martes, 13 de marzo de 2007
Ventanas inglesas
miércoles, 7 de marzo de 2007
Y con esta van tres y acabo
O esta torre sajona de hace mas de 1000 años:
En fin, un día luminoso, muy frío, pero soleado, que nos permitió apreciar los árboles en flor, la campiña inglesa en todo su esplendor de verdes diversos y los atascos que se organizan para entrar en Londres desde Oxford a las 7 de la tarde. Pero no nos importó porque así nos echamos una siestecita reparadora.
Y para despedirnos, una cena de sushi y otras exquisiteces japonesas en un restaurante de esos que tienen una barra con una cinta rodante que va y otra que viene, por donde circulan los platos, para que los comensales elijan con la vista lo que les apetece comer, y vayan escogiendo sobre la marcha. Luego el cobro está en función del color de los platillos que vas amontonando, ya vacíos: morado 1 libra, naranja 2 libras, rosa 3, y así siguiendo, según te indica la carta que te suministran. Es bastante arriesgado, porque los rollitos de arroz se distinguen bien y sabes mas o menos en qué consisten, pero hay cosas sospechosas que no sabes si serán picantes o no, si son de carne o de pescado o vaya usted a saber. Pero eso también forma parte del placer de comer en otro idioma, y para qué se viaja si no es para experimentar emociones nuevas. Y las gastronómicas no son las menores, ni mucho menos.
Al día siguiente solo quedó tiempo para una visita apresurada al Museo Victoria & Albert, que me pareció fascinante, y me puso los dientes largos. Pero hay que dejar algo para el próximo viaje, y ya el tiempo apuraba; tenía que haber cogido el tren que sale a las 14,30 de la estación Victoria y me encontré tomando el de las 15,15, así que llegué a Gattwick a las 15,45 con lo que solo faltaba una hora escasa para coger el avión de vuelta.
Mi niña Gloria me había cargado con un montón de cosas para aliviar su vuelta a Madrid la semana siguiente, y me traje una bolsa de mano llena de libros, y lo mejor de todo, una lata de conservas con una "delicatessen" griega que se empeñó en que probáramos: unas hojas de parra rellenas de arroz, que dice que está muy bueno. Total, que llego al control de equipajes, ya había facturado el maletón, que me perdonaron un kilo de peso que se pasaba, y la bolsa de mano era como un castigo, llena de libros, un neceser, el camisón y la famosa lata. Total que al pasar los Rayos X, detectaron algo metálico y con liquido, y me lo hicieron sacar todo, hasta que se convencieron de que era algo comestible, y hermético y me lo dejaron pasar, yo creo que porque no me vieron cara de terrorista, pero me tenían que ver explicándome en mi inglés (que es mío y de nadie más) que era un regalo de mi hija para su padre, y que si tal y que si cual (eso es lo que mejor digo en ingles, lo de tal y cual). Y a todas estas yo ya iba pegada de hora, porque en el tren de ir al aeropuerto me di cuenta de que no le había dado a Clara el abono transportes que ella podía aprovechar los días que quedaban de validez. Así que salté del tren a la carrera, empujando el carrito de los equipajes, porque ya sólo tenía una hora justa hasta la salida del avión, y hay que coger una lanzadera que te lleva de una terminal a otra, (5 o 10 minutos) facturar el equipaje (¡Una ansiedad, pensando que me pasaba de kilos y me iba a tener que poner a sacar cosas!) bajar corriendo a las tiendas, buscar un sobre y un sello, meter el abono transportes y el dinero que me sobraba, buscar un buzón para mandárselo por correo, y todavía me quedaba pasar el control del equipaje de mano; cuando se me pone el currito aquel a investigar qué pasa con la lata y yo pensando en los pasillos que tenía que recorrer hasta llegar a mi puerta de embarque, que aquello es inmenso. ¡Qué estrés, madre mía!. Cuando ya me ví en la puerta de embarque y que todavía no habían llamado, di un suspiro que me desinflé. No me sobraron mas que cinco minutos, pero llegué; ahora eso si, con un sofoco, que decía mi compañera de asiento "¿no notas frío en el avión?" y yo ¡tenía un acaloramiento! En fin, todo muy en mi línea habitual, por no "hacer mudanza en la costumbre" como dice el poeta. Pero ¡qué le va a hacer una, si precisamente a una le tenía que tocar ser como una misma, Felipe dixit!
Así que ya no les aburro mas y les agradezco la atención prestada. Muchos besos
martes, 6 de marzo de 2007
Otros puntos de vista sobre Londres
Desde luego una curiosidad así debe ser la que mueve a los españoles, porque si te metes en Harrods un sábado por la mañana, o te das una vuelta por Camden esa misma tarde, dos de cada cinco personas son españoles comprando desaforadamente o dando vueltas con la boca abierta. Lo de Harrods hay que verlo para creerlo. Un abigarramiento tan desbordante de mal gusto egipcio y al mismo tiempo una moda tan preciosa, un departamento de librería para enloquecer, una sección de juguetes arrebatadora, y sobre todo, salas y mas salas dedicadas a la alimentación, con acumulación de todo lo que puedas desear: comidas de todo tipo, preparadas y para cocinar, de cualquier cocina del mundo, es aturdidor. Y multitudes en todas direcciones, comprando, pero sobre todo, mirando. Y ¡colas de gente para sentarse en una barra a engullir docenas de ostras con champán, igual que aquí te tomas unas cañas con aceitunas! Aunque no se compre nada, hay que ir a Harrods. Aunque sólo sea para ver la "vera efigie" de Al-Fayed, en estatua de cera de tamaño natural dando la bienvenida a la sección de caballeros, o el memorial de Diana y Dodi, bajo la escalera mecánica del Hall egipcio (¡¡¿Se imaginan una pirámide con una escalera mecánica por enmedio?!!) donde guardan una copa manchada de vino de la última cena que tomaron juntos en el Ritz de Paris antes de estrellarse en el túnel de Alma; todo rodeado de velas y flores y una fuente en cascada...¡La monda!
Pero con todo el arte, los museos, los teatros, los monumentos y las tiendas, lo que de verdad da gusto en Londres es andar por las calles. Yo por lo menos, que tengo mi manía de las puertas y ventanas, me he dado un hartón a hacer fotos (de las que les hago gracia, por no agotar su paciencia) Fotos de esas que a mis hijas no les gustan porque no sale gente, pero es que Londres estaba lleno de arbolillos primaverales y arbustos de camelias en flor, a pesar del frío.
Otra cosa que me perdí la vez anterior pero que ahora he visto es el teatro del Globe. Todos sabemos que no es el original, que se trata de una reproducción de lo que debía ser el de verdad, pero está tan bien hecho y es tan bonito, y todos lo hemos visto en la película "Shakespeare in love" que me encantó verlo por dentro. Y por fuera.
La excursión recomendable es: visitar la Tate Gallery por la mañana (deliciosos los Prerrafaelitas y Turner. Es la única visita que he repetido, y repetiré siempre que vuelva) y luego coger el barquito Tate-to-Tate y hacer una breve y agradable travesía por el Támesis en dirección Oeste-Este. No es caro (con la Oyster, 2,85 libras) y vas viendo el Parlamento, el Big-Ben, la noria del Ojo de Londres, el Hotel Savoy, el obelisco de Cleopatra..., bueno todo lo que hay a la orilla del río. Pasas bajo los puentes y te desembarca en la orilla sur, junto a la Tate Modern, que esta al lado del teatro del Globe. Y rematas un puñado de visitas de una tacada.
Allí está, pasando desapercibida, la casa del Cardenal Warf, donde pasó su primera noche en Londres la hija de los Reyes Católicos, la pobre Catalina, cuando fué a Londres en 1502, a casarse con Arturo y acabó casándose con Enrique (el VIII, el que cambiaba de mujer como de camisa) y una pequeña lápida conmemora el lugar y la ocasión.
lunes, 5 de marzo de 2007
Hace una semanita...
Dicen que partir es morir un poco. Lo que de verdad es mortal es volver, qué caramba.
Nos consolaremos pensando en lo bien que se lo están pasando, cuánto inglés están aprendiendo, cómo están sabiendo desenvolverse por su cuenta en trabajos, alojamientos y otras logísticas, y sobre todo, pensando en que, mientras estén allí, tenemos un pretexto para volver a Londres.
Porque de los ingleses se podrá decir lo que se quiera (que se puede, sin lugar a dudas) pero hay que reconocer que la forma de vida inglesa les ha salido redonda. Quitando lo de la comida, que cada vez es menos problemático gracias a la proliferación de toda clase de restoranes de cualquier nacionalidad, el resto está bastante bien. Concretamente Londres tiene algo, con todo y ser una ciudad enorme, moderna, repleta de gente de mil sitios distintos, que te hace sentir a tus anchas en seguida. Bueno, al menos como turista. Supongo que ser inmigrante con pocos ingresos y un trabajo duro, dará una óptica muy diferente de la cuestión.
Pero yo, como además ya me sabía los truquillos porque era mi segunda estancia, me sentí como en casa nada mas desmbarcar. La lanzadera para ir de una terminal a otra, el tren a Victoria Station, el metro a South Kengsinton, el pasillo para los Museos, (la verdad es que con una maleta de 20 kg, se me hizo un poco largo) Luego, cuando solté el maletón en la consigna del Museo me lancé a la búsqueda del café donde trabaja Clara. Porque en el Museo de Ciencias hay 3 o 4 bares y cafeterías. Y había que verme en "mi" inglés preguntando: "Do you know a spanish girl, called Clara, very very tall?" Pues al final conseguí dar con el lugar y cuando me vió delante de ella nos dimos tales besos y abrazos, que un compañero suyo que nos miraba desde el mostrador, casi se nos echó a llorar. Y decía el pobre: "¡Yo , es que pienso que venga mi madre a verme...!" y se le saltaban las lágrimas. Es lo que tienen los chicos de ahora, que son muy sensibles.
Así que todo muy bien. Mis niñas bien instaladas, con buenos amigos y buen alojamiento. Y varias cosas nuevas que me dejé sin ver la vez anterior. El observatorio de Greenwich, espectacular. La llegada la hice a través del túnel peatonal, siguiendo los consejos de Pedro, caminando diez minutos bajo el Támesis. Impresiona. Aparte de la idea de tener esa masa de agua sobre la cabeza, saber que el túnel tiene mas de 100 años de antigüedad, y verlo tan vacío, da un no se qué, que qué se yo. Mas de 200.000 baldosines se usaron para forrarlo. Casi ná.
Francamente, me metí porque vi que en los ascensores de los extremos hay cámaras de tv que vigilan el túnel constantemente. No me crucé mas que con 10 o 12 personas, y todas normalitas, a Dios gracias. Se entra y se sale del túnel por dos templetes semicirculares con escalera y ascensor. Aquí se ve el templete de la entrada desde el otro lado del río, después de cruzar. Da yu-yu, pensar que se ha caminado por debajo de esa masa de agua ¿a que si?
El parque donde está el observatorio es una preciosidad, una colina toda verde con unas vistas sobre el río y los palacios, la antigua Escuela Naval, la Casa de la Reina, la Sala Pintada. Hay ardillitas que se acercan confiadas. En lo alto hay una serie de edificios, la antigua residencia del Astrónomo Real, el Museo del Meridiano, la Sala Octogonal diseñada por Wren para la observación del cielo. Cuando eran las 13 horas, la bola roja, visible desde el río, bajaba y de ese modo, los capitanes de los barcos anclados en los muelles podían poner sus relojes en hora para ajustar el tiempo exactamente con el del Observatorio, a fin de hacer las mediciones en alta mar. Sobre todo para saber la longitud, Este u Oeste, porque la latitud Norte o Sur, se medía con bastante precisión desde tiempos remotos, basándose en la altura del sol o las estrellas con respecto al ecuador. En fin, allí se explica todo muy bien, con poquito inglés que sepas.
El Museo es estupendo. Perfectamente didáctico y ameno a la vez. Lo mismo se puede ver con rapidez para hacerse una idea general, que detenerse en las explicaciones prolijas para comprender la relevancia de las mediciones astronómicas, la fijación del meridiano cero y la importancia de medir el tiempo con exactitud para una navegación segura. Para un aficionado a los relojes el museo puede ser una pasada. Los hay preciosos y de todas las épocas. Evidentemente lo de los Museos se les da bien a los hijos de la Pérfida Albión. Y además, consiguieron convencer al mundo para que el meridiano cero fuera el suyo, no el de París, por el que se regían los franceses, o el de Ferrol, (perdón, el de Cádiz), por el que se regían los españoles. Qué le vamos a hacer, no es mas que un convencionalismo, pero se salieron con la suya. Como casi siempre. Y allí están todos los turistas como tontos, haciéndose la foto con un pie a cada lado de la raya.
Bueno, aparte de estas visitas tan didácticas también he dedicado tiempo (y la mayor parte) a corretear por las calles con mis niñas, viajar en el piso alto de los autobuses, tomar pintas en los pubs (¡es cierto que tocan una campana a las 11!) y ver mercadillos. Lo de Camden un sábado por la tarde es algo exagerado.
Pero como hoy ya me he estirado bastante, dejo el resto del relato para otro post.