He aquí uno de mis compañeros en un viaje reciente.
La cara más amistosa que veíamos al asomarnos por las mañanas o antes de volver al encierro nocturno.
Su cara me suena. Estoy segura de que se parece a un personaje de algún dibujito animado, algún dinosaurio o lagarto porque eso es lo que es (no cabe duda). Pero no sé cuál. Espero que no sea él mismo y que haya tenido que aceptar este otro trabajo una vez que el programa se canceló.
Ya lo sé: es un poco tremendo mi estado últimamente; me comunico más con las cosas que con la gente.
Nunca sabré si es por un exceso de "humanismo" o, por el contrario, a causa de mi fobia social, pero lo cierto es que no puedo dejar de hallar parecidos entre las cosas y los humanos. Y más de una vez los animales me parecen igualitos a personas conocidas. Así es que tuve un gato que era igual, igual, igual a Marcello Mastroiani... Lo juro.
Pero ahora no quiero hablar de gatos sino de casas. De una casa, en verdad. Queda en Parque Chas y apenas la vi pensé en un uniforme azul, en una tonada correntina y en un grito de "¡Desacatáus!". Era un recuerdo de mi infancia que tenía olvidado.
Habrá desalmados racionalistas que no lo entiendan, pero mírenla de cerca:
¡Esta casa es igual al comisario de Hijitus! Los bigotitos de costado son lo más característico.
Aquí aparece un poco antes del minuto 3:00.
Muy poco políticamente correcto eso de llamar a la policía por un niño travieso. Muy "setentas", claro. Mis preferidas son las dos viejas del patronato: un retrato preciso.
En Rosario había una esquina feliz. No era de las casas más lindas de la ciudad -que tiene muchas muy lindas- pero sí era de las más simpáticas que vimos.
Que los seres inanimados tengan personalidad y vida es para mí un pensamiento recurrente. Tal vez una de las marcas de adultez que afanosamente intento conquistar es dejar de lado este animismo que todo lo invade. Por eso la sensación de cercanía espiritual con Felisberto Hernández. Por eso también el placer de las fotografías que mostraba hace un tiempo Tamás, con clavos-modelos o modelos-clavos.
Pero volvamos a la casa rosarina. ¿Habrá buscado el arquitecto que la proyectó esta mirada tan antropomórfica o fue sólo una casualidad que se terminó de configurar cuando un ingenioso munido de aerosol pasó por allí?
Por suerte era un-ingenioso-munido-de-aerosol optimista, porque bien podría haber pasado por allí un-ingenioso-munido-de-aerosol pesimista y tendríamos que hablar de una casa triste. Una casa depresiva en una esquina de Rosario.
La reflexión se hace tan obvia que es hasta absurdo manifestarla. Pero lo haré igual; en primer lugar, porque soy absurda y, en segundo, para no olvidarla (¿cuántas veces lo que me pareció evidente en un momento me resulta incomprensible en otro y viceversa?). Esta esquina con sonrisa fortuita nos muestra cómo un simple cambio de dirección en una curva lo cambia todo y cómo la perspectiva transforma la realidad o –si no queremos llegar a tanto– digamos que transforma las experiencias, que al fin y al cabo es la forma en que vivimos la realidad.
Nada más alejado de mí que instar a que dibujemos una sonrisa en cada objeto que se nos cruce para hacerlo más amistoso. La simple idea de esa idea me pone la piel de gallina, si no por lo insensato que suena, especialmente por lo cursi que parece (la insensatez se disculpa, pero la cursilería, ¡jamás!).
Hablábamos el otro día de la ejemplaridad de una flor.
Veo ahora que aquello de hallar enseñanzas escondidas en los objetos, plantas y animales es algo que siento tan natural y propio que me hace dudar sobre qué precede a qué ¿el interés por el simbolismo se debe a alguna afinidad de mi estructura mental con la de esas épocas en que floreció la idea del mundo como libro o es que los años de estar metida en el Siglo de Oro tiñen ya con sus colores mi manera de mirar?
No lo sé. Lo que sí sé es que escuché con espíritu bien predispuesto esta preciosa versión de “El aromo” en un disco de Soledad Villamil (una actriz que me gusta mucho y que además de actuar, canta). Esta milonga es una colaboración entre Atahualpa Yupanqui y el poeta uruguayo Romildo Risso, con quien compuso también “Los ejes de mi carreta” (que el oído atento de Tamás inmediatamente descubrió semejantes).
"Soledad Villamil Canta" (Sony Music 2007)
El Aromo
(milonga)
Romildo Risoo - Atahualpa Yupanqui.
Hay un aromo nacido
en la grieta de una piedra.
Parece que la rompió
pa’ salir de adentro de ella.
Está en un alto pela’o,
no tiene ni un yuyo cerca,
Viéndolo solo y florido
Tuito el monte lo envidea.
Lo miran a la distancia
árboles y enredaderas,
diciéndose con rencor:
“Pa uno solo, cuánta tierra.
“En oro le ofrece al sol
pagar la luz que le presta.
Y como tiene de más,
puña’os por el suelo siembra.”
Salud, plata y alegría,
tuito al aromo, la suebra
Asegún ven los demás
dende el lugar que lo observan.
Pero hay que dir y fijarse
como lo estruja la piedra.
Fijarse que es un martirio
la vida que le envidean.
Que en ese rajón, el árbol nació
por su mala estrella.
y en vez de morirse triste
se hace flores de sus penas…
Como no tiene reparo,
todos los vientos le pegan.
Las heladas lo castigan
L’agua pasa y no se queda.
Ansina vive el aromo
sin que ninguno lo sepa.
Con su poquito de orgullo
porque es justo que lo tenga.
Pero con l’alma tan linda
que no le brota una queja.
Que en vez de morirse triste
se hace flores de sus penas.
¡Eso habrían de envidiarle
los otros, si lo supieran !
Como lamentablemente me sucede con tantas obras de Yupanqui, no conocía esta milonga. Pero no nos lamentemos, la suerte es haberlo hallado, más tarde o más temprano. Tal vez es cierto que algunos tesoros se encuentran cuando podemos verdaderamente apreciarlos y esta canción debe ser uno de ellos.
La elocuente imagen de este aromo, hierático y solitario, que lucha por hacerse un lugar en la hendidura de la piedra me hizo recordar alguna araucaria que había visto hacía poco en Neuquén.
Pero especialmente me conmovió el conflicto de miradas e intereses que se juegan en la canción de manera tan poética y precisa. La envidia de los demás que ven al aromo triunfante y glorioso –como muchas veces nos sucede observando las vidas ajenas desde afuera– y la verdad del árbol que se sacrifica y lucha para hacer lo mejor posible en el lugar que le ha tocado en suerte.
Otras dos relaciones acudieron de inmediato. La oda de Machado (ligada indisolublemente al canto de Serrat) a un olmo viejo del Duero, por un lado; y algo más cercano e inmediato: la tira deTute en La Nación. En los últimos días su personaje Batu se viene haciendo unas preguntas esenciales.