Náufragos Celestes

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viernes, 12 de agosto de 2011

Persecución (2)

Miró hacia abajo y solo había concreto, sintió ganas de volar y encontrarlo pero se había esfumado...¿donde estaría? ¿lo había visto en verdad o era solo su imaginación?
Danielle corrió por la plaza y la gente la veía pasar con extrañeza; uno a uno los faroles se encendieron imitando a las estrellas que comenzaban a aparacer en el cielo púrpura...si fuese necesario lo perseguiría toda la noche. Necesitaba abrazarlo, decirle lo que pensaba, necesitaba tener esa oportunidad antes de cualquier otra cosa...
Él ya había dejado de ser él, era otro, un desconocido, un extraño, un velado...
Poco a poco las calles se despejaron y solo quedaron los amos de la noche, altos y luminosos, rodeados de lobreguez y opacidad.



jueves, 14 de abril de 2011

Persecución

Ella no pudo evitarlo, te lo dijo pero tú solo tenías oídos para ti mismo. El mensaje se borró como si fuese escrito sobre agua y ahora no hay nadie que lo recuerde. Danielle corrió y pasó bajo el puente a un lado de la catedral; tenía que alcanzarlo, de otro modo...mejor ni pensarlo...
Creyó verle en una terraza, corrió a toda velocidad pero cuando llegó allí solo se encontró con el viento...

jueves, 26 de agosto de 2010

Historia de miaus

Historia de Miau

Un samurai, feroz guerrero, pescaba apaciblemente a la orilla de un río. Pescó un pez y se disponía a cocinarlo cuando un gato, oculto bajo unas matas, dio un salto y robó su presa.

Al darse cuenta, el samurai se enfureció, sacó su sable y de un golpe partió al gato en dos. Este guerrero era un budista ferviente y el remordimiento de haber matado a un ser vivo no le dejaba luego vivir en paz.

Al entrar en su casa el susurro del viento en los árboles murmuraba miau. Las personas con las que se cruzaba parecían decirle miau. La mirada de los niños reflejaba maullidos. Cuando se acercaba sus amigos maullaban sin cesar. Todos los lugares y las circunstancias proferían miaus lancinantes. De noche no soñaba más que miaus. De día, cada pensamiento o acto de su vida se transformaba en un miau. El mismo se había convertido en un maullido...

Su estado no hacía más que empeorar. La obsesión le perseguía, le torturaba sin tregua ni descanso. No pudiendo acabar con los maullidos, fue al templo a pedir consejo a un viejo Maestro zen.

- Por favor, te lo suplico, ayúdame, libérame.

El Maestro respondió:

- Eres un guerrero, ¿cómo has podido caer tan bajo? Si no puedes vencer por ti mismo los miaus, mereces la muerte. No tienes otra solución que hacerte el harakiri. Aquí y ahora.-y añadió-: sin embargo, soy monje y tengo piedad de ti. Cuando comiences a abrirte el vientre, te cortaré la cabeza con mi sable para abreviar tus sufrimientos.

El samurai accedió y, a pesar de su miedo a la muerte, se preparó para la ceremonia. Cuando todo estuvo dispuesto, se sentó sobre sus rodillas, tomó el puñal con ambas manos y lo oriento hacia el vientre. Detrás de el, de pie, el Maestro blandía su sable.

- ha llegado el momento-le dijo-, empieza.

Lentamente el samurai apoyó la punta del cuchillo sobre su vientre. Entonces, el Maestro le preguntó:

- ¿Oyes ahora los maullidos?

- Oh, no.¡ahora no!

- Entonces, si han desaparecido, no es necesario que mueras.

En realidad, todos somos muy parecidos a ese samurai. Ansiosos y atormentados, miedosos y quejosos, la menor cosa nos espanta. Los problemas que nos preocupan no tienen la importancia que les otorgamos. Son parecidos al miau de la historia.


Ante la muerte, ¿qué cosa hay que importe?

---> http://mushindojo.com.ar/


Historia de miaus

martes, 10 de agosto de 2010

El verdadero valor de las cosas


Vengo, Maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El Maestro, sin mirarlo, le dijo:

- cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después... - y haciendo una pausa agregó si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

- e...e...encantado, Maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

- Bien -asintió el Maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.




El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al Maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

- Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

- Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el Maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

- Dile al Maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

- 58 monedas??! -Exclamó el joven.

- Sí -replicó el joyero- yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a casa del Maestro a contarle lo sucedido.


- Siéntate -dijo el Maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.