"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

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sábado, 7 de diciembre de 2013

“Ghosting”, o cuando los otros te hacen parecer un fantasma

Si, ya sé. No existe la palabra “ghosting” en el diccionario, pero quizás se añada como neologismo próximamente. Para mí es lo contario a bullying, pero en el ámbito familiar. Si en el bullying te acosan, lo que caracteriza al ghosting es la invisibilidad que los otros te hacen sentir.


Ser una buena estudiante, una buena hija, una buena amiga, una buena compañera….es una tarea fácil para quien tiene suficiente recursos personales y los sabe emplear a fondo en cualquier momento. Pero ¿cómo serlo cuando las circunstancias y las personas te convierten en un fantasma, en un cero a la izquierda? ¿Es la adversidad siempre algo muy desastroso como tener padres alcohólicos que no te atienden, que se queme en un incendio tu casa o que se haya muerto un familiar cercano?¿Hay adversidades cotidianas que impactan tanto o más que los grandes eventos comentados?
Carla es la pequeña de dos hermanos, y es como lo descrito anteriormente. Es la BUENA. Tiene once años y nunca ha dado problemas. No así Pedro, su hermano mayor de catorce años, quien desde hace año y medio tiene una conducta agresiva cuando se enfada, le han expulsado varias veces del colegio, discute y grita todos los días con su padre, desobedece a su madre…Es el PROBLEMÁTICO.
 
Todos tenemos roles en la familia que de manera implícita y explícita marcan lo que se espera de cada uno. De Carla se espera que siga siendo una chica agradable, que siga estudiando como siempre, que sea como ella es. De Pedro se espera que sea un adolescente desagradable, que empiece a tener problemas con los estudios porque no le dedica tiempo, que sea como él es. Todo ello en una familia competente, con valores, con una cohesión familiar como centro de interés pese a los conflictos. 
 
Desde que empezaron los problemas con Pedro parece que en esa casa no exista otro tema. “Pedro desobediente, Pedro no va a cambiar. Pedro dice cosas pero no las cumple”. Siempre Pedro. La situación se ha ido agravando en las últimas semanas en las que el conflicto ha aumentado y por tanto la tensión familiar y el desconcierto.

Las sesiones familiares con todos reflejan que Pedro tiene unos padres que se preocupan de él pero que están desbordados. Pedro está agobiado pero quiere cambiar y reconoce su falta de control. Carla…¿qué papel tiene ella en este conflicto?
La implicación y necesidad de cambio de toda la familia les lleva a acudir muy motivados a las sesiones, donde se mezclan reproches con reconocimientos, críticas con elogios, esperanzas con desesperanzas. Parece haber un monotema. Desde el principio en las sesiones se intenta por parte de la psicóloga que Carla participe, que pueda opinar, que aporte cosas. Pero ¿qué puede aportar un fantasma en un conflicto viviente?

En la tercera sesión aparece un nuevo mini-problema. Carla está presentando un comportamiento poco habitual, más desobediente y contestona (que por supuesto se atribuye por los padres a modelado de su hermano). El foco, centrado únicamente hasta ahora en Pedro, de repente gira en la sesión a la BUENA.
Y algo ocurre cuando la luz apunta directamente al miembro fantasma de la familia, cuando al ser preguntada por cómo está viviendo ella lo que ocurre en casa, responde –previa mirada con cierta vergüenza a sus padres- que siente que no existe, que no la tienen en cuenta. Que cuando comienzan a discutir la mandan al cuarto o que se vaya a pasear. Que se esconde cuando comienzan a elevar el tono de voz para ver qué pasa. Que hace cosas graciosas para intentar que estén contentos…Y sobre todo, que tiene mucho miedo y rabia.
Parece que el fantasma se quiere hacer visible pero no le dejan. Se ha cansado de ser invisible y ahora necesita que la vean aunque para ello tenga que portarse mal. En un intento de buena intención su familia quieren mantenerla al margen sin atender que ella también siente y sobre todo se siente parte de la familia. El vacio que supone dejarla al margen es para ella una adversidad seguramente mayor que la crisis económica de la familia, o la enfermedad grave de su madre, o el acoso que unas niñas de su colegio le hacen en el patio. La adversidad del no sentirse visible es fuente de sufrimiento no solo en Carla sino en muchos niños y niñas.
 
Soluciones a la invisibilidad: mientras el foco siga centrado sólo en su hermano pocas. Hasta las plantas más robustas y resistentes necesitan un rayito de luz que les alimente.

La invisibilidad total o parcial conlleva emociones que hacen sentir muy mal a los niños y niñas. Recientemente lo he podido constatar en varios casos como en la niña a la que su familia no le hablaba de la muerte de un familiar muy cercano para evitar los malos momentos, cuando el resultado es que, al ver llorar a escondidas a su mamá, pensaba que era porque estaba enfadada con ella porque se había portado mal –además de llorar ella en silencio y en su cuarto porque se había enterado escuchando una conversación de la muerte de su tía-.
 
Por no hablar de los conflictos de pareja en los que los niños forman parte muchas veces activa aunque los padres dicen “discutimos sólo cuando ellos se acuestan” (como si la comunicación no verbal no existiera o las paredes no fueran tan finas como para no escuchar, seguro que con miedo y rabia también, las discusiones de los mayores).
 

Los niños y las niñas no son fantasmas. Es cierto que no podemos implicarles de manera directa en temas que sólo los mayores han de resolver, hay que transmitirles seguridad y fortaleza, pero no hablar de los temas no supone que no existan, sino que se vivan como una adversidad de mayor grado. Es importante que sientan que les escuchamos, les comprendemos y sobre todo, que les sentimos parte de la familia. Darles voz no significa darles voto para que se posicionen o decidan. Darles voz significa hacerles visibles y visibilizar las relaciones y los eventos que envuelven a la familia porque tienen derecho a ello y porque a los humanos no nos gusta que los otros nos vean como fantasmas, sino parte de un grupo imperfecto llamado familia que nos ayuda a crecer y desarrollarnos y a experimentar, ya desde pequeños, adversidades que, si son compartidas, se llevan mejor.

 

miércoles, 10 de julio de 2013

¿Hay alguien ahí? Cuando lo obvio se aleja de lo evidente y viceversa

No es que me haya dado por filosofar ni mucho menos. Sobre todo porque está claro que lo obvio y lo evidente son sinónimos y no me voy a poner a hablar metafísicamente..pero bueno, entendiendo por obvio aquello que está muy claro, que es fácil de entender, y lo evidente como aquello que es patente, comprobable, quiero compartir una reflexión personal a la que doy vueltas estos días ayudándome a explicarla con dos ejemplos:
 
Marcos es un niño de 10 años. Presenció cómo su padre hace tiempo maltrataba brutalmente a su madre antes de marcharse definitivamente. Ante esa situación arremetió contra él por querer defenderla. Y eso era solo una pequeña muestra de la cantidad de escenas de violencia de las que fue testigo directo y en más de una ocasión protagonista involuntario. En el colegio tiene problemas con sus compañeros y con los profesores. Insulta, pega, rompe cosas. Ahora además roba. Su madre dice de él que es un mentiroso y que no es de fiar, que nunca obedece, que ha de encerrarle en su cuarto para conseguir que haga la tarea.

Es OBVIO que toda situación familiar y personal de un niño que sufre y presencia violencia puede tener serias repercusiones en su comportamiento y que cierto grado de afectación es incuestionable.
Es EVIDENTE que Marcos tiene un problema no solo familiar y personal, también social. No sabe controlarse.  Lo que "se ve” es un problema de conducta y de actitud. ¿Quiénes lo ven? Todos los de su clase, en el patio, en el comedor.... ¿Saben todos los que ven lo evidente aquello que decíamos que era obvio? Es decir ¿saben todos que Marcos es un niño maltratado?¿O qué piensan de Marcos? Seguramente los tutores que le hayan tenido y el/la psicólogo/a del centro y el director/a conocerán un poco la historia de Marcos y podrán ser condescendientes o comprensivos con él (o no en el peor de los casos). Pero…¿y para el resto? Marcos es un tirano, un maleducado y un niño agresivo.
Lo EVIDENTE (la conducta) se antepone a lo OBVIO (la causa).


Cambiemos de niño:
Pedro tiene también 10 años. Vive en un pueblo pequeño, de esos en los que todos se conocen. Por eso, cualquiera de allí nos contaría la historia familiar de Pedro: que su madre fue abandonada por el padre de sus dos hijas mayores; que después conoció a otro hombre con el que tuvo a Pedro y también se separaron; que las hijas mayores, como la madre no tenía autoridad y estaba mucho tiempo con depresiones y pasándose con el alcohol, la insultaban e incluso le habían llegado a amenazar con un cuchillo y a pegar en varias ocasiones.
El padre de Pedro cuando la mamá no se encuentra bien, los fines de semana alternos y algún día entre semana se hace cargo del chico. …Todos dicen de Pedro que es un chico muy maduro, responsable, que se defiende como puede en los estudios para aprobar, que es sociable, obediente y muy muy mayor para su edad.
Es OBVIO que una historia familiar como esta es un gran factor de riesgo para cualquier niño/a que la viva.
Es EVIDENTE que Pedro no ha sufrido las repercusiones que podrían esperarse porque lo que “se ve” es que es muy fuerte. ¿Quiénes lo ven? Todos los del pueblo que le conocen. ¿Saben todos los que ven lo evidente (que Pedro es muy responsable y buen chico) también aquello que decíamos que es obvio (su historia familiar)?. ¿Qué piensan de Pedro? Seguramente que “ha salido demasiado bien” para lo que se podía esperar. Y...¿El que todos sepan lo obvio y lo evidente ayuda a Pedro?. ¿Es Pedro resiliente? (la respuesta a esta pregunta más abajo).


A veces lo obvio se aleja de la evidencia explícita. Es decir, lo visible, lo comprobable, lo que está claramente a la vista no es necesariamente lo que por lógica o por razonamiento o si quieres por conocimiento científico es lo esperable. Y viceversa.
En el caso de Marcos, lo que se ve, al no saber la mayoría de gente la causa que lo origina (unos malos tratos obvios y evidentes de puertas para dentro) da pie a una interpretación errónea. Tampoco es plan de pregonar a los cuatro vientos que Marcos es un niño maltratado y decirlo a todo el mundo, pero no dejan de ser muy injustas las etiquetas que le van colgando y que le van a acompañar por mucho tiempo. 
Cuando le pregunté a Marcos por sus problemas minimizaba, es más, negaba que siguieran existiendo. Acababa de conocerle hacía poco y me aseguraba que todo eso que decían de él ya no era cierto. Necesitaba que yo me creyera que no era cierto porque de lo contrario…era muy probable que su mamá se enfadara con él aún más si yo hablaba con ella. Y él no sólo no quería que su mamá se enfadara sino que intentaba agradarla haciendo el payasete, intentando que le hiciera caso, protegiéndola, porque siempre decía que su padre había sido malo con ella. Por eso “comprendía” cualquier cosa que hiciera su mamá por él. Decía “me encierra en el cuarto por mi bien, para que yo aprenda”, “es que yo soy muy nervioso porque tengo hiperactividad y por eso me riñe”. Al explorar quien podía ser una persona significativa para él…nadie, absolutamente nadie de su entorno tenía confianza en él, nadie le aceptaba incondicionalmente. O al menos el lo percibía así.

Volvamos a Pedro. Lo que “se ve” es lo que Pedro ha logrado mostrar a los demás poniéndose el traje de superhéroe. Bueno, poniéndose no, poniéndole. Su madre dice que se apoya en él y que le cuenta todo porque es su pilar ya que sus con otras hijas no se puede contar (¿un niño de 10 años puede ser el pilar de una madre y contarle todo???). En el colegio no pueden decir cosas malas de él las profesoras, es un niño digno de admiración (pero desconocen que se vuelve loco cuando le llaman ese insulto tan feo de hijo de p… y que en varias ocasiones se ha pegado con niños como él y que no se siente aceptado). Su padre dice que hace lo que puede. Se lo lleva cuando hay situaciones de mucho conflicto en casa de su madre o cuando ésta no está bien, o cuando le toca. 
Le pregunté a Pedro qué tal la relación con su padre y lo más que fue capaz de hacer es encogerse de hombros y soltar un “¡pufff!, saqué un 9 en un examen y le dije muy contento que si se alegraba de mi buena nota y me dijo ¡pues vale!”. Su padre pasa el tiempo viendo la tele o jugando a la play. Su abuela y tías paternas pasan de él cuando le ven. Le pregunté también a Pedro que en quien se apoyaba y me dijo que en nadie. Nadie hablaba con él de cómo estaba, de qué le interesaba.
¿Es Pedro un niño resiliente? No. Es un niño que ha desarrollado sus propios mecanismos de defensa para pasar desapercibido. Y lo peor. ¿Dónde están los adultos que puedan darse cuenta que no es oro todo lo que reluce y que Pedro se siente muy solo y triste y preocupado por su madre, y abandonado y…? Y ahí me incluyo yo. ¿Por qué no lo he visto antes si conozco a Pedro mucho tiempo? ¿Porque me dejé llevar por lo EVIDENTE en lugar de lo OBVIO y confundí resistencia resiliente con resiliencia? ¿Por qué no exploré con más detalle la realidad percibida desde su mirada de niño dañado y miré con los ojos de adulto que da por hecho que si su padre le salvaba de las peores situaciones era suficiente?
 
                           
 
Porque di por OBVIO LO EVIDENTE. Pensé que si lo que “se ve” es un padre protector, era obvio que Pedro estaba así de bien por ello. Me equivoqué. Centré mi intervención profesional en "la otra parte evidentemente más conflictiva de la madre y las hijas mayores" descuidando algo tan importante como es escuchar más a Pedro. Y ahora Pedro cuando se siente escuchado y comprendido por mí en una sesión después de muchísimo tiempo, llora desconsoladamente y desde la impotencia de no poder cambiar su vida y sus etiquetas (positivas aparentemente pero que le pesan)dice que ya se ha acostumbrado a vivir así, a ver violencia en casa de su madre y a que nadie se interese por él.

Si es tan importante la información que se maneje de los niños y niñas hasta el punto de etiquetarles en un sentido u otro, y lo evidente no es siempre lo cierto ¿qué tenemos que hacer los adultos para poder ayudarles? ¿Quién está ahí cuando nos necesitan?
Quizás lo peor que puede preguntar un niño o niña es "¿Hay alguien hay para escucharme y ver cómo estoy?" y no tener respuesta.

 

viernes, 5 de julio de 2013

D-efectos del divorcio en los niños y niñas

Después de un par de entradas en las que me desvié del tema (esas cosas pasan siempre en la vida, que planificas pero las circunstancias, llámense aquí "prioridades blogueras de expresión", te cambian los planes), retomo el tema sobre el divorcio y sus posibles efectos en los niños y niñas.

Había pensado hacerlo de otro modo, e incluso he empezado un par de veces a escribir esta entrada con otro formato, intentando hacer una especie de “carta de un niño a sus padres separados”, o con un decálogo para padres y madres que empezaba “Tú me enseñaste que…”. Pero…finalmente me he decantado por ser práctica y aprovechar algo que seguramente yo no podría hacer mejor. Rentabilidad de recursos. O quizás inseguridad a la hora de elegir, la misma inseguridad supongo que tienen los niños y niñas de padres separados, que pasan horas y horas eligiendo mentalmente cuál de los dos, papá o mamá, le quieren más. O qué juguete se va a llevar el próximo fin de semana cuando sea la visita. O si le dice o no a papá lo que mamá decía de él (o viceversa) y que seguro que no le iba a hacer gracia. O si….
 
En fin, que mejor cojo lo que ya está bien y lo comparto (ojalá los niños y niñas lo tuvieran tan fácil como yo y pudieran tirar por la calle del medio en lugar de estar en medio de la calle de la vida cargado de inseguridades, temores y dudas en eso que llaman separación o divorcio).

Comparto con vosotros una publicación del Departamento de Servicios Sociales y Familia de la Dirección General de Familia del Gobierno de Aragón que es algo así como el manual que todo padre o madre debiera leer antes de hacer efectiva la decisión de separarse, ya que de esta manera se evitaría mucho sufrimiento infantil.



En esta Guía que tiene por nombre “Nos hemos separado… ¿y nuestroshij@s?. Guía de actuación para progenitores", escrita por Lidia Rodríguez Benito, Sofía Espada Giner y Laura Calvo Estaún, se abordan muchos temas interesantes como las reacciones de los propios padres y madres ante el divorcio o separación, cómo informar a los hijos de la misma, las relaciones del niño con la familia extensa o en el colegio después de que ocurra, etc. Por su interés, he querido extraer literalmente (bueno he omitido algún párrafo porque se hacía muy largo y la negrita la he puesto yo) el apartado que aborda de manera evolutiva el cómo afecta a los niños y niñas la situación:

MENORES DE 3 AÑOS.

Los bebés no sienten su propia angustia, sino la del progenitor con quien viven y con quien permanecen más tiempo o es su cuidador principal; si este progenitor está tenso y distraído no podrá proporcionarle la cantidad de atención y estímulo necesarios para su desarrollo cognitivo y emotivo.

No podemos olvidar que de la consistencia y calidad de su primer apego dependerá su sentimiento de seguridad. La ruptura de pareja plantea en esta etapa dos serios problemas. Uno de ellos ocurre cuando el cuidador principal, que suele ser la madre, siente pánico ante la idea de que le arrebaten a su hijo y se aferra a él respondiendo de manera excesiva, a veces de manera enfermiza. El segundo riesgo ocurre cuando además de formarse un apego con la persona que le cuida, le encanta también ver al otro y jugar con él y oír su voz, que le lance al aire, le tenga en brazos, que le cuente un cuento cuando se va a dormir y de repente éste se va de su lado y siente su pérdida sin comprenderla.

 DE LOS 3 A LOS 5 AÑOS.

Con frecuencia los niños pequeños tienen más dificultades para expresar emociones o pensamientos, y suelen reaccionar ante la situación de ruptura de la relación de sus padres con respuestas psicosomáticas, sobre todo en ocasiones determinadas, como cuando acude con el progenitor con el que no convive habitualmente. ¿Qué quiere decir esto?: que puede vomitar, tener dolores de barriga, de cabeza, fiebre o dolores en las rodillas, etc. Es una forma de que su cuerpo exprese lo que les ocurre cuando no pueden hacerlo con las palabras.

Este tipo de comunicación no verbal, las reacciones psicosomáticas, no siempre es una señal de preocupación, sino un lenguaje que debe descifrarse y que aporta información, pero a veces no se interpreta de manera correcta y la madre o el padre pueden creer que el niño se pone enfermo cuando acude a casa del otro debido a que no le cuida convenientemente, o que simplemente rechaza el encuentro con él. Esta forma de reaccionar no siempre es atribuible a las personas en concreto, sino a la peculiaridad de la situación. A continuación se describen las reacciones más frecuentes de los niños de esta etapa ante la separación de sus padres:

• Confusión, ansiedad y miedo: están muy desconcertados e inseguros frente a los cambios en su vida familiar, porque con frecuencia los propios padres no saben muy bien cómo explicar a niños de esta edad lo que está pasando. Además a estas edades tienen dificultades en diferenciar la fantasía de la realidad y esto les hace especialmente vulnerables. Las rabietas, tozudeces y trastornos del sueño son alteraciones propias de estos niños; se niegan a ir a la guardería y se resisten a dejar la casa, a esto le denominamos “ansiedad de separación”, llegando hasta el pánico por no querer desprenderse de los seres queridos.

• Fuertes fantasías de reconciliación, se aferran a la esperanza de que sus padres volverán otra vez a estar juntos e inventan fantasías que los consuelen. Son producto de su limitada capacidad para entender los confusos acontecimientos que le están sucediendo y de su temor ante la observación de las riñas familiares, si a esto le añadimos que los adultos no les explican nada de lo que pasa, es normal que no acierte a comprender el presente y mucho menos el futuro.

• Aumento de la agresividad: muchas veces el enojo infantil proviene de sentimientos de pérdida y rechazo. La sensación de pérdida del padre o de la madre cuando, a menudo inexplicablemente desaparece de su vida, puede hacerle reaccionar con agresividad hacia los hermanos, los padres y los compañeros de escuela. Es posible, incluso, que el otro progenitor esté tan preocupado por su situación personal que ofrezca menos atención al niño, aumentando así su sensación de pérdida y rechazo.

• Sentimientos de culpa: muchas veces los niños imaginan que son culpables de que sus padres no sigan 
 

DE LOS 5 A LOS 7 AÑOS.

A estas edades los niños son más conscientes de los motivos y razones que tienen sus progenitores para separarse, pero quizá lo más característico en esta etapa es el riesgo de presentar conflictos de lealtades reaccionando defensivamente, pudiendo negarse a mantener la relación con uno de ellos. A veces, son estos niños los que mantienen más fantasías de reconciliación.

• Tristeza y sufrimientos profundos: Suelen estar relacionados con el nivel de confusión en la casa; muchos niños están intensamente tristes incluso cuando su padre o su madre no lo están juntos, suponiendo, por ejemplo, que han sido abandonados a causa de su propia desobediencia.

• Regresión: en algunos casos demuestran su ansiedad e inseguridad mediante retrocesos en el aprendizaje de conductas que ya tenían adquiridas, como el control de sus esfínteres, volviendo a mojar la cama, o mostrando conductas excesivamente dependientes.

• Incremento de los miedos o aparición de problemas alimentarios. Los padres, sometidos ya a una gran tensión, pueden encontrar estos comportamientos muy difíciles de entender y tolerar.

• Añoranza del progenitor ausente: similar al duelo por la muerte, pero con mayores sentimientos de rechazo. Este estado de tristeza es consecuencia de la elaboración de un “proceso de duelo” y precisan de un tiempo para resolver adecuadamente la etapa de “luto emocional”.

• Sentimientos de abandono y miedo: a menudo existe el temor de ser olvidados y de perder también al otro progenitor.

• Enojo: con frecuencia dirigen su rabia contra aquel a quién creen responsable de la ruptura y normalmente a aquel con quién residen, creyendo que ha echado al otro fuera de casa.

• Conflictos de lealtad: se encuentran en medio de dos personas que son las que más quieren y que hasta ahora les han ofrecido seguridad y estabilidad, pero no saben cómo ser fieles a ambos. Muchos niños se hallan bajo una fuerte presión por parte del padre o madre con quien habitualmente viven, con el objetivo de que dejen y olviden al otro, sin embargo y a pesar de todo siguen leales a los dos, a menudo a costa de un gasto emocional inmenso.

• Preocupación por la incapacidad de los padres: cuanto más conscientes son de los problemas de los adultos para enfrentarse a la separación, más aumenta el temor de que el progenitor en el que confiaban no sea ya capaz de cuidar de ellos, especialmente ante la desorganización familiar.

• Fantasías de reconciliación. Son continuas a estas edades, creen firmemente que su padre y su madre volverán a unirse, algunos niños lo creen con tenacidad, y muchos progenitores se muestran preocupados por ello.


 DE LOS 8 A LOS 12 AÑOS.

Este es un periodo de rápido crecimiento y los niños a esta edad adquieren nuevas capacidades para comprender la realidad. En esta etapa son más conscientes de las causas y consecuencias de la separación de sus progenitores, pero también es más probable que tomen partido en los conflictos parentales porque tienen un sentido más estricto del bien y del mal, mostrándose enfadados con su padre o con su madre si no actúa como consideran que debe hacerlo. En este sentido pueden tratar de culpabilizar a uno de sus progenitores, considerando al otro como inocente o víctima.

• Suele aflorar el sentimiento de enfado, ira extrema, rabietas de mal genio, conducta exigente.

• Sentimientos profundos de pérdida, rechazo, impotencia y soledad.

• Sentimientos de vergüenza, indignación moral y resentimiento frente al comportamiento de sus progenitores.

• Miedos, fobias y rechazo.

• Aumento de dolencias psicosomáticas: dolores de cabeza, de estómago, trastornos del sueño. Síntomas que expresan un alto nivel de ansiedad.

• Emisión de juicios. Identifican un progenitor como el bueno y al otro como el malo, rechazando a éste último.

• Alianza con un progenitor, no necesariamente con quien se sienten más unidos. Se suelen constituir fuertes alianzas con el que no conviven.

• Pérdida de la autoestima. Puede tener dificultad de concentrarse en la escuela y obtener un bajo rendimiento.

• Mala conducta de algunos niños, sobre todo varones, y pueden mostrar comportamientos delictivos.


DE LOS 13 A LOS 18 AÑOS.

En esta etapa es destacable un sentimiento de pérdida que se manifiesta como rebeldía, dificultad de concentrarse, fatiga crónica, pesadillas, etc. Son reacciones y sentimientos habituales en los adolescentes, no sólo en aquellos que sus padres se han separado, y que significa la pérdida de la infancia y de la seguridad que ello suponía. A estos sentimientos de pérdida, propia de la etapa de la adolescencia, hay que añadir el de la ruptura de la relación de sus padres. Por tanto, nos encontramos en este periodo con las siguientes reacciones emocionales y conductuales más significativas:

• Pérdida de la infancia: los hijos mayores pueden adquirir nuevas responsabilidades frente a sus hermanos menores o frente a las pretensiones de un progenitor emocionalmente dependiente.

• Presión para tomar decisiones: algunos padres esperan que los hijos tomen sus propias decisiones sobre las visitas al otro progenitor o sobre la elección del progenitor con el que quieren vivir. Otras veces se comportan de manera “adulta” y responsable y “entienden” la separación, no tomando partido por ninguno de los dos.

• Conflicto entre los deseos de ver al progenitor con el que no conviven y de continuar realizando actividades con sus amigos y compañeros. En ocasiones se enfadan o se encierran en sí mismos y reaccionan descargando emocionalmente (discusiones) su contrariedad ante la separación de sus progenitores.

• Preocupación por el dinero: resentimiento por recibir menos que sus amigos, presiones sobre los padres para que compensen la situación que están viviendo con una mayor generosidad material.

• Mayor conciencia y turbación frente a la conducta sexual de sus padres y a la vinculación de éstos con nuevos compañeros.

• Celos de la nueva pareja de un progenitor.

• Miedo de establecer relaciones sentimentales a largo plazo y de confiar en las personas.

• Depresión: introversión, negativa a comunicarse.

• Delincuencia: hurto, robo, consumo de drogas.


En fin, conocer todas estas cosas es cierto que no puede evitar que se den en algunas ocasiones, pero si sabemos lo que puede ser esperable por ser una reacción que se da de manera frecuente según los estudios realizados, al menos podremos COMPRENDERLES, y la comprensión es el primer paso para la solución de un problema. Que aquello del interés supremo del menor vaya acompañado de la comprensión suprema y la competencia parental y marental  supremas... 

Espero que os sea de interés la guía para leerla y compartirla con tod@s aquell@s que consideréis. Yo ya lo he hecho.

Feliz semana.

domingo, 16 de junio de 2013

Resiliencia infantil y divorcio. Viviendo entre dos mares.

La separación o divorcio de los padres pueden ser considerados como una adversidad principalmente para los hijos por el componente de pérdida que conlleva unido a sentimientos y emociones difíciles de entender y asimilar (algunos de ellos ambivalentes). El psiquiatra Luis Rojas Marcos señala en su libro Superar la adversidad que "ningún niño está emocionalmente preparado para afrontar la separación de sus padres y, excepto criaturas que son víctimas de malos tratos o abusos continuados, muy pocos ven en la ruptura una segunda oportunidad".
 
Sin embargo, no es tanto el divorcio en sí mismo lo que puede provocar mayor afectación a los niños, sino la situación emocional asociada al mismo, principalmente el conflicto entre los padres antes, durante y después del divorcio propiamente dicho. 
 
Existen investigaciones que señalan que el factor más importante que determina cómo afecta el divorcio a un niño es:
- cómo los padres gestionen emocionalmente su ruptura
-si mantienen o no una buena cooperación como padres
-y de qué forma ayudan (o dificultan) a sus hijos en el proceso, tanto en el momento de comunicar a los hijos su decisión como en todo el reajuste familiar posterior.

No es fácil para los niños y niñas ni resulta algo pasajero. Recuerdo el caso de un adolescente que después de una separación desde hacía ¡8 años! seguía soñando despierto que sus padres iban a volver a estar juntos pese al conflicto descomunal que desde entonces arrastraban... Y no era el único. Este pensamiento casi "mágico" (por lo dificil de conseguir) es algo que acompaña la narrativa de muchos chicos y chicas de padres separados con los que he trabajado.
 
Quizás los cambios "espaciales" en cuanto a lo de tener dos casas o el cambio de colegio si hay traslado a otro municipio son los menos importantes. Los asuntos realmente difíciles de entender y asimilar son principalmente de otra índole. Algunas de las tareas que tienen que debe lograr un niño cuyos padres se han separado son:

- Lidiar con sus sentimientos de pérdida, de tristeza, impotencia y rabia hacia sus padres.

- Entender la ruptura marital, abandonando sus fantasías de restauración del matrimonio.

- Aprender a relacionarse de un nuevo modo con cada uno de sus padres.

-  Restablecer un sentimiento de ser amado y poder amar sin miedo a la pérdida.

A ello habría que sumar otras emociones y estados como la negación, el miedo, la culpabilidad, la inseguridad,  la regresión, etc. asociadas a la pérdida que puede suponer la separación o el divorcio de los padres.

No todos los niños y niñas van a reaccionar igual ante una situación de separación o divorcio ni necesariamente tendrán que vivirlo como algo negativo. Los factores de resiliencia infantil, el modo en cómo van a atravesar esa situación, van a tener que ver con características personales y evolutivas (como la edad en que tiene lugar), con la respuesta del entorno, con la existencia de tutores de resiliencia que pueden contribuir a que el impacto sea menor y más rápida y adaptativa la asimilación de su nueva realidad (los papás y mamás pueden estar demasiado ocupados en sus conflictos desatendiendo parcialmente sus responsabilidades parentales y marentales) , pero también al sentido que le van a otorgar los propios menores a la situación y lo que viene detrás de ella.
Y ese sentido viene dado por lo que representa para ellos este cambio en su vida. En algunos casos viven la separación con alivio, aunque no lo manifiesten por el conflicto de lealtades lógico. Paulino Castells los llama los “hijos del suspiro”  a quienes se les escapa un profundo suspiro de alivio cuando se les pregunta cómo están en casa después de que se han separado sus padres. "Son los hijos del conflicto en su más alto grado de  virulencia. A los que el dulce hogar se les convirtió en un espantoso infierno.” 


Los niños son espectadores pasivos (y en algunos casos activos) del desgaste afectivo y relacional de sus padres y pueden vivir el proceso de separación y/o divorcio como vivir entre dos mares. Dos mares en los que el conflicto de los adultos se transforma en potentes olas que chocan de lleno en la afectividad y emocionalidad de los hijos.

Mark Beyebach (Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca) siguiendo la clasificación que recogen Encarna Fernández Ros y Carmen Godoy Fernández (autoras del libro Los niños ante el divorcio, 2002), y añadiendo alguna más, describe diferentes posiciones perturbadoras y patógenas en las que a menudo se encuentran los menores tras una separación y también antes y durante la misma (a continuación recojo textualmente las descripciones pues no hay párrafo que tenga desperdicio):
1.      El niño escindido
A menudo los hijos de padres divorciados se ven obligados a actuar ante cada progenitor (y a veces también ante la familia de éste) como si el otro no existiese. El adulto, dolido por la separación, ha decidido actuar como si su ex cónyuge no existiera y ha transmitido esta exigencia a su hijo. Así, la niña no se siente libre de enseñar a su padre las fotos de su cumpleaños en las que aparece su madre; el hijo esconde en un cajón el libro que el padre le ha regalado; o los hijos no se atreven a tener en su habitación fotos del progenitor no custodio. En definitiva, el menor no ha recibido el “permiso psicológico”  (Fernández Ros y Godoy Fernández, 2002) de un progenitor para relacionarse libremente y querer al otro. El resultado es que no se siente aceptado en su totalidad, por cuanto tiene que ocultar una parte importante de su vida a sus seres queridos, con el efecto de minar su autoestima y su seguridad personal.
2.      El niño mensajero
Es probablemente una de las posiciones más habituales. Los progenitores recurren al hijo para comunicarse entre ellos.  “Dile a tu madre que no puedo recogerte mañana a las 6, que vendré a las 9”, “Dice mamá que está harta de que no laves mi ropa cuando estoy contigo” o “Mamá dice que si no le pasas la pensión esta semana no vengas a recogerme el viernes” son formas muy desafortunadas de eludir la necesaria comunicación entre los padres y de implicar al hijo en el conflicto post-divorcio. Tienden a generar en el menor una gran ansiedad, especialmente cuando los mensajes que se ve obligado a transmitir son de índole más emocional y más críticos. En otros casos, el menor puede valerse de su posición de mensajero para manipular a los padres modificando u omitiendo ciertos mensajes. En este caso, el efecto negativo sobre el menor deriva del exceso de poder que se le proporciona.
3.      El niño espía
Es un grado más del niño mensajero. Aquí, uno o ambos progenitores se valen del menor para averiguar detalles de la vida de su expareja, a menudo incluso sobre detalles íntimos (“¿Cómo está con su nuevo novio? ¿Se besan mucho?” “¿Hasta qué hora salió él por la noche? ¿Sabes con quién estaba?”). El niño se ve colocado en un conflicto de lealtades, especialmente cuando percibe que quien le sonsaca puede utilizar la información contra el otro progenitor, a nivel emocional o incluso a nivel legal. A menudo, la única escapatoria de esa posición es tratar de responder con evasivas o incluso negarse a contar nada a un progenitor sobre lo que hace con el otro. Aunque eso protege temporalmente al menor de tener que “traicionar” a uno de los padres, previsiblemente aumente la incertidumbre de quien le está preguntando y genere interrogatorios más intensos o más “disimulados”. La ansiedad, el mutismo y la desconfianza de los adultos son posibles resultados.
4.      El niño colchón
En este caso, el niño asume la responsabilidad de tratar de minimizar el conflicto entre sus padres, algo que probablemente ya intentaba hacer antes del divorcio: si el padre critica a la madre por algún descuido de ésta, tratará de defenderla “sin que se note” asumiendo él la culpa; si la madre critica al padre, hará lo propio para defenderle a él. Esta posición obliga al niño a una hipervigilancia constante, `pendiente siempre de no indisponer aún más a un progenitor contra el otro. Al final, es el niño quien, desde el punto de vista emocional, se lleva todos los golpes.
5.      El niño edredón
Nos gusta utilizar esta expresión para referirnos al niño parentalizado que trata de proteger, consolar, reconfortar… al progenitor al que percibe como más débil (y que a menudo está utilizando una posición de víctima precisamente para atraer al hijo). En algunos casos, el niño o la niña llegan a suplantar el papel del otro progenitor, actuando como pequeños “mariditos” o “mujercitas” que acompañan a la madre o al padre, asumen tareas domésticas inapropiadas para su edad, etc. (Fernández Ros y Godoy Fernández, 2002).  El  problema de esta posición es que da al menor un nivel de responsabilidad excesivo para su nivel de desarrollo (Minuchin, 1974), obligándole a veces a actuar como un “adulto en miniatura” en vez de seguir viviendo de acuerdo con su etapa de niño. La hiperresponsabilidad, la obsesividad y la ansiedad pueden ser el resultado. Si el niño no llega a la altura que se espera de él, se sentirá culpable.
6.      El niño bate de beisbol
Nos referimos con este calificativo al niño al que sus padres directamente utilizan como arma para agredir al ex cónyuge. Como el padre no está comprando la ropa que la madre cree que debe comprar a su hija, la madre no le mete en la maleta el disfraz para la fiesta del colegio. El padre se reafirma en su posición y la hija acaba yendo a la fiesta sin disfraz. En respuesta, la madre se niega a modificar el horario de visitas y la niña se pierde la siguiente fiesta en el colegio. El menor no sólo sale perjudicado a nivel práctico, sino que acaba aprendiendo que sus necesidades son relegadas en virtud de la pelea entre los adultos. El mensaje de “tú no importas” repercute en la autoestima y confianza del niño.
7.      El niño invisible
Se trata del menor que es ignorado por uno de sus progenitores, generalmente el no custodio, que básicamente abandona a su hijo. En la mayoría de los casos el abandono psicológico de un menor es, o bien consecuencia del desapego o la irresponsabilidad del padre no custodio, o bien el resultado del alejamiento al que le somete el progenitor custodio. Sin embargo, en el peor de los casos esta constelación puede ser un paso más de la situación anterior: un progenitor “castiga” a su ex pareja tomando la represalia de despreciar e ignorar al hijo o hijos de ambos. El menor que sufre las consecuencias suele ser precisamente el que está más aliado al progenitor custodio. También es posible que en este terreno se diriman juegos relacionales más complejos, en los que también puede intervenir la variable de género. Por ejemplo, el padre, aliado con su hijo de 10 años, le recoge a él para las visitas pero se niega a llevarse a la niña de 8, a la que percibe como la aliada de la madre.
8.      El subversivo subvencionado
En este caso, uno de los progenitores alienta y promueve la indisciplina, desobediencia e incluso agresividad del menor hacia el otro progenitor. La forma más habitual de este escenario es el de una madre custodia que ve su autoridad parental cuestionada por un hijo… al que su padre no sólo no controla, sino que anima en su enfrentamiento con la madre. Este tipo de configuración, que tampoco es inhabitual en familias intactas, resulta mucho más grave cuando hablamos de familias divorciadas, por cuanto es aún más difícil que los padres se pongan de acuerdo para controlar a sus hijos. El resultado suele ser hijos descontrolados, agresivos e incluso antisociales."
En todas estas posiciones relacionales existe un enorme SUFRIMIENTO en los niños y niñas. Y todas ellas son forma de poner a prueba la resiliencia infantil, de resistir situaciones insostenibles, de sacar fuerzas y esperanzas buscando una felicidad difícil de encontrar si no es a veces por parte de otros adultos significativos que les tienden una mano en este navegar entre mares contrariados.
Quizá la tarea más importante que tienen que realizar es aceptar que lo mejor es que ya no vivan juntos papá y mamá. Muchos de los esfuerzos que realizan los hacen con el fin de conseguir que vuelvan a estar juntos, al precio que sea. Y evitar este sufrimiento es en gran medida responsabilidad de los progenitores. De cómo ellos gestionen la información, emociones y actuaciones en todo el proceso de separación va a depender la adaptación realista y comprensiva de los niños y niñas a esta situación con la que han de aprender a convivir. En lugar de vivir entre dos mares confrontados, es mucho mejor enseñarles a vivir en "un único mar a rayas"...
El cuento que viene a continuación, El mar a rayas, de Susana Barragues Sáinz, de la Editorial A.Fortiori (2009) ayuda a entender a los  niños y niñas que es mejor que sus papás no vivan juntos. http://afortiori-bilbao.com/pdf/Textos_mar_a_rayas_castellano.pdf

 
Un mar donde reine la armonía y el respeto no tiene que ser necesariamente un lugar donde no haya diferencias. Lo importante es que las diferencias y las distancias sean suficientemente controladas por los adultos,para que así los niños y niñas puedan entender que muchas veces es mejor vivir separados sin que ello merme lo más mínimo el afecto y amor que papá y mamá sienten por ellos. Los niños no han de ser rompeolas de los conflictos parentales. Han de aprender a ser pequeños veleros que navegan en un mar a rayas que no pueden juntarse.
Espero que os guste el cuento y disfrutéis de su lectura. En el próximo post continuo con este tema tan interesante abordando otros aspectos relacionados con la resiliencia infantil y el divorcio.
¡Feliz semana!

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