo hago todo mal”.  Se convirtió en su silenciosa, enterrada y profunda agonía interna que emergía durante la terapia como su herida más dolorosa y fundamental. 

Nadie observó el sufrimiento de esta niña; nadie la protegió; nadie estuvo de su lado para hablar contra los horrores que ella tuvo que soportar.  Por el contrario, todos le exigieron a ella que dejase la resistencia y soportara las injusticias cometidas en su contra con bondad eterna: siempre perdonando buenamente al poderoso, sus padres y la niñera, por todas las cosas que ellos le habían hecho.  Ella los amaba y quería nada más que su amor y bondad, por lo cual hizo todo lo posible, incluso cargar con la cruz de los inmensos sentimientos de culpa que nunca debieron formar parte de sus tribulaciones.  Pero su amor, su entrega egoísta y sus sacrificios no tuvieron respuesta.  La violenta crueldad la condenó a una existencia sin esperanza en el oscuro calabozo de la soledad, el miedo, la vergüenza, la culpa y el aislamiento, sin dignidad ni respeto.

En la infancia existe una sola manera de sobrevivir: aceptar, disculparse y continuar con las agresivas actitudes y acciones humanas.  Pero, luego, en la adultez, ¡hay una forma de escapar!  Tú cambiaste mi vida, querido enojo, pues me permitiste ver a través de las mentiras, desenmascarar y rebelarme contra el cáustico juego de poder,  dándome la fortaleza de ser lúcida y firme.  Tú me diste la habilidad de decir que no, cuando no fui tratada con respeto.  Tú me diste el conocimiento y la sabiduría para retirarme de relaciones no saludables, según me ibas mostrando mis realidades pasadas y presentes.

Ni  como niña, ni por los años transcurridos como  adulta, pude darme cuenta de lo que me habías enseñado: que NO ERA MI conducta, pero si la de mis padres y niñera, lo que estuvo lleno de resentimiento, equivocación, imperdonabilidad, fuera de control y maldad. Su comportamiento no hablaba más que del uso equivocado de la fuerza, la arrogancia y la crueldad.  Aquellos que predicaban el perdón no practicaban el perdón.  Se sentían superiores, poderosos, hasta  omnipotentes, y siempre consideraban justificable cuando castigaban, degradaban y liberaban su ira contra débiles e indefensos seres humanos, actividad que hasta disfrutaban. ELLOS fueron los que cargaron con el resentimiento y los que tuvieron un enorme problema con el enojo.  Sus almas y mentes no eran accesibles.  No podían comunicarse ni abiertamente ni con la verdad.

Mientras más surgías en la terapia, más me mostraste cómo el sistema de locura humana había manipulado a la niña, lo que destructivamente imprimió en mí, y cómo todavía me persigue en la adultez llenándome de aversión y odio a mí misma.  Tú me revelaste cómo me había programado para acusarme, a experimentar cada problema y adversidad de la vida como resultado solamente de MI culpabilidad irremediable y grado innato de maldad.  Era la meta de toda pedagogía negra a la que yo tuve que someterme y obedecer sin voluntad propia. Los adultos tenían el derecho de tener una voluntad, no los niños.  Esto se demostró por una enfatizada doctrina  que tuve que escuchar una y otra vez.  Todavía permanece grabada en mi memoria:“Los niños con propia mente y voluntad, deben ser golpeados por detrás”.

...El terrible resultado fue que estuve aterrorizada de la vida y de cualquier conflicto.  No tenía voz.  No podía hablar de lo que veía, pensaba y sentía.  Me impidieron tener necesidades propias y no tuve la oportunidad de satisfacerlas. Durante años, estuve convencida de que era incapaz de resolver problemas, por lo que nunca me atreví a enfrentarlos ni a lidiar con ellos.  Tuve que dejarte a un lado, mi querido enojo y buen apreciado amigo, igual que a mis otros sentimientos y verdaderas necesidades.  Los únicos sentimientos permitidos durante mi infancia fueron: agradecimiento, piedad, admiración y adoración de mis padres y de Dios.  Las únicas necesidades permitidas fueron aquellas que mis padres, niñeras, religión y escuelas me endosaban y fomentaban.  Por años, creí que mis necesidades consistían en seguir el ritmo que los demás  exigían y esperaban de mí.

Durante un largo tiempo, no podía vivir con mi verdadero yo, por lo tanto me perdí de la vida.  Estuve programada para enterrar mi cabeza en la arena, a creer ciegamente en las autoridades, y a servir y  seguirlos como una esclava. Necesitaba tu poderosa vitalidad y entendimiento, y el apoyo de la terapia para reclamar mi verdadero yo y mi vida.   Como siempre, yo había sido  quien tuvo que cargar sobre mis hombros  la culpa y el perdón, había sido obligada a creer que estaba equivocada y resentida si me hubiese atrevido a expresar mi propio y diferente punto de vista cuando hablaba y protestaba, y cuando no quería continuar unas relaciones por encima de la de mis padres.  Cuando tú te manifestaste en la terapia, ¡me mostraste la salida fuera de esa locura!  Tú te convertiste en un aliado y  amigo que me permitió reconocer a las personas por quienes son, en vez de aceptar ciegamente cómo ellos querían que los viera y deseara ser vista según su egocéntrico punto de vista. Tú me diste el valor para saber cómo yo era tratada.  Tú me salvaste de consagrar mi energía en anhelar y tratar de llegar a las personas que me habían herido y dañado, aunque éstas no  sintiesen remordimiento ni estuviesen arrepentidas, ni tampoco mostrasen algún tipo de conocimiento al respecto. 

Me siento tan agradecida de ti, mi querido enojo, que me diste la fortaleza de caminar el sendero de la dignidad y de ser verdadera conmigo misma.  En lo más profundo de mi interior, siempre tuve ese anhelo.  Tú no quieres controlarme o dirigir mi vida, sino protegerme y ayudarme a tomar conciencia de la realidad y de mi verdad.  Todo lo que tú siempre necesitaste, y todavía necesitas de mi, es que te escuche, con respeto y cuidado, para que pueda aprehender tu mensaje, luego, sigues tu camino.  Tienes la habilidad y el poder de mostrarme lo equivocado en mi vida y lo desacertado de mi pasado hasta que yo pueda comprenderlo, y realice los cambios necesarios para mejorar mi vida y afirmar mi libertad.

Aunque sólo acudes a veces para compartir conmigo lo que entiendes, los demás parecen creer que yo tengo un problema con la ira si me permito explorarte.  Ellos me juzgan si trato de comprenderte y de que quiero aprender de ti.  Te colocan en la categoría de las tan mencionadas “malas emociones” que deben ser “liberadas”. Hasta te condenan a pesar de que tienes tanto que decir, ¡sobre todo acerca de la niñez del ser humano!

Muchas personas, religiones, ideologías y sociedades se consideran ellas mismas compasivas, justas y humanas, sin embargo, tienen creencias llenas de resentimientos y prejuicios que alientan a sus seguidores, hasta permitirles odiar a otros y a actuar con venganza. Se presentan como verdaderos intolerantes, creencias odiosas acerca de “otros” que no les han hecho daño, pero que se niegan a seguir sus limitantes y autoritarias doctrinas.  Ellos usan sus creencias para justificar sus crueles y vengativas acciones, y la difamación y condena de los demás, incluso luego de que estos han muerto.

...Tiene sentido el hecho de entender el perdón como un recurso de abandonar la venganza.  Pero el objeto de la ira no es estar resentido o desaparecer, sino ser comprendida.  He tenido la experiencia  de cómo las personas pueden entender su enojo y sus causas: cuando las llamadas “emociones negativas” son escuchadas, y el deseo de venganza y el injustificado y ciego deseo del odio pasa.


....Me tomó largo tiempo darme cuenta de tu importancia y de darte la bienvenida.  Ahora, nuestra relación ha cambiado; tú te has convertido en mi amigo.  Mientras me comunico de manera física y emocional por medio de las cuales mi cuerpo expresa viejos dolores, tú me revelas cada vez mas profundos niveles de cómo los horrores de mi niñez  me han mal dirigido y aprisionado atándome a personas destructivas.

Mis experiencias contigo son fascinantes e iluminadoras.  Cuando te escucho con respeto –o hablo de ti con alguien que me entiende y me escucha, y comparte el por qué estoy enojada- entonces, sé que tú te sientes aliviado porque tú también puedes expresarte y sentirte comprendido.

Cuando te he escuchado, tú me calmas y me das paz interior.  Lo que me revelas se convierte en un hecho.  Me das la facultad de ver la realidad sin tapujos.  Tú me concedes claridad acerca de mi pasado y mi vida presente.  Tú me has dotado de auto confidencia.  Tú me facultas con fortaleza.  Hoy, puedo tratar a los indefensos con respeto y compasión, y hablar la verdad con autoridad.  Hoy sé que todos los sentimientos transmiten informaciones sumamente importantes si las respetamos y estamos abiertos a éstas.

lunes, 23 de junio de 2014

¿Albergando emociones impropias...o destapando el dolor del pasado?

Como sabéis este blog tiene como pilares fundamentales el apego, la resiliencia y la parentalidad. Desde que empecé a  escribir entradas en el mismo, y a medida que han ido aumentando en número, han habido dos de ellas que han competido en cuanto al ranking de más visitadas. Una de ellas es la que habla sobre "¿Vínculo o apego?" y en la otra se trata el conocido modelo de Edith Grotberg sobre resiliencia, "Yo tengo, yo puedo yo soy". Por mucho tiempo han estado rivalizando ambas,pero desde hace bastantes semanas había una que iba creciendo en visitas, cada vez más y más, hasta el punto de ser en la actualidad la más leida. Me refiero a la que tiene por título "¿Puede un  padre o madre sentir rechazo por su hijo/ay al mismo tiempo quererle?".
 
Para mí esto, que pudiera ser considerado como algo casual o sin importancia, es tomado como una señal que no puede pasar por alto. Es indicativo de la existencia de muchas personas, padres y madres, preocupados por esta cuestión.
Me consta además a través de emails que recibo, el sufrimiento que sienten quienes se encuentran en esa situación. Resulta emotivo leer el dolor que tienen por sentir rechazo hacia sus hijos, por no poder abrazarles sintiendo el amor que quisieran sentir, por sentirse malos/as por ello.


Todos tenemos emociones menos positivas que son alimentadas por experiencias vividas. Lo complicado es cuando la persona a quien se dirigen esas emociones es precisamente el ser vulnerable y necesitado de amor al que se ha de cuidar y proteger.¿cómo convivir con ese dolor? ¿cómo evitar que salga a la luz y se descubra lo que es para los otros -y para uno mismo- antinatural? ¿cómo rechazar y querer al mismo tiempo a un/a hijo/a?
La parte oculta que habita en nosotros y que se relaciona con situaciones en las que nos han humillado, maltratado, despreciado, o peor aún, ignorado, se encuentra muchas veces en un plano no consciente. Y en otras ocasiones, la propia toma de conciencia con esas emociones “impropias” hace que las tapemos rápidamente, los ocultemos, o incluso las adornemos sobreponiendo encima emociones bonitas que reluzcan más.
 
Mientras no reconozcamos esa parte oculta, ese por qué del rechazo, difícilmente se podrá solucionar el malestar y el dolor. Es como si eclipsara de manera fulminante cualquier intento de sentirse una madre o un padre amorosos.
Si es duro haber vivido situaciones indeseables, más aún lo es tener que reprimir las emociones que han quedado albergadas en nuestro interior. Está mal visto decir que no soportas que tu hijo te abrace, o que no te sale de dentro darle un beso y decir cuanto quieres a tu hija. Pero somos seres humanos (y no con ello justifico que esté bien sentir rechazo o repulsa a un hijo, simplemente lo entiendo), y las emociones nos acompañan, sin que las llamemos, no elegimos lo que sentimos.
No hay entonces que sentir vergüenza de ellas, no se es un monstruo porque se tengan asuntos sin resolver que de manera repentina aparecen en nuestra mente y nos bloquean. Negar los sentimientos no hace que desaparezcan. Lo importante es ser consciente de qué hay detrás de esas reacciones, de dónde vienen, dónde están sus raíces. Sólo así aprenderemos a pararlas cuando aparezcan. Mi hijo es mi hijo, no mi madre, ni la pareja que tuve y tanto me hizo sufrir. Separar personas de emociones.

Quizás podría ayudar preguntarse: ¿Por qué me molesta tanto mi hijo/a? ¿Se parece a mí en algo que me inquieta? ¿Qué siento cuando le miro? ¿Me recuerda a alguna situación vivida en mi infancia o después que me hizo sufrir? ¿Me identifico con él/ella en su manera de ser y eso me avergüenza? ¿Es fruto de una relación que ha acabado y que me resuena continuamente el dolor padecido entonces?¿Estaba preparada/o para tener este/a hijo/a? ¿A qué renuncié por tenerle/la?
Hace poco hablaba de la honestidad. Me reitero. No hay mejor solución que ser consciente, reconocer y aceptar lo que se siente. Sin culpas ni vergüenzas. Un madre o un padre que sufre porque rechaza a su hijo/a no es una mala madre o un mal padre desde el momento en que se siente mal por ello. Es una madre o un padre cuya caja de resonancias vibra de manera descontrolada y no consigue entonar la melodía del vínculo afectivo con su hijo/a.
Quiero acabar compartiendo un bonito cuento que habla de la importancia de mirar para dentro, de explorar las emociones, de conocernos más para estar mejor.
EL PÁJARO DEL ALMA
"Hondo, muy hondo, dentro del cuerpo habita el alma. Nadie la ha visto nunca pero todos saben que existe.
Y no solo saben que existe, saben también lo que hay en su interior. Dentro del alma, en su centro, esta, de pie sobre una sola pata, un pájaro: el pájaro del alma. Él siente todo lo que nosotros sentimos.
Cuando alguien nos hiere, el pájaro del alma vaga por nuestro cuerpo, por aquí, por allá, en cualquier dirección, aquejado de fuertes dolores.
Cuando alguien nos quiere, el pájaro del alma salta, dando pequeños y alegres brincos, yendo y viniendo, adelante y atrás.
Cuando alguien nos llama por nuestro nombre. El pájaro del alma presta atención a la voz, para averiguar qué clase de llamada es esa.
Cuando alguien se enoja con nosotros, el pájaro del alma se encierra en sí mismo silencioso y triste.
Y cuando alguien nos abraza, el pájaro del alma, que habita hondo, muy hondo, dentro del cuerpo, crece, crece, hasta que llena casi todo nuestro interior. A tal punto le hace bien el abrazo.
Hasta ahora no ha nacido hombre sin alma. Porque el alma se introduce en nosotros cuando nacemos, y no nos abandona ni siquiera una vez mientras vivimos.
Como el aire que el hombre respira desde su nacimiento hasta su muerte.
Seguramente quieres saber de qué está hecho el pájaro del alma.
¡Ah! Es muy sencillo: está hecho de cajones y cajones pero estos cajones no se pueden abrir así nada más.
Cada uno está cerrado por una llave muy especial.
Y es el pájaro del alma el único que puede abrir sus cajones.
¿Cómo? También esto es muy sencillo: con su otra pata.
El pájaro del alma está de pie sobre una sola pata; con la otra -doblada bajo el vientre a la hora del descanso- gira la llave, moviendo la manija y todo lo que hay dentro se esparce por el cuerpo.
Y como todo lo que sentimos tiene su propio cajón, el pájaro del alma tiene muchísimos cajones: un cajón para la alegría y un cajón para la tristeza, un cajón para la envidia y un cajón para la esperanza, un cajón para la decepción y un cajón para la desesperación, un cajón para la paciencia y un cajón para la impaciencia. También hay un cajón para el odio y otro para el enojo, y otro para los mimos. Un cajón para la pereza y un cajón para nuestro vacío, y un cajón para los secretos más ocultos (este es un cajón que casi nunca abrimos.
Y hay más cajones. También tú puedes añadir todos los que quieras. 


A veces el hombre puede elegir y señalar al pájaro… Qué llaves girar y qué cajones abrir. Y a veces es el pájaro quien decide.
Por ejemplo: el hombre quiere callar y ordena al pájaro abrir el cajón del silencio; pero el pájaro, por su cuenta, abre el cajón de la voz, y el hombre habla y habla y habla.
Otro ejemplo: el hombre desea escuchar tranquilamente, pero el pájaro abre, en cambio, el cajón de la impaciencia: y el hombre se impacienta. Y sucede que el hombre sin desearlo siente celos; y sucede que quiere ayudar y es entonces cuando estorba.
Porque el pájaro del alma no es siempre un pájaro obediente y a veces causa penas…
De todo esto podemos entender que cada hombre es diferente por el pájaro del alma que lleva dentro.
Un pájaro abre cada mañana el cajón de la alegría; la alegría se desparrama por el cuerpo y el hombre esta dichoso.

Otro pájaro abre, en cambio, el cajón del enojo; el enojo se derrama y se apodera de todo su ser. Y mientras el pájaro no cierra el cajón, el hombre continua enojado.
Un pájaro que se siente mal, abre cajones desagradables; un pájaro que se siente bien, elige cajones agradables.
Y lo que es más importante: hay que escuchar atentamente al pájaro. Porque sucede que el pájaro del alma nos llama, y nosotros no lo oímos. ¡Que lastima!
Él quiere hablarnos de nosotros mismos, quiere platicarnos de los sentimientos que encierra en sus cajones.
Hay quien lo escucha a menudo.
Hay quien rara vez lo escucha.
Y quien lo escucha solo una vez.
Por eso es conveniente ya tarde, en la noche, cuando todo está  en silencio, escuchar al pájaro del alma que habita en nuestro interior, hondo, muy hondo, dentro del cuerpo."   Autor: Mijael Snunit
Un abrazo grande para los/as que sufren por sentir rechazo hacia sus hijos y mi sincero deseo de que reencuentren la paz interior a través de su búsqueda de emociones como primer paso para liberarse de las cadenas que le impiden amar como quisieran.

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