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miércoles, 8 de mayo de 2013

3d3: Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas


Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas
Anabel Consejo Pano, Jose Antonio Prades, Pilar Aguarón Ezpeleta
Edita 3d3 LiterArt
Preliminar
Portada del libro. Ilustración
Pilar Aguarón Ezpeleta
3d3, o lo que es lo mismo, Anabel Consejo, José Antonio Prades y Pilar Aguarón, ponen en manos del lector su tercera entrega como grupo. Su afán por el trabajo en equipo y por promocionar con todas sus fuerzas el relato breve —o de tiro corto como dice alguno de ellos—, avanza otro paso en este complicado e intrincado mundo de las letras. Así que, antes de entrar en algunos pormenores de este libro —tampoco excesivos, porque se trata de invitar a la lectura, no de sustituirla—, conviene felicitarse y felicitar a los autores por no rendirse, por continuar por esta senda y desear fervientemente que pronto haya una cuarta.
Como su título indica, Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas, se adentra con decisión en un tema en apariencia de fácil comprensión para el lector, pues el amor, el desamor y las correspondientes reacciones químicas que ambos afectos segregan en el ser humano —¿o era al revés?—, han sido, son y serán vividas por la inmensa mayoría del género humano en uno o varios momentos de la existencia; sin embargo, es precisamente aquí donde empieza el problema para un escritor, que, además, se agranda cuando se toma conciencia de que estos sentimientos son la base de una buenísima parte de la literatura. Si uno tuviera que arriesgarse a dar una cifra, seguro que diría que más de dos tercios de las obras literarias pergeñadas por el género humano a lo largo de la historia tienen como tema el amor o alguna de sus variantes, desde las más edulcoradas y empalagosas, hasta las más podridas y sangrientas. Más aún, uno diría que hay un trípode sobre el que se apoya el nacimiento y desarrollo de la literatura, comenzando por la oral: los relatos religiosos o míticos que explican la creación del mundo y del ser humano, los cantares de gesta de todas las civilizaciones y los poemas que tienen que ver con el amor o el desamor. Y no sólo me refiero a nuestra tradición que bebe de los orígenes griegos y judíos, sino al resto de las literaturas de cualquier civilización o tradición que pueblan la Tierra.
Una vez leídos todos los relatos, estoy convencido de que los tres componentes del grupo aragonés eran bien conscientes de lo que se traían entre manos al afrontar esta aventura, porque —aunque no hay nada nuevo bajo el sol— en cada relato intentan salirse de lo más trillado, de lo más evidente, de lo que en apariencia uno podría sospechar al iniciar su lectura. Con innegable afán de exploradores viajan por las diferentes edades y condiciones del ser humano: hombres y mujeres; jóvenes, maduros y ancianos; heterosexuales y homosexuales; sinceros y ladinos; torpes y hábiles; valientes y cobardes; prácticos y soñadores; felices y tristes; rebeldes y resignados; enamorados y desenamorados…
Es verdad que el tema general es el del amor en sus vertientes, pero, a la postre, ante nosotros desfila un nutrido elenco de seres humanos con tantos matices que, en general, se hacen bastante reconocibles.
La primera conclusión, pues, es que si los protagonistas de estos relatos son seres como cualquiera de nosotros, entonces es probable que la historia que nos narran, también haya sido vivida o pueda ser vivida por otros, tanto las más felices, como las que nos muestran el hedor que a veces es el aroma de algunos individuos de esta especie; tanto las más normales —suponiendo que se pueda llegar al consenso respecto de la normalidad—, como las más inverosímiles.

La puesta en escena
Si en las anteriores entregas del colectivo, sus autores habían utilizado diversas variantes para presentarse ante los lectores: bien un número determinado de palabras por relato, bien utilizar la misma frase de arranque, bien aprovechar la frase final de uno de los compañeros para escribir su propuesta, en esta ocasión han decidido explorar otro método de trabajo, con dos estrambotes, por así decir.
Han usado para su beneficio y el de los lectores, claro está, lo que tanto se hace últimamente en el mundo del cine o la televisión. Cada autor ha escrito un relato, con el tema genérico del amor al fondo. Es decir, tenemos nueve relatos base. Una vez escritos estos, los otros dos miembros de la terna escribían sendos relatos que fueran bien secuela, bien precuela, incluso spin off del texto del que partían. En consecuencia el lector se halla con nueve epígrafes o capítulos, cada uno de ellos con tres relatos cortos.
He hablado de dos estrambotes. El capítulo décimo lo componen tres relatos escritos en común por el trío de escritores y el undécimo, como para respirar, son tres relatos independientes, en los que Pilar, Anabel y José Antonio ofrecen un botón de su muestrario personal.

¿Qué hay ahí dentro?
A la izquierda, Anabel Consejo.
En el centro Pilar Aguarón.
A la derecha José Antonio Prades
Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas, no sólo es una especie de composición pitagórica, donde el tres, con su magia particular (tres autores en su tercer libro en común escriben tres relatos enlazados de algún modo por el mismo ambiente, o personaje o historia), sino que se trata de un conjunto de relatos en los que la literatura diferente de cada uno de ellos se armoniza en busca de un sonido polifónico y bien orquestado. Es decir, más allá de la atractiva puesta en escena, son las historias que se desgranan entre los dedos del lector, las que van dotando de hondura al libro.
Efectivamente lo importante del libro está en la exploración que cada autor hace sobre algunos matices de lo que todos entendemos más o menos por amor o por desamor, es decir, el tejido que se forma entre las personas cuando fundan, mantienen, desgastan o matan una relación de pareja.
Al avanzar por el libro el lector se encontrará con treinta y tres relatos (otra vez el baile del tres) estructurados —como ya he señalado en once capítulos—. Ahora, sin embargo, me referiré a los nueve primeros, los que confieren el tono y el ritmo del volumen. El lector encontrará el relato que aborda la indecisión y el deseo por conseguir la respuesta favorable de quien ama o desea y que no es otra que la compañera de trabajo de toda la vida. También entrará en el tono oscuro de una vida arruinada por un amor que se convirtió en dolor a causa de la cobardía y el engaño. Temblará emocionado al acompañar ese amor que atraviesa toda la existencia y sobrevive a los años y a la enfermedad. Quizá se identifique con ese sentimiento que los sueños confunden al teñir la realidad de sus pigmentos oníricos. Sonreirá y acaso se haga alguna pregunta cuando se le proponga que hay amores y relaciones que ni siquiera concluyen con una tumba ocupada por uno de los miembros de la pareja. Es probable que más de un o una lectora recuerde aquel amor suyo que, en realidad, fue la ardiente pasión de un verano. Comprobará también que algunas veces la razón pretende derrotar, sin éxito, lo que otras reacciones corporales están gritando. Cómo no sentir un pellizco de melancolía al revivir ese primer amor truncado. Se lamentará también con ese amor que empieza en forma de incendio y acaba convertido en cenizas…
Cada una de estas propuestas iniciales —atractivas por sí mismas—, en manos de los otros miembros del equipo, adquiere un quiebro o una mirada que enriquece la inicial. Me parece importante señalar, porque es uno de los innegables valores del libro, que este enriquecimiento no es una mera adición o continuación de la historia, sino más bien porque se produce una alteración en la perspectiva. La literatura no es lo que se dice, sino cómo se dice, o sea, el matiz, el punto de vista en que el escritor ubica al lector. Un paisaje, cualquier paisaje, es el mismo en cualquier circunstancia, sin embargo no parece igual visto a ras de suelo que montado sobre un globo o puesto en medio de él. Desde esta consideración me parece una aportación a tener en cuenta la que hacen José Antonio, Pilar y Anabel.
Los capítulos décimo y undécimo son un colofón que abrocha el modo de hacer anterior. En el décimo capítulo, los tres relatos escritos a tres manos, por así decir, parecen hechos por una sola, tan bien han ensamblado sus voces. Acaso el recurso del diálogo haya sido un buen mecanismo para engrasar las piezas.
El undécimo epígrafe, donde cada autor vuela libre y en la dirección que desea, nos muestra bien a las claras tres autores de fuste que conocen a la perfección los mecanismos y engranaje de un relato.

Estilos
Como vengo diciendo Pilar, Anabel y José Antonio armonizan su propio modo de decir para que éste no desentone con el de sus compañeros. Sin embargo en ningún caso, salvo en el capítulo décimo, pretenden camuflar su estilo. Es más, al lector le extrañaría que José Antonio escribiera como Anabel o que ésta quisiera imitar a Pilar.
Es verdad que en el caso de los relatos cortos es más difícil discriminar diferencias, pero el lector las apreciará rápidamente, como el buen oyente distingue la melodía del tenor respecto de la del barítono o la de la soprano o la contralto.
A mi modo de ver 3d3 logra que sus respectivas personalidades y estilos no desaparezcan o se camuflen y, al mismo tiempo, consiguen que no hagan disonancia con los estilos de sus dos socios.
Y si hago esta referencia justo antes de concluir, es porque me parece uno de los varios logros del libro.

Conclusión
Escribir un libro colectivo puede consistir en juntar bajo un mismo volumen un número determinado de textos. Pero no todos los libros que aglutinan varios relatos escritos por diferentes autores, son meros libros colectivos. Algunos, como Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas además de ser colectivos son libros hechos en equipo. La diferencia parece sutil, pero no es baladí.
Esta forma de narrar requiere disciplina y respeto a la tarea del compañero, pero, al mismo tiempo, permite la suficiente libertad como para dar rienda suelta a la voz propia de cada uno de los autores. Esto quiere decir que el lector no se encuentra con uniformidad de estilo, lo que lastraría el resultado final de la obra, sino que se encontrará con el singular modo de decir de Anabel, José Antonio y Pilar, con lo que el resultado se asemeja al de una obra polifónica en la que cada voz resuena con su matiz individual, pero siempre afinada en el mismo tono, el que da el tema de la obra: el amor, el desamor y las reacciones químicas que a su alrededor crecen.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Anabel Consejo: "Historias de sujetadores"

Portada de Historia de sujetadores


Anabel Consejo con Historias de sujetadores (Editorial Milenio. Lleida 2010) nos regala un texto de fácil lectura, pero no de fácil digestión. Como los buenos libros, utiliza de la literatura para conducirnos, como si viajáramos en el AVE, hacia la estación Corazón Humano. A mi modo de ver, en los últimos tiempos el corazón humano no es un destino para un viaje de placer, más bien debiera ser patrimonio de alguna ONG solidaria.
El título del libro puede hacernos pensar en varias posibilidades. Leído por un varón, la carga erótica de la palabra 'sujetadores' nos atraerá, como nos atraen los escaparates de las tiendas de lencería, y más si los maniquíes son sugestivos. Leído por una mujer, supongo, le empujará a muchas más cosas –maternidad, trabajo, matrimonio, cotidianidad…-, sin renunciar al erotismo, por supuesto.

Pues bien, como en tantas cosas, hagamos caso a las mujeres...
Si uno mira con detalle a la portada del libro, comprenderá que sin estar ausente la sensualidad (fíjense, fíjense), vamos a compartir algún retazo de la vida cotidiana de un buen puñado de mujeres (catorce, en concreto) de diversas edades, situaciones y emociones.

Pero antes de seguir me tengo que desdecir. No es cierto que se trate catorce mujeres, sino de catorce soledades femeninas, lo que implica elevar a una potencia muy alta el concepto de soledad.
Y aquí comienza la difícil digestión.
El mundo que nos regala Anabel, es el mundo cotidiano de nuestro siglo (¿de toda la historia del ser humano?), en el que la soledad es la verdadera enfermedad a la que nos tenemos que enfrentar. Soledades provocadas por diversas circunstancias: aburrimiento, abandono, traición, pasado, edad, trabajo, fracaso, monotonía… Soledades que llevan al hastío, pero no a la resignación.
Esta es otra característica común en las catorce protagonistas del libro, o en casi todas ellas: no se conforman con el fracaso, no se quedan sepultadas dentro de una bata de guatiné raída y vieja, a la espera de tiempos mejores, porque saben –quizá como la propia Anabel- que para derrotar a la soledad hay que salir fuera, hay que vestirse de calle, enfundarse en exquisitos perfumes y proclamar la presencia personal e insustituible y si fuera preciso a gritos, para que el mundo lo sepa y tome nota. Y si fuera necesario revertir la situación, hacer revolución de los propios principios y subvertir el orden de valores. (Al menos en dos relatos esa soledad femenil se sortea –no creo que se venza- con relaciones sexuales en que la mujer paga al hombre).

Historias de sujetadores usa del erotismo mucho y bien, porque el erotismo es una de las fuerzas motrices en el género humano, acaso la más potente. La humanidad no ha desaparecido de la faz de la tierra porque ha existido, existe y existirá el erotismo. Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XX, ese impulso, en el caso femenino, era sinónimo bien del binomio matrimonio-maternidad, o bien era sinónimo de perversión. No cabía la opción normal, la que nos define como humanos: un modo de relacionarse con quien más queremos, acaso el más profundo, porque en esa relación la piel y los sentidos son los protagonistas.
En este contexto, Anabel ha salido a pasear por las calles de nuestros pueblos y ciudades (no ha viajado muy lejos, no), ha fotografiado parte de la vida que nos rodea y nos la ha devuelto en forma de catorce relatos en los que tantas cosas demoledoras se presentan de modo sencillo y desnudo: prostitución, desamor, engaño, hastío, fracaso, poder, lucha…
Y aquí nos topamos con el segundo motivo que hace difícil la digestión de este libro: el mundo en que vivimos es un mundo lleno de injusticias, lleno de dolor, un dolor profundo y muchas veces silencioso. Sólo los artistas de una pieza son valientes y nos lo muestran sin tapujos, para que asumamos lo que somos. En este juego ha podido caer en lo simplón, en lo fácil, en lo evidente, en el territorio común, pero Anabel Consejo es más inteligente que todo eso. Los momentos de erotismo no son el centro del texto, aunque sí sean nota esencial, los momentos de erotismo vienen a representar, muchas veces la salida de la angustia y de la soledad. En este sentido, el relato Azules, no, grises es paradigmático, puesto que el juego y la fuerza del erotismo se alía con el de la imaginación (¿o es al revés?) para conseguir llegar al culmen.
Y más, más aún.
Para los hombres disfrazados de antiguos prejuicios, la escritora nos muestra que ellas también se sienten atraídas por el macho de presencia imponente, cuerpo atlético y mirada sensual. Ellas, cuando tienen oportunidad –porque tengan dinero, o porque les regalen la ocasión-, son capaces de echarse una canita al aire. Y está bien que quede así reflejado, para que otro mito absurdo de este machismo en que nos han educado se deslíe como un terroncillo de azúcar en un río.

Anabel Consejo maneja el idioma con naturalidad, destreza y sabiduría. Se nota en muchas de las frases que también es poeta, que también se mueve por los versos con naturalidad y maestría. En las dosis justas ofrece destellos de poesía en sus relatos, casi como si fuera orfebre y en mitad de la labor engastara un rubí, una esmeralda, un diamante...

Podría escribir alguna cosa de cada una de las catorce historias, pero no lo haré por no chafar a quien no lo haya leído. Diré, si la autora me lo permite, que me han gustado en especial estos relatos: Azules, no, grises, La ciega (que me emocionó hasta la lágrima), Angélica, Los cuentos de Graciela, Vencer a la muerte, Un gin-tonic y Quemaduras de tercer grado. Y añado que los catorce me han gustado mucho y que probablemente si nos cuentan algo quienes hayan tenido la suerte de leer el libro, terminarán por aparecer los otros siete.

Y puestos a saber lo que ya sabemos, convendría que los varones tomemos nota y nos apeemos de infaustas tradiciones que, por muy vetustas que sean, no dejan de ser contraproducentes. Es verdad que no en todos los casos los hombres son culpables de la soledad de las mujeres, esa soledad que les lleva a situaciones un tanto desesperadas, pero no es menos cierto que en demasiados casos así es.

Sé que Anabel está pensando en preparar el correlato de este texto con otro donde seremos los machitos los protagonistas. Miedo me da, pero lo estoy deseando. A veces no es tan malo verse reflejado en un espejo, ayuda a conocer los defectos.

Conviene la lectura de este libro –no sólo por la amistad que me une con Anabel lo digo-.
Lo digo porque se lee de modo sencillo, porque nos trae el mundo real –o parte de él al menos-, porque no es artificioso, porque nos hará sonreír, nos hará temblar de emoción, nos hará subir la temperatura de la libido -claro- y nos hará reflexionar una vez que lo demos por concluido. Es una pena que no tenga otras catorce historias, u otras veintiocho…

Y yo diría, para finalizar, que aunque a las mujeres les vaya a encantar, es más necesario para los hombres. Quizá algo aprendamos, si es que somos capaces de mirar como las mujeres miran. Quizá dejemos de hacer tanto daño, quizá consigamos que se sufra algo menos.

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Accediendo a su blog (que está enlazado en la primera línea del artículo o aquí) veréis la portada del libro -que también he reproducido en este texto. Allí se os indica cómo hacer los pedidos.
¡No perdáis la oportunidad!