No hay caso, no se me da, no sé cómo hacerlo y me produce un sufrimiento imposible y absurdo. Hablo de 'ordenar' en el sentido de poner cada cosa en su lugar; 'ordenar' de dar órdenes no se me da tan mal, dicen algunos... (pero yo los mando a callar, y listo).
Ese otro ordenar es un suplicio, no sé cómo hacerlo. El problema son la decisiones. Las cosas que ya tienen un lugar, no me generan esta angustia (a lo sumo un poco de fiaca por el trabajo, al que tampoco soy muy adepta), pero qué hacer con aquello a lo que hay que buscarle un lugar o cambiárselo por otro mejor o separarlo por categorías adecuadas, lógicas y convincentes, que permitan volver a encontrar lo que se ha guardado sin tener que romperse la cabeza reconstruyendo intrincados caminos de razonamiento.
Eso es lo que me paraliza: la duda, las categorías ¡las decisiones! Y todas esas cosas las necesito para ver qué hacer con la maraña de papeles, fotocopias de libros, capítulos y artículos que ya no tengo manera de dominar y que necesito no sólo guardar sino también ordenar de manera de poder encontrarlos cuando los vuelva a necesitar.
La imagen de Escher es lo que mejor define mi estado mental. Y lo que pienso todo el tiempo cuando trato de encontrar un orden entre los papeles y los libros es en los comentarios de Borges sobre "El idioma analítico de John Wilkins"; mis categorizaciones son también como las de aquella enciclopedia china:
En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (i) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas.
Mejor dejo todo otra vez y me voy a tirar en la cama a leer Orgullo y prejuicio en la traducción de José C. Valés. Allí está todo en su lugar.