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sábado, 17 de mayo de 2008

Lo que el cronopio redondo le dijo al cronopio plano. Héctor D'Alessandro Sala

Lo que el cronopio redondo le dijo al cronopio plano.

Héctor D’Alessandro

El cronopio redondo le dijo al cronopio plano que si quería algo de él que supiera que debería demostrarle un interés, una cierta intensidad de sus intenciones, una muestra aunque sea mínima de amor, un amorcito digamos, chiquito y con bigotito , si no pudiera evitarse, pero que esa cosita chiquita y aplastada en el suelo debía dar una señal de voluntad, de teleología y si era posible de lucha.

¡Tenes que luchar por mi, carajo! ¡Tenés que hacer alguna puta cosa para que yo pueda entender de una vez para siempre que tu interés es verdadero!

El cronopio plano, que estaba especializado en pedagogía y si lo sacabas de esto naufragaba, le dijo que lo que pasaba es que estaban en un nivel de intercambio conceptual concreto y se manejaban con elementos del mundo conceptual abstracto.

El cronopio redondo, que no se andaba con hostias y se salía del pellejo de ganas de que pasara algo entre ellos, le dijo claramente:

¡Mirá Piaget! Te lo digo por última vez: o hacés algo por salvar lo que se pueda o te vas a enterar de lo que vale una batería de cocina metida pieza a pieza yo me sé por dónde!

Ante lo cual, el cronopio plano, que se puso, si cabe, más plano, respondió que por parte suya no tenía ningún problema en reubicar la comunicación en un marco (dijo “frame” y al cronopio redondo se le subió la bilirrubina a la cabeza, a tal grado que casi le arranca el cuajeringo, pero el otro continuó) ...concreto porque de este modo podían proporcionarse unos feedbacks que resultaran interesantes a los efectos de construir o, mejor, co-construir la interacción de que antes gozaban y así entrarían en un dinamismo no destructivo sino, muy por el contrario...

Y continuó así por un rato.

El cronopio redondo se tumbó en un sofá, apoyó la cabeza en la mano y soltó tal suspiro que el otro se calló en espera de alguna reacción verbal o alguna expresión manifiestamente constructiva.

Pero el cronopio redondo se aflojó y sintió una sensación de derrota que, como la lenta acción de un virus, daba paso al cansancio y la entrega.

No pensaba mencionarlo, dijo, pero cuanto te quiero...

domingo, 11 de mayo de 2008

Parte 3. Personajes planos y redondos; movidos por principios o por metas. Héctor D'Alessandro


Parte 3. Personajes planos y redondos; movidos por principios o por metas.

Aplicación de la rejilla Forster-Weber de Héctor D’Alessandro.


Este ensayo, y otros sobre estas temáticas, puedes encontrarlo en mi libro "Coaching para escribir con PNL, y puedes comprarlo en el siguiente link:



Para mostrar el funcionamiento de este instrumento conceptual (la rejilla Forster-Weber) me serviré de una novela occidental que constituye en sí misma un monumento a la habilidad narrativa. “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, de Robert Louis Stevenson y de 1886.


Resultará útil e ilustrativa gracias a una característica que pocas novelas poseen. La característica es que un personaje es dos personajes. En una misma personalidad hay dos caracteres bien diferenciados.

El Dr. Jekyll es al mismo tiempo el Sr. Hyde.

Y mientras el Dr. Jekyll es un personaje redondo el Sr. Hyde es un personaje plano.

Pero además el Dr. Jekyll actúa movido por metas en tanto el Sr. Hyde actúa motivado por principios.

Los personajes planos, según Forster son aquellos personajes que antiguamente eran llamados “humores”, dado que representaban distintos tipo de humor concreto. Dice asimismo que su construcción está hecha en torno a una sola idea o cualidad. Y que el conjunto de su actividad narrativa puede representarse con alguna frase emblemática. Dice Forster, asimismo que al personaje plano se le reconoce fácilmente cuando aparece, que es el “ojo emocional” del lector quien lo reconoce y que son muy útiles dado que nunca necesitan ser introducidos, nunca escapan, no es necesario observar su desarrollo y están provistos de su propio ambiente. Son, además fáciles de recordar dado que permanecen inalterables, las circunstancias no los cambian y esta suerte de fuerza inercial los mantiene en vilo cuando el libro parece decaer.

En la novela que nos ocupa, el Sr. Hyde tiene un nombre parecido a “hide” (esconderse) e incluso el narrador testigo, que es Mr. Utterson, se llama a sí mismo en función de Hyde “seek" (buscar) y estas serán sus funciones en la novela. Uno buscará hasta encontrar el secreto de la totalidad de la trama.

La habilidad pasmosa de Stevenson radica en que mientras crea un personaje con algunos elementos que indicarían, en palabras de Forster, “un comienzo de redondez” lo mantiene atado a su elemento o principio central y este es que “produce repugnancia y desagradado su presencia”. En concreto Utterson dice que le despertó un “grado hasta entonces nunca experimentado de disgusto, repugnancia y miedo” Este personaje poco a poco producirá más desagrado y horror en todos los que llegan a verlo A medida que la novela avanza se convertirá en un despojo oscurecido y progresivamente enano y también se vuelve mudo narrativamente. No se lo oye más; no dice nada.

Representa aquello que nos produce horror, un horror difuso cuyas causas desconocemos y cuyo origen nos aterra a la par que permanece oculto. Producir horror y repugnancia ante algo desconocido es una hazaña literaria digna. (Lovecraft, en relatos que huelen, según B. Porcel, a pescado, la repitió hasta el agotamiento. Cerca de nosotros, la ha repetido de un modo magnífico Albert Sánchez Piñol con su Aneris y los “inmunds granotots” en “La pell freda”.)

Representa, Hyde, aquello “escondido” que surgirá de lo desconocido para desgarrarnos (en esa época aún no se utilizaba el concepto de “inconsciente” de Freud que tantas cosas vino a salvar narrativamente), aquello que surgirá de nuestras zonas oscuras para herirnos, para golpearnos con su daño y su maldad. Su principio es el del mal que yace agazapado dentro del alma humana. Y su actuación es una modalidad de la mecánica inercial. Hace el mal-hace el mal-hace el mal. El mal era visto en la época como una fuerza que podía convocarse involuntariamente o mediante métodos científicos, como es el caso de esta novela. El mal no había adquirido aún su carácter de función de status o de situación, características que adquirirá en la novela sofisticada del siglo XX, en Proust. No así en las sagas bíblicas de Faulkner donde el mal sigue siendo una fuerza, escondida en su caso en el árbol genealógico. El mal que representa Hyde ,es el mismo tipo de representación que posee la gente de nuestra época que un poco ingenuamente se pregunta si el diablo existe.

Bien, para resumir, Hyde encarna el principio del mal y es plano además, produce repugnancia. Como personaje plano con principios es casi absolutamente mecánico en su accionar. Y debe su carácter sombrío a que encarna un principio de acción sombrío. Si fuera un personaje plano que encarnara un principio de ingenuidad o tontería, de alegría o tozudez, puede que causara risa o su lobreguez se atenuara, no sería esta novela claramente. Raramente los planos alcanzan el grado de dramatismo que alcanza Hyde; lo que sucede es que habitualmente los personajes planos tienen, antes un objetivo que un principio detrás de su accionar. El ejemplo característico es Dickens, Mr. Pip o David Copperfield son personajes planos que no obstante mantienen el eje central en la trama de importantes y extensas novelas. ¿Cómo lo logra? Se pregunta Forster. Y se responde, sin responder, que se debe a “la genialidad de Dickens” y también a que Dickens “logra efectos que no son mecánicos y tiene una visión de la humanidad que no es superficial”.

Forster recurre aquí a la retórica porque no tiene argumentos, carece de una herramienta conceptual. Dickens logra infundirles vida a sus personajes planos protagonistas porque estos tienen siempre y en todo momento objetivos, metas, y esto los mantiene en movimiento; un movimiento que les insufla vida. Todos sus personajes quieren una vida mejor, lograr el amor y una situación. El título de la novela del gran Pip es nada menos que “Great expectations” ("Grandes esperanzas”.) La perspectiva de logro o meta vitaliza al personaje, vivifica al lector y dota a la novela de un ímpetu torrencial.

Como contraste al personaje plano protagonista con objetivos, observar lo que pasa cuando está dotado de redondez y basado en principios, siendo igualmente protagonista. Es el caso de “El guardián entre el centeno”. Su objetivo es difuso, lo tiene, pasar un fin de semana divertido antes de volver a su casa. Principios tiene de sobra, posee muchas características que lo definen y lo dibujan de un modo complejo sin llegar a difuminarlo. Lo más interesante es que comienza por tomar agresiva distancia respecto de Dickens, desde la primera frase: “puñetas estilo David Cooperfield”.

La diferencia entre ambos es clara, mientras a Pip o Cooperfield pueden sucederles autenticas tragedias, ellos avanzan con claridad y sortean los obstáculos. Holden, en cambio se enreda de continuo en un mar de dificultades que surgen como emanaciones víricas de la más nimia y trillada de las escenas. Es la distancia existente entre el optimismo y el pesimismo.

Imaginen un Holden con objetivos claros y vigorizantes: probablemente rompiera varios objetos antes de llegar a destino y parecería alcanzar el éxito aun a su pesar, eso si lo alcanza y no se convierte en una madame Bovary.


Bien, volviendo a Stevenson. El Dr. Jekyll es un personaje redondo. Es trágico, una función adecuada a un personaje redondo, y cumple con la que quizás sea la norma central establecida por Forster para comprobar la "redondez" del personaje redondo. Es “imprevisible” pero “convincente”. Forster dice que un personaje “imprevisible” que no resulte “convincente” es, en realidad, un personaje “redondo” fallido; el autor pretende colarlo como “redondo” pero en realidad es “plano”.

Y yo agrego que es convincente porque tiene un objetivo. En su caso es la famosa “investigación científica” que lo conducirá como a tantos otros personajes de novela a la disolución y la desgracia más absolutas. Si sólo poseyera principios continuaría sentado ante la lumbre del hogar fumando sus pipas hasta el fin de sus días y nada lo movería de allí, quizás resultara agradable pero no parecería gozar de vida. El tipo de vida que según Forster se da “en las páginas de un libro”.

Una posdata. El narrador de esta extraordinaria novela, sobre la que seguro que volveré en sucesivos artículos (sus prodigios son varios) es el Sr. Utterson, un narrador testigo, –el mismo tipo de narrador preferido de Herman Melville y el mejor de los planteados por Fitzgerald o Pavese, traductor de ambos a la lengua italiana. El narrador testigo tiene la peculiaridad de vigorizar cualquier novela, dado que nos permite descubrir los elementos de la trama a medida que él los descubre. Es un narrador con un objetivo claro: quiere descubrir el secreto central de la trama. Es un buen acompañante; no sabe dónde va con exactitud, pero se ha propuesto llegar y tiene buenos mapas.

viernes, 9 de mayo de 2008

"Los personajes son palabras" , por el Sr. Mark Twain.

"Los personajes son palabras" , por el Sr. Mark Twain.

Héctor D’Alessandro

Hace unas noches soñé que Mark Twain me hablaba con voz calma y ronca, con mucho énfasis, tal y como si me estuviera revelando un importante secreto. Se ve que daba muchas vueltas molesto en la cama porque en el sueño no paraba de moverme a un lado y otro, tanto en busca de la procedencia de la voz, como para admirar los paisajes que sucesivamente aparecieron. Mark Twain, en un tono perentorio y gruñón, me decía “¡Oye, que no estoy aquí para bobadas! Si yo te digo que esto es importante, es importante. Déjate de remolonear y acepta la realidad.” Y, a continuación, pasó a explicarme una teoría de lo más extraña.

Me dijo en sucintas palabras que él estaba en tierra de nuevo por escaso tiempo, pero en forma gaseosa o de espíritu. “Tu ya sabes que yo no creía estas cosas, pero...” Bien, el caso es que a renglón seguido me dijo también que su mente y sus ideas se meterían por unos días dentro de mi cerebro y allí alojadas, saldrían por mi boca como propias. Que, en definitiva, tampoco era ningún mensaje trascendente para la humanidad, lo que traían estas palabras, sino una modesta aportación a la teoría general del personaje.

A continuación, como sucede en los sueños, alguien entre bambalinas con pies ligeros que echaban humo bajo el ímpetu de su velocidad, movió escenografías de cartón, sacó aquella lámpara de allí, movió aquella mesita de noche de aquel otro sitio, puso un arma en una mano que surgió tras una cortina, quitó de otra mano yaciente una frasquito poseedor de temibles sustancias y yo me encontré trajeado como un gangster o un detective de los años treinta y en la mano llevaba un lujoso y carísimo portafolios lleno de importantes papeles donde al parecer tenía escrita la tesis del Dr. Twain. Respiré hondo y me sentí tan a gusto y lleno de energía enfundado en aquel portentoso traje que me puse a mirar a un lado y otro con el objetivo de encontrar alguna chica de eróticas caderas que se dignara a acompañarme a la importante celebración de la “Convención Anual de Personajes”.

Miré a un lado y otro y por todas partes se abatían docenas de seres vibrantes y palpitantes de situaciones problemáticas y emociones que, a todas luces, les embargaban o algo así. Pensé que no encontraría a la chica de mis sueños, con la cual hacer una entrada triunfal en el centro de convenciones y me entregué a un papel dignamente supletorio. Subía las inmensas escalinatas, renqueando, una anciana algo sucia, de aspecto desarreglado y con poco interés, al parecer, en todo cuanto allí iba a suceder.

La tomé del brazo e iniciamos el ascenso de las temibles, oscuras e inabarcables escalinatas. De pronto brotó del bulto que representaba aquella señora la siguiente pregunta: “¿No me va a preguntar quién soy?” Temí desalentarla pero me di cuenta que era imposible. Su falta de interés, el desarreglo general y la suciedad de su persona daban paso o acogían en su seno adjetival a una inquietante falta de sentimientos por lo que pudieras opinar acerca de ella. Un matiz temible que nunca se llegó a desarrollar en ella. Creí reconocer a aquella señora cuyo nombre se me borra y que sirve de ayudante de oficina a Ignatius Reilly en la fábrica del Sr. Levis. Una persona de esas cuyas características opacan u ocultan, en un civilizado Leteo de la mente, al nombre que algún día tuvieron.

“Sí, señora, le respondí, justamente iba a hacerlo cuando usted me interrumpió. Pero sería imposible olvidarle a Usted en el ámbito de aquella fábrica”.

La mirada se le iluminó por un instante, de tal manera que todo su aspecto, quedó subsumido bajo esta nueva alegría de la cual uno la creería incapaz. Como muestra, quizás, de su satisfacción, hizo un alto en la escalera, se soltó de mi firme brazo trajeado y abriendo su bolso de ratita extrajo una magdalena. Me la ofreció. Agradecí el detalle y sin saber dónde meterla vine a hacerlo en el bolsillo de mi bien cortado traje. Ella, con una sonrisa de satisfacción, cerró su carterita, se cogió nuevamente a mi brazo y reinició el ascenso. Miraba al suelo absorta y sus pensamientos parecían vagar por lejanos países. Yo, como un acto reflejo, no tuve otra idea que cambiar de mano por un momento la cartera y mecerme el cabello y hete aquí que al hacerlo me percato que lo llevo todo engominado. La humedad y el aroma de la brillantina quedaron impregnados en mi mano.

Cuando parecía que llevábamos horas escalando aquella mole inmensa de mármol oscuro y gótico, decidimos hacer un alto. Bueno, en realidad, fui yo el que decidió hacerlo, dado que aquella señora encogida como una ardilla y aromática como una mofeta, parecía gozar de la energía cinética de algún tipo de máquina automática. Siempre me asombró la intensa vitalidad de las personas malas e inútiles o meramente anodinas. Y aquella mujer, con la extrañeza inmensa que sumaba a su mortecina actividad parecía infinitamente móvil, como una ardilla o algún otro tipo de roedor.

Ella dijo:

–Aquí me quedo.

Y yo, de modo reflejo, me acobardé ante sus palabras. La miré al rostro y vi el vacío, con lo cual me consolé pensando que se trataba de un personaje y que no sabía lo que decía. Más o menos como los humanos en la escenografía de la vida.

–Siga Usted, guapetón, que yo luego le alcanzo.

Fue en ese momento que una “femme fatale” escapada vaya a saber de dónde, tropezó conmigo y diciendo algo así como “¡Oh! ¡Qué suerte más enorme se deriva en mi vida de todos los encuentros involuntarios!” me extendió la mano. Mano que, de inmediato, yo estreché y al dejarla ella extendida me percaté que esperaba algo más. No lo dudé y plantando un húmedo beso sobre la pelusilla dorada de su piel, le guiñé un ojo mientras le decía algo como “Estaba pensando lo mismo”.

Y ella. “¡Oh! No me diga”.

Sí, sí se lo dije y acerqué la grandeza de mi cuerpo al calor del suyo envuelto en seda y satén. “No creo haberla visto en otras convenciones”. “Será porque no ha venido a ninguna, pícaro”. “La mentira es mi señal de amor”. “Se adelanta usted mucho, señor, antes de probar las muestras”. “¿De qué habla?” “No lo sé, querido señor. Sólo me dejo arrastrar por la embriaguez de las palabras.” “Una lleva a la otra, ya lo sabe.” “Claro...que...lo...sé.” “Ojalá hubiera tenido profesoras como usted”. “Hágame suya, señor”. “¿Aquí?” “Sí, detrás del mármol de los leones”. “Eso me pone”. “Lo sé”. “Qué sabia es usted”. “Y más que le revelaré”. “Venga, vamos”. “¡Oh!”

Ah. Oh. Oh. Ah. Eeehhh. Sí. No. Vamos. Ahora. Hasta el fondo. Resiste. Ahora al revés. Arriba. Sí. No pares. Uuuaaaaauuuu.

Cuando volvimos al torrente central de personajes que se dirigían al Centro de Convenciones ella se arreglaba los últimos detalles de su maquillaje y removiendo elementos dentro de su carterita mimosa hundía en lo más profundo sus braguitas que ya no volvió a ponerse. Se las pedí y me dijo que de ningún modo. Llegados a un recodo de las infinitas escalinatas me dijo que tenía que despedirse, tomó por un atajo de escaleras laterales donde había setos y jardines, inmensas bolas de mármol jalonaban un camino que conducía a otras áreas del inmenso centro. Se detuvo un momento y apoyándose contra la pared levantó la pierna para arreglarse la cintilla de la sandalia, por un instante su precioso muslo pareció el centro único de mi visión y de mi cerebro, quería volver a tocarlo y ella lo captó, porque sonrió diciendo que no, que todo acababa allí, y diciendo adios ,dio un primoroso saltito con el que marcó una vez más su anhelo de ser seductora hasta el final, incluso cuando se alejó por aquel camino de gravilla, del lado donde daba el sol.

Me quedé mudo y agitados pensamientos me invadieron cuando me percaté de que no sabía dónde estaba mi cartera. ¡Dios! Soy Mark Twain, voy a la convención de personajes y me falta mi cartera con la tesis. Iba a abandonarme, allí, cansado y sentado en la escalinata a la depresión y al fracaso cuando un niño desarrapado que parecía algún tipo de pícaro me dijo: "¡Oiga, Señor, Usted, el guaperas. Sí, usted, ¿por casualidad, no echa de menos una cartera muy lujosa?” “Sí, sí, sí, dije con ansiedad. “Vale, aclaró, yo le digo donde está pero usted me suelta unos billeticos. Si no, nada de nada”. Fue entonces que miré su camisa sucia, su chaleco ajado, los granos de su cara que me hablaban de una dieta de bocadillos al azar y bebidas mezcladas sin ton ni son. Cierto modo de ladear la boca al hablarme, como si quisiera mostrar que estaba por encima de mi en cuanto a inteligencia, me indicaban que pertenecía a los sectores más alejados de la autoestima de alguna ciudad de occidente. Su manera de aclararme los puntos que yo habría de cumplir antes de ver la cartera me indicaban que confundía listeza con inteligencia. Y yo me sentí desarmado e impotente. Pensé que me hubiera gustado ser su tía, la tía o el tío de aquel chico osado y darle cuatro guantazos bien colocados y pensé también la extraña condición de alguna gente. Que siendo el saco donde toda la familia descarga los golpes, una víctima total, logran convertirse al salir al mundo, en el acoso de todos los bienpensantes. Alguien débil se convierte en fuerte como máscara.

Estas cosas pensaba, pero ninguna de ellas me impidió tomar una severa decisión. Las personas no escapan al juicio ajeno; están sintonizadas de por vida a dicha opinión. Comencé, por lo tanto, mi ataque a su flanco débil, el lado emocional. Lo miré a los ojos, aquellos ojos herrumbrosos, de mirada agria y despectiva, miré sus ropas, observé el gesto desafiante de su mano en el bolsillo; como si dijera “¡cuidado conmigo que saco la faca!”

Lo miré con la conmiseración de un cura y con la tranquilidad de un profesor le dije:

– A tí te han hecho daño.

– ¿Es usted maricón?

Mi filosofia acaba de registrar un golpe infame y desolador. Como en el juego de la guerra naval, mi sistema filosófico podía declarar: “¡tocado!”

Pero me recompuse.

–Quiero decir que tú actúas como lo haces porque no has vivido lo bueno de la vida y quizás tu padre o tu madre no te trataron como te merecías.

El nuevo brillo en la mirada que apareció, alentó mis esperanzas.

– ¿Quiere jugar a las adivinanzas? ¿Qué le digo caliente, frío, tibio? Vale. ¿Cuánto me va a pagar por el rato que perdemos y los chismorreos que le voy a revelar? En al tele pagan mogollón por eso.

–Estás dolido.

–Oiga, ya me estoy cansando, me va a pagar lo que quiero para informarle lo de la maleta o qué?

–Está bien, dije, ¿cuánto quieres?

La cifra no era ninguna exageración pero con la finalidad de asegurarme ,retrocedí la mano en el momento en que aquel ganapán iba a coger el dinero y tomando los billetes con un gesto teatral los corté por la mitad.

–El resto cuando tenga mi maletín en la mano con todo lo que hay dentro.

El gandul dijo “vale” y salió corriendo.

Horas más tarde, con mi recuperada maleta, llegué al inmenso centro de convenciones, un verdadero hormiguero humano taponaba las infinitas puertas que allí había, atravesé la enorme sala de la entrada, exornada con candelabros gigantescos que parecían extenderse por sobre nuestras cabezas como arañas translúcidas que protegieran nuestro paso hacia la generosa sala de encuentros.

En el camino, repasé los escritos acerca de los personajes que yo, Twain, había escrito para la ocasión. El título, nada pomposo era “Los personajes son palabras” y lo que venía a comunicar a aquel encuentro anual de fantasmas creativos era que todo personaje, más allá de la habilidad del autor para construirlos, está compuesto de palabras, y de entre las palabras, básicamente de adjetivos o de construcciones adjetivales y que estas cambian de un modo claro a lo largo de una obra cediendo algunos elementos (palabras) en favor de otros (palabras). Así, pronuncié ante aquella multitud expectante de estudiosos y personajes, viendo en sus miradas el brillo de la mera curiosidad, a veces el interés intelectual y también la sabiduría. Pronunciaba ante aquella multitud palabras que no eran mías pero que a la vez lo eran. Así entonces, decía, una personaje que de pronto comienza siendo sucio, desarreglado y mortecino, a lo largo de su peripecia hace una primera estación cuando pasa a ser sucio desarreglado y sumamente móvil en medio de su mortecina actividad. Alguien que comienza seduciendo acaba despreciando y que conste que aquí hablamos de verbos. Etc.

Cuandio terminé, los aplausos parecían no tener fin, yo sentí la extraña sensación de merecer y no merecer aquel digno premio, la devoción hacia el maestro, el infinito agradecimiento por el gran favor que me había hecho introduciéndose mentalmente en mi, por decirlo de alguna manera, todo venía a confluir para que yo al tiempo que agradecía tuviera la extraña sensación de pronunciar palabras de las cuales no conocía su procedencia. Quizás algo había cambiado en mí y esta extrañeza era la señal de ese trastorno.

En ese momento, algo parecido a una explosión condujo la ovación a su punto más alto, yo me llevé las manos a la cabeza y pude sentir por un momento el aroma de la brillantina. Inmerso en este aroma familiar fue que abrí los ojos. Respiré hondo y abrí los ojos. Mi habitación estaba oscura y yo por un momento sentí cómo pasaba a través de mi cerebro el pensamiento de que mi nombre era Mark Twain. Soy Mark Twain, repetía un voz que se quedó encallada como un eco dentro de mi cráneo.

Me senté al borde de la cama. Sentí las plantas de los pies apoyadas en la cálida moqueta, encendí la luz y miré alrededor. Me levanté y fui a la cocina a beber un vaso de agua. Mientras lo hacía me puse a mirar a través de la ventana; pude reconocer a Mercurio en el cielo con su característico titilar nervioso y cercano. Me restregué la cara una vez más y sonreí para mis adentros. “Soy Mark Twain” repetí, como si se tratara de una broma. Y antes de volver a acostarme anoté cuatro frases para recordarlo todo al día siguiente y escribir sobre ello. Me sentía tan satisfecho como si ya lo hubiera escrito y me embargaba un sentimiento de gratitud como si el mismo Mark Twain hubiera venido a mi casa a visitarme. Antes de acostarme fui a mirar un retrato suyo que tengo enmarcado, lo estuve mirando largo rato y pensaba qué palabras utilizaría para escribir el relato que me había dictado al oído desde el más allá.

jueves, 10 de abril de 2008

Parte 2. Personajes con metas y personajes con principios. Rejilla Forster-Weber de H. D'Alessandro


La Rejilla Forster-Weber de H. D’Alessandro para el análisis de personajes.
Este ensayo, y otros sobre estas temáticas, puedes encontrarlo en mi libro "Coaching para escribir con PNL, y puedes comprarlo en el siguiente link:
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Así he decidido llamar al instrumento conceptual consistente en un cuadro de doble entrada en el cual podemos “introducir” a cualquier personaje a la hora de analizar o concebir una novela.
Con este cuadro podemos medir la eficacia con que desarrolla su acción narrativa y qué coherencia tiene.
Personajes movidos por un objetivo. Aquellos personajes que quieren conseguir algo. Desean obtener algo y atraviesan una serie de procesos con obstáculos y elementos que le facilitan el camino. (Eugenio de Rastignac, protagonista de “Papá Goriot” de Honoré de Balzac). El personaje movido por un objetivo parece más “ligero” que el movido por un principio; la direccionalidad hace que atraviese la escena o escenas de la novela con mayor viveza.
Personajes movidos por principios. Aquellos personajes que basan sus decisiones en la acción narrativa en un “principio”. Entendiendo por principio no sólo los principios éticos o de alguna de las múltiples morales presentes en la realidad narrativa. Principio que, en el caso, por ejemplo, de “El hombre del subsuelo” de Dostoievski, está claro desde la primera línea cuando dice “Soy un hombre malo, soy un hombre malicioso”. En consecuencia, todas sus decisiones estarán basadas en esta decisión narrativa primera. Oscar Matzerath, protagonista de “El tambor de hojalata”, entre los “principios” que posee, está el de ser enano voluntario y poseer una voz vitricida. Para mí, un “principio” en narrativa puede ser cualquier condición presente desde el arranque que condiciona o predispone las decisiones del personaje en un sentido u otro. Gregor Samsa, ademas de constituir el arquetipo del personaje redondo, es un muy buen ejemplo de personaje movido por el principio condicionante de ser una cucaracha. El personaje movido por un “principio” (un principio motor o rector) ha ido abandonando durante el siglo veinte el aspecto direccional y ha devenido el personaje divagador de las llamadas novelas “sin trama”, como las de Magris o Sebald, donde lo que importa es el paseo por los paisajes narrativos (de hecho el “paseo” es un motivo recurrente en este tipo de novelas) o el estar en un entorno sin tener una actividad narrativa muy vibrante. Julien Gracq es una ejemplo magnifico de estos dos extremos. En “Las aguas estrechas” el motivo central es “el viaje” o “el paseo” en tanto en “Un balcon dans la forete” (traducida como “Los ojos del bosque”) el motivo se desarrolla como un “estar” en un entorno antes que pasear o moverse por el mismo. Parece como si Gracq hubiera firmado, irónicamente, el testamento novelístico de la herencia procedente de la Odisea (su odisea por el Loira es bastante civil y muy poco atormentada por presencia mitológicas, las presencias son antes que todo literarias y muy amables, además) y de la Ilíada (los personajes de “Los ojos del bosque” son precursores de la serie “Mash” y “Trampa 22” antes que herederos de los sudores y devaneos de Aquiles sobre la tierra castrense).
Como ya dije en mi artículo anterior, un tipo ideal conceptual nunca es un modelo exacto, es una aproximación heurística de gran utilidad. Ahora podemos ver que el personaje no es totalmente movido por principios ni totalmente movido por objetivos pero que entre ambos extremos hay muchas posibilidades y los extremos justamente fundan escuelas que son bien diferenciadas.
A efectos prácticos: a la hora de medir la adecuación con que un personaje ha sido creado deberíamos pasarlo por la rejilla que un poco en broma y poseído por los espíritus del entusiasmo he llamado de Forster-Weber y ver cuanto “objetivo de más tiene” o cuanto “principio de más”. Cuanto “principio” u “objetivo” se debe agregar. Puede que halla personajes demasiado cansinos sobrados de “principios” y faltos de objetivo” o demasiado superficiales y gratuitamente vivarachos sobrados de objetivo pero sin ninguna sustancia aportada por algún tipo de “principio”.
Seguiré.

martes, 8 de abril de 2008

Parte 1. Personajes planos y redondos. Movidos por principios o por metas.

Personajes planos y redondos. Movidos por principios o por metas.
Héctor D’Alessandro
Abril y 2008
Este ensayo y otros sobre estos temas están incluidos en mi libro "Coaching para escribir con PNL" , y puedes comprarlo en el siguiente link:
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La conocida clasificación (“personajes redondos y planos”) del novelista británico Edward M. Forster merece una amplificación y una profundización.
El sociólogo Max Weber estableció de un modo claro y asaz elegante la distinción entre objetos de estudio y conceptos y los problemas de conocimiento derivados de la confusión no del todo consciente entre las palabras y las cosas.
Weber estableció como adecuado el uso de conceptos alejados de la lucha por su significación en el ámbito social. Conceptos con una clara definición denotativa (la definición del diccionario) y con pocas “connotaciones” las diferentes definiciones que le da la gente. Es decir, establecer conceptos tan claros como “silla” y lejos, dentro de lo posible, de la ambigüedad u oscuridad que puedan envolver a conceptos como “libertad”.
Estableció asimismo el concepto epistemológico de “tipo ideal”. Un “tipo ideal” es un concepto complejo que conjuga una o más variables y las hace funcionar como herramienta de explicación a la vez que de indagación. Su tipo ideal más famoso es el de “espíritu del capitalismo y ética protestante”. Esta construcción establece un vínculo entre dos elementos que resulta verosímil y que a la vez que permite explicar permite indagar en todos aquellos casos en que resulta falso. Ni todas las zonas del planeta donde se extendió el protestantismo desarrollaron un capitalismo avanzado ni la existencia de otras religiones impidió el desarrollo del capitalismo. El tipo ideal, he aquí su mayor logro, resulta muchas veces más útil cuando más falla. No obstante el uso habitual poco entrenado de la mente conceptual tiende a hacer de los conceptos lechos de Procusto y si los hechos no se adaptan ya se hace lo posible y lo imposible para que lo hagan, o se mira a otra parte.
Si vamos al terreno de la narrativa, vemos que los conceptos de “redondo” y “plano” resultan ambiguos debido al uso social que de ellos se hace. En la serie “7 vidas” de Telecinco, en un capítulo le rechazan un guión a un personaje diciéndole en el informe, entre otras lindezas que sus personajes son “planos”. Pero utilizando “plano” como un equivalente a “chato”, “carente de vida propia”, “simplón”, etc.
No se necesita ser muy listo para deducir que al decir personajes “redondos” se puede inferir (por aquello de “me salió redondo”) que están bien hechos.
Pues nada más lejos de la realidad conceptual.
“Plano”, es el concepto que utiliza Forster para indicar que al personaje no le suceden cosas y se mantiene siempre igual a sí mismo, pase lo que pase a su alrededor. Generalmente encarnan un vicio o una virtud y funcionan un poco al modo de maquinas que siempre actúan igual ante idénticos estímulos o lo que es peor, actúan igual ante estímulos bien diferenciados. Muchas veces por esto suelen ser cómicos, son como un mecanismo de relojería que actúa siempre igual y dado el nuevo estímulo, el lector ya sabe cómo procederá, de lo cual ya deduce de antemano las consecuencias y las risas se desatan. “Carlitos” de Chaplin es un personaje plano por excelencia. “Pantaleón Pantoja” encarnación de la eficacia administrativa militar, es un personaje plano que provoca muchas risas y todo su entorno cambia y su vida sin que el se aparte un ápice del modo en que enfoca los sucesos que se presentan a su consideración.
“Redondo”, por otra parte, es el concepto que Forster usa para indicar al personaje al que no sólo le pasan cosas sino que estas le afectan y en consecuencia cambia.
Dentro de una misma novela, asimismo, puede haber personajes planos y redondos. La presencia de planos hace más redondo al redondo, por contraste.
Ahora bien, redondo o plano no significa profundo o superficial.
Pantaleón Pantoja es profundo en tanto podemos apreciar claramente que alguna herida tremenda hay en su vida pasada y actual y en el sistema que lo hace posible. Una persona no puede ser un autómata más que como una elipsis de un desgarro. Un personaje tampoco. La presentación en acción del autómata Pantoja habla más de lo que no está presente en escena que de lo que es la mera aventura. En ese sentido es profundo. Indaga en zonas interiores donde el dolor puede saltar a la superficie en cualquier momento. Si sólo se considera la “aventura” los hechos externos que “le suceden” es superficial, incluso banal y puede dar lugar a un juicio del tipo de “es increíble que haya sistemas así”. Se pierde aquí la riqueza que pueda haber en un sistema que ha gastado tanta energía como para producir un ser de estas características.
Volviendo a la indagación narrativa, podemos establecer que el personaje plano puede dar lugar a profundidades. El autor las coloca a lo largo de la obra como un sistema de minado narrativo; el lector depende de su entrenamiento personal para verlo.
Por otra parte y como contraste, el personaje redondo puede a veces resultar aburridamente superficial si está todo el tiempo estableciendo comparaciones, asociaciones, silogismos, tautologías y demás tipos de pensamiento, incluso emociones, acerca de fenómenos del tipo de “me caso con fulanita o con menganita” “esto habrá sucedido porque lo ofendí o todo lo contrario”, “¿salgo del armario o me quedo en el armario, me trago la llave del armario?”. Juan Perucho dijo hace muchos años que lo que le sucede a Juan y María que se conocen y se enamoran en el barrio, ya no le interesa a nadie. Que un personaje entre en la categoría de “redondo” no garantiza su “profundidad”, ni siquiera una “interesante”, en términos narrativos, “superficialidad”.
El error parte de considera a los conceptos como hechos. Como si alguien pudiera exclamar y preguntarse compungido “¡Pero si mi personaje es redondo! ¿Cuál puede ser el defecto?”
“Redondo” y “plano” son conceptos y la realidad narrativa es mayor. Son “tipos ideales” a partir de ellos se puede establecer un paradigma para indagar los personajes no para medirlos. “Profundidad” y “superficialidad” son otros dos conceptos por definir que contribuyen al establecimiento del tipo ideal de indagación en la creación de personajes. ¿“Profundidad” o “superficialidad” como cantidad absoluta de trama que el personaje desarrolla en la obra? ¿”Profundidad” o “superficialidad” como característica desde la cual el personaje actúa en su realidad narrativa?
Me inclino por esta última. Sin descartar que como en todo “tipo ideal” siempre se moverá una variable que desajuste todo el plano. Desajuste que demuestra su verosimilitud e inteligencia o lo falsea, estableciendo la verdad para el caso en cualquier circunstancia. Su verdad concreta de caso. Una verdad de alcance intermedio.
El ajuste necesario de los conceptos de “redondo” y “falso” se me ocurre que podemos construirlo recurriendo a los conceptos de Max Weber de “acción de acuerdo a fines” y “acción de acuerdo a principios”. Conceptos que él estableció con el agregado de “racional” (“acción racional de acuerdo a...”) para la indagación de la acción política.
Así, la acción del agente capitalista que obtiene éxito garantiza que Dios está de su parte. El fin de la ganancia está en concordancia con el principio teológico.
En las zonas católicas del planeta el fin o la meta de la ganancia está en desacuerdo con el principio teológico.
Pongo estos ejemplos a propósito porque fines y principios se pueden, incluso, confundir.
De todos modos, a diario en la acción política se puede observar que puesto en una encrucijada, el político tiene que coordinar sus metas con sus principios y modificar dinámicamente a ambos.
Volviendo a los personajes podemos entonces establecer una clasificación de personajes.
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Redondos y movidos por un Objetivo. Eugenio de Rastiganc.
Redondos y movidos por Principios. Raskolnikov
Planos y movidos por un Objetivo. Cualquier protagonista de una novela de aventuras.
Cualquier personaje que tenga una intención (buena o mala) oculta.
Planos y movidos por Principios. Cualquier personaje secundario que se vea llamado a hacer de conciencia del protagonista. El padre Pirrone de “El Gatopardo”
Creo que este aporte contribuye a clarificar el aporte de los diferentes tipos de personaje dentro de las dinámicas narrativas.
El personaje redondo movido por principios resulta tan interesante como el movido por objetivos. Aunque el movimiento por principios lo vuelve más “ligero” e interesante para el lector.
El personaje plano movido por objetivos puede ser el motor de la acción en una novela en la que prime el elemento acción física (aventura) de traslados y obstáculos constantes. Como secundario con una intención oculta puede ser interesante en tanto es el maligno al que hay que detener de una buena vez en su accionar o el que quiere apoyar a pesar de que lo rechacen y no sólo no se vea su buena intención, sino que se cometa una injusticia contra él por efecto de su ambigüedad.
El personaje plano movido por Principios es un personaje muy interesante, de hecho el Gatopardo es una novela que tiene varios de estos personajes que llaman a las puertas de la conciencia del Príncipe Salina con distinta suerte. En “Papá Goriot” el mismo personaje Vautrin, tan importante en toda la saga de la “Comedia humana” de Balzac hace de plano en un momento dado y aconseja e instruye a Eugenio de Rastignac, sólo que la suya es una conciencia cínica.
El plano movido por principios, a priori, podemos afirmar que es “más” profundo que el movido por objetivos.
En el próximo artículo indagaré acerca del efecto del “marco” en el desarrollo de la profundidad o superficialidad de los personajes y el efecto del marco como indicador de la velocidad o ritmo al cual el personaje “va” hacia su objetivo o hacia el cumplimiento de sus principios.

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