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sábado, 12 de octubre de 2024

El espacio fotográfico

Por Daniel Link para Perfil*

Hoy es un día de incontables celebraciones no del todo convergentes aunque coincidan en el mismo día y recuerden el mismo acontecimiento. En Argentina se festeja el Día del Respeto a la Diversidad Cultural, mientras que en España y en sus embajadas se brinda por el Día de la Hispanidad. Chile llama a recordar el Día del Encuentro de Dos Mundos (designación que me parece extremadamente feliz). Nicaragua prefiere recordar el Día de la Resistencia Indígena, Negra y Popular y Venezuela se contenta con recordar la Resistencia Indígena. Mientras Estados Unidos recurre al sistema de estrellas (Columbus Day), México y Perú reinvindican las tradiciones precolombinas con sus respectivos Día de la Nación Pluricultural y Día de los Pueblos Originarios y del Diálogo Intercultural. Más teórica, Bolivia ha fijado el Día de la Descolonización y Bahamas y Belice, indiferentes a los rigores del exterminio y el extractivismo, llaman al 12 de octubre Discovery Day y Pan-American Day.

En Roma, donde estamos ya preparando las valijas para volver a casa, una amiga italiana tuvo que decidir ayer entre concurrir a la Embajada de España para el consabido brindis o una reunión de consorcio: se decidió por lo segundo, mucho más decisivo para su vida cotidiana. Nosotras, en cambio, dedicamos la jornada a supervisar los últimos detalles del montaje de la muestra fotógrafica de Sebastián Freire “Corpi senza padroni” que inaugura hoy, en la galería Roma Smistamento. Si bien la muestra replica la exitosísima “Cuerpos sin patrón” del año pasado en Valencia, su apertura en un día tan especial le da un sentido específico.

Diversidad, resistencia, multinaturalismo y diálogo son palabras que le cuadran bien a una muestra que exhibe y celebra cuerpos que se apartan de las normas hegemónicas y se postulan como espacios legítimos del goce y del pensamiento.

En Europa, donde la mayoría de las violencias coloniales encontraron su punto de condensación afectiva y teórica, son curiosamente reacios a percibir las tonalidades de piel de quienes, por “no-blancos”, sufrirían con certeza las requisitorias migratorias. Les llaman más la atención las morfologías óseas (las narices, los pómulos, las frentes), como si en esas profundidades se cifrara alguna verdad que las superficies impiden apreciar. Metafísicas de la carne, se dirá. Pero también estereotipización: aquello que no responde al arquetipo proponderantemente andino de lo americano no tiene la misma consistencia exótica.

Con los cuerpos trozados, intervenidos, escritos, en fin: signados (y esos signos son signaturas que a veces se identifican con la esfera humana pero a veces no) la disidencia parece más legible pero al mismo tiempo menos radical que la de aquellos cuerpos que sencillamente se abandonaron al hambre, a la gula, al pecado.

En ese límite que la corrección política no alcanza se cifra el secreto del arte de Freire, que apuesta a la felicidad y a la celebración antes que a la queja. El espacio fotográfico como el lugar del abandono y la alegría.

 

*Para nuestra sorpresa, la columna aparece reproducida en el sitio Calamuchita ya pero atribuida a un tal Hugo Filártiga, a quien ya le pedimos que aclare la situación y que envíe los datos impositivos del sitio para enviar la correspondiente factura.

hugo@calamuchitaya.com / +54 351-550-78-56

 




jueves, 27 de junio de 2024

¿Who's that girl?

 

¿Quién es Daniel Link, el escritor que la vio?
¿Quién es Daniel Link, el escritor que la vio?
 
Por Juan Mendoza paraClarín

En la zona del encuentro de la literatura con las tecnologías, los libros de este académico y narrador ocupan un lugar central.
Por supuesto que se trata siempre del arte de hacer pasar la vida a través de las palabras. Pero hay una zona de la literatura, que podría llamarse la zona del encuentro de la literatura con las tecnologías, en la que los libros de Daniel Link ocupan un lugar central.

Está ocupada por libros como Los años 90 (Adriana Hidalgo, 2001) y La ansiedad (El Cuenco de Plata, 2003). Presintiendo la tragedia, Los años 90 había aparecido nada menos que en el 2001: Ese Año. La novela narra la historia de un personaje a través de los mensajes de diferente índole que extraños y conocidos le dejan a través de la contestadora automática –aquella antigua tecnología hoy casi olvidada pero al mismo tiempo súper vigente en los mensajes de audio a través de Whatsapp–.

Si tuviéramos que describirlo con esas frases aborrecibles y tan poco oportunas para hacer crítica literaria, ninguna podría ser mejor que decirlo así: Daniel Link sí que la vio. Vio, antes que muchos, que un profundo orden de las transformaciones de lo humano estaba acechando los aparentemente inofensivos cambios en el lenguajes.

En Los años 90, la contestadora automática del teléfono era el verdadero personaje de la novela. O dicho de otra forma: en la novela el dispositivo tecnológico y el dispositivo novela estaban como superpuestos. Se trataba allí de una estrategia narrativa para hacer que la polifonía de la novela aparezca. La novela tenía mucho de lo que Alberto Giordano había acuñado como la gran virtud de la literatura de Manuel Puig y que por aquel entonces llamaba con una preciosa fórmula: “hacer pasar la vida a través de las palabras”. Leyendo la novela tecnológica de Link, lo que en verdad encontrábamos detrás del dispositivo, era una vida.

La Ansiedad repetía el procedimiento: lo actualizaba. La novela estaba construida a partir de la bandeja de entrada de un correo electrónico del personaje. El dispositivo novela que Link pergeñaba aquí era básicamente el mismo, con sutiles pero enormes modificaciones. Lo que cambiaba era el dispositivo tecnológico que aparecía representado.

Entre los cambios, también había un desplazamiento: de la voz de los mensajes en la contestadora a la escritura se pasaba ahora al correo electrónico. Lejos de lo que se había diagnosticado a propósito de los años 90, el neoliberalismo, la cultura audiovisual y los mass media –que habían puesto a la imagen en el centro–, ahora la era digital –Internet– la que traía consigo la promesa de una verdaderamente nueva cultura de las artes, que ponía otra vez a la lectura y a la escritura en el centro.

El asedio de la IA

Y aquí, nuevamente, la frase inoportuna pero atinada, a falta de originalidad para utilizar una mejor. Daniel Link, una vez más, la vio. Ninguna novela se anticipa tanto al asedio de las inteligencias artificiales –como él prefiere llamarlas–, como La Ansiedad, verdadero anticipo de las escrituras automáticas de tercera generación, las que él no sólo escrutó como nadie, sino, y sobre todo, con las que cuerpo a cuerpo también experimentó.

El investigador y crítico Daniel Link dio su última clase la facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Fotos Emmanuel Fernández.El investigador y crítico Daniel Link dio su última clase la facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Fotos Emmanuel Fernández.

A comienzos de los años 2000, sino ya antes, sobre el borde mismo del siglo XX, Daniel Link pensó a la literatura como la oportunidad para hacer experimentos textuales pero también performances. Son inolvidables las obras de teatro que Daniel Link estrenó también en la primera década del siglo XXI, en el Centro Cultural Rojas.

Afecto a los obsequios, por aquellos años Daniel Link, regalaba ejemplares de sus libros y chocolates. Ejemplares de su obra Teatro Completo (Eloísa Cartonera, 2007). En las presentaciones de una de sus novelas, obsequiaba chocolates con la tapa de La ansiedad a sus amigos y lectores. Eso mismo lo volvió a hacer el 25 de junio de 2024 en ocasión de su última clase, Lección final, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

En medio de una cita literaria erudita, contra quienes hacen apología de lo serio y sacralizan las clases de literatura como algo anacrónico y dépassé, al mejor estilo de quien habló como nadie de los misterios del Bar Mágico –en su novela Montserrat (Mansalva, 2010)–, Daniel Link abrió su maletín cargado de papeles y clases y libros de la mejor literatura del siglo XX, y al estilo de esos números de magia habituales pero inverosímiles, volvió a sacar un gran paquete dorado de chocolates. Golosinas para nuevos y más lectores de una obra literaria inagotable y absolutamente actual.

Mucho más acá, Daniel Link es también el autor de Cómo se lee y otras intervenciones críticas (Norma, 2003), un verdadero clásico de la lectura y la literatura sobre el presente. ¿Cuál presente? Aquel, el del fin de siglo y los nuevos 2000, los años 2003, 2004, 2005.

Ningún presente es más actual que aquel en el que el encuentro entre dos cosas desconocidas se produce. Acaso, para comprender los avatares hiper-tecnologizados del presente, no haya tarea mejor que ir hacia el momento en que el primer encuentro entre la literatura y las tecnologías se produjo.

Bonus track: Cómo se lee (2003) venía con un anexo que recuperaba aquel libro mítico e inhallable. La chancha con cadenas (Ediciones del Eclipse, 1994), el libro con el que Link, comenzó a dar los primeros pasos de un derrotero interminable.

(¡De nuevo: Gracias, Juan!)

 

viernes, 18 de agosto de 2023

Instrucciones para una mateada

Exhibido hasta hace dos semanas en el Malba e inmediatamente adquirido por el museo, el video “Cebame” (2019) de Valentín Demarco se pregunta qué somos a partir de la puesta en contacto de algunas figuras tomadas de las tradiciones de donde venimos y una hipótesis sobre en qué podríamos llegar a convertirnos. El arte como máquina de querificar.


por Daniel Link para Soy*

La persona Es una tarde muy fría. Valentín Demarco (1986) nos abre la puerta de calle y nos conduce por un largo pasillo al fondo, donde está su taller. Ya resguardadas de la intemperie, Valentín nos ofrece un mate con medialunas, que ha calentado expresamente.

Nos cuenta que tomó clases durante su adolescencia en la Escuela Municipal de Orfebrería de Olavarría, con el maestro Armando Ferreira, “inventor” el estilo olavarriense. A los 18 años se mudó a Buenos Aires para estudiar diseño industrial en la UBA, carrera que abandonó después de dos años para cursar la licenciatura en Artes Visuales de la UNA. Se graduó en 2017 con una tesina que se explaya sobre los vínculos entre la artesanía tradicional y el arte contemporáneo. “Más allá de mi formación académica”, subraya, “el espacio que más marcó mi rumbo como artista es la clínica de obra de Diana Aisenberg, de la que participé entre 2012 y 2020”. Obtuvo el Tercer premio revelación (Fundación Andreani a las Artes Visuales, 2013), Premio Lucio Fontana (Consulado General de Italia en Buenos Aires, 2014), Premio Ópera Prima (Casa Nacional del Bicentenario, 2016) y fue seleccionado para el Premio Braque (2017). Obtuvo la Beca Bicentenario a la Creación (Fondo Nacional de las Artes, 2016). Varios de sus videos están disponibles en Vimeo (“Men Art Work”, “Mi puñado de esplín”, “Cebame”).

En 2020 participó del 9° encuentro Nacional de Plateros de Olavarría con una obra que produjo un módico escándalo: “Cuchillo y tanga haciendo juego”, en la que su culo en primerísimo primer plano lucía una tanga de metal labrado por el mismo, con un facón también de su factura. La obra participó también de Art Basel (Miami) y marca un tono y una dirección: el artesanado popular tensionado hacia experimentaciones con el propio cuerpo y la puesta en primer plano de una querificación intensa de las reglas del arte contemporáneo. En 2021 montó la muestra “¿No soy de aquí?” en el Museo Dámaso Arce de Olavarría, donde mostró una impresionante colección de exvotos (ofrenda hecha a un dios o dioses) producidos en su propio taller, con la misma torsión: algunos son más clásicos, otros lo son menos (vergas, dildos). Todos son hermosos.

En la obra que puede verse en la galería Isla Flotante, se anticipan algunos de los motivos que son el objeto de esta nota y de este encuentro con Valentín.

Lo visitamos porque nos enteramos de que el MALBA, luego de haberlo exhibido este año, ha comprado para su colección el video “Cebame” (2019) y todos los objetos con él asociados, en un gesto de canonización inesperado, sorprendente por su audacia. En la muestra que terminó eel 30 de julio, funcionaba como una instalación (se lo veía a través de una mirilla, referencia al Étant donnés de Duchamp).


El ritual “Cebame” comienza con una pava sobre una cocina y una conversación de dos mujeres, tan insustancial como la que inaugura una de las mejores novelas argentinas. Luego, un plano muestra una repisa de cocina donde hay varios mates, tres de calabaza (porongo), uno de madera y uno de metal. Uno de los porongos dice Olavarría, el otro es más moral y reza “Sin lugar a dudas, mantener vagos nos salía más barato que mantener ricos” acompañado del anagrama MMLPQTP (Mauricio Macri La Puta Que Te Parió).

Podría decirse que esa repisa cita el campo de lo popular: están los mates, con su típico llamado a satisfacer la pulsión oral, está la demarcación (en este caso sí se traza un límite) de lo exterior al campo: el liberalismo, está la propia población. Está lo más tradicional (como costumbre y como rasgo de sociabilidad) y en el centro, un mate de metal, con forma de dildo, boca labrada, sobre un pie también de metal. Se intercalan primeros planos del mate de metal y de la pava con el agua ya caliente, y luego se ve el mate chorreando una sustancia gelatinosa y transparente. Hay que aclarar que las imágenes son de una calidad extraordinaria, tanto en lo que se refiere a la iluminación como al equilibrio de los planos. Una estetización extrema de un hecho cotidiano o lúbrico como preparar un mate. Mateemos. Cebame. Hagamos un arte a partir de eso.

Suena un rasgueo de guitarras y vemos un plano cenital de la boca del mate, los hermosos labrados en primer plano, algo de yerba ya dispuesta en el fondo, sobre un fondo rosado que cubre toda la pantalla y que pronto identificamos como piel humana. El mate está inserto (no puede haber otra explicación) en un ano. El porongo ha encontrado su lugar.

El siguiente plano muestra la inserción del mate en un ano, de perfil. No es el mate de metal que estaba en la repisa y que chorreaba, ahora lo comprendemos, gel lubricante, sino otro más pequeño, pero de boca más ancha. En planos sucesivos, una mano sigue llenando el agujero con yerba. La cuchara entra en el agujero y descarga la yerba.

Siguen tres escenas puntillosamente fotografiadas. Un hombre y una mujer en la cama miran sus celulares y toman mate del culo erguido que está entre los dos. Apenas si se miran, comentan cosas que ven en las pantallas, alternan el chupado de bombilla. En la siguiente escena, el culo-mate reposa a medias en el regazo de un hombre y a medias en el apoyabrazos de la silla en la que está sentado, vistiendo pantalón corto de cuero, borceguíes y arnés. Enfrente, en un sofá, duerme un perro. La luz que entra por el ventanal es exquisita. El hombre sorbe y mientras tanto, acaricia distraído las nalgas del yacente.

Ya no veremos más la boca del mate, abierta y en proceso de llenado, sino un cuerpo inerte del cual diferentes personas disfrutan sorbiendo el líquido del mate inserto en el ano (que es, por supuesto, el del artista, el pequeño valiente, Valentín Demarco). Las dos mujeres que hablaban al comienzo aparecen ahora en la cocina, donde el cuerpo yace en una mesa (cuelgan el torso y la cabeza, que nunca se ve). Conversan de banalidades y toman mate, alternativamente. En la escena final, un exterior, un hombre toma mate dentro de un auto, al costado de una autopista.


El mate culero La obra es un acontecimiento de larga proyección. “Cebame” desasocia el ritual del mate de la felación (sorber el jugo del fondo del porongo) y lo asocia con el anilingus (chupar el culo). Desbarata, así, incluso la lengua popular, según la cual el “chupaculos” es un ser despreciable y “chupame el orto” es un desafío odioso. Valentín Demarco toma una figura central de la cultura popular y abre la idea de pueblo (la desmarca) como se abre el ano para recibir el mate culero. El que pide “cebame” ya no es el agujero del mate sino el ano, ese centro oculto de la cosmogonía neobarroca (si hay que creerle a Severo Sarduy), gloriosamente iluminado por la luz de “Cebame”. Lo popular, en la perspectiva de Valentín no es necesariamente lo que se ve, sino aquello que puede imaginarse, una hipótesis, una estrategia (entrar al arte por la puerta de atrás).

Claudio Iglesias ya había señalado en Página/12 , a propósito de la obra de Valentín, un giro notable del arte contemporáneo argentino, que vuelve a ciertos aspectos del artesanado, donde encuentra sus condiciones de posibilidad.

La operación de Valentín es muy minimalista, pero toma como objeto el inmenso edificio del barroco americano, el lenguaje popular, los ritos de la sociabilidad criolla, las identidades flotantes y una práctica que no aparece sugerida por retórica visual sino en su total esplendor figurativo: no hay distancia entre la boca del mate que se ceba y la boca del culo que lo contiene. En manos de Valentín Demarco, el arte es un gigantesco dispositivo de enajenación, de vaciamiento de nombres, una máquina para imaginar alguna lengua, alguna historia, algún pueblo.


Destacados:


“El mate está inserto (no puede haber otra explicación) en un ano. El porongo ha encontrado su lugar. En planos sucesivos, una mano sigue llenando el agujero con yerba. La cuchara entra en el agujero y descarga la yerba.”


“Me gusta inventar una mitología local donde quepan las cosas que no fueron incluidas, como el homoerotismo criollo del que hablábamos antes.”




“Un costumbrismo enajenado”

Entrevista a Valentín Demarco

¿Cómo hiciste el clic para pasar de la práctica de la artesanía al concepto de arte. ¿Cómo fue ese proceso?

En realidad diría que recuperé de mi mismo el oficio artesanal que llevaba adentro una vez que ya estaba inserto en la esfera del arte y pensando en su lógica y problemáticas. De hecho, comencé a indagar en el imaginario local porque me molestaba que el arte contemporáneo -que en ese entonces era un concepto que me obsesionaba- se presentara como de ningún lugar, o de cualquier lugar, todo igual de estéril. Y a mi me parecía que tenía que haber algo más. Y ese algo más creo que lo encontré en Ema, la cautiva (1981), la novela de César Aira. Comencé a ensayar cruces entre el cubo blanco y el territorio nacional, que casi siempre fue pensado como espacio negativo, inmenso y desierto; entre el arte contemporáneo y todas las cosas nuestras que no tenían lugar en sus confines, como ser las artesanías y la picardía.

Ahí enganchaste con la gauchesca...

Sí, viendo los afectados gauchitos que pintó Juan Manuel Blanes y los paisanos culones de Molina Campos, pero sobre todo viendo todo lo que no había, o más bien las ganas que había que poner para poder ver algo -los ojos desviados-, pensaba que tenía que haber un desarrollo más explícito y consistente de un (homo)erotismo criollo. En esa línea realicé en 2016 una exhibición titulada “Un episodio en la vida del artista popular” donde contaba en imágenes un hecho de la biografía temprana de Florencio Molina Campos a través de unos dibujos inspirados en su obra y en la de Tom of Finland. Para ese entonces la platería ya estaba otra vez en mis manos -retomé el oficio a fines de 2014-, pero también en mi cabeza como un legado que me sentía un poco responsable de reimaginar. Él era una suerte de desclasado que rememoraba su pasado feliz de hijo de estanciero y abonaba en una visión anacrónica e idílica de la vida rural, pero la manera de construir sus imágenes trastocan ese mensaje edificante y pacato en otra cosa, en algo popular, que genera empatía y una mueca risueña.

Hablame del encuentro extraordinario entre el mate y el culo...

Diría que el mate, por empezar, me fascina porque señala un territorio. Por darte un ejemplo, hay una pequeña obra de Monvoisin en la Colección Fortabat donde se ve una escena típicamente europea, sin embargo un matecito pintado la afinca acá. Esto aún no explica cómo llega el mate al ano. La conexión esa viene de un reconocimiento formal.
Habiendo visto muchos mates de plata, objetos paradigmáticos dentro del repertorio de la platería gauchesca, y como conocedor del universo de los juguetes sexuales anales, no podía dejar de reparar en las similitudes que guardaban. Entonces empecé -no sin cierto pudor de compartirla- a forjar la idea de crear un objeto que cumpliera ambas funciones. Una vez que realicé el primer mate culero, como le puso Santiago O. Rey, o mate tapón -como lo nombró un gran platero-, me encontré con el problema de tener que estar explicando la funcionalidad de la nueva invención.
Ahí fue que decidí hacer un video donde pusiera en escena esta práctica de matear del culo. En un principio imaginé una escena bastante más gay y pornográfica de lo que resultó la pieza al final. Pero no me convencía, yo quería que muchas más personas pudieran incorporar la posibilidad de la costumbre improbable que les estaba proponiendo. En ese sentido quise que fuera cándido y luminoso, que se viera cotidiano y “normal”. En definitiva también estaba pensando en lo que se asume como normal y en cómo se construyen las tradiciones y las costumbres. Los mates y las bombillas de plata de hecho aparecen como forma aceptable para las aristocracias virreinales de incorporar el mate -que es de origen guaraní, aunque se nombre con una palabra quechua-, bebida que al principio era considerada poco higiénica y bárbara.

En Cebame hay una tensión muy bien resuelta entre obscenidad y estetización. Digamos: hay goce, pero hay también belleza...

Como te comentaba antes, quería que el video se viera lo menos sórdido posible; que la dimensión del goce estuviera presente pero filtrada por una delicada capa de costumbrismo de fácil incorporación, que placiera a la vista en un sentido convencional. Por decirlo de algún modo, que se vea aceptablemente mainstream para mostrar algo que puede ser impensado o inaceptable para algunas personas. Esta tensión es algo que me interesa mucho y admiro en otrxs artistas -no necesariamente de las artes visuales-: la posibilidad de insertar lo raro y peculiar en circuitos de circulación masivos y estandarizados. Para realizar el video, convoqué a Emilio Bianchic, que es un referente para mi. Con él hicimos la edición del video y me ayudó a convocar al equipo. La cámara y la fotografía la hizo Juan Renau, y Santiago Guidi, con quien ya había trabajado en el video “Exilio” (2016), hizo la producción. Y bueno, luego hay un reparto maravilloso.

¿Podés hablar un poco de “lo que vendrá”? ¿En qué estás trabajando?

Si en "Cebame" había una decisión de insertar la costumbre de matear del culo en la esfera de lo real y cotidiano, diría que ahora estoy trabajando con un enfoque distinto, intentando construir una fantasía vernácula, que destaque lo extraordinario de nuestras imágenes y prácticas, un costumbrismo enajenado. Inventar una mitología local donde quepan las cosas que no fueron incluidas, como el homoerotismo criollo del que hablábamos antes.
Pienso en cómo Horacio Ferrer reimagina la poética del tango y las paicas y las grelas pueden convivir con los ovnis. Y bueno, con Piazzolla y Amelita Baltar hacen el último hit del tango que es “Balada para un loco”. Por otra parte estoy trabajando en el guión de una película junto a Fermín Eloy Acosta, un escritor que admiro y encima es olavarriense también, con producción de Oh My Gómez, que imagina el despertar homosexual de un adolescente bonaerense en los 70’s, con el trasfondo del boom del folklore en esos años.

 

martes, 28 de marzo de 2023

sábado, 25 de marzo de 2023

Casi ángeles

Por Daniel Link para Perfil

Hay poetas de versos sueltos, que se imprimen a fuego en nuestra memoria (“Dichoso el árbol que es apenas sensitivo / y más la piedra dura porque esa ya no siente”) y hay poetas de libros que sólo tienen sentido enteros (Un golpe de dados de Mallarmé). Luego, hay poetas de ritmo sostenido (nos arrastran al canto), pero hay también poetas de ideas luminosas.

Cada vez, los poemas (libros o versos) establecen cortes distintos con la realidad, entablan una relación diferente con el lenguaje, piensan el mundo de variada forma, intervienen en el presente o en el archivo, tienden a los altos cielos o se abisman en las profundidades de la tierra.

Por fortuna, nada de esto es totalmente cierto y hay textos que participan al mismo tiempo del cielo y del infierno, intervienen en el presente y en el archivo, cantan y piensan, producen versos memorables pero encuentran su grandeza en el libro entero.

¿Un ejemplo? El pozo y la pirámide de Diego Bentivegna, que acaba de distribuirse.

El extraordinario poemario de Diego encuentra su altura máxima leído como libro, como un pensamiento que se va desgranando en tres pasos: “El pozo y la pirámide”, “Cartas a K y otros extractos” y “Hechos del Mascardi”. Si el tono del libro es casi elegíaco (sin serlo del todo), los personajes que convoca son casi ángeles, porque participan de la autoctonía con una fuerza tan persistente, que no pueden volar por los cielos como si nada les importara (“¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las escuadras angélicas?”).

Hay mucho de Rilke en este libro de Bentivegna, pero también hay mucho de Lorca, en esa obsesión por los rituales de la tierra, por lo que llama y reclama desde el fondo de la noche que (justo es decirlo) en este poemario está totalmente ausente.

El pozo y la pirámide, al mismo tiempo que tensa la relación espacial entre la tumba y el monumento (se trata, claro, de la pirámide de madera de Leuvucó, donde reposan los restos de Mariano Rosas que supo guardar con celo mezquino y decimonónico el Museo de Ciencias Naturales, y entre los diferentes nodos espaciales de aquello que, mezquina y decimonónicamente, se imaginó como el Desierto.

Diego les da la voz a esos restos de vida ranquel que encuentra camino de Leuvucó, en un paisaje agobiado por un sol impiadoso, el hambre de los perros y los remolinos de tierra reseca, a partir de los cuales piensa el ritmo de nuestra lengua pero sobre todo, la relación no de pertenencia sino de participación respecto del paisaje.

Más adelante, en la tercera parte, el viaje hace pie (o más bien se derrumba) ante el asesinato de Rafael Nahuel (22 años, disparo letal por la espalda, arma reglamentaria del Grupo Albatros). Si para la primera parte el viaje no necesita de una referencia temporal, para la tercera la marca es decisiva. Lo que se dilata en la memoria y en el archivo, desde Mariano Rosas hasta las machis, se concentra en un punto aciago de la historia reciente.

En el medio, Diego sutura las dos partes con unas citas que vienen del otro mundo, el viejo, el que pone a funcionar una máquina interpretativa que no sirve para entender nada o que sirve para entenderlo todo mal: el lago Mascardi como la Suiza argentina...

“Yo estuve allí, yo fui (casi) testigo, escuché los tiros”, dice El pozo y la pirámide y lo mismo se siente al leer la primera parte: todos estuvimos (casi) ahí, en ese Desierto falsificado y ardiente que explica lo que somos.

El pozo y la pirámide no quiere ni puede ser El canto general ni las Elegías de Duino. Encuentra, entre el himno y la elegía, el tono justo para cantar la canción de la tierra y, al mismo tiempo, para aunar un tiempo indefinido y dilatado (el tiempo del archivo y la lectura) con el tiempo abigarrado y definido del acontecimiento funerario.

Por supuesto, todo es político: el pozo, la pirámide, los ranqueles, las machis, los apuntes de Mascardi, la musiquita de los versos, las palabras de los otros, el llanto, los helicópteros y las balaceras en los cuerpos inocentes, pero que porque han reclamado la tierra y porque la tierra los reclama no llegan a ser ángeles.

En todo caso, no los de Rilke (si acaso: la encarnación del ángel de la historia de Klee).

El pozo y la pirámide es majestuoso sin ser monumental. Es uno de los mejores libros de esta época porque pinta ese lugar (el presente) que no sabemos bien cómo habitar.

sábado, 17 de diciembre de 2022

Las tres Argentinas

Por Daniel Link para Perfil

La selección nacional había empezado la carrera mundialista con un traspié de esos típicamente argentinos. Típicamente, los opinadores futbolísticos salieron a matar a la escuadra (“somos los peores”) y los melancólicos hinchas empezaban a refugiarse en excusas pueriles (“somos chiquitos”). No podía ser de otro modo, porque ya se sabe que la argentinidad tiene dos precios: lo que podríamos valer y lo que realmente valemos y en esa tensión se cifran todos nuestros fracasos: resentimiento y angustia.

Después todo cambió y aparecieron las otras patrias. Contra Países Bajos (se ha comprobado que el cambio de nombre de la “marca” fue una estrategia para bloquear el famosísimo “el que no salta es un holandés”) apareció el padecimiento patriótico: “si no hay sufrimiento no es Argentina”, dijo un jugador y un amigo confesó que envejeció diez años durante los escalofriantes minutos finales de ese match implacable.

Yo me quedo, sin embargo, con las tres Argentinas del partido contra Croacia, cada una responsable de un gol. Primero la picardía criolla, con ese penal medio inventado pero que desanudó la algarabía. Después la locura y el sinsentido de una carrera completamente fuera de libreto y sin plan alguno. Julián Álvarez dijo después: "La cancha venía mal, la pelota venía picando mal en la cancha, por suerte me fue quedando”. Esa Argentina, la que vive en el azar, es tal vez (para mí) la más apasionante. Y después la tercera, que es tal vez la más noble, y la que más se nos escapa: la jugada maestra, el jueguito, la complicidad Messi-Álvarez, lo que se llama una comunión, el cuerpo común, el agenciamiento de dos seres para formar una máquina única, el ronroneo de lo que funciona bien a partir de la sabiduría innata pero también de la certera reflexión.

Fue el partido que más disfruté (no vi todos). Y fue precisamente por ese repertorio de lo que nos constituye: la picardía transgresora, el arrojarse a lo impensado o inimaginable (el “¡mah sí!”) y la comunidad intelectual.

Ahora sólo nos resta cruzar lo dedo para mañana. Lo mejor ya pasó, sólo falta la merecida corona para Messi. Y ya que estamos, el Museo Messi, para que visite nuestra Beatrice durante el próximo Mundial.

jueves, 3 de noviembre de 2022

miércoles, 20 de julio de 2022

Actitud San Sebastián


Inscripción acá.

 
 

lunes, 14 de marzo de 2022

sábado, 19 de febrero de 2022

Bochinche diverso

Por Daniel Link para Perfil

Estoy en la ciudad de Córdoba, ¡en un festival! La provincia de Córdoba es famosa en el mundo entero por sus festivales (desde el gran evento de doma en Jesús María hasta Cosquín en sus dos versiones: folklore y rock, pasando por la Fiesta Nacional del Pejerrey en Las Rabonas o la Fiesta Nacional del Maní en Hernando, cuya primera reina trans, la exquisita Agustina Ottani, ha sido designada como ángel de Sebastián Freire, jurado del Festival Internacional de Cine LGBT+ Diversidades y Géneros “Amor es Amor”, un evento ciudadano que se incorpora ahora al calendario regular de festivales cordobeses.

Yo he venido como consorte, en vuelo separado. Como es sabido, los organismos públicos están obligados a comprar vuelos en Aerolíneas Argentinas. Yo, un poco por antipatía a esa política y otro poco para conocer, elegí vuelos en compañías low cost a los que, aplicados además el “previaje”, me salieron casi regalados (en todo caso, la cuarta parte del pasaje que le compraron a Freire).

Llegamos el lunes a tiermpo para la fiesta de inauguración a la vera del río Suquía, mucho más caudaloso que otros años. Sobre el puente peatonal del mismo nombre habían instalado al DJ y en el hermoso parque donde los runners cordobeses se cruzan habitualmente con las trabajadoras de la carne habían dispuesto un delicioso catering donde lo más granado de la diversidad cordobesa se entregaba al mejor de los pasatiempos: el chismorreo.

Yo lamenté que el festival no estuviera asociado de algún modo con los espectáculos homoeróticos de Jesús María, pero los funcionarios presentes no parecieron notar lo mucho que ganarían ambos encuentros y, sobre todo, los delicadísimos desplazamientos entre formas de vida y formulaciones identitarias que ese bucle patrocinaría.

Todo siguió a un ritmo de vértigo, con exhibición de películas (para la categoría de ficción y documental hubo más de cien presentaciones). Varios de los jurados, incluido mi marido, Sebastián Freire, presentaron sus películas fuera de competencia.

La premiación sucederá esta noche en Carlos Paz, donde además han prometido fiestas pantagruélicas (y todo hace suponer que se cumplirá la promesa, porque a las celebraciones previas no les ha faltado nada).

No sé muy bien qué desencuentros impidieron que Camila Sosa Villada, la mejor escritora actual de la Argentina, oriunda de esta provincia tan rara pero a la que yo quiero tanto, haya reinado en este festival como se merecía o que Albertina Carri, quien también fue jurado del festival, nos acompañara en las tardes de proyecciones y en las noches de canto y baile. No sé si se trata de políticas o de desajueste de organización. Como soy convidado de piedra, no me meto demasiado en esos asuntos.

Pero ojalá que el festival se consolide y crezca: la cordobesada se merece un evento como éste.


jueves, 22 de julio de 2021

¡Descorche y felicidad!

lunes, 5 de julio de 2021

martes, 10 de noviembre de 2020

El artista del momento

 



viernes, 10 de julio de 2020

La fiesta inolvidable

por Daniel Link para Soy



Sebastián Freire y yo firmamos contrato civil el 18 de marzo de 2011. Este año nos tocó “bodas de arcilla” y nos pareció que no queríamos caer en el barro, pero el que viene festejaremos nuestras bodas de aluminio (material maleable y resistente a la corrosión, ¡como nuestro matrimonio!).

El 18 empezó temprano, cambiándonos para el Registro Civil. Había, cómo no, atascos, y en un arranque de desesperación me bajé del auto, lo abandoné en medio de la calle y corrí hasta la calle Uruguay (vestido de blanco), dejando a mi marido con mi madre: que se arreglaran ellos. Yo no podía faltar a mi ceremonia. Mi apuro fue en vano. Una de las testigas, mi hija, llegó igualmente desesperada y el maquillaje arrasado por las lágrimas, cuando ya la jueza había empezado a hablar.

Cumplido el trámite societario, nos fuimos a Proa, donde la familia y ls más íntims habríamos de almorzar. En la vereda, mientras tanto, la araña de Louise Bourgeois se elevaba sobre sus patas. Intenté advertirle a mi marido (todavía no me canso de nombrarlo de ese modo) el funesto presagio que Maman representaba, pero estaba tan feliz que no quiso oirme.

A las 5 nos volvimos a casa para “dormir una siesta”. Fue inútil: ya se avecinaba la festichola nocturna. Nos duchamos, recogimos nuestros smokings, el Sebastiano gigante que habría de presidir la ceremonia, luces, manteles, golosinas para ls invitads.

A las 7 estábamos ya atrincheradas en la sala de novias del segundo piso del Club Español (capricho lorquiano del que no nos arrepentimos). Mi hija esta vez llegó temprano porque su entonces novio habría de encargarse de verificar que ls convidads cumplieran con el código de vestimenta (blanco y negro riguroso: plateado valía, dorado no) y fotografiarles en la alfombra roja. Después llegaron las muchas bebidas, los djs con sus equipos, el mobiliario alquilado, y el tiempo se nos fue volando.

El escenario estaba preparado para que Mario Bellatin nos entregara los anillos con su garfio de fiesta después de que leyéramos nuestros votos y él validara nuestro compromiso. Atravesamos el salón repleto, precedidas por dos diosas bajadas del Olimpo (Marlene Wayar y Susy Shock), que tiraban plumas blancas y negras a diestra y siniestra. Éramos cisnes drogados en nuestra propia felicidad.

Después empezó la fiesta, cada vez más tribal a medida que los efectos de Dios entre nosotras se dejaba sentir. Las primeras en salir fueron las tortas, portando las idem con forma de pastillas: Viagra, Rivotril y Éxtasis. Los valses (que habíamos ensayado con Juana Molina) fueron tres, el primero de los cuales fue la versión de “Hermana Marica” cantada por Paco de Lucía.

Esperaban turno los gogo dancers, con cara de orto para evitar (inútilmente) los asedios de Fernando Noy. No se negaron, en cambio, a los avances de una subeditora de este diario, cuyo nombre callaremos porque ahora es madre.

Hacia las 4 de la mañana llegó Dany Nijensohn, hizo apagar todas las luces y bailamos con el solo resplandor que salía de nuestros cuerpos. En el tercer piso había una fiesta de disfraces aparentemente malograda y pronto ls invitads se mudaron a la nuestra. Era fácil reconocerles porque no cumplían con el código de vestimenta. Manchas de rojo, verdes esmeraldas atravesaban cada tanto el campo visual del que nuestrs invitados desaparecían, refugiads en oscurisimos rincones.

Creo que a las 7 de la mañana había que terminar todo. En todo caso, a esa hora caminábamos con un grupo de amigos por la Av. 9 de Julio. Yo abrazaba tan fuerte a nuestro Sebastiano de yeso que le quebré un brazo.

¿Lo haríamos de nuevo? Por la fiesta, por supuesto. Agenden: jueves 18 de marzo de 2021. Elijan el viernes posterior para home office. No se suspende por cuarentena.