Hoy, Roberto, un compañero de trabajo, ha comentado que tenía que llevar a los críos a la biblioteca, al cuentacuentos me ha dicho. Qué resorte se habrá accionado en mi cabeza no lo sé, pero sin pensar he disparado, quiero decir preguntado, si podría acompañarles. A veces digo cosas raras, bueno yo creo que las dice otro por mí y después no puedo volverme atrás. Pero como que él se ha alegrado he dado mi intempestiva salida por buena.
Y heme aquí sentado en el suelo en medio de un torbellino de manos, voces y pies de diferentes medidas dispuesto a escuchar el cuento de hoy. Escuchar ¿digo? Más bien a soportar pienso resoplando interiormente, cuando el hombre un tanto estrambótico anuncia “La ratita presumida”. Sigue al título un momento de agitación final y el primer momento de silencio, entonces una niña murmura “bah, ese me lo sé de memoria, qué aburrido”. El contador levanta las dos manos como pidiendo paciencia y sin más preámbulos inicia su historia.
“Había una vez una ratita que una tarde, casi noche, a la semana, se ocupaba de barrer su parte de escalerita. Eso era el tramo que iba del segundo piso hasta la entrada del bloque de pisos donde vivía. Se pasaba el día cosiendo cremalleras de pantalones a destajo en un taller submarino que quiere decir sin tener el médico gratis, sin vacaciones pagadas, ni un sueldo para cuando fuera viejita ni nada, pero ella siempre se ponía sombra de ojos y siempre cantaba. Y qué cantaba Bea? A ver quien sabe que canciones cantaba nuestra ratita?”
Los niños se quedan mudos y el artista se pone un bistec de plástico en el hombro, se cuelga una guitarra, ladea su gorra, y más o menos todos van entonando los distintos estribillos y también mueven los pies al compás. Entre el más y el menos algunas voces discordantes suspiran y se enfadan porqué el cuento “no va así”. El cuentacuentos ni caso:
“El día que nos ocupa, o sea el día que la ratita Bea encontró la moneda que todos conocemos (“ah, eso sí va así” suelta una voz anónima). Pues no señor, no encontró una moneda, sino un billete de 50 euros, porqué con lo cara que está la vida una moneda no vale la energía que se gasta en recogerla. (cabezas asintiendo con fervor) Continuemos. Ese día a Bea se le había pegado una canción un poco antigua que por algún error se había colado hasta tres veces por el altavoz de la radio del taller. Esa canción decía “May ♫♪be if we thing ♪♪and wish and hope ♫and pray it migth ♪ com true”, algo así como que si hacemos todo, todo y todo lo posible para conseguir algo puede ser que lo consigamos”. Y mientras canta eso, nuestro trovador, mira intensamente hacia el mostrador de atención al público. Una de las mujeres levanta la vista y risueña sonríe al vacío. Es imposible que le haya oído, pienso, estamos en una habitación cerrada y demasiado separados. Él continúa.
“Cuando vio el billete en el suelo la ratita lo escondió en un santiamén, pero discretamente, bajo las bailarinas del 40 y antes de doblar sus hermosas y laaargas piernas, para recoger el billete y metérselo en el bolsillo de la minifalda, echó un vistazo alrededor. Se fijó en la mirilla de las dos puertas de vecinos que tenía enfrente, primero en la del A. La ratita pensaba que ese tío con barba de la puerta A debía de ser medio detective porqué siempre parecía despistado. Se apoyaba en las paredes haciendo como que miraba el cielo, o los pájaros, o una luna que de repente hubiera aparecido duplicada. Aunque también podía ser poeta. Como que las mirillas son muy pequeñas y si no hay ruido es imposible saber quién está detrás, decido ahora mismo decidir, que no había nadie detrás.” (Los quejidos de los inconformistas arrecian, decido decidir, pero que se ha creído este individuo; nos está tomando el pelo o qué; puede que sea un cuento nuevo pero seguro que quien lo ha escrito lo ha hecho de una manera fija y este hombre lo está cambiando a su aire; seguro que al final no tendrá ni pies ni cabeza).
“Al llegar a la entrada del bloque, con su silenciosa escoba, el atrapapolvos y toda la porquería acumulada en los 39 escalones amontonada en el recogedor, Bea ya tenía decidido regalar el billete de 50 euros a la casita azul de la ONCE. Pero con los boletos en el bolsillo pensó y deseó y esperó y rogó mucho rato para que por la noche los bombos del sorteo expulsaran de su interior sus números y en el orden correcto. Falló solamente uno y la ratita con los 1500 euros aproximadamente que le tocaron, y que también se pueden ahorrar o ir a pedir al banco con intereses y presentando tropecientos avaladores, compró tres máquinas de coser, hilos y telas y montó un taller de confección. Ahora disfruta con lo que hace, da trabajo y seguridad social a 8 mujeres y cada vez que pasa por delante de su anterior curre, tiene ganas de ponerse a bailar así bajo la lluvia” Y saca un paraguas y todos los mayores: “du-du-ru-du-rut-dú, dururu-durut-duru”.
No importa que los pequeños se rían y que los otros se liberen de las horas pesadas, la abuela tocapelotas vuelve a la carga. “Pero bueno, interrumpe, esto que está usted contando son mentiras. No se puede faltar a la verdad con semejante desfachatez y menos aún cuando hay niños delante”. Las risas se congelan y el contador dice “fin” antes que soltar un disparate.
La abuela que ha salido excitada de la habitación sin la nieta vuelve a por ella. “María” llama autoritariamente des de la puerta, y yo me vuelvo como accionado por un resorte otro del de la mañana.
- ¿A ti también te gusta María? - pregunta Roberto sorprendido por mi casi violenta reacción.
Me he quedado de piedra.