Amigos, aquí llega otra de las aventuras animadas
de los chicos del Quesito Rosa. En esta ocasión podremos observar
cómo se desenvuelven en su lugar de trabajo, un hábitat que les es
completamente hostil, como Corea del Norte o cualquier biblioteca. En
esta entrega también habrá cabida para la reflexión y el debate
entorno a un tema ideológico bastante controvertido y de una
dimensión emocional profunda; me refiero a la cuestión de qué
maciza de la animación nos pone más perracos. Como veréis, y
contra todo pronóstico, lo solucionaremos sin llegar a las manos, si
es que estamos de un civilizado que quita el hipo.
Estamos
en pleno siglo XXI pero nada parece haber cambiado con respecto a la
época anterior. No existen coches voladores (de hecho apenas existen
coches eléctricos); no han abierto un McDonalds en la luna; los
ordenadores cada vez son más potentes, pero únicamente con el
objetivo de poder almacenar más cantidad de pornografía; y los
viajes en el tiempo siguen reservados a casposas ferias medievales de
pueblo. ¿Y en cuanto al séptimo arte? Pues lo mismo: Para poder ver
una película en tres dimensiones sigues estando obligado a colocarte
unas incómodas gafas que en muchos casos deberás devolver a la
salida y que pueden haber sido utilizadas el tipo más cerdo del
mundo antes que tu, mientras rezas para que la cosa no sea muy oscura
o muy movidita o de lo contrario no te vas a enterar de la misa la
mitad (y ya no hablemos de la gente, como un servidor, que ya usa
gafas en su día a día y que se ve obligado a un cierto grado de
funambulismo para lograr intuir algo de profundidad); algunos de los
directores más reputados siguen apostando por el western (Quentin
Tarantino y Gore Verbinski) y se siguen estrenando películas de
animación artesanales con la técnica del stop-motion. Por
suerte para todos, algunas de ellas son tan chulas como El
alucianante mundo de Norman.
Ya lo decía la canción: “las vueltas que da la vida, el destino se burla de ti...”. Y es que durante los primeros años de la década de los '80, un joven (aunque ya despeinado) Tim Burton trabajaba para la Disney, aunque su arte no se puede decir que fuera del todo entendido ni, mucho menos, visto con buenos ojos dentro de la compañía. Así pues, tras dirigir un corto con la técnica de stop-motion, Vincent, y después de realizar un segundo corto basado en el mito de Frankenstein, de nombre Frankenweenie, la multinacional lo echó a la calle alegando que su trabajo había supuesto un desperdicio de recursos monetarios en una película demasiado terrorífica para los menores. Pero el joven Burton no arrojó la toalla y creció y creció hasta convertirse en un hermoso cisne blanco reputado director de culto capaz de contar con el reconocimiento tanto de crítica como de público. Y así fue como a mediados de la década del 2000, la Disney volvió a llamar a la puerta del realizador para volver a contratar sus servicios. Para cerrar el círculo, en 2007 ambas partes firmaron un contrato para la realización de una película basada en el mismo corto por el que lo echaron la primera vez, filmado en blanco y negro, con la técnica del stop-motion y de nombre Frankenweenie. Lo cierto es que si este párrafo lo leen con música de Danny Elfman de fondo la cosa mejora un montón.
Existen dos elementos de esta nueva producción de la compañía Aardman que no deja de sorprenderme lo muy de moda que siguen estando en pleno siglo XXI. El primero es que se trata de una película de “piratas”, género muy denostado hace unos años (y sino que se lo pregunten a Geena Davis o a Roman Polaski) pero que después del éxito de la saga “Piratas del Caribe” parece seguir disfrutando de un momento dulce (este año incluso sacaron la cabeza en la cuarta entrega de Ice Age, en la que los protagonistas debían enfrentarse a unos temibles piratas prehistóricos). El segundo de los elementos es la técnica del “stop-motion” (auténtico signo de identidad de Aardman, junto con la plastilina). Resulta curioso como, en plena era digital, esta técnica de la vieja escuela siga teniendo tantos adeptos. Sin ir más lejos, este mismo 2012, junto con la película que hoy nos ocupa, también se estrenan dos apuestas fuertes más en “stop-motion”: Frankenweenie y El aluciante mundo de Norman. Y viendo los resultados obtenidos, que sea por muchos años.
No se lo van a creer cuando se lo diga, pero resulta que la película ¡Piratas!, trata sobre... piratas. Exactamente sobre el llamado Capitán Pirata (estoy visualizando una mesa repleta de reputados guionistas rebanándose los sesos para dar con el nombre adecuado para el protagonista de esta aventura). Le acompañan su variopinta tripulación que, a pesar de tratarse de buena gente, no se puede decir que sean excesivamente aguerridos, valientes ni audaces. Más bien todo lo contrario. A pesar de eso, nuestro protagonista está empeñado con alzarse con el premio anual al mejor pirata del año, reputado galardón que recibe el pirata que consiga reunir un mayor botín en sus saqueos.
Entonces, si los piratas son los buenos de la película, ¿sobre quién recae el rol de malo oficial de la función? Pues ni más ni menos que sobre la reina Victoria de Inglaterra, una monarca con una especial debilidad por eliminar a todos los piratas de la faz de la tierra. Pero la reina no será el único personaje histórico que se cruzará en el camino de la tripulación y es que, en uno de sus habituales abordajes, los piratas se cruzarán con Charles Darwin quien le propondrá al Capitán un arriesgado plan para lograr ganar un montón de oro, con el que poder alzarse con su premio soñado. Lo cierto es que explicado así la trama no tiene mucha gracia y todo el conjunto desprende un tufo a topicazo plano que tira para atrás, pero lo cierto es que la cosa es de mucha risa.
Si existen unos personajes ligados a Aarman estos son, sin lugar a dudas, Wallace and Gromit, vistos en cortometrajes y en su salto al largo, la excelente Wallace and Gromit, la maldición de las verduras. Pero la compañía también ha realizado otros títulos como Chicken Run: Evasión en la granja, Ratónpolis y Arthur Christmas, operación regalo (estas dos últimas de animación por ordenador); o las televisivas Creature Comforts y Shaun the sheep. ¡Piratas! está dirigida por Peter Lord (co-director de Chicken Run: Evasión en la granja y miembro fundador de la compañía, hace cuarenta años) y Jeff Newitt. Entre los famosos que prestan su voz a los personajes de la película encontrarán a Hugh Grant, Martin Freeman, Salma Hayek y Jeremy Piven, entre otros.
Se trata de un film cien por cien Aardman (algo que no se puede decir de sus dos anteriores films de animación por ordenador, bastante más flojos en su global), con sus personajes delirantes, su humor muy inglés, sus situaciones rocambolescas, su excelente animación por stop-motion, y sus carreras/persecuciones rocambolescas. Su humor es fresco, los gags se suceden a ritmo vertiginoso en algunos momentos del film, la reina Victoria está desencadenada e incluso sale un mono que hará las delicias del espectador. El sello Aardman también se percibe en una trama que se va complicando más y más a medida que avanza la historia (ya he dicho que el punto de partida es más bien sosainas). Lamentablemente la sensación general es de que el universo “pirata” está demasiado quemado ahora mismo, pero la película logra salir airosa a pesar de ello, aunque debo reconocer que todavía hubiera disfrutado más la cinta con un protagonista con algo más de carisma, ya que no logra estar a la altura del resto de personajes.
Resumiendo: ¡Piratas! es, ante todo, un producto familiar capaz de entretener a los más pequeños y hacer disfrutar a los mayores.
Yo nunca he sido muy fan de Tintin. De hecho, siempre fui más de Asterix. Dicha afirmación no impide, no obstante, que pueda llegar a apreciar una buena película del intrépido periodista y pueda, fácilmente, aborrecer una mala adaptación del irreductible galo. Lo cierto es que, de pequeño, me llegué a leer un par o tres de los volúmenes de Hergé, pero nunca me llegaron a fascinar ni los personajes ni las aventuras en las que se veían inmersos sus protagonistas. A quien al parecer, y según ellos mismos afirmaron, si que atraparon fue a Steven Spielberg y Peter Jackson (para quien no los conozca diremos que son dos señores que hacen películas) hasta tal punto que decidieron unir esfuerzos para intentar trasladar las viñetas de los cómics hasta la gran pantalla. Es cierto que ya se había intentado llevar al personaje al cine en alguna que otra ocasión anterior, pero el resultado final siempre había sido, como poco, tirando a sonrojante y bastante próximo al suicidio en masa.
¿Qué hace un camaleón como tú en un sitio como éste?
Viendo Rango me di cuenta de lo mucho que me llega a molestar el término “cine familiar” o “cine para todos los públicos”. Uno frente a una película de animación protagonizada por un camaleón perdido en el desierto que juega a ser sheriff (y sin el vocabulario soez de otras películas de animación como podría ser South Park) puede llegar a pensar que se trata de la película ideal para que los padres lleven a sus hijos pequeños a los cines para tenerlos entretenidos hora y media larga. Francamente dudo mucho que Rango sea una película para niños, lo que no quiere decir que los niños no puedan ver la pelí e incluso que algunos de ellos puedan llegar a disfrutarla, pero creo que la mayoría terminarán aburriéndose soberanamente ante las aventuras del camaleón de camisa hawaiana. ¿Y los padres? Los padres sí podrían disfrutar de la película, pero me sorprendería bastante que lo hicieran con su hijo aburriéndose en el asiento de al lado.
El director español Fernando Trueba es un gran amante de la música, sobre todo del jazz y más concretamente del latino, como ya se pudo comprobar en su excelente documental Calle 54 (2000) nominado al Oscar; y dentro de este género musical encontramos al músico cubano Bebo Valdés, una de las figuras vivas más importantes de esta rama del jazz que a la edad de 93 años ha sido la pieza clave en la película de animación llamada Chico & Rita (2010), dirigida por el mismo Trueba, por el artista Javier Mariscal y por su hermano Tono Errando. Precisamente, la historia está dedicada a Bebo (que también trabajó con Trueba en el documental El milagro de Candeal, de 2004) y es que el mismo protagonista se llama Chico Valdés, que en el inicio se pone a recordar su pasado, retrocediendo a La Habana de 1948, con sus primeros comienzos como pianista. En ese tiempo conocerá a una cantante llamada Rita de la que se sentirá atraído al instante. Su historia de amor será el tema central de la película en la que el espectador disfrutará de bellas imágenes y de grandes canciones del jazz de la época, con el paisaje de fondo de la capital cubana y también del mismo Nueva York.
Resulta cuanto menos curioso el gran número de paralelismos existentes entre Toy Story 3 y el inmediatamente anterior trabajo de Pixar, Up. Ambas películas empiezan recordando el pasado de sus personajes protagonistas, mostrándonos tiempos mejores, para, una vez la historia vuelve al presente, emprender un viaje (ya sea elevando una casa con un gran número de globos o en una caja de cartón) hacia tierras desconocidas, habitadas por secundarios que no les pondrán las cosas nada fáciles. Ya en la recta final de ambas películas el sentido de la aventura hecha espectáculo se apodera de la pantalla para concluir con un emotivo epílogo. Y a pesar de que ambas películas llevan caminos paralelos, el resultado termina siendo, justamente, el opuesto. Y es que mientras Up arrancaba de forma absolutamente magistral para ir perdiendo fuelle a medida que avanzaba la trama, Toy Story 3 empieza resultando un film entretenido hasta que, llegado a cierto punto del metraje, la cinta da un salto de calidad impresionante capaz de mantener al espectador clavado en su butaca, con una recta final fascinante.
En Toy Story 3 recuperamos a Woody, Buzz y toda la panda de juguetes de Andy. El chico ya tiene diecisiete años, está a punto de irse a la universidad y, al parecer, ya no juega con sus juguetes desde que empezaron a crecerle pelos en recónditos lugares de su cuerpo. Como está a punto de abandonar el hogar familiar para irse a vivir al campus, sus juguetes terminarán donados a una guardería donde Woody y los suyos deberán hacer frente a una horda de pequeños monstruos llenos de mocos y al resto de juguetes que habitan el jardín de infancia. Además, el vaquero Woody, se niega a aceptar su suerte e intentará, por todos los medios, volver junto a su dueño.
La película está dirigida por Lee Unkrich, quien a este paso se acabará convirtiendo en todo un clásico de la factoría Pixar, y que anteriormente ya había co-dirigido Monstruos S.A. y Buscando a Nemo. Su trabajo en la dirección es otro de los puntos fuertes de la película, pues la cámara siempre parece estar colocada en el lugar adecuado, algo siempre difícil de ver, y más aún tratándose de una película de animación. Pixar, además, logra apuntarse un nuevo tanto a su favor, logrando mantener el altísimo nivel al que nos tiene acostumbrados. No obstante, y puestos a buscarle un “pero” a la compañía, estaría bien que alguno de sus trabajos se alejara un poco de los ya consabidos mensajes de siempre: los fuertes lazos de la amistad, mejor trabajar en equipo, no hay que conformarse y hay que luchar por lo que uno quiere, etc, que parecen heredados, directamente, de Disney. Por suerte, en Toy Story 3 nos han evitado otro de sus clásicos habituales, como es el ecologismo.
No obstante, y a diferencia de los trabajos anteriores de la compañía, Toy Story 3 tiene un punto oscuro de lo más siniestro y chungo. La diferencia principal entre esta tercera entrega y las dos anteriores, es que, en las primeras, los malvados de la función eran humanos (el niño de los vecinos y el propietario de la tienda de juguetes), pero, en esta ocasión, el rol de malo de turno recae en otro juguete cómo ellos, lo que acaba convirtiendo la historia en todo un tour de force por parte de nuestros protagonistas que se las verán y se las desearán para intentar salir adelante. Y es que mira que me he llegado a tragar películas de terror a lo largo de mi vida, pero pocas provocaron en mi el mismo efecto de mal rollito que me dio el camión de la basura de la cinta, envuelto en una ambientación de lo más siniestra.
Pero no se queda sólo en eso el film, que además cuenta con un humor muy agudo, cuyos mejores momentos suelen coincidir con Ken en pantalla (su encuentro con Barbie, seguro, lo habrán visto ya en los trailers) y su colección de complementos y cierta transformación de Buzz Lightyear, que termina resultando francamente descacharrante. Además, la película se permite el lujo de ofrecer al espectador algún que otro guiño cinéfilo como la escena en la que a Woody le da por imitar al prota de “Misión Imposible” o ese peluche con la forma de “Mi vecino Totoro”.
La cinta empieza con una trepidante escena de acción (más grande, más larga y sin cortes) que sirve para reencontrar al espectador con los protagonistas de la película once años después. Una vez ya puestos en situación, y después de comprobar que el tiempo ha pasado igual para todos, la trama entra en materia, encontrando una nueva buena historia que contar, resultando, además, de lo más entretenida. Pero es hacia la recta final cuando la cosa gana en todos los sentidos posibles ante las “aventuras en la gran ciudad” de Woody y su pandilla, mezclando géneros con pasmosa facilidad y atrapando al espectador dentro de una trama que se va oscureciendo a medida que avanza hasta su clímax final.
Resumiendo: Nuevo tanto para Pixar, que recupera a los protagonistas de su primer film para meterlos dentro de una nueva aventura, más oscura que sus antecesoras, con una fantástica recta final.
Nueva York está entre las aglomeraciones urbanas más grandes del mundo, en 2005 se hablaban casi 170 idiomas en la ciudad y el 36% de su población había nacido fuera de los Estados Unidos. La nueva serie animada de Comedy Central recurre a monstruos, zombies y demonios para hacer una divertida alegoría sobre toda esta diversidad cultural. La historia se desarrolla en un mundo alternativo donde la Gran Manzana continúa siendo uno de los principales puertos de entrada de inmigrantes, solo que en vez de puertorriqueños, italianos, dominicanos o chinos, encontramos a todo tipo de iconos del imaginario terrorífico. En líneas generales podríamos decir que Ugly Americans hace por el terror lo mismo que en los últimos años ha hecho Futurama por la ciencia ficción, solo que, a diferencia de la serie creada por Matt Groening, esta se aleja del "mainstream" y se decanta por una estética fea y marginal, con altas dosis de mala baba.
La trama gira en torno a las actividades de Mark Lilly, un asistente social que trabaja en el Departamento de Integración junto a Leonard, un mago alcohólico que lleva años sin dar un palo al agua. Mark comparte piso con Randall, un zombie mohoso y come cerebros, y mantiene una extraña relación amorosa con su jefa, una diablesa en el sentido literal. La serie es una comedia de situación donde el protagonista debe solucionar un caso por capítulo, él siempre pretende hacer bien su trabajo, pero debe lidiar continuamente con las espeluznantes peculiaridades de los freaks a los que pretende ayudar y con la incomprensión del americano de a pié, dos características que conforman el juego de palabras del título. Ugly American es un término peyorativo que se utiliza para referirse a los estadounidenses que viajan al extranjero y se muestran ignorantes con la cultura local, y en este contexto puede hacer referencia tanto a la postura arrogante y ofensiva de los americanos nativos, como al aspecto monstruoso de los recién llegados.
La serie es una comedia de horror que desmitifica el género pasándolo por el túrmix de lo cotidiano y en la que podemos encontrar, entre otras cosas, a un yeti en el baño o a una masa devoradora en busca de empleo. Estas son algunas de las viñetas que dan vida a este imaginativo universo y que colaboran para dotar al conjunto de un tono barroco y recargado. Abundan los guiños a los fans y las apariciones de personajes emblemáticos, como El Monstruo de la Laguna Negra o la Rosemary de La semilla del diablo, y uno debe estar atento para no perder detalle. Otro de los aciertos de la serie es el de no caer en la parodia facilona y no recurrir a los estereotipos, sino crear personajes frescos y humanos, aunque su aspecto diga todo lo contrario.
El diseño de personajes puede ir desde lo más convencional, con vampiros canosos y ancestrales, hasta lo más absurdo y delirante, como aquella chica con multitud de tetas y la cara en la entrepierna. Unos estrafalarios monstruos que en el fondo, como suele suceder en estos casos, siempre nos están hablando de nosotros mismos, porque la metáfora es evidente y funcional, aunque la serie nunca ponga el acento en la reflexión, sino en el humor y la diversión. «Monstruos normales con problemas normales» podría ser su lema, porque hace una relectura vulgar y mundana de las criaturas del folclore terrorífico y fantástico, características que pueden recordar a otros experimentos similares del mundo del cómic, como el Fábulas de Bill Willingham o el Top Ten de Alan Moore y Gene Ha.
Con una estética deudora del underground americano, los guiones de David M. Stern (una de las cabezas pensante de Los Simpson, Monk y Aquellos maravillosos años, tres series muy a tener en cuenta), y las voces de varios comediantes del Saturday Nigh Live, el famoso late show estadounidense, Ugly Americans juzga con ironía nuestra realidad, y lo hace cargada de tacos, sexo, violencia y humor. Matt Oberg, el actor que presta su voz al protagonista, ha declarado en una entrevista que «tal vez haya que hacer un espectáculo de monstruos y zombies para mostrar lo que Nueva York es en realidad». ¿Quién puede resistirse a un punto de vista como este?
La frase:«Si te gusta lo normal, ¿por qué preocuparse en ir a Nueva York?»
La frase 2: «Hay suficiente pelo como para una porno de los 70’s.»
Actualmente existe un pequeño grupo de directores, capitaneados por Tim Burton, que defiende la stop-motion como una opción viable para la animación, aunque siempre ha sido un trabajo duro y tedioso filmar cuadro por cuadro, y la animación generada por ordenador, con sus gráficos en 3D, no solo resulta más espectacular y rentable, sino que además está evolucionando a pasos agigantados. Entonces, ¿para qué seguir rodando con stop-motion? Esta técnica tiene algo de cine a la vieja usanza, pero emplearla hoy en día no se limita a un mero ejercicio de estilo con el que reivindicar a grandes figuras del pasado como Georges Méliès, Ray Harryhausen o Jan Svankjamer, sino que además pone en solfa ciertas carencias de la actual animación digital, porque parece que al cine moderno le cuesta entender que cuanto más realista menos mágico resulta.
Fantastic Mr. Fox está basada en una popular novela infantil de Roald Dahl, el mismo autor de James y el melocotón gigante y Charlie y la fábrica de chocolate, Dahl es uno de esos escritores anglosajones con una relativa repercusión en el cine, pero con el que no existe demasiada conexión por estas tierras (lo mismo podríamos decir del Dr. Seuss, por ejemplo). En un principio se pensó en Henry Selick para encargarse del filme, pero el cineasta estaba ocupado con Los mundos de Coraline (2009) y tuvo que rechazar el proyecto, así que la adaptación, para sorpresa de muchos, cayó en manos de Wes Anderson. Puede que Anderson no tenga ninguna experiencia directa en la animación, pero lo cierto es que sus comedias siempre han tenido un cierto aire a cartoon, debido a su habitual utilización de los colores primarios y a la exagerada caracterización de los personajes. De ahí que ambos, Selick y Anderson, trabajasen juntos en Life Aquatic (2004), confirmando que sus mundos no están tan alejados como parece.
En ésta, su primera incursión en el género, Anderson se decide por una animación rudimentaria, que acentúa el aire retro del filme y que recuerda aquellas fantasías de la Europa del Este, repletas de fibras y texturas. Desde el principio se impone una paleta de colores cálidos y la cinta empieza con la superficie de una tela, filmada como si se tratase del plano aéreo de un inmenso campo. Allí conocemos a Mr. Fox, un elegante y pícaro zorro que se mueve y habla como George Clooney. Dicho personaje se gana la vida robando gallinas pero debe replantearse su situación, porque su novia, a la que presta la voz Meryl Streep, se ha quedado embarazada. Pronto lo encontramos reformado como padre de familia y columnista de un periódico, donde escribe una sección titulada “Un zorro de ciudad”, pero en seguida percibimos que ni se siente civilizado ni es feliz. Tiene la llamada crisis de los cuarenta siete años, y añora sus antiguas correrías, por lo que está dispuesto a dar un último golpe a espaldas de su querida esposa. Cuando los ganaderos lo descubran y cerquen su guarida, toda su familia correrá peligro.
Mediante un punto de partida que no difiere mucho de Los Increíbles (2004), aunque intercambiando a superhéroes por animales del bosque, la película elabora una fábula moral sobre las insatisfacciones del hombre moderno, donde no es casualidad que la última escena se sitúe en un supermercado, el colmo de los artificios de nuestra civilización y el lugar ideal para romper una lanza por la supervivencia de nuestro lado más salvaje y natural. La historia tiene diversas constantes habituales en la filmografía del director, como son los lazos familiares, los personajes defectuosos, el humor seco, la dificultad de conseguir las metas propuestas y la apatía con la que imprime sus filmes, además de varios momentos musicales a mayor gloria de los Beach Boys y Jarvis Cocker, entre otros. La mano de Anderson también se nota en Ash (Jason Schwartzman), el hijo de Mr. Fox que simplemente es… diferente. No es alto, ni atlético, ni popular, pero lamentablemente la cinta le da la oportunidad de encajar haciendo algo atlético y popular.
Fantastic Mr. Fox representa toda una singularidad en el actual panorama cinematográfico, la cinta es un curioso cóctel que se sitúa a medio camino entre una comedia agridulce y una fábula infantil, consiguiendo varios momentos afortunados y otros más olvidables, debido en parte a que sus apartados formales y técnicos brillan más que su contenido. Plásticamente es una delicia, pero la historia pierde algo de interés entre tanta huída y persecución in extremis. De alguna manera el cine de Wes Anderson siempre me ha provocado sensaciones contradictorias, sus propuestas me parecen carismáticas y atractivas, y el cineasta sabe como otorgarles personalidad y humor, pero algo impide que lleguen a emocionarme y aunque ciertamente me gustan, me conformo con el resultado, porque cada una de sus partes apuntaban a un conjunto mejor.
La frase:« ¿Cómo puede ser feliz un zorro sin, perdona la expresión, una gallina entre sus dientes? »
La gran diferencia entre Hayao Miyazaki y Isao Takahata, los dos fundadores del Estudio Ghibli (1985), es que el primero, a partir del año de creación del estudio, ha sido más prolífico y más coherente en su carrera cinematográfica. Takahata ha hecho menos películas y bastante diferentes entre ellas, en las que la animación también cumple un papel importante, como en Recuerdos del ayer (1989), mostrando costumbres y recuerdos de su protagonista, pero resaltando en otras un humor bastante absurdo y sorprendente, como se puede observar en su película con mapaches, Pompoko (1994), o en Mis vecinos los Yamada (1999), otra película costumbrista que juega con una animación totalmente diferente, desmarcándose completamente de la habitual minuciosidad de las películas de Miyazaki y optando por crear a sus personajes con un curioso y original dibujo abocetado, con escenas muy bien resueltas, pero siendo una animación más cercana al estilo del animador norteamericano Bill Plympton.
Fue en 1988 cuando Isao Takahata creó la que es su obra más conocida y de la que seguramente será recordado, La tumba de las luciérnagas, en la que apostó por la misma línea dramática que tanto éxito le habían dado las series Heidi (1974) y sobre todo Marco (1976), contando esta vez una historia verdaderamente trágica ubicada en el Japón del final de la Segunda Guerra Mundial, centrándose en un adolescente llamado Seita y su hermana pequeña Setsuko. El relato del intento de supervivencia de estos dos personajes es absolutamente desolador, dado que desde los primeros fotogramas sabemos que ambos están muertos ("El día 21 de septiembre de 1945, yo morí"), contando la historia como un flashback en el que él observa algunas escenas de su pasado reciente.
La película recibió muy buenas críticas y debió de sorprender en el momento de su estreno no sólo por su obvia gran calidad de la animación, sino también por sus contundentes imágenes, siendo un drama tan duro que el espectador no puede evitar emocionarse y hasta seguramente soltar alguna lágrima. Sin embargo, uno tampoco puede quitarse de la cabeza la sensación de que a Isao Takahata le gusta adentrarse en este tipo de historias, profundizando demasiado en la miseria de sus protagonistas, buscando claramente la compasión del espectador. Aunque esto no resta valor a la historia ya que el recuerdo de algunas escenas de la niña Setsuko son imborrables y el objetivo de impactar se cumple totalmente, resultando ser una de las películas más tristes de la historia del cine, aunque algunos aspectos del drama sean utilizados casi al límite.
"La tumba de las luciérnagas contiene una gran calidad en la animación pero también una tragedia demasiado respaldada en las penurias de una pareja de hermanos que sobreviven como pueden en el final de la Segunda Guerra Mundial"
Está claro que muchos recuerdan a Hayao Miyazaki por ser tan importante para varias generaciones debido a las series que marcaron una época como Heidi (1974-1977) y Marco (1976), aunque sólo fuera el creador de los personajes, ya que el verdadero artífice fue su compañero y amigo Isao Takahata, con el que creó en 1985 el famoso y elogiado Estudio Ghibli. Precisamente, un año antes Miyazaki nos sorprendió a muchos con una gran serie con perros como protagonistas, coproducida con Italia y basada en el famoso personaje de sir Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes, convirtiéndose también en una serie de culto en la que se veía una elegancia en la puesta en escena y una buena construcción de los personajes principales.
Pero también sus películas han marcado un antes y un después tanto en la animación japonesa como en la de todo el mundo, debido seguramente por su predilección y gran apuesta por la animación tradicional en 2D; también por su supuesto amor a la naturaleza con el que logramos observar paisajes de gran belleza y por una magia que envuelve todas sus historias llegando a emocionar. Por eso es de agradecer el reestreno en las salas de cine de una de sus películas más emblemáticas y más queridas, Mi vecino Totoro (1988), que después de veintiún años de su creación no ha perdido ni un ápice de todo su encanto. Aunque cuando se estrenó en su momento no cuajó del todo en el mismo Japón, el paso del tiempo la ha colocado en un puesto privilegiado en la mente de los nipones, gustando a casi todos. Y la verdad es que la historia es emocionante por mostrarnos a dos crías, Satsuki i Mei, que se van a vivir al campo con su padre y en el que conocerán al duende de un cuento de hadas, Totoro, con el que vivirán una experiencia inolvidable. Además, es indispensable en la historia la relación de las hermanas con su madre que se encuentra convaleciente en un hospital. Y es que se podría decir que es una película muy japonesa, donde se pueden ver también varias referencias al Sintoísmo, una religión más cercana a la filosofía por basarse en una adoración a los espíritus de la naturaleza, donde todas las cosas tienen su alma: las piedras, la hierba, cada árbol...
No olvidemos tampoco que las películas de Hayao Miyazaki, con el Estudio Ghibli detrás suyo, tienen un tremendo potencial artístico, recreando un mundo propio de realidad y fantasía situado perfectamente en una maravillosa puesta en escena, con una inusitada capacidad para animar cualquier detalle, por difícil que sea. Y no sólo eso, sus historias mantienen un pulso fuerte a la hora de intentar dejar huella en el espectador de algún claro mensaje, como la unión en la familia en Mi vecino Totoro, consiguiendo su objetivo sin ser una historia marcadamente infantil aunque sí un tanto moralizadora. Otras películas como la simpática Nicky, la aprendiz de bruja (1989), cuyo horrendo doblaje en español ridiculiza la historia y la hace más infantil de lo que aparenta ser, o la brillante aunque larga La princesa Mononoke (1997), con demasiados mensajes ecológicos, son historias en las que los protagonistas principales son adolescentes bastante responsables que dejan a sus familias por alguna causa que otra pero con los que mantienen igualmente un fuerte vínculo.
También encontramos en la filmografía de Miyazaki más muestras del encanto de sus historias, como la genial Porco Rosso (1992), la mágica El viaje de Chihiro (2001), la sorprendente y misteriosa, aunque con fallido final, El castillo ambulante (2004), y la preciosa, aunque también con un final un tanto pomposo, Ponyo en el acantilado (2008).
"Particularmente, Mi vecino Totoro es una película que sorprende por su forma tan sencilla de atrapar al espectador y por su especial atención en mostrar una infancia llena de ternura e imaginación, con unas terribles ganas de vivir que es lo que precisamente nos produce una emoción que no podremos olvidar"
Un cruce entre Jacques Costeau y Napoleon Dynamite.
He puesto en marcha un pequeño cineclub en el que doy pases semanales a niños de edades muy diversas, todos entre 3 y 12 años, a veces la película que pongo es juvenil y en otras infantil, y cuando se trata de dibujos animados los más mayores acostumbran a quejarse, están saliendo de la niñez y necesitan reafirmarse como adultos. Yo puedo disfrutar de Blancanieves y los siete enanitos (1937) sin ningún tipo de remordimientos porque nadie discute mi madurez, pero para ellos es distinto, más difícil, por lo que siempre muestran cierta oposición, aunque al final acaban bajando la guardia y sucumbiendo a los encantos de estas producciones, porque les gustan aunque no lo admitan abiertamente. Lo interesante de Bob Esponja es que se ríe directamente de esta situación.
La historia empieza el día en que se concede un ascenso en el Crustáceo Crujiente, Bob Esponja está convencido de que él va a ser el afortunado pero finalmente es Calamardo Tentáculos quien se lleva el gato al agua. La razón es simple, Bob es dinámico, emprendedor y creativo, pero muy infantil. Mientras que Calamardo es todo lo que uno espera de un adulto, es soso, falto de ambiciones y bastante mediocre. Nuestro protagonista se lo toma mal y cae en una espiral autodestructiva de dulces y cancioncillas infantiles, pero a la mañana siguiente se aventura en una peligrosa misión junto a Patricio Estrella para demostrar que es un hombre, su objetivo será encontrar la corona del Rey Neptuno y salvar Fondo de Bikini de las malvadas, diminutas y verdes manos de Sheldon J. Plankton.
Ahora fijémonos por un instante en Bob Esponja, su aspecto es el del típico adolescente aniñado con los dientes delanteros prominentes y la cara porosa (un hecho que recuerda intensamente al acné juvenil), y el trabajo que ejerce en el Crustáceo Crujiente también es el típico empleo basura de un adolescente. Tiene mucha facilidad para sobreexcitarse por cualquier cosa y su comportamiento es infantil en sentidos muy diversos, algunos de ellos conscientemente peyorativos. Utilizando el mismo lenguaje del filme diríamos que es un percebe y un atontado, algo que la cinta a veces celebra y en otras juzga. En más de un sentido puede considerarse como el Napoleon Dynamite (2004) de los dibujos animados e incluso el desmadrado final, cien por cien ochentero, parece una exageración y caricaturización de lo que ya sucedía en aquel filme.
Hay algo de la filosofía de John Waters rondando por la película, una exaltación de lo marginal y lo feo. Cuando Bob Esponja lo pasa mal, mediante un recurso utilizado en otros cartoons tan emblemáticos como Ren & Stimpy, vemos su rostro en primer plano, en un encuadre donde el dibujo se torna más complejo y se pueden observar con detalle cada una de sus imperfecciones. No es algo agradable pero provoca risas y, de alguna manera, reconforta al niño. Todos nos hemos sentido como mocosos insignificantes alguna vez y hay algo de tristeza, culpabilidad y soledad en ese sentimiento, de ahí que consuele compartirlo de manera tan alegre, impúdica y desenfadada.
La película, a través de un grafismo deudor del comic underground americano, elabora una comedia física muy dada al humor cafre, aunque todo queda atemperado por la energía que atraviesa la pantalla constantemente. La trama se muestra muy consciente de los hilos que mueven este tipo de periplos morales y utiliza la exageración y el absurdo como válvula de escape, de tal forma que el material clásico queda barnizado por una nada sutil ironía postmoderna y el filme resulta eficaz a tres bandas; divierte, conmueve y es irreverente. Existen varias escenas memorables, el numerito musical en el fondo del precipicio, cuando Bob y Patricio cantan, bailan y hacen palmas rodeados por gigantescos monstruos marinos, es absolutamente delirante. Y el cameo de David Hasselhoff, que aquí parodia su popular papel en la serie Los vigilantes de la playa, nos regala uno de los momentos más surrealistas y disparatados del filme, y eso que, contra todo pronóstico, sale sobrio y en buena forma.
Recuerdo la primera vez que fui a un cine a ver una película en 3-D. Era Pesadilla en Elm Street 6, La muerte de Freddy, y a la puerta del cine nos dieron unas gafas de cartón. A falta de poco para el final de la película nos indicaron que nos pusiéramos las gafas para poder ver como a Freddy le salían gusanos y pústulas varias de la boca que, a duras penas, conseguían traspasar la pantalla. Los resultados no debieron ser los esperados, porque la industria rápidamente se olvidó de la técnica hasta que, recientemente, ha vuelto a la carga después de verle las orejas al lobo y comprobar como perdían espectadores a marchas forzadas. Últimamente estamos viviendo una auténtica oleada y son muchas y variadas las propuestas en 3-D, algunas de ellas más justificadas que otras, lo que me hace pensar que el boom actual quizás está más pensado para satisfacer las expectativas de la propia industria que las de los espectadores. Una de las recientes películas estrenadas que se pueden ver con esta técnica es: Up, la nueva apuesta de Pixar... ¡Empezamos!
La peli va de un viejo que tiene muchos globos, otro que tiene muchos perros, un niño gordo, un pájaro raro, una casa que vuela y... mmmm, creo que me estoy liando un poco. Mejor vuelvo a empezar. Carl es un anciano, vendedor de globos retirado, que se acaba de quedar viudo y al que ya nada parece atarle al presente salvo la casa donde vivió feliz durante tantos y tantos años con su difunta esposa y de la que lo quieren echar. Pero Carl, lejos de rendirse, opta por atar una multitud de globos a la casa para salir volando hacia su última aventura: viajar hacia América del Sur, un sueño de juventud que compartía con su esposa, y que nunca llegaron a realizar. Una vez ya en el aire, descubrirá que no está solo en su viaje, pues en el porche de su casa encuentra un polizón con el que no contaba, un orondo niño empeñado en convertirse en un joven explorador. A regañadientes, el viejo cascarrabias deberá aceptar al inesperado compañero de viaje, quien conseguirá sacar de sus casillas al anciano una y otra vez. El viaje, no obstante, solo es el principio, pues una vez lleguen a su destino empezará la auténtica aventura que ambos han estado esperando.
Up es la nueva apuesta de Pixar, la compañía especializada en títulos de animación por ordenador, que empezó su andadura en el mundo de los largometrajes con Toy Story y que se ha ido especializando en hacer cine “para toda la familia” con títulos tan rematadamente conocidos y taquilleros como Bichos, Toy Story 2, Monstruos S.A., Buscando a Nemo, Los increíbles, Cars, Ratatouille y Wall-E (probablemente el mejor de sus trabajos hasta la fecha, aunque un servidor siempre tuvo una especial predilección por Los increíbles). Tanto el guión como la dirección de este nuevo trabajo corren a cargo de Pete Docter (quien fuera también responsable de Monstruos S.A.) y Bob Peterson.
Parece claro que Pixar se ha convertido en la gallina de los huevos de oro de la Disney, con la habilidad de arrasar en taquilla a pesar de lo arriesgados que a priori puedan parecer sus proyectos. Con Up, de paso, Pixar aprovecha para subirse al carro del 3-D, técnica que, al parecer, ha conseguido que los cines se vuelvan a llenar este verano, aunque no resulta todo lo imprescindible que uno desearía para poder disfrutar del film.
A mi modo de ver, la película contiene tres partes claramente diferenciables: La primera, los primeros diez minutos, son un puro diez. Resulta fantástica y con la capacidad de transmitir emoción incluso a una maldita piedra a través de la fuerza de las imágenes, sin soltar una sola palabra, ni falta que le hace. La segunda, hasta la hora de duración, baja un poco el listón pero resulta igualmente brillante. Se potencia la sensación de aventura y, sobretodo, humor, especialmente por la relación entre el anciano y el niño, y consigue meter al espectador de lleno en la trama sin apenas posibilidad de soltarse ni un momento. La tercera, los últimos veinte minutos, fue la que más me chirrió dentro del global y la película cae en el clásico error (a mi entender) de mezclar el género de “aventuras” puro y duro con el género de “acción” y donde podemos ver como el abuelete, que usaba una silla eléctrica para bajar las escaleras de su casa, empieza a dar piruetas imposibles y saltos acrobáticos al más puro estilo John McClain. Aunque, cuidado, no es que no me gustara el tramo final, ni mucho menos, lo que pasa es que viendo de donde veníamos, lo cierto es que no está al nivel del resto de la película.
Resumiendo: La película entretiene, emociona y divierte a partes iguales, así que poco más se le podría pedir. Y es que, como se suele decir, si la película fuera un perro, solo le faltaría... hablar.
Buenos días, soy el jefe Dreyfus y hoy miramos hacia la cartelera, con una película de estreno que es un bonito/terrible cuento que hará las delicias de los aficionados al stop-motion, de la mano de uno de los directores que se está consagrando con dicha técnica. Hoy: Los mundos de Coraline... ¡Empezamos!
La película empieza, como tantas y tantas otras, con la mudanza de la familia protagonista a su nuevo hogar en los apartamentos Palacio Rosa. Dicha familia está formada por un matrimonio, demasiado enfrascado en su trabajo como para hacer caso a su hija, llamada Coraline, una niña de gran imaginación, que se sentirá sola en su nuevo hogar, después de haber dejado atrás a sus antiguos amigos, debido a la poca atención dispensada por sus padres. Rápidamente, no obstante, empezará a hacer nuevas amistades, entre los que encontramos a un extraño niño, que vive en el pueblo, y sus vecinos: un viejo artista de circo, el asombroso Bobinsky, al que se le ha ido un poco la cabeza, y dos ancianas, antiguas bailarinas de vodevil, amantes de los perros, que siguen recordado los felices tiempos de éxitos pasados. Pero todo va a cambiar cuando Coraline descubra que, escondido en el salón de su nueva casa, debajo del papel pintado, existe una pequeña puerta capaz de llevarla a un mundo paralelo donde todas las cosas que le disgustan han desaparecido, todo es perfecto y la actitud de sus padres hacia ella ha cambiado, solo que, en ese nuevo mundo, las personas no tienen ojos, tienen botones.
El director del cuento es Henry Selick que, aunque su nombre a priori no nos diga demasiado, lo cierto es que era el director de Pesadilla antes de navidad (no, Tim Burton no la dirigió, suya era la historia y el trabajo de producción, pero la dirección corría, en solitario, a cargo del sr. Selick, aunque no tuviera el reconocimiento que, quizás, se merecía). Después vinieron James y el melocotón Gigante (también en stop-motion) y posteriormente probó suerte con Monkeybone (que resultó ser un fiasco donde Brendan Fraser se las tenía y se las deseaba con una especie de mono tocapelotas). Ocho años después de esta última, vuelve a probar suerte con lo que, hasta la fecha, mejor se le ha dado, llevar a la gran pantalla un cuento siniestro utilizando, una vez más, la técnica del stop-motion, que tan buenos resultados le ha dado.
Y para ello se ha basado en una novela de Neil Gaiman (quien la escribió pensando en su propia hija), reconocido autor de cómics (especialmente relevante su trabajo en la serie Sandman) y cuya novela Stardust, ya se llevó recientemente a la gran pantalla.
La película engancha, y lo hace por diferentes y variados motivos. Engancha por la oscuridad que desprende la historia que nos están contando, siniestra en muchos momentos, con un terror que se va apoderando del metraje a medida que avanza la peli, llegando a una cumbre media hora final; engancha por lo bien tratado que está el stop-motion y todo el jugo que es capaz de sacar el director y su equipo de la técnica; engancha por la magia que desprende por sus cuatro costados; engancha por su desbordante imaginación, donde los jardines cobran vida, las mantis son vehículos y los escarabajos cómodos asientos, engancha por sus personajes secundarios, tan bien escogidos, personajes solitarios y amargados, anclados en unas vidas que hace muchos años que dejaron atrás, pero entrañables al fin y al cabo; engancha por la historia, que aunque en algún momento pueda recordar a Alicia en el país de las maravillas, a la hora de la verdad, funciona por si sola y te acabas olvidando de las comparaciones; y engancha porque en ningún momento deja de ser un cuento, lleno de fantasía, protagonizado por una niña capaz de salir adelante pese a las adversidades, con una moraleja final (como todo buen cuento que se precie).
Resumiendo: La peli es un cuento siniestro y terrorífico, con una trama que engancha al espectador (sean niños o adultos), plagada de momentos brillantes, fantasía desbordante y personajes memorables.
Elprimerhombre ha visto WALL·E, de Andrew Stanton, una película de animación que combina muy bien imaginación, talento y cine, mucho cine.
La historia nos introduce en un futuro muy lejano, con el planeta Tierra inundado de basura, cuyo único superviviente parece ser un robot que se hace llamar Wall·e (por el nombre de la empresa de limpieza que lo fabricó), programado para recoger toda la basura posible. Lo curioso es que su única misión parece ser apilonar todo lo que encuentra, comprimiéndolo en forma de cuadrados, llegando a edificar torres inmensas. También se apodera de muchas cosas que le llaman la atención, reliquias con las que disfruta y con las que nos hace pasar un buen rato. Pero algo sucederá que cambiará su rutina. Un día, una nave espacial aterriza en el lugar por donde él se encuentra y sale de ella un robot totalmente nuevo y de alta tecnología llamado Eva, que llega a la Tierra para inspeccionarla y descubrir si hay algún atisbo de vida. Este encuentro dejará boquiabierto a Wall·e, cuyo interés por Eva nos dejará escenas inolvidables y momentos bastante divertidos, y la aventura que emprenderán juntos nos llevará hasta otras galaxias.
WALL·E es una apuesta bastante arriesgada, no sólo por la creación de un personaje que recuerda demasiado a Cortocircuito (con algún rasgo característico de E.T.), sinó también por apostar por un inicio casi sin diálogos, de unos 40 minutos de duración, basándose plenamente en la presentación y definición de su personaje estrella, resultando ser lo más interesante de la película, siendo un comienzo de puro cine, con un ritmo visual y narrativo brillante, gracias seguramente a un meticuloso storyboard.
Este es el gran acierto de Pixar Animation Studios y más concretamente de Andrew Stanton, cuya primera película como único director y guionista parece darle sus frutos. En 1998 había hecho el guión, junto con otros dos guionistas, de Bichos, dirigiéndola con John Lasseter, el creador de la primera película de Pixar, Toy Story (1995); en 2001 colaboró en el guión de Monstruos, S.A, y en 2003, también junto con otros dos guionistas y con otro director, realizó Buscando a Nemo. Pero ha sido en WALL·E donde ha demostrado con creces las facultades que tiene para el cine y la animación en concreto. Los movimientos de Wall·e son rotundamente graciosos y muy bien ejecutados. Todos los sobresaltos que tiene y todas sus reacciones están tan bien animadas que daría gusto verlas varias veces. Nos recuerda, como bien dice mi compañero Cecil B. Demente, al personaje de Charlotte, por sus gestos y a veces meteduras de pata, añadiéndole el comienzo de cine mudo.
Aunque muy a nuestro pesar, por causas del argumento de la historia, a partir de que aparecen los humanos el film decae bastante, nuestra atención no aminora gracias a Wall·e y a personajes tan curiosos como los robots rebeldes, que le acompañarán en parte de la aventura. Aún así, desde este punto hasta el final, la película va cayendo en un tópico que otro (casi toda la segunda parte lo es), pero se le perdona por obsequiarnos con una primera parte tan estupenda.
En definitiva, una película de animación para todos los públicos que, a diferencia de varias de sus antecesoras, divierte por la creación de un personaje simpático y entrañable y emociona por un comienzo merecedor de más de un aplauso.