Luego ya las cosas se desenvolvieron con normalidad; aquí tienen una foto de la ventana de mi cuarto que es la que está encima del farolito de la derecha, justo sobre la puerta de entrada al Reina Cristina y la vista tan deliciosa que yo podía mirar todas las mañanas al despertarme, a través de ella.
Un entorno idílico de claustros floridos, con el plan de vida que mejor puede venir a un ama de casa: sentarse a la mesa sin saber qué va a comer, ni haber tenido que ir a la compra, y echar la silla atrás cuando termina. Comidas muy bien preparadas, eso si, con un horario de puntualidad prusiana, y si llegábamos tarde nos regañaban, pero por lo demás, impecable. Nuestras obligaciones eran puramente intelectuales y se ceñían a la asistencia (y participación en los coloquios, si se terciaba) a las conferencias impartidas de 10 a 18,30 horas, con la pausa lógica para comer y reposar.
Y a lo que vamos, el curso muy interesante, pero ya les hablaré otro día de la digitalización, que es cosa muy técnica. Lo más bonito, la conferencia inaugural de Ana María Matute, que con sus ochentaitantos confesados consiguió cautivar al auditorio con sus recuerdos de niña que quería ser escritora. Una delicia de proximidad, calidez en lo relatado y riqueza de expresión. Parecía que en vez de estarse dirigiendo a un auditorio de cientos de personas estuviera manteniendo una conversación personal y distendida con cada uno de nosotros. Aqui está en la foto (que es mala, porque estaba lejos) junto al Rector Berzosa y la Ministra de Educación y Deportes, Mercedes Cabrera.
La frase que guardé de aquella conferencia fue: "La infancia es más larga que la vida"
Pero no les voy a aburrir con las maravillas de la digitalización de bibliotecas, y en cambio les voy a llevar a un paseo que no es el habitual por el Monasterio. Porque, viva que es una, me enteré de que en el aula de al lado se estaba impartiendo un curso sobre Arte Herreriano y que se disponían a hacer una visita guiada por el Monasterio, fuera de los circuitos normales que enseñan a los turistas. Y con mas cara que espalda, me mezclé con los alumnos, como si ese fuera mi curso. Nos llevaron por las habitaciones de los Borbones, que no son las que se visitan habitualmente; la Escalera de Embajadores, el Salón de Batallas y desde allí al Coro donde hay una lámpara impresionante de cristal, que en esta foto, tomada por otra compañera de ese curso, se ve desde abajo, con los frescos del techo como fondo.
Luego pasamos a una altura tal que pudimos ver este mismo fresco pero casi tocándolo con la mano. Lo que se dice a un paso de la Trinidad y los coros angélicos.
A un lado dejábamos las ventanas semicirculares que dan al exterior y al otro las correspondientes que se abren sobre la nave central, de la que teníamos esta vista
...iniciamos una ascensión inacabable por escaleras de caracol para ir a salir a la terraza que rodea el tambor de la Cúpula, a la altura de esas grandes ventanas verdes de arco de medio punto
Esta es la garita que hay en el ángulo de la terraza, por donde desemboca la escalera de caracol
Y así de enorme resulta una de esas ventanas vista desde cerca
Por la puertecilla de la izquierda se iniciaba la escalera de caracol que nos llevaría a la altura superior. Y continuando la ascensión por esa escalerita llegamos a la cornisa superior del tambor, desde donde se podían ver esas grandes ventanas desde dentro...
...y unas vistas en torno tan espectaculares como se pueden figurar: las torres del Monasterio...
Los claustros y patios que le dan forma de enorme parrilla...
El pueblo de San Lorenzo con el Pico de Abantos al fondo....
El Bosquecillo del lado oriental con el pueblo de El Escorial de abajo...
Y para terminar ¿ven esa ventanita verde que hay entre las cabezas de los dos Reyes, en el Patio de los Reyes?
Pues de este tamaño tan enorme resultaba la cabeza del Rey Ezequías, ese que tiene una naveta en la mano. Como la camilla de mi casa, por lo menos
Y con esta última visión inusitada del Patio de los Reyes desde arriba terminamos esta visita de "altos vuelos" con la que disfruté tanto, que les decía a mis amigas, que no se decidieron a venir conmigo: "He disfrutado tanto, que me he dado envidia a mí misma"
Y es que para mi El Escorial es un sitio lleno de buenos recuerdos, pero el Monasterio es un lugar especialmente mágico y sugerente. Así que estoy releyendo una historia del Monasterio que tengo por casa, escrita en 1849 por un fraile que era Bibliotecario en aquellos tiempos, y que lo cuenta todo con pelos y señales. Ya les pondré al corriente de los chascarrillos curiosos que descubra en ese libro.
Hasta otra ocasión.