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lunes, 23 de enero de 2017

ESPECIAL KIRK DOUGLAS (II): ULISES (Ulisse de Mario Camerini, 1954)

La estructura de “La Odisea” ha servido de referencia para multitud de guiones y la propia leyenda ha sido objeto de numerosas versiones. La más conocida sin duda es la dirigida por Mario Camerini, un proyecto que se llevó a cabo en los estudios de Carlo Ponti y Dino de Laurentiis. Ambos productores aseguraban en los créditos que los exteriores fueron rodados donde ocurrieron los hechos que se relatan, algo que no deja de ser curioso cuando el poema de Homero es una leyenda con mucho de fantasía y poco de realidad, tal como corresponde a la mitología griega:


La cinta arranca cuando Ulises (Kirk Douglas) sale victorioso de Troya desafiando a Poseidón. Esta afrenta complicará bastante el regreso del héroe hacia Ítaca donde le espera su mujer Penélope (Silvana Mangano) y su hijo Telémaco (Franco Interlenghi). En  el viaje, Ulises se las tendrá que ver con tempestades, cíclopes, sirenas que vuelven loco a los navegantes y, sobre todo, con Circe, una hechicera que lo enfrentará con la muerte y provocará la separación entre Ulises y su tripulación. Mientras tanto, Penélope se ve incapaz de rechazar al insistente pretendiente Antinos (Anthony Quinn).

Debido a lo limitado del metraje y al condicionante de la actriz principal, la trama omite, mezcla y cambia el orden de los distintos episodios que cantó Homero en su obra inmortal. A pesar de las mutilaciones y los cambios en el guión, la epicidad de la historia seguía intacta. Una epopeya, y un abultado presupuesto, que requería actores del mismo tamaño. De ahí el espectacular casting internacional encabezado por dos estrellas de la categoría de Kirk Douglas y Silvana Mangano.

Con Kirk Douglas y su personaje de Ulises sucede lo mismo que con Charlton Heston y Moisés: no nos imaginamos a otro intérprete en el papel del héroe griego. Su tendencia al histrionismo encaja como un guante en el carácter del aventurero; y su afición por el sufrimiento también. La colección de personajes que ha interpretado Kirk Douglas parece que se subliman por la aflicción física y psíquica que padecen. De hecho, una de las secuencias bandera de la película es aquella en la que un Ulises masoquista —casi un anticipo de otro de sus roles como sufridor: Van Gogh en El loco del pelo rojo (Vincente Minnelli, 1956)— está a punto de perder la razón cuando intenta resistir a los encantamientos de las sirenas amarrado al mástil.


De Laurentiis y Ponti no sólo se rodearon de buenos actores, sino que contrataron al mejor músico de su país, Alessandro Cicognini, y al director de fotografía, Harold Rosson, un prestigioso operador que había trabajado con los más grandes, pero que su principal virtud era el haber participado unos meses antes en el rodaje de Mambo (Robert Rossen, 1954). Una cinta donde ya había enfocado con su cámara a Silvana Mangano, con los sensuales resultados que todos recuerdan. En Ulises, la fotografía de Rosson es luminosa, como lo es la costa mediterránea. Es radiante cuando el héroe disfruta de sus vacaciones obligadas por la pérdida de memoria. Sólo se vuelve oscura en la tempestad, en la cueva de Polifemo o en los aposentos de Circe. También en Ítaca, para expresar el encierro voluntario y la angustia de Penélope que no sabe cómo deshacerse de los nobles que desean casarse con ella.

Como se ha dicho, la cinta de Camerini es la más conocida de cuantas se han realizado sobre la epopeya, y probablemente la de mayor calidad de las rodadas por el director después de la Segunda Guerra Mundial. Un cineasta que había llegado a la cumbre de su carrera en el Ventennio nero, en la etapa fascista, con aquellas excelentes comedias populares interpretadas por Vittorio de Sica. Con Ulises, Mario Camerini volvió a encontrarse con la fama, sólo que en esta ocasión el éxito fue de alcance mundial.


Fer ficha de Ulises.

El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Ulises en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas



lunes, 11 de abril de 2016

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (X)

Como hemos visto, Hawks se tomó la primera revisión de Río Bravo de una forma más relajada, quizás debido a su avanzada edad (70 años). Puede que también por esa razón sus personajes principales parezcan más cansados, además de limitados físicamente. Thornton llega a decir al final que está harto de andar de un lado para otro alquilándose al mejor postor y decide quedarse en El Dorado junto a su amigo. Para Carlos Aguilar, el largometraje “es un canto nostálgico sobre los tiempos irrecuperables, con la terrible amenaza de la senectud” (2011, p.504). Esa visión crepuscular, por otro lado tan habitual en el género en la década de los sesenta,[1] se refleja en los créditos,[2] en la música de Nelson Riddle[3] y en algunos encuadres, de nuevo fordianos, como el de la despedida entre Thornton y Maudie, con la puesta de sol como escenario (4.44).

4.44

Una imagen muy bien fotografiada por Harold Rosson, que hace un excelente trabajo con las tomas nocturnas, tan bueno como el de Russell Harlan; aunque diferente. Rosson ilumina más los rostros de los actores y emplea unos tonos cromáticos más reales que los de su antecesor. Hawks quedó contento con el trabajo de su operador, si bien, por sus palabras, entendemos que trabajó mejor con Harlan que con Rosson: “Alguien empezó a hablar de Óscar y él (Rosson) comenzó a trabajar cada vez más despacio, y al final me sacaba de quicio” (Bogdanovich 2007, p.296). 

Problemas de velocidad aparte, en El Dorado, Rosson también sigue al pie de la letra las directrices del cineasta y se ocupa de que el objetivo sea lo más transparente posible. Como en Río Bravo, Hawks sólo altera su propio criterio cuando el peligro se cierne sobre los protagonistas: vuelve a los travellings nocturnos cargados de suspense en los mismos decorados que la cinta original,[4] y a los picados extremos bajo el punto de vista de los villanos como en la secuencia del tiroteo en la iglesia. Quizás la fotografía de El Dorado sea menos expresiva que la de Río Bravo, pero resulta del todo adecuada y consecuente al tono que Hawks quería darle a la cinta: más suave en todos lo sentidos.

Hawks se muestra igual de reposado, más comedido, a la hora de desarrollar las relaciones de pareja. El personaje de Maudie tiene una presencia inferior a la que tenía Feathers en Río Bravo. Interpretado por Charlene Holt,[5] Maudie no es una jugadora de cartas como su antecesora, pero ha vivido en ese mundillo cuando Hawks la presenta como viuda de un tahúr. Como apuntan varios autores, Maudie es Feathers después de siete años, los que transcurren entre una película y otra: ya está asentada en el pueblo y además ha tenido una relación tanto con Thornton como con Harrah. Hawks recupera su característico conflicto de parejas —ausente en Río Bravo—, pero de acuerdo al tono relajado de la película, lo hace de forma desdramatizada, casi anecdótica, entre bromas de los tres implicados.

4.45

 Mientras tanto, el realizador deja su habitual subtrama de guerra de sexos para los más jóvenes, James Caan y Michele Carey. El encuentro entre Mississippi y Jodie tiene lugar en un granero cuando el primero cree que se enfrenta a uno de los pistoleros de Jason (4.45). Es una secuencia que recuerda a la famosa escena de Jane Russell en El Forajido, pero sin la misma carga erótica de aquella cinta de Howard Hughes donde la actriz enseñaba algo más de lo permitido mientras “luchaba” en un pajar.

Aunque ninguna de las dos parejas, Wayne-Holt y Cann-Carey tienen demasiada importancia en la trama, si es significativo el empleo por parte de Hawks de mayor número de personajes femeninos, algo que venía haciendo desde la finalización de Río Bravo: tanto en Hatari! como en Su juego favorito y en Peligro… Línea 7000, Hawks utilizó a varias mujeres en distintas subtramas. En especial en la última cinta donde se narran tres historias de tres pilotos y sus correspondientes parejas, y donde Charlene Holt hace un papel secundario.

4.46

Fue precisamente en Peligro… Línea 7000 donde Hawks descubrió a la joven promesa que era James Caan, un actor que apenas había participado en un par de películas. Caan hace en El Dorado un buen trabajo encarnando a Mississippi, personaje que transcurre en la misma línea que el filme: se presenta dramático para luego transformarse progresivamente en cómico (4.46). Al parecer, el actor no sabía que estaba interpretando un papel de comedia y continuó con su registro, digamos serio, durante todo el metraje. Compañeros y personal del equipo de rodaje se reían de él hasta que en el preestreno por fin se dio cuenta de lo que estaba pasando. Al preguntarle a Hawks por qué no le había avisado antes, el director le dijo: “Lo habrías estropeado. Habrías tratado de ser gracioso” (McBride 1988, p.157).

De la misma forma que en Río Bravo faltaba la referencia al triángulo amoroso y Hawks la incluyó en El Dorado, el director hizo lo propio con otro de sus temas preferidos: el del aprendizaje. Nos referimos al vínculo que se establece entre Wayne y Caan, más reconocible en la filmografía del director que el expuesto en Río Bravo entre Wayne y Ricky Nelson. Aunque ambas son relaciones de amistad, la primera es la más habitual en Hawks, la basada en la enseñanza, en los consejos del pistolero veterano al joven inexperto.

Si en Río Bravo, Hawks logró reunir a todos los caracteres utilizados en su carrera, en el conjunto de los dos westerns consiguió, además, exponer la mayoría de las temáticas que definían las relaciones entre ellos. Como dice Quim Casas: “El Dorado y Río Bravo, son dos obras maestras que se implican la una en la otra, complementándose a la perfección y necesitándose mutuamente” (1998, p.376). Algo que, desgraciadamente,  no ocurrió con Río Lobo.






[1] Con películas que van desde El Hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who shot Liberty Valance de John Ford, 1962) a Grupo Salvaje (Wild Bunch de Sam Peckinpah, 1969).
[2] Son cuadros de Olaf Wieghorst, al que Hawks le reserva un pequeño papel de armero sueco. Como dice Quim Casas, Hawks parece contemplar el western a través de las estampas de Wieghorst “como si fuera ya historia” (1998, p. 393).
[3] La letra del tema “El Dorado” es de John Gabriel. La canción, compuesta también por Nelson Riddle, la interpreta George Alexander en los créditos y acompaña a la acción a lo largo del metraje para subrayar el tono nostálgico.
[4] Los exteriores de El Dorado se rodaron también en Tucson.
[5] Charlene Holt ya había trabajado con Howard Hawks en sus dos películas anteriores: Su juego favorito y Peligro… Línea 7000. Fue descubierta por el director cuando Hawks la vio en televisión en un anuncio de barra de labios. La actriz se ganaba la vida como modelo después de haber liderado varios concursos de belleza.



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