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viernes, 16 de septiembre de 2022

EL HOTEL DE LOS FANTASMAS

Un individuo alcohólico y en horas bajas decide transformar el castillo en Irlanda del que es propietario en un hotel. La cosa no termina de fructificar y, para atraer a los turistas, decide convertirlo en un complejo lleno de espíritus. Para ello instruirá a sus trabajadores que a partir de ahora interpretarán papeles fantasmagóricos para los turistas.
Con la llegada de unos americanos toda esta artimaña se desarticulará, pero justo entonces serán testigos de que en el hotel hay fantasmas de verdad. Y pronto establecerán relaciones románticas con nuestros protagonistas.
Comedia "de terror" de los 80 —en la época se facturaron unas cuantas— cuyo reclamo comercial es el protagonismo de Peter O’Toole, Daryl Hannah y Steve Guttenberg, que no funciona a ningún nivel pese al crédito de su director y guionista, Neil Jordan, al que entonces le quedaría todavía un poco para convertirse en un realizador reputado consiguiéndolo sobre todo gracias a “Juego de lágrimas”, que fue un auténtico pepinazo (nunca mejor dicho) a nivel crítica y público.
Todo hace aguas en esta película, en parte por culpa del giro de la trama poco antes de la mitad del metraje. Cuando nos creemos que estamos viendo una película de tono vodevilesco en la que unos personajes tienen que asustar a los protagonistas, aparecen unos fantasmas interpretados por la Hannah y Liam Neeson, y la cosa pasa a convertirse en una comedia romántica sobrenatural, donde humanos y espíritus cohabitan —“Esqueletear”, dicen ellos— desafiando a las leyes de la madre naturaleza, cosa que no sería tan terrible de no ser porque, si con la premisa inicial nos aburrimos como unos benditos, con la secundaria lo hacemos como unos hijos de puta. Del mismo modo, cuando la película se centra en su improbable trama romántica, el personaje de Peter O’Toole, que en su parte inicial tiene un gran peso, desaparece para dejar paso a toda la chorrada en la que finalmente se convertirá “El hotel de los fantasmas”. No solo Steve Guttenberg acabará follando con espíritus sino también su compañera, Beverly D’Angelo, que con mas reticencias terminará en brazos de un Liam Neeson segundón al que le quedaría poco para convertirse en la estrella que es hoy. Sobreactúa que da gusto.
En definitiva, se trata de una película infame justamente olvidada.
Cuando le piden cuentas a Neil Jordan, este asegura que una vez rodada, el estudio le excluyó del proceso de montaje realizando la versión que todos conocemos por su cuenta y riesgo. Él no tiene nada que ver con lo que se vio en pantalla y, asegura también, existe un montaje completamente suyo que, si bien tampoco era una maravilla, sí resultaba inmensamente superior a lo que se estrenó. Ese montaje descansa enlatado en algún sucio almacén, y como la película fue un estrepitoso fracaso que no llegó a recaudar ni la mitad de su presupuesto de 17 millones de dólares, dudo mucho que algún día vea la luz. Ni falta que hace.
Un verdadero espanto.

sábado, 13 de agosto de 2022

CALÍGULA

Por lo que a mi respecta, "Calígula" representa el epítome de la libertad y osadía del cine típicamente setentero. Solo en ese periodo tan fascinante podría haberse concebido semejante locura. Una película histórica sobre los desmanes de un emperador romano, producida por una revista para pajilleros ("Penthouse"), con un pastizal invertido en su creación (incluidos decorados enormes y barrocos), actores de categoría y un contenido hasta las trancas de sexo explícito, violencia y mucha mucha sordidez. Unas maneras ya no imposibles de ver una década previa, o
posterior (más enfocada al espectáculo despreocupado destinado a complacer al espectador), directamente impensable en los tiempos que corren. Solo por eso, merece considerarse... lo que no quiere decir, ni por el forramen, que estemos ante una obra de arte o algo así.
Obviamente, por todo ello, las historias en torno a la confección de "Calígula" son cientos. Podría pasarme horas desgranándolas aquí, pero no tengo ganas. Busquen en Imdb o cualquier fuente afín y podrán empaparse. Baste resumirlo en que, una vez terminada, algunos de sus actores, su director original (Tinto Brass), el autor del supuesto texto adaptado (el mega-reputado Gore Vidal), los críticos (Roger Ebert se piró del cine a media peli, cabreadísimo, ¡¡ja!!) e incluso parte del público (iba para exitazo, pero fue retirada de las salas en medio del subidón. Todavía sigue prohibida en algún lugar) echaron incontables pestes de ella, renegaron de su mera existencia, soñaban con desvincularse y salían por la tele pidiendo que nadie fuese a verla. Un super-escándalo.
Narrativamente la cosa no tiene mucho truco. Asistimos al ascenso y caída de Calígula como emperador. Entre medias, unas pocas intrigas palaciegas, muchas judiadas por la espalda, algo de truculencia y sexo, sobre todo muuuucho sexo. Tetas, coños, culos y una incontable cantidad de pollas. Pero hasta hartar. "Calígula" es pura lascivia. Desde el primer al último fotograma. Y repito, no solo hablo de erotismo, hablo de explícita pornografía. Vemos mamadas y comidas de coño (incluidas de naturaleza gay), corridas, alguna penetración y hasta una meada. Sin medias tintas. Todo ello envuelto en un aire como a peli de mucha categoría, incluso artística (con una bonita banda sonora, destacando el tema romántico y el que abre el film, de procedencia clásica). Claro, la mezcla es tremenda e irresistible para aquellos que adoren la rareza, el fruto prohibido, la arqueología de tiempos que no volverán. Por lo demás, no les voy a engañar, es un tostón. Larga, lenta y aburrida. Únicamente nos mantiene despiertos el elemento "sleaze". La acumulación de barrabasadas e instantes shock (donde también asistimos a un parto totalmente real), a cada cual más cafre. Aquellos estrictamente pornográficos fueron rodados e insertados por el mecenas de "Penthouse" a espaldas del reparto. De ahí los lógicos mosqueos. Este viene compuesto por nombres tan sorprendentes como los de Peter O´Toole o John Gielgud. Malcom McDowell haciendo del personaje titular, e ideal, teniendo en cuenta su habitual tendencia a interpretar tíos raros y chungos (razón por la que, justo después, aceptó un rol tan opuesto en la estupenda "Los pasajeros del tiempo"). La hermosa Helen Mirren, aireando sus dos enormes tetazas. Y en el apartado curiosidades, John Steiner, al que luego veríamos en chorromil exploitations italianos.
Naturalmente, tanta mandanga sensacionalista solo podía atraer a las moscas igual que lo hace la caca. Y en este caso fueron un puñado de cineastas de baja estofa y mentalidad explotativa que comenzaron a producir sucedáneos semi-pajeros con el nombre de "Calígula" en el título o, en su defecto, ambientación romana de tirón sexy, valga como ejemplo "Calígula y Mesalina" o "Roma: Orgía imperial" del inevitable Bruno Mattei, "Una virgen para Calígula" del "especialista" Jaime J. Puig -suyas son las dos entregas de "Bacanales Romanas", de donde "Una virgen para Calígula" recicla parte del material-, o "Roma. L'antica chiave dei sensi" del especialista en cine pajero Lorenzo Onorati, usando el nombre de Lawrence Webber. Tal vez el más destacado sea Aristide Massaccesi, que bajo el alias de David Hills se sacó de la manga "Caligola: La storia mai raccontata", 
titulada en España por José Frade muy sabiamente como "Calígula 3: la historia jamás contada" (lo que nunca he sabido es donde anda "Calígula 2", posiblemente se refiera a "Calígula y Mesalina", que era la más descarada del pack -incluso en su cartel, donde podemos hablar de plagio puro-) Pal caso, al emperador loco lo interpreta David Brandon, el histriónico director de teatro orejudo en "Aquarius". Y, justamente, el responsable directo de aquella, el gran Michele Soavi, se marca un papelito y, además, fue "secretario de montaje" durante su confección. Casiná.
Hoy se dice, se comenta, que toda la mala prensa acarreada por Calígula -el emperador romano, no la película- podría ser mentira. Que caía gordo al senado y, tras su muerte, se dedicó a escribir las trolas más enfermizas y despiadadas con intención de pintarlo como un monstruo de cara a la historia. Hicieron un buen trabajo, la verdad. Nunca sabremos si estaba así de pillao, pero desde luego resulta mucho más divertido pensar que sí. Tal ha sido su peso que incluso inspiró la creación de uno de los villanos más míticos de los tebeos de "Juez Dredd" -de cuando eran buenos- un juez supremo rubio, medio psicópata y que otorga un puesto de responsabilidad a un pez, igual que, se supone, Calígula hizo con un caballo al que nombró cónsul y sacerdote. Aquel personaje respondía al ingenioso nombre de "Juez Cal". Tampoco podemos pasar por alto la simpática canción que los "Dickies" le dedicaron en 1989.
Mi anécdota personal en torno a "Calígula" se sitúa a finales de los ochenta, estudiando primero de BUP. Eventualmente organizábamos pases de películas interesantes para el alumnado. Al ser yo responsable de seleccionarlas, cayeron "Curso 1984" y, obvio, la reseñada. Les aseguro que aquel pase fue un éxito de asistencia. Vinieron hasta los profesores. Y nadie habló ni, casi casi, se marchó durante el visionado. Me senté en primera fila, orgulloso de mi victoria, y a ratos echaba la vista atrás para inspeccionar las caras de asombro del personal. En un momento dado, una chica exclamó "¿Pero quién es el pervertido que ha puesto esto?" Supongo que algún profesor sería abroncado porque nunca hubo más proyecciones. ¿Se imaginan repetir tal hazaña en 2022?

sábado, 19 de agosto de 2023

THE COMIC

No han sido pocas las veces que en este blog, y otros medios, hemos lamentado la incursión de herramientas digitales en el "séptimo arte". Somos conscientes que, actuando de tal modo, parecemos un par de viejas amargadas y llenas de manías. Pero es que, por mucho que lo intentemos, y por muy abierta que tengamos la mente, los ejemplos que nos van llegando de lo que podría denominarse "cine digital" no hacen más que demostrar lo justificado de dicha tirria. Dejando a un lado todos aquellos jovenzuelos pringadillos con más ansias de autodenominarse "filmmaker" que de facturar algo mínimamente decente o interesante con su jodido móvil, lo más crispante afecta a los veteranos. Directores de cine que activaron sus respectivas carreras en tiempos de celuloide, de un coste mínimo + un empeño máximo, de cuando facturar largometrajes era un pelo, y digo un pelo, más difícil, y no se hacía con la chorra. De cuando la etiqueta "trash" o "mala pero divertida" tenía sentido porque el esfuerzo, tanto humano como creativo, obligaba a dar lo mejor de uno mismo... si lo había. Si no lo había, era ya una cuestión de ADN. Pero desde luego, nada impostado. Dicho de otro modo, los años más "gloriosos" de Ted V Mikels, Doris Wishman, Ray Dennis Steckler, Herschell Gordon Lewis, Jesús Franco o Ulli Lommel. Cineastas que, llegado cierto momento, se quedaron sin montante. Nadie quería prestarles un chavo para llevar adelante sus delirios. Y se vieron obligados al retiro (o al frenazo, caso de Franco). Hasta la nefasta aparición de las herramientas digitales, descubriendo así que, no solo podían volver a hacer películas invirtiendo cantidades irrisorias -incluso facturarlas desde su puta casa, montando con el ordenata-, además eran totalmente libres. Sin dar cuentas a nadie, a ningún productor o distribuidor. Iban a hacer literalmente lo que les diera la santísima gana, demostrando al mundo -por fin- su genialidad. ¡Ouch! fatídico día aquel. Porque muchos de ellos -¿todos?- eran en realidad unos patatas. Siempre lo fueron. Y solo la intervención de un productor que les frenaba los desmanes de ego descontrolado o, por contra, un montador profesional dispuesto a repararles sus muchas cagadas, daban como resultado películas malísimas... pero con encanto, y "algo" que las hacía medianamente digeribles. Bien, la tecnología digital lo mató. Lo destruyó. Defecó en ello.
Lo sé, lo sé, no es esta una teoría muy popular. Pero, oiga, dejémonos de monsergas. Es así. Vale ya de romanticismo barato. Vale ya de dárselas de "cool" por adorar a incapaces con una cámara. Las obras de todos estos señores eran basurilla, lo que hizo la herrumbre digital fue aumentar el pestufo.
Por supuesto estoy hablando de "películas" de naturaleza "exploitation", cuyo fin es hacernos picar a través de un póster y una trama totalmente engañosos/as. Cine comercial en el sentido más puro del término. Destinado a complacer los bajos instintos de una audiencia. Si esos caballeros querían dárselas de artistas y hacerse video-pajas, pues que tuvieran la decencia de no tomar el pelo a nadie, asumiendo su condición "experimentosa" y, por tanto, minoritaria o directamente marginal. Un poco de honestidad, porfaplis.
Y ese es, exactamente, el caso de Richard Driscoll. Británico que debutó como director en el sagrado año 1985 con una cosa rarísima titulada "The Comic". Tras un par de films más, abandonó el cine. No hizo prácticamente nada durante los 90. Retomándolo en los 2000 gracias al despuntar de las nuevas tecnologías. Entonces, se puso a producir frenéticamente auténticas vasuras, con v de vídeo, innombrables e insoportables en su negación. Absolutamente deprimentes. Como esa secuela ilegal de "Grindhouse" titulada "Grindhouse 2wo" en la que una Linnea Quigley dolorosamente patética, situada frente a un croma, horriblemente maquillada de enfermera loca y leyendo muy descaradamente sus frases de una cartulina fuera de foco, introduce historias que no hay quien salve. Cuando los productores del "Grindhouse" original se enteraron, advirtieron a Driscoll que cambiara el título o le caía una demanda, de ahí que luego existiera otra versión (o a-versión) titulada "Grindhouse Nightmares". También tenemos "Eldorado 3D", batiburrillo protagonizado por un alcohólico y muy acabado Michael Madsen (porque resulta que Driscoll es mmmmuuuuyyyy fan de Tarantino, llegando a imitarle y parodiarle obsesivamente) que llevó a su director a la cárcel por evasión de impuestos. Salió un poco antes acompañado de un tío que se vendía como productor. Malas compañías. O compañías de inexplicable origen. Nadie comprende como Driscoll ha logrado, a lo largo de su carrera digital, contar con Peter O´Toole (ya muy maltrecho, y grabado en plan plano fijo + croma), Daryl Hannah, David Carradine, Jeff Fahey, Patrick Bergin, Brigitte Nielsen, Steve Guttenberg, Bill Moseley, Caroline Munro o el genial cómico Rik Mayall. Es decir, sí se comprende porque en la mayoría de los casos son gente que estaba ya muy pocha (de hecho, Moseley vivió una experiencia semejante -o peor!!- con "Mugworth"), y sus papeles se reducen casi a cameos (o a la voz, caso de Christopher Walken, y a saber si no estaba mangada de otro sitio). Pero es que el nivel de Richard Driscoll es TAN BAJO, que incluso estos nombres desentonan. Parece mentira que disponga de películas reales en su filmografía, con cara y ojos, rodadas en celuloide, haciendo gala de cierto esforzado estilismo. Lo que lleva pariendo los últimos años es más propio de un debutante sin muchas luces, ni muchas ideas, que se limita a seguir tendencias como una oveja inculta + descarriada, desesperada por sumar el mayor número posible de "clicks" en las plataformas de rigor, y deben toda su existencia a la economía de lo digital (vamos, un Dustin Ferguson cualquiera).
"The Comic" 
ya daba pistas de lo que estaba por venir. Driscoll hace gala de una auténtica negación a la hora de contarnos una historia. De entretenernos, darle algo de ritmo y lustre a su epopeya. Viéndola no te enteras de mucho. Y de lo que te enteras, tampoco merece demasiado la pena.
Digamos que estamos en un futuro Orwelliano. Hay un cómico de "stand up" que lo peta en los locales de moda. Y luego otro que se muere de envidia. Tanta como para provocar un asesinato. El cómico aspirante se carga al cómico de éxito y le quita el puesto. Afortunadamente algo de talento tiene, por lo que el público le adora y todo comienza a coger mejor color. Aparece una chavala que termina liada con él. Se aman, tanto como para tener una hija. Sin embargo, nos hacen saber que en realidad todo es el plan de una mano oculta para que la pava manipule al protagonista una vez lo tenga bien agarrado. Solo que no procede. Y aquel es detenido por una policía de tintes fascistoides -suponemos que por el asesinato del cómico famoso-, llevado a prisión y torturado. Entonces, la mujer se da a las drogas y la mala vida. Y... er.... ¿¿qué demonios me estás contando??...
De las muchísimas batallitas hilarantes protagonizadas por Richard Driscoll, ahí va mi favorita: Fue invitado a proyectar "The Comic" en una maratón de películas de terror. Llegado su momento, el público presente comenzó a aullar tan mosqueado y con tal fuerza, que el director se vio obligado a detener la proyección y salir por patas con las latas bajo el brazo. En su lugar pusieron "Terroríficamente muertos". No me sorprende lo más mínimo, "The Comic" queda lejos de ser terror. En realidad, es una especie de thriller con ribetes "artys", o de autor, tirando a indigentes. Muy "ochens" -como dicen los modernos- en lo estético (niebla a porrillo, luces de colores...) y en "tics" tan propios de la época como ese especie de video-clip que nos cuelan en medio de la película.
Lo cierto es que muchos de estos "filmmakers" provocan antipatía. Si fuesen seres humanos humildes y sin ínfulas, podríamos incluso disfrutar de sus cagadas audiovisuales por bien intencionadas, simpáticas, apasionadas, etc (por ejemplo, H.G.Lewis. Es cierto que le podía más el vil metal que nada, pero al menos sabía lo que hacía y no se tomaba en serio a sí mismo). Desafortunadamente, la mayoría gastaban un ego que espanta. Les perdía la soberbia. Se creían grandes artistas, genios incomprendidos. Y el caso de Richard Driscoll roza lo tolerable. "The Comic" es hasta pretenciosa. Y eso, cuando el talento está al nivel del cero absoluto, no se perdona. Para muestra, un botón: al concluir el aborto, el tipo da las gracias a aquellos que le ayudaron a finiquitarlo. El tamaño de las letras de su nombre -además subrayado- en comparación a las del mensaje, lo delatan.

sábado, 18 de febrero de 2023

PHANTOMS

En sus primeros pinitos, Ben Affleck daba el pego como jovenzuelo sufriendo alguna clase de crisis romántica o de identidad, pero si lo metías encabezando un reparto en plan estrella o semi-héroe de acción, comenzaban a aflorar todas sus limitaciones. Una sosería, una falta de carisma, y una limitadísima colección de expresiones faciales que daban grima. Es algo que detecté recientemente tras revisar la flojita-pero-pasable "Operación Reno". Viéndola se me despertó el recuerdo de "Phantoms", producidas ambas por la discutible "Dimension Films", compañía creada por los hermanos Weinstein y centrada exclusivamente en producir un tipo de cine que detestaban (de género, básicamente)
Pasé de consumir "Phantoms" en salas y fui directo al alquiler. Como ya ocurría con muchas, y sigue ocurriendo, arrastraba fama de ser un mojón de cuidado, risible. Una vez apretado el "Play", lo que vi no me pareció tan terrible. Especialmente esos primeros 30 minutos con los que, incluso, pasé algo de miedo. Miedito, si lo prefieren. Luego sí, la cosa se desmadra y pierde enteros. Pero el arranque molaba. Con tal idea anclada en el cerebelo, volví a verla unos años después y, esa vez, no me funcionó. Así que, como se suele decir, a la tercera va la vencida. Y eso ocurrió ayer noche.
Un par de jovenzuelas, y un grupo de policías, recalan en un pueblo inexplicablemente desierto situado en medio de las montañas. A este misterio hay que añadir la presencia de algún que otro cadáver, de imprevistos apagones, extraños ruidos en plena noche y un bicho de aterrador aspecto. ¿¿Qué demonios está pasando??. Puede que la clave resida en el nombre que alguien dejó escrito en un espejo y hace referencia a, por un lado, una maldad infinita de abstracta presencia y, por otro, el tipo que habló de ella en una sucia revista sensacionalista.
Normalmente el cine norteamericano adscrito al terror hace gala de un mismo defecto: Comienza muy bien, con una trama interesante que te atrapa y entretiene a lo largo de, pongamos, 45 o 60 minutos, hasta que, llegado un punto, los autores del guion, el director y demás peña implicada se ven incapaces de seguir. Cuando toca aclarar el misterio, resolverlo, todo cae en picado y te deja mal sabor de boca. Bien, el caso de "Phantoms" es ese mismo, salvo por un detalle: Se desploma bastante antes de lo habitual. La respuesta al enigma es un pelo confusa y no funciona. Los estallidos de efectos especiales -tan inevitables ya entonces- cargan las tintas de lo que en principio era suspense puro. Y la resolución es de manual. Vamos, que sin alcanzar el nivel de ñorda, queda como una cosilla tirando a mediocre, visible si no tienes nada mejor que hacer.
Siendo como era una producción de 1998, su estreno coincidió con el auge del "nuevo slasher" impulsado por el éxito de "Scream, vigila quien llama", no en balde parida por "Dimension Films" (y compartiendo parte del reparto) Cosa esta delatada por el póster original. Los que estuvieron allí recordarán que el film de Wes Craven impuso ese diseño basado en anteponer el -guapo- rostro de los protagonistas a cualquier otro elemento.
Escribe el reconocido autor de terrores Dean R. Koontz, quien adapta su propia novela. Dirige Joe Chapelle, que venía de rodar la espantoide "Halloween: La maldición de Michael Myers" y no haría gran cosa más, terminando con sus huesos en la tele. Si se fijan en los créditos finales, descubrirán un agradecimiento a Peter Jackson y "un tal" Bud Cardos como uno de los transportistas. Según "la secretaria" sí se trata de ESE Bud Cardos, quien se supone ejerció como tal en una larga lista de títulos. Curioso.
Las influencias en "Phantoms" de otras películas previas y mejores cantan como una almeja, tenemos "La Cosa", "El terror no tiene forma" y el "gag" final parece la combinación perfecta entre los desenlaces de "Aullidos" y "En los límites de la realidad".
Completan el reparto un cargante Liev Schreiber, una morbosa Rose McGowan y un Peter O´Toole totalmente desubicado (más incluso que en esta ocasión). En cuanto a Ben Affleck, la madurez le ha beneficiado en todos los aspectos, tanto física como interpretativamente.