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lunes, 21 de febrero de 2022

2 X 1: "EL PRESIDENTE" y "UN MONO EN INVIERNO" (Henri Verneuil)

El presidente (Le président, 1961)


Sin abandonar la serie de cintas que el finado Bertrand Tavernier eligió para su muy recomendable Las películas de mi vida (Voyage à travers le cinéma français, 2016), seguimos hoy con otro par de filmes nombrados por Tavernier en el documental, de nuevo protagonizados por Jean Gabin (leer aquí las otras dos cintas reseñadas anteriormente). En esta ocasión, Gabin fue dirigido por Henri Verneuil, director nacionalizado francés, pero armenio de nacimiento, en dos largometrajes muy atractivos y diferentes entre sí a comienzos de los años sesenta.
El primero, El presidente, se basa en la novela homónima de Georges Simenon. No es un caso del comisario Maigret, aunque sí lo protagoniza el mismo actor que otras veces encarnara al celebre policía: Gabin es ahora un expresidente de Francia, jubilado, de salud delicada, pero aún con influencia en las esferas de poder. La inminente visita del candidato a primer ministro, Philippe Chalamont (Bernard Blier), y las memorias que Gabin está escribiendo, le hacen recordar dos delicados momentos del pasado en el que tuvo que lidiar con Chalamont mientas estaba en activo.

La estructura narrativa, por tanto, se fractura un par de veces cuando la trama recurre a sendos flashbacks con el enfrentamiento entre los dos políticos como tema central. El primero trata de la decisión de devaluar la moneda y del uso especulativo que hace Chalamont con la información obtenida gracias a su posición privilegiada; y la segunda se centra en la batalla dialéctica entre ambos líderes en el parlamento galo respecto a las ventajas e inconvenientes de la Unión Europea.

 

La cinta tiene cierto aire crepuscular, y quizás por eso recuerda mucho a la excelente El último hurra (The Last Hurrah, John Ford, 1958), con otro político (Spencer Tracy) como protagonista, de pelo blanco y en su última campaña. Un veterano en sus últimos días, también viudo como Gabin, pero igual que él todavía con carácter y la fuerza necesaria para enfrentarse a sus enemigos con vigor.

En El presidente, el realizador maneja con soltura la cámara, tanto en los espacios cerrados, con el regate corto de los dos actores, como en el parlamento abarrotado y con encuadres generales donde se desarrolla la mejor secuencia de todo el filme. Es el discurso antológico de Jean Gabin abogando por la entrada en la Comunidad Económica Europea. En ese sentido, se trata de una película de época, si se quiere costumbrista y de cierto aire propagandista, con la recién creada CEE como centro de atención. Aun así, la trama política es de lo más actual. No hay más que ver a diario las noticias de los informativos.


 

Un mono en invierno (Un singe en hiver, 1962)

El segundo largometraje de Verneuil tiene de nuevo a Jean Gabin como protagonista esta vez acompañado de Jean-Paul Belmondo en plena explosión como actor. Basada en otra novela, en este caso de Antoine Blodin, Un mono en invierno cuenta la historia de Albert (Jean Gabin), el dueño de un restaurante-hostal, bebedor durante la guerra y la ocupación alemana, que en su vejez echa de menos sus viajes por oriente. Al final de la contienda, Albert le promete a su mujer dejar la bebida y, desde entonces, se mantiene sobrio. La llegada del joven Gabriel (Jean-Paul Belmondo), que busca a su hija, lo cambia todo.

Albert se deja engatusar por las aventuras que cuenta el joven, que dice ser un famoso matador de toros y ensalza todo lo español. Ambos se emborrachan una y otra vez y montan la de San Quintín en el pueblo con fuegos artificiales y todo. Mientras tanto, a la mujer de Albert no le queda más remedio que dejar que su marido se desfogue, y que eche una cana al aire (en realidad muchas canas, tantas como blanco es el pelo de Gabin).

Comedia algo alocada, y por momentos surrealista, con Belmondo toreando peligrosamente a los coches en la carretera y Gabin siguiéndole la corriente. Una cinta que solo tiene en común con la anterior su tono crepuscular cuando el protagonista recuerda y añora los tiempos pasados en la juventud, los que el joven Gabriel le recuerda con su presencia.

 

Cambio de registro casi de 180 grados de Gabin, donde demuestra su versatilidad como actor, bien secundado por Belmondo y por un elenco que enriquece la trama: personajes secundarios como el tendero al que llaman Landrú, como el célebre asesino en serie (porque se ha quedado viudo dos veces), o el dueño del cabaret de enfrente, antiguo compañero de borrachera de Albert.

Película simpática y entrañable, con estupendos diálogos de Michel Audiard ⸺presente en numerosas películas de Gabin, también en El presidente⸺, en la que destaca el arranque con el voto de volverse abstemio si el protagonista y su mujer logran sobrevivir a la guerra. Una secuencia para enmarcar es la de la cogorza de Gabin durante la ocupación germana, donde consigue hacer navegar una maqueta de un barco en un bar en el que la barra inundada de alcohol simula ser el río Amarillo.



domingo, 5 de diciembre de 2021

2 X 1: "GAS-OIL" y "EL DESORDEN Y LA NOCHE" (Gilles Grangier)

Gas-Oil (1955)

En la segunda mitad de los años cincuenta, el director parisino Gilles Grangier hace dos películas con su amigo íntimo y máximo colaborador en tantas cintas, Jean Gabin. Dos policíacos que se sitúan entre sus mejores largometrajes, ambos nombrados en el excelente documental del recientemente fallecido Bertrand Tavernier (Las películas de mi vida, 2016).

El primero, Gas-Oil, es un thriller donde Jean (Jean Gabin), un camionero, pasa la noche con su novia (Jeanne Moreau) y al regresar a su casa atropella el cadáver de un hombre. Al ponerlo en conocimiento de la policía, le confiscan el camión y todo se complica. Para colmo, una banda de gánsteres y la viuda del finado acosan al camionero mientras buscan los 50 millones que supuestamente tenía el fallecido.

Trama entretenida basada en una novela de Georges Bayle, con Jean Gabin y Jeanne Moreau como pareja estelar. Un noir con tintes de melodrama donde la amistad y el compañerismo entre camioneros tiene mucho que decir. Sobre todo, en el trepidante final, complicado de rodar, pero muy bien resuelto por el realizador.

 

Desenlace en el que, al parecer, no se ponían de acuerdo Gabin, Grangier y el tercero en discordia en la mayoría de las películas del director: el guionista Michel Audiard. Dicen que los gritos entre los tres los oyeron a distancia los vecinos de Grangier, que corrieron a contarle el final a sus amigos antes de que se estrenara la película.

La acción, el amor, la amistad, pero también la crítica social tienen su hueco en una película tan completa como costumbrista. Porque, en realidad, la culpa de que la policía acuse a Jean de asesinato la tiene el hecho de que el camionero oculte con quién ha estado la noche del accidente; todo por el temor a los cotilleos y habladurías de los pueblos de la Francia profunda. 


El desorden y la noche (Le désordre et la nuit, 1958)

Grangier y Audiard adaptan otra novela policíaca, esta vez de Jacques Robert, y de nuevo acuden a Jean Gabin para que se sitúe al frente del reparto. Si bien, el actor vuelve a su registro más conocido, el del inspector con gabardina y sombrero. No es Maigret, pero se le parece, también la historia podría haberla firmado Georges Simenon, el autor de las aventuras del famoso comisario:

En la investigación de la muerte de un camello, el inspector Vallois (Jean Gabin) interroga a la amante y principal sospechosa, la drogadicta Lucky (Nadja Tiller). Al enamorarse de ella, el policía pone en peligro todo el caso además de su carrera. Mientras tanto, una farmacéutica (Danielle Darrieux) parece ser el cerebro de la organización criminal.

Con algunos puntos en común con Gas-Oil (los dos largometrajes arrancan con la muerte de un mafioso al que algunas mujeres querían verlo bajo tierra), pero bastante diferente en su desarrollo, Grangier hace una de sus películas mayores, quizás su obra más conocida junto a Arquímedes, el vagabundo (Archimède, le clochard, 1959) con la que Gabin se llevó el Oso de plata en Berlín.



En El desorden y la noche, Grangier vuelve a recurrir a una actriz legendaria de la escena francesa, Danielle Darrieux, para acompañar a Gabin en otro polar (cine negro francés) con trazas de thriller, que visto ahora sorprende por lo, desgraciadamente, actual de una trama que transcurre alrededor del narcotráfico.

Noir de posguerra, con reminiscencias del realismo poético y ecos del ciclo negro americano (todas estas novelas y películas negras se acumularon en la Francia ocupada y salieron a la luz después de la liberación). Cine de luces y sombras, donde los personajes tienen problemas para dormir y no les importa pasear bajo la lluvia. Cine de tugurios y jazz (estupenda banda sonora) en el que Grangier aprovecha para, de nuevo, cargar contra ciertos estamentos sociales y políticos, esta vez al más alto nivel.





lunes, 2 de septiembre de 2019

2 X 1: "DEMASIADO TARDE" y "LE CHÂTEAU DE VERRE" (René Clément) (I)

Demasiado tarde (Au dela des grilles, 1949)

Igual que los grandes pintores o literatos, existen directores cuya obra evoluciona claramente pasando por etapas muy diferentes entre sí. Creemos que este es el caso del realizador francés René Clément que, después de una dilatada experiencia como director de cortos y documentales, debutó en el largometraje con películas que narraban historias de la Segunda Guerra Mundial recién acabada.

La siguiente fase de su carrera tenía mucho que ver con una especie de revival del realismo poético francés, pero a caballo entre ese movimiento y el neorrealismo que triunfaba en Italia en aquel momento. De hecho, la primera cinta que vamos a comentar, Demasiado tarde, es una coproducción franco-italiana que cuenta con elementos de una y otra corriente.

Solo ver a Jean Gabin al frente del reparto ya sería suficiente para encuadrar el filme en el realismo poético. El gran actor galo interpreta a uno de aquellos antihéroes tan reconocibles, de oscuro pasado, que se arrastran por los barrios bajos de las ciudades. En este caso, Gabin es un polizón huido de la justicia, que desembarca en Génova para comenzar una nueva vida al lado de Isa Miranda.


Con una estructura casi de western (el forastero recién llegado revoluciona la vida insulsa de una madre divorciada y su hija, y además se enfrenta al ex de ella), pero igual de fatalista que el primo hermano del movimiento, el cine negro, discurre esta magnífica cinta de Clément donde todo se vuelve en contra de la pareja, incapaz de librarse de su pasado. Hasta la hija de Isa Miranda, que admira a Gabin, supone un contratiempo para los dos protagonistas. La culpa la tiene la crisis adolescente que sufre la joven cuando cree haberse enamorado del recién llegado.

Calles húmedas, entorno tenebrista, adhesión a los principios neorrealistas, trama pesimista y estilización máxima es lo que propone René Clément en una de sus películas menos conocidas, pero más interesantes de su segunda etapa.

Le château de verre (1950)

El siguiente largometraje de Clément es otra historia de amor que tampoco termina bien. Un triángulo compuesto por el matrimonio Bertal (Michèle Morgan y Jean Servais, en la versión francesa, y Michèle Morgan y Fosco Giachetti en la italiana) y el joven Rémy (Jean Marais). Los problemas vienen cuando la esposa adúltera decide ir a París, donde vive el amante, para consolidar el romance extramatrimonial.

Por las prisas y los sinsabores de la última cita de la pareja, la segunda parte de Le château de verre recuerda en muchos aspectos a Breve encuentro (Brief Encounter, David Lean, 1945). Sin embargo, el guion no adapta una obra de Noel Coward, sino una novela de la escritora de bestsellers, Vicki Baum.

De nuevo con actores emblemáticos del realismo poético francés (Michèle Morgan), el realizador ofrece una trama repleta de simbolismos que nos dicen lo imposible de la relación pecaminosa. Que el marido cornudo sea juez no es gratuito. Así, el caso que lleva el magistrado es el de un homicidio donde la acusada quiere proteger al verdadero asesino, que a su vez la engaña con otra. Un feo asunto que se inserta en la historia principal como un mal presagio.



Tampoco auguran nada bueno señales como la del castillo del título: un pequeño souvenir de cristal que se hace añicos en el nido de amor y causa heridas a los amantes. Oportunidades perdidas por la pareja para descubrir el adulterio, y de esta manera poder vivir juntos, se suceden continuamente, pero siguen sin llevar a ninguna parte.

Muy bien rodado por René Clément, el filme propone algunas escenas memorables como la del reloj que ella avanza de forma manual para simular que lo peor ha pasado, que ya se ha separado de su marido y se halla de vuelta con el amante; o las distintas secuencias recorriendo un París en blanco y negro, deprimente, de calles mojadas por la lluvia. Se trata de una población alternativa a la que el espectador está acostumbrado a ver. Se nos antoja que Clément no filma ningún monumento emblemático de la llamada “ciudad de la luz” o “ciudad del amor” con toda la intención del mundo.


lunes, 4 de junio de 2018

2 X 1: "TERESA RAQUIN" y "EL AIRE DE PARÍS" (Marcel Carné)


Teresa Raquin (Thérèse Raquin, 1953)

Para comentar cualquier película de Marcel Carné, primero hay que reconocer que estamos hablando de un genio que inventó junto a Jean Renoir lo que se ha llamado Realismo Poético, con cintas tan importantes como El muelle de las brumas (en mi lista particular estaría en el top diez de las mejores películas de todos los tiempos), Le jour se lève, Hôtel du Nord o Les enfants du paradis, todas ellas obras maestras indiscutibles.

A diferencia de Renoir, Marcel Carné nunca tuvo las cosas fáciles (a veces por su culpa, pues a menudo fue criticado por gente de su equipo que lo tachaba de tirano). Después de pasar un tribunal acusado de colaboracionista durante la guerra, tuvo que pasar otro casi peor e igual de injusto: el de la crítica de los jóvenes de la nueva ola cuando atacaron con dureza su cine. Hoy vamos a comentar, precisamente, dos de esas películas realizadas en la posguerra, dos joyas del cine francés de todos los tiempos, justo antes de que los autores de la Nouvelle Vague acabaran con su carrera.

Teresa Raquin se basa en la célebre novela de Emile Zola, que ha sido llevada a la pequeña y a la gran pantalla en numerosas ocasiones: Teresa (Simone Signoret) se casa obligada para salir de la miseria, la contrapartida es cuidar de su suegra y de su enfermizo marido de por vida. Una existencia monótona y desgraciada de la que puede salir: la esperanza es Raf Vallone, que se cruza en su vida, pero la salida es el crimen y las consecuencias de tal acción no les dejarán vivir en paz.



El largometraje narra la historia de un triángulo fatal al estilo de la novela de James M. Cain, El cartero siempre llama dos veces. Marcel Carné maneja la trama como una actualización de su realismo poético a la época de la posguerra. Entre ese estilo y el polar, o cine negro a la francesa, pero siempre dentro del naturalismo de Zola, discurre el filme. Eso sí, con cierto flirteo con el cine de terror (la terrible mirada de la suegra pone los pelos de punta).

La cinta es una coproducción italo-francesa con actores de la categoría de Simone Signoret y Raf Vallone al frente del reparto, que le dan al drama una solidez cercana a la de Perdición (Double Indemnity, Billy Wilder, 1944). Aunque sean más contenidos en sus interpretaciones, la tensión es la misma; también lo es el suspense de un final que se anuncia trágico.


El aire de París (L’air de Paris, 1954)

Para su siguiente película después de Teresa Raquin, Marcel Carné reúne a sus estrellas de los años treinta, Jean Gabin y Arletty, a la sazón protagonistas de las mejores películas del Realismo Poético. Ambos actores dan vida a una pareja madura, propietaria de un gimnasio. Él es un antiguo boxeador que acaba de descubrir a un nuevo talento (Roland Lesaffre). La ambición de convertirlo en un campeón se ve truncada por la oposición de su mujer, que desea retirarse de ese mundo tan ingrato como es el del boxeo.

La película es de nuevo otra coproducción entre Italia y Francia (participan actores italianos tan conocidos como Folco Lulli). Solo repite la joven promesa que es Roland Lesaffre. Mientras en Teresa Raquin era un marinero desesperado que intenta chantajear a la pareja protagonista, en El aire de Paris es también un joven sin dinero que ha sobrevivido a la guerra, un antiguo combatiente que se encuentra perdido en la sociedad –sin duda un estilema del cine negro–, que ve en el boxeo la oportunidad de mejorar.

El filme de Carné es, por tanto, otro drama con tintes negros y con la mayoría de los tópicos del género pugilístico: el entrenador que ha sido boxeador y ve en su pupilo la oportunidad de obtener los éxitos que él no logró; la femme fatale (Marie Daëms) que se interpone en el camino del joven, seduciéndole con sus encantos y amenazando con echar todo por tierra y arruinar la carrera del joven. Sólo falta la trama de los combates amañados, de ahí que el filme sea más un drama que un noir. Digamos que esa es la parte original de la película: cuando Carné pone el acento en el conflicto que surge entre Gabin y Arletty a causa del muchacho.



Otros elementos a destacar son la excelente música de Maurice Thiriet, donde la canción La ballade de Paris de Yves Montand tiene una presencia importante como leitmotiv de la película; y el buen guion del propio realizador y de Jacques Sigurd, donde destaca el detalle de un amuleto que pasa de unas manos a otras, cuando las vidas de los personajes sufren un cambio radical.

Teresa Raquin y El aire de París pertenecen a la última tacada de cintas importantes de Carné en los años cincuenta antes de su paso por el color, y de que su carrera se hundiese por el abandono de público y crítica. Ambos parecían no perdonarle su pasado como colaboracionista –fue totalmente exculpado–, o se empeñaban en criticar su modo de hacer cine por considerarlo anticuado. Menos mal que finalmente el tiempo pone las cosas en su sitio, y el cine de Marcel Carné figura en lo más alto del cine francés, y acaso del cine mundial.





martes, 12 de agosto de 2008

LA TRAVESÍA DE PARÍS (La Traversée de Paris de Claude Autant-Lara, 1956)

La historia, al final, coloca a cada uno en su sitio. Una frase que encaja con el reconocimiento de la sociedad y del mundo del cine hacía la figura de uno de los mejores realizadores franceses: Claude Autant-Lara (nacido en agosto de 1901). En la década de los sesenta fue criticado abiertamente por los jóvenes directores de la Nouvelle Vague. Este ataque influyó decisivamente en su carrera, y sólo gracias a su trabajo y al repaso de toda su obra nadie duda hoy en día en considerarlo uno de los grandes cineastas galos de todos los tiempos. Entre las películas que nos dejó sobresale con luz propia la cinta que hoy vamos a comentar: La Travesía de París.



Se trata de un relato corto de Marcel Aymé -uno de los autores franceses con más obras adaptadas al cine- ambientado en la Segunda Guerra Mundial. Auntant-Lara se aprovecha de la situación en la que vivían los habitantes de la capital (ocupación alemana) para confeccionar una excelente película. El resultado es una curiosa combinación de elementos neorrealistas con tintes de comedia y humor negro que recuerda mucho a lo que se estaba haciendo en España durante la posguerra. Y es que el estilo esperpéntico del filme se aproxima más a la obra de nuestro Berlanga que a cualquier otro cineasta francés de la época.

El realizador, con pocos planos –y con gran habilidad-, sumerge la historia en el tono correcto nada más comenzar el largometraje: de los créditos, con las tropas germanas desfilando por los Campos Elíseos, pasa a una secuencia donde mezcla el realismo con la metáfora. Así, alguien se esconde en un refugio mientras un “velo-taxi” (bicicleta para pasajeros) se cruza con una resignada cola de racionamiento y un ciego, desafiando a la autoridad, canturrea la marsellesa. Perfecta introducción para la trama principal que se desarrolla en una especie de road movie, en el interior de París, con Jean Gabin y Bourvil como protagonistas. La extraña pareja tiene que transportar un cargamento de estraperlo (unas maletas que esconden carne fresca) y recorrer casi toda la ciudad para entregar la mercancía.

El director se decanta claramente por dos elementos: los personajes y el entorno hostil por donde se ven obligados a desenvolverse en su viaje casi surrealista. Son tan importantes Gabin y Bourvil -sobre todo el primero que se me antoja un trasunto del propio Autant-Lara, en su calidad de artista y por su ambigüedad en las relaciones con el enemigo- como los obstáculos que se ven obligados a salvar: a saber, el jefe (un excesivo Louis de Funes, como siempre), los alemanes, los colaboracionistas, los gendarmes y los perros, los únicos que se huelen –literalmente- lo que esconden las maletas. De esta manera las situaciones divertidas se suceden de forma natural.

Pero el director no engaña al espectador, todo lo contrario, sitúa la acción siempre de noche, acorde con los oscuros tiempos de ocupación, y el viaje que propone tiene mucho de existencial; los personajes evolucionan con el metraje y los miedos, prejuicios, envidias, y demás miserias de la Francia de Vichy aparecen con toda su crudeza. Lo peor es que algunos caracteres siguen vigentes hoy en día. De hecho el cineasta se guarda un último guiño al concluir la cinta –muy adecuada la simbología- que no hace sino confirmar algo muy cierto: la Historia, al final, coloca a cada uno en su sitio.

Ver Ficha de La Travesía de París.

miércoles, 12 de marzo de 2008

NO TOQUÉIS LA PASTA (Touchez pas au Grisbi de Jacques Becker, 1954)

El género negro ha sido tratado, casi siempre, desde la perspectiva estadounidense de los años cuarenta, a la que inevitablemente se suele asociar. Sin embargo, el término film noir se debe a un crítico francés y su origen se remonta a las cintas galas pertenecientes al Realismo Poético de la década de los treinta. La película que hoy vamos a comentar devuelve el protagonismo del género al país que le vio nacer; y es que No Toquéis la Pasta se convirtió en el largometraje más influyente de la época a partir del momento de su estreno. También supuso la vuelta al estrellato de su protagonista: Jean Gabin. A sus cincuenta años, el mejor actor francés de todos los tiempos –en opinión de muchos-, lograba ser de nuevo el centro de atención de crítica y público.



Grisbi, tal como se la conoce en los países anglosajones, es una adaptación de la novela del propio guionista, Albert Simonin, y trata del último robo de una pareja de veteranos delincuentes, que aspiran a retirarse en cuanto puedan convertir en dinero el botín sustraído. El director, Jacques Becker, que también colabora en el guión, consigue una atmósfera crepuscular y dota a los personajes de una humanidad poco vista hasta entonces e, insisto, muy imitada posteriormente por directores de la talla de Jules Dassin o Jean-Pierre Melville, entre muchos otros. Es cierto que La Jungla de Asfalto (The Asphalt Jungle de John Huston, 1950) ya contenía muchos de los elementos de la cinta de Becker, pero el tratamiento que hace Huston es muy diferente –también genial- y no llega tan lejos en cuanto a las relaciones entre los personajes y a la descripción del entorno donde se mueven.

En No Toquéis la Pasta, la pareja de viejos delincuentes Max (Gabin) y Ritón (Rene Dary) saben que sus días como criminales están contados y que lo único seguro que tienen es su amistad. El director “pierde el tiempo” mostrando al espectador esos momentos íntimos que hacen que sea tan original la cinta y que tanto sorprendieron en su día. Así, Gabin y Dary se miran el uno al otro para criticar los defectos físicos del contrario -“esa papada, esas bolsas en los ojos”- o comparten piso y se disputan el sofá y la cama mientras fuera, en las calles de los bajos fondos, alguien conspira contra ellos.

Max y Ritón hablan de su profesión como si se tratara de un trabajo de oficinista; y los chulos, ladrones, camellos, etc., son retratados por Becker como si fuera el colectivo de albañiles o el de comerciantes, de tal forma que nadie se altera lo más mínimo cuando la mujer de uno de ellos les sorprende en medio de una tortura o manejando sus herramientas de trabajo: unas ametralladoras. El realismo humanista -si se puede llamar así- no distorsiona la trama. Todo lo contrario, a medida que avanza el metraje, la historia se vuelve más interesante y tensa. Se suceden traiciones, violencia e intrigas con un envoltorio musical muy apropiado: unas notas de jazz que, de forma recurrente, Max hace que suenen en un viejo tocadiscos.

La espectacular actuación de Jean Gabin no es lo único que destaca en Grisbi, prácticamente todo el casting funciona a la perfección. Desde una jovencísima Jeanne Moreau hasta el debutante Lino Ventura, todos los personajes están perfectamente retratados; incluidos los figurantes, que disponen de personalidad propia –ese electricista del tugurio pellizcando las nalgas de las coristas- lo que demuestra el detalle con el que Becker estudiaba cada escena.

Con este canto a la amistad y a la lealtad, con esta visión poética de los bajos fondos parisinos logró Jacques Becker una obra maestra; tuvo mucha suerte al poder contar con el mejor: con Jean Gabin.

Ver Ficha de No Toquéis La Pasta

jueves, 14 de febrero de 2008

EXPIACIÓN: MÁS ALLÁ DE LA PASIÓN (Atonement de Joe Wright, 2007)

“Sólo hay una forma de hacer las cosas, y es: bien”. Esta sentencia, tan “aguda”, la pronunciaba un profesor que tuve en mi época de estudiante; y se quedaba tan “ancho”. Pero no le faltaba razón. Y es que estamos cansados de presenciar en la gran pantalla películas que fallan por todos los lados, aunque vengan precedidas por grandes premios o sean firmes candidatas a ellos. Por eso nos alegramos cuando algún director hace las cosas como es debido. Joe Wright es uno de ellos.



Atonement es una muy cuidada adaptación de la novela de Ian McEwan que trata de las relaciones imposibles entre una joven adinerada (Cecilia) y el hijo de su ama de llaves (Robbie). La historia se inicia en la Inglaterra de la mitad de la década de los treinta, en un ambiente prebélico que apenas perturba -como en las mejores cintas de James Ivory- la apacible vida de una aristocrática familia británica. Y es que son los propios personajes los que inician el drama: algunas casualidades, malas interpretaciones y actos perversos provocarán la tragedia, y se adelantarán así a la inevitable Guerra Mundial.

Para contar con imágenes –y sonidos- una trama como la de Expiación..., en la que distintos protagonistas configuran la acción, Joe Wright toma -con buen criterio- una serie de decisiones. En primer lugar, elige uno de los personajes como eje de la historia: Brioni Tallis; la niña de trece años que distorsiona la realidad para acomodarla a sus fantasías. Cada vez que Brioni (excelente Saoirse Ronan, con esos ojos que traspasan la pantalla) se deja llevar por su imaginación, el ruido del teclear de su máquina de escribir acompaña a unas largas y planificadas secuencias.


La trama tiene una estructura de lo más original. La no-linealidad de la acción está justificada por los distintos puntos de vista. Otros directores deberían aprender a utilizar los flash-back o los flash-forward como hace Wright, es decir al servicio de la película y no de sí mismos. Con el mismo criterio –estamos haciendo cine- hace uso del plano secuencia para sintetizar la narración y aportar el realismo que las escenas necesitan. Así es como presenta la traumática retirada de Dunkerque o las oleadas de heridos que inundan los hospitales de campaña. Pero lo hace con un toque personal que aporta mucho mérito a su trabajo: es la realidad vista por “sus” personajes; con una carga onírica que se refleja en la coreografía de los planos –que ya la quisieran para sí algunos musicales- y en la dura fotografía.



Por si eso fuera poco, el señor Wright –que aumenta su prestigio con cada película que hace- se permite el lujo de insertar convenientes metáforas y simbolismos: un picado sobre Brioni, que deja ver una piara de cerdos al otro lado de una valla, refleja el malestar interno de la joven; un escena de un desesperado Robbie, en Dunkerke, contrasta con un primer plano que se proyecta a su espalda (corresponde a una secuencia mítica del Realismo Poético: El Muelle de las Brumas, Quai des Brumes de Marcel Carne, 1938). Allí, Jean Gabin era un desertor de la Primera Guerra que quería compartir su vida con Michele Morgan; aquí, Robbie ansía por dejar el frente y volver con Cecilia.

Expiación: Más allá de la Pasión puede convertirse en una obra legendaria (el tiempo tiene la palabra); a día de hoy podemos decir que sobresale por encima de sus contemporáneas gracias al correcto tratamiento cinematográfico de Joe Wright. Y es que sólo hay una forma de hacer las cosas...



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