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jueves, 28 de julio de 2022

Sobre el 11J

Semanas atrás la periodista Yoani Sánchez nos invitó a un grupo de personas a responder un cuestionario para 14yMedio como manera de conmemorar el primer aniversario del 11J. Estas fueron mis respuestas:



¿Qué fue el 11J para usted?


La fecha más importante en la historia cubana desde el primero de enero de 1959. Aunque aparentemente no se haya conseguido nada lo alcanzado ese día fue enorme: fue el día de la pérdida casi unánime del miedo en un país corroído por el terror a desobedecer. Fue el día en que los cubanos, que hasta entonces habían parecido ser puros figurantes en la restrictiva coreografía del castrismo, recuperaron su agencia como pueblo, como actor dueño de su voluntad. Hasta ese 11 de julio era más fácil imaginarse un cambio de régimen (por un golpe de estado, etc) que la posibilidad de que ese pueblo, sometido durante décadas a la tiranía de la inercia, se movilizara de manera tan espontánea, y masiva por toda la nación (aunque sea un error pensar que todos los cubanos se lanzaron a la calle ese día). Insisto en este punto: en ningún momento de la historia de Cuba se había visto una movilización tan grande contra un régimen en el poder. Las únicas manifestaciones comparables, las que siguieron a la caída del régimen machadista en agosto de 1933 y a la del batistiano en enero de 1959 fueron contra regímenes ya depuestos. Eso lo afirmo como estudioso de la historia cubana. Como ciudadano el 11 de julio fue el día de la recuperación de la vergüenza nacional frente al único sistema totalitario que ha generado este continente.

¿Cómo vivió el 11J desde la distancia, dónde estaba, se sorprendió, cómo se informó y cree que viene pronto otro estallido social?

Viví el 11J casi en tiempo real dentro de las limitaciones que impone la distancia de quien vive al norte de Estados Unidos. Primero mi hermano me llamó advirtiéndome de lo que estaba ocurriendo en San Antonio de los Baños. De inmediato fui a ver los videos que se estaban transmitiendo en Facebook en aquellos momentos y la impresión era inequívoca: la gente marchaba pacíficamente, pero coreando consignas muy claras como “Abajo el PCC” o “Libertad”, muy distantes de la interpretación que luego le dio la prensa extranjera presentándola como una protesta estrictamente económica. Esas protestas reflejaban un hartazgo claro y generalizado contra un régimen que siempre ha intervenido de manera excesiva en la vida de los cubanos y ha estado mucho más dispuesto a reprimir las protestas que a resolver los problemas que las causan.

En ese momento yo estaba en casa, en West New York, Nueva Jersey, y por supuesto que me sorprendió. Dábamos por sentado que los cubanos habían perdido toda capacidad de reaccionar sin importar lo terrible que fuera su situación. Pero incluso en medio de la sorpresa a muchos nos quedó claro que debíamos mostrar nuestro apoyo inmediato a lo que en ese momento eran todavía manifestaciones dispersas en San Antonio y Palma Soriano. Así que un grupo de amigos nos pusimos de acuerdo para manifestarnos a las dos de la tarde de ese mismo domingo en Times Square, en el centro de Manhattan. Íbamos en camino para allá cuando nos dimos cuenta de que la protesta se había extendido por todo el país. Estuvimos manifestándonos el resto de la tarde en diferentes puntos de la ciudad, desde Times Square hasta el monumento a Martí a la entrada del Central Park. Luego unos cuantos nos fuimos a celebrar en la rumba que se organiza los domingos en el corazón del Central Park porque el ánimo en ese momento era de inmenso júbilo y esperanza.


Dudo que se repita pronto otro estallido social porque creo que la condición decisiva del 11J fue el factor sorpresa. Desde entonces el régimen se ha venido preparando para que no se repita. Han hecho de todo: desde poner a punto del sistema represivo y movilizar las fuerzas de choque del régimen hasta la activación de un protocolo antiprotestas que incluye apagones digitales para evitar que se difundan tanto las imágenes de las protestas como de la represión que le sigue. Y lo más importante: las tremendas condenas que les han impuesto a los que se manifestaron ese día, condenas que tienen el claro objetivo de disuadir al resto de los cubanos de la tentación de volver a tomar las calles. Así es muy difícil que ocurra nada. Pero si ya nos equivocamos el año pasado bien podríamos equivocarnos de nuevo.

miércoles, 22 de junio de 2022

La cólera de Gleyvis*


[Prólogo a Concierto mambí]

La poesía civil vio pasar su mejor momento en el siglo XIX. La decencia, en cambio, siempre ha sido anacrónica. De eso se trata Concierto mambí: poesía civil escrita por una poeta decente e indignada. O sea, es un libro extemporáneo como extemporánea es la situación que la inspira. Un libro que habla de tiranía y de derechos cuando la libertad es casi reaccionaria y los derechos humanos más elementales, ante la sutileza de los reclamos actuales, resultan una grosería. De ahí la importancia de la decencia para hacer creíble lo que no debería serlo.

Ante tanto comprensible oportunismo que circula en estos tiempos —¿cómo no ser oportunista si ya nada tiene tiempo de asentarse y todo lo que vemos pasar es una oportunidad tras otra?—, la convicción con que Gleyvis Coro Montanet arroja sus versos en la página parece cosa de magia y ella misma una hechicera.

Hablemos primero de la fuente de inspiración que del libro mismo porque la fascinación que genera este Concierto… se debe casi por completo a ella. El 11 de julio de 2021 era el día que los cubanos estábamos resignados a que no llegara nunca y sin embargo no dejábamos de esperarlo. Porque la vida bajo el totalitarismo, una vez hecha consciente, equivale a la de un esclavo.

Así de profunda es la humillación a tu humanidad cuando comprendes que tu existencia ha estado circunscrita a un estrechísimo margen de posibilidades que basta con atravesar para que te devuelvan a él con una violencia que no sospechabas. Pero a diferencia de la esclavitud real en esta, muchas veces tú y tu familia han colaborado activamente para hacer el sometimiento aún más completo, si no es que has colaborado para infligírselo a otros. Eso hace todo el asunto de la toma de conciencia más complicado e insidioso.

Si difícil es liberarse de tal sujeción como individuo, esperar a que el país se levante al unísono equivale a creer en milagros. Si encima te educaste ateo, tal fe milagrosa adolece de una excepcional incoherencia. Durante mucho tiempo los déspotas cubanos coincidieron con muchos de sus críticos en afirmar que el pueblo cubano tenía el gobierno que se merecía. Tal fue el sortilegio, la maldición, que rompieron las masivas protestas del 11 de julio, por mucho que el monstruoso despliegue represivo posterior quisiera convencernos después de que tal rebeldía fue mero espejismo. Las condenas monstruosas que se han venido imponiendo a los que ese día y los siguientes apenas intentaron ejercer su libertad de manera cívica y —en su mayor parte— contenida dan la medida en que el régimen teme que se repitan.

Cuando esa sincronización de la dignidad colectiva ocurre en un régimen donde lo único previsible es la sumisión, no queda otra opción que maravillarse. No creo que ningún otro libro dé cuenta de ese asombro y regocijo ante la dignidad recuperada como lo hace este. Lo que explica la fuerza de estos poemas suele ser el fracaso de muchos otros y es la empatía con que siguieron lo acontecimientos minuto a minuto. Tal hazaña da una idea de la fuerza poética de Gleyvis, de su identificación absoluta con el tema y de su honestidad esencial al abordarlo.

Estos poemas aparecieron en el Facebook de la poeta en las fechas que aparecen anotadas en el libro, con esa urgencia. A ese apremio le deben esos poemas buena parte de su fuerza. Eso explica el gradual serenamiento de los poemas a medida que se alejan del día que es el epicentro del libro, aunque su inteligencia y penetración poética se mantengan intactas.

Sobre Concierto mambí planea la sombra de Martí, sobre todo el de los Versos sencillos. Contra ese modelo, Gleyvis se apoya y compite, ya sea de manera implícita o explícita. No es demasiado atrevimiento si se tiene en cuenta que antes la poeta lo había hecho con La Ilíada. Como en el poemario de Martí, hay un deliberado esfuerzo por la sencillez, por dirigirse a todos, por ser entendida por el protagonista de los hechos que es el pueblo mismo. Como insiste en “De los humildes”: “/El líder de esta contienda // tan absoluta y tremenda, // tan harta de no poder, // es quien tenía que ser: // EL PUEBLO que se resinga // y que no tiene ni pinga // que perder/”. La Gleyvis de estos versos es distinta a la de sus libros anteriores. No es que antes esquivara las angustias cubanas, pero nunca lo había hecho con esa voz tan dispuesta a hablar por todos y de todo.

Por hablar, Gleyvis habla incluso por boca de Martí. Un José Martí adolescente que se ha lanzado a la calle junto a tantos jóvenes de su generación a pedir lo mismo que pidió siempre, libertad. Un Martí que se ha lanzado a correr la misma suerte de estos jóvenes en las prisiones cubanas: “/Te juro que se acabó. // Si quieres venir por mí, // me llamo José Martí // y estoy en 100 y Aldabó/”. Pero Martí no está solo. En prisión lo acompañan el resto de los próceres de la independencia (“/Hace un rato, al mediodía, // en la fila de los reos, // vi a Gómez y a los Maceos // junto a Calixto García/”), que con recelo escuchan hablar de una amnistía que finalmente no llega.

Poesía de ocasión con aires de eternidad, Concierto mambí engarza el lenguaje culto de la poesía decimonónica con las expresiones populares más crudas. Como cuando dice: “Es más puro y más volao // —más lindo y potente, asere— // amparar al que se muere // que obedecer a un singao/”.

Incluso las referencias históricas y poéticas que contiene este libro no necesitan más cultura que la que se obtiene prestándole alguna atención a la educación primaria en Cuba. Por enfrentarse, Gleyvis lo hace no solo con el régimen que aborrece, sino hasta con la tribu de la que nominalmente procede, la de los poetas e intelectuales: “/Ilustres intelectuales, // indaguen por qué razón // este joven, a pulmón, // con su naso colorao, // prefiere gritar ¡Singao! // a gritar revolución/”.

Tan auténtica es la rabia y la pasión con que afronta el episodio la poeta que no se detiene en consideraciones gremiales ni lingüísticas para dar a sus verdades el tono y las palabras exactas que necesitan.

Pero Gleyvis sabe que, además de a su pueblo, se debe a la poesía. Sabe que la emoción del Once Jota no la va a disculpar cuando la lean mañana o dentro de cien años. En ese sentido, los de Concierto mambí no son poemas de urgencia. Con todo y la prisa con que fueron escritos, la aspiración de estos versos es a quedarse para siempre o al menos todo el tiempo que puedan. Digamos que hasta que palabras como “Cuba” o “libertad” tengan sentido. Por ello, Gleyvis se sirve del repertorio poético-patriótico de la Isla, ya sea el Himno del desterrado de José María Heredia, Mi bandera de Bonifacio Byrne o hasta la letra del himno nacional cubano a la que troca el llamado original a la muerte heroica por la patria por la celebración de la vida: “/Del tumbao escuchad la atrevida // sinfonía que aplaude la vida // ¡Y vivid, bayameses, vivid!/”.

Y hasta logra la increíble hazaña de que el antipoético lenguaje inclusivo suene bien en un verso: “/Voy con todos, con todas y todes // a decirle al tirano: ¡Te jodes!/”. O de resumir sesenta años de castrismo en Cuba de manera lapidaria: “/Presumo // que este sistema —y resumo— // es un enorme trapiche // acoplado a un timbiriche // para vender miedo y humo/”.

Por mucho que los versos de Concierto mambí se basten a sí mismos, el libro no se reduce a ellos. Vienen acompañados de un riguroso batallón de notas al pie que explican día a día, con biografías, noticias y declaraciones, el contexto en que los poemas fueron surgiendo, haciendo del libro además de acto poético, documento histórico.

También se suman al Concierto mambí un lúcido análisis de la crítica Mónica Simal y las tremendas miniaturas de Omar Santana, un caricaturista que sabe, como poquísimos, aunar humor y poesía, complemento perfecto a versos que ni siquiera en las más dramáticas circunstancias renuncian por completo al ingenio y la gracia.

Esta presentación de Concierto mambí no intenta ser objetiva. No se trata solo de mi ya vieja admiración por la poesía de Gleyvis desde que me la tropecé en una antología. Sucede que las circunstancias que dieron origen a este libro me afectan tanto como a su autora. Sentí parecida emoción en aquellos días y ante tanta complicidad me siento sobornado de antemano. Pero por lo mismo que he estado al tanto de lo hecho y dicho en las semanas esperanzadas y terribles que sucedieron al 11 de julio de 2021, puedo dar testimonio de que nadie ha expresado mejor el entusiasmo y la rabia que —como nunca en su historia reciente— le hincharon de orgullo y esperanza el pecho al país.

*Publicado en Hypermedia Magazine

miércoles, 25 de agosto de 2021

Carta a Díaz Canel


Sr. Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez:

Con esperanza y preocupación hemos observado las masivas protestas del pasado 11 de julio en Cuba. Esperanza porque una parte significativa del pueblo cubano por primera vez dejó oír su voz al unísono exigiendo la libertad y los derechos de los que hasta ahora han carecido y porque lo hicieron de forma pacífica y al mismo tiempo clara y firme. Sin embargo, hemos visto con preocupación y disgusto la respuesta brutal que usted y el gobierno que representa han dado a tales manifestaciones, negándose a oír los sencillos reclamos de su pueblo y llamando directamente a la violencia y la represión de unos ciudadanos contra otros.

Sr. Presidente, no se esfuerce en presentar a aquellos que protestaron como mercenarios al servicio de Estados Unidos. Reconozca en esas protestas la voz de un pueblo hastiado de falta de libertades, de mal gobierno y de estrecheces de todo tipo. No niegue que esas decenas de miles que protestaron en toda la isla son parte de un pueblo que ya no se identifica con el proyecto que propone y que se atreve a decirlo en voz alta pese a los riesgos demostrados que entraña hacerlo. Desde el pasado 11 de julio no tiene sentido hablar de unión monolítica entre su gobierno y su pueblo como no tiene sentido negarles la patria a los que protestan y ofrecerles en cambio muerte, represión y silencio.

No se engañe ni nos trate de engañar. Es hora de que Cuba avance por caminos diferentes a los que usted y su gobierno les han trazado a los cubanos. Para ello es imprescindible que se les respete su derecho a manifestarse y a elegir su destino, en lugar de buscar nuevas maneras de reprimir al pueblo cubano y silenciarlo. Para demostrar su respeto por los derechos de sus compatriotas debe empezar por liberar al más de medio millar que a un mes de las protestas siguen en prisión o están siendo procesados por participar en ellas y, junto a ellos debe liberar a todos los cubanos que están en prisión por manifestar su desacuerdo con su gobierno. Si le importa tanto el pueblo cubano como la revolución que se hizo en su nombre empiece por escucharlo, por no reprimirlo cuando hable.

Sinceramente,

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sábado, 21 de agosto de 2021

Un país reaccionario

El título se refiere a Cuba, por supuesto. No por la obviedad de que la Isla está regida por un manojo de consignas que data de hace seis décadas y por un fantasma atrapado en una piedra cual si de una historia de Las mil y una noches se tratara. (¿Dije obviedad? No lo es tanto cuando muchos se empeñan en llamarle “revolución”, como si algún cambio brusco se hubiese producido en aquella tierra durante el último medio siglo. Como si la velocidad de los cambios en Cuba no recordara más a la geología que a la historia.) Sucede que las fuerzas que pugnan por el cambio, los reclamos de una parte considerable de la sociedad tampoco parecen el último grito de la teoría política. Ni el penúltimo. En la Habana o en Palma Soriano se ha gritado “Libertad” con una frescura y una inocencia inéditas desde hace décadas. Hasta el grito de “Abajo el comunismo” llega treinta años tarde, cuando la caída del imperio soviético permitió a las ajadas democracias occidentales vivir una segunda luna de miel consigo mismas. Las protestas cubanas, por insólitas que sean, han dejado a esa entelequia llamada “opinión pública internacional” más bien fría. En un mundo sacudido a cada minuto por la última revuelta digital, el rarísimo espectáculo de una revuelta real en un Estado totalitario no parece especialmente atendible. O lo es de un modo equívoco. Los manifestantes dicen una cosa y los periodistas extranjeros entienden otra muy distinta. Tal pareciera que no hablaran el mismo idioma.

Si algo llamaba la atención de las protestas de julio, aparte de la masividad, ese atributo que hasta entonces era monopolio del Estado, fue su civilidad, su pacifismo. En un planeta en que cualquier revuelta popular se resuelve como mínimo con barrios arrasados por el fuego y el saqueo, estaciones del metro asaltadas y algún que otro linchamiento, las cubanas alcanzaron una condición cuasi gandhiana. Alguna que otra pedrea, unos pocos carros de policía volteados, algún gendarme golpeado fue todo el gasto de violencia de manifestantes que en general se limitaron a marchar y gritar. (Alguien dirá que la destrucción previa del país los habrá disuadido de contribuir a la obra del Gobierno que repudiaban. No le faltaría razón.) El civismo, la contención, la claridad y sencillez de los reclamos y el uso intensivo de las redes sociales que permitió la fulminante propagación de las protestas podrían haber hecho de ellas un modelo universal de revuelta, y sin embargo algo falló en la transmisión de su mensaje. Donde parecía muy fácil ver una combinación de hastío ante un sistema fallido y la súbita pérdida del miedo que permitió expresarlo, los corresponsales extranjeros y luego los expertos coincidieron en que los manifestantes hablaban por boca del embargo norteamericano y la pandemia china.

También hay que reconocer que, en su incomprensión ante el fenómeno, los periodistas fueron imparciales: tampoco le creyeron al aprendiz de tirano Miguel Díaz-Canel. No le creyeron su afirmación de que los que protestaban eran mercenarios al servicio del imperialismo –lo cual tiene sentido dadas las dificultades que tiene el imperialismo para repartir dinero a tanta gente por toda la Isla–, pero tampoco aceptaron la afirmación del vocero del castrismo de que la protesta ciudadana era contra su régimen. No se trata tanto de ignorancia o malicia por parte de periodistas o académicos –aunque en ciertos casos es imposible obviar alguna de esas razones– como de una comprensión muy clara de las necesidades del público al que se dirigen. Hace ya demasiado tiempo que esa parte de la humanidad cuya opinión cuenta para algo experimenta las ventajas y las desventajas de la democracia y de la libertad de expresión, asociación y reunión. Y no le entusiasma demasiado que un pueblo se lance a la calle clamando cosas que hace rato dejaron de tener atractivo. La humanidad desconfía cada vez más de lo que ella misma puede hacer con la libertad y la democracia y de momento le tienta encomendarse a hombres fuertes e ideologías extremas. Para esa opinión pública una revuelta como la cubana debe parecer sospechosa. Y tan anacrónica como una demanda para abolir la esclavitud.

Cuba, que tantas pasiones causa casi siempre por las peores razones, se ve ahora cercada por la indiferencia. De un lado la de la derecha, con la arrogancia improductiva de quien ya viene de vuelta de todo y a la que las protestas del 11 de julio no le dicen nada nuevo. Quienes ya sabían que el comunismo era terrible desde el 1ro. de enero de 1959 o el 7 de noviembre de 1917 y nada de lo que ocurra va a hacerlos cambiar de opinión… ni mover un dedo en dirección a los desesperados de ahora. Y la tensa indiferencia de la izquierda, demasiado incómoda ante protestas que dejan en muy mal sitio su nostalgia por aquella revolución que tuvo algún momento –seguramente imaginario– en que no mataba ni oprimía y, si lo hacía, seguro que era por buenas razones. Porque si hay algo que la izquierda odia bastante más que la opresión es tener que darle la razón a la derecha.

Y luego está el asunto de la excepcionalidad cubana: gracias a su diferendo con Estados Unidos en el que la dictadura ha interpretado magníficamente el papel de víctima, Cuba se ha convertido en el único país donde explotar obreros o alquilar sexo adolescente no causa cargos de conciencia a los progres de este mundo. Allí los inversionistas y biempensantes coinciden en desoír los gritos de los cubanos o en malentenderlos. Gritar “Abajo el comunismo” les suena a macartismo, clamar contra la dictadura les parece cosa de mal gusto. Llamarle “singao” a Díaz-Canel a la derecha le parece chusma, y a la izquierda sexista, homofóbico o a saber qué otra exquisitez. Tanto Gayatri Spivak insistir en dejar hablar al subalterno, para que ahora ella misma se ponga del lado de los que les caen a palos.

La culpa de tanta indiferencia no la tienen otros que los propios cubanos que esperaron tanto para lanzarse a la calle. No es culpa de este mundo que los cubanos tuvieran que esperar a que la mezcla exacta de desesperación y telefonía móvil los lanzara a la calle en una época en que un tweet políticamente incorrecto de la celebridad incorrecta causa más conmoción que la angustia de todo un pueblo. De poco vale que algunos bienintencionados traten de vender las protestas de este verano como the next big thing en cuestión de movimientos sociales, la nueva tendencia que va a adoptar la humanidad como antes hizo con las religiones monoteístas o los Crocs. Tanto la opresión como la resistencia cubanas son demasiado anticuadas para que a esta última se la pueda marketear adecuadamente. ¿Qué es eso de “Patria y vida”, consigna retrógrada donde las haya? ¿No es acaso la patria la carnada del nacionalismo, refugio de la reacción? ¿Ya qué tanto lío con la vida? ¿Eso no los acerca a los antiabortistas y, de paso, no parece un ataque a la eutanasia, ese derecho humano recién conquistado? (También deberíamos aceptar que “patria y vida” es una redundancia de no ser porque en Cuba durante sesenta años la patria, más que espacio de convivencia para los cubanos, ha sido un sinónimo de sacrificio, opresión y muerte.)

Evitaré ese viejo vicio martiano de situar a Cuba en el centro del universo. De repetir aquellos mesianismos del Apóstol al estilo de: “Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy por Cuba se levanta para todos los tiempos”. Más vale tomar a Cuba en su machucada excentricidad. Pero en un mundo en que tanto se exalta la tolerancia y la aceptación de la diferencia, apelemos a ellas para apoyar el capricho de los habitantes de la Isla de ser libres cuando ya no está de moda. Apoyemos su derecho a reclamar un presente escamoteado eternamente en nombre de un futuro que 62 años después está más lejos que nunca. Marchemos un rato con esos cubanos, aunque eso perjudique nuestro prestigio de luchadores sociales de última generación. Aunque pidamos para esos cubanos cosas tan anticuadas como libertad, como democracia. Como patria. Como vida. Quien quita que algún día de estos vuelvan a ponerse de moda.

viernes, 6 de agosto de 2021

Una petición


 

Una Petición de S.O.S. Cuba

Director de El País:

Con bochorno y frustración hemos visto la penosa manera en que su periódico ha cubierto las protestas populares del 11 y 12 de julio pasado en Cuba y la brutal represión posterior contra sus participantes. Pese a las masivas manifestaciones a lo largo de la isla presididas por los gritos de “Libertad” y “Abajo la dictadura” la mayoría de los reporteros y comentaristas de su periódico se han esforzado en presentarlas como reacción circunstancial a las dificultades económicas impuestas por el embargo y las restricciones del Covid-19. El ansia de libertad de tantos cubanos tras sufrir la limitación de sus derechos más elementales por más de 62 años es reducida por su periódico a mera fisiología. Avergüenza todavía más que un periódico que tuviera un papel tan destacado en la transición española se empeñe tanto en negar los deseos de libertad de los cubanos.

Ofende, pero no sorprende. Durante años, El País se ha obstinado en mantener como su principal informador en asuntos cubanos a Mauricio Vicent, mal disimulado apologeta del régimen cubano. Décadas ha pasado Vicent aireando inexistentes virtudes del régimen, anunciando reformas que nunca se producen, cambios que nunca llegan. Ahora que los cubanos se han cansado del desprecio del gobierno cubano por sus derechos y necesidades Vicent último insiste en achacarle el malestar de los cubanos al embargo, en ignorar la situación de los cientos de cubanos en prisión a raíz de las protestas del mes pasado y en darle la palabra a voceros oficiosos del régimen cubano. Tanto El País como Vicent, en vez de intentar entender lo que está pasando realmente en la isla, de darle voz a los jóvenes perseguidos por el régimen insisten en buscar medios de maquillar la realidad, tal y como The New York Times y el periodista Walter Duranty maquillaron los peores años de la Unión Soviética bajo Stalin. Para usted, más que petición tenemos una pregunta: ¿Es así como quiere que su periódico quede para la historia cubana? ¿Como el maquillista de la dictadura más extensa del hemisferio? 

#SOSCuba #VerdadSobreCuba

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sábado, 31 de julio de 2021

Decencia y fe

1939. 1956.1968.1980.1989. ¿Qué tienen esas fechas en común? Son años en que la religión fundada por el mesías Karl Marx atravesó crisis, sufrió cismas profundos. (Les recuerdo que alguna vez los socialdemócratas fueron los verdaderos marxistas hasta que vinieron los comunistas a acusarlos de traidores). Pacto Molotov-Ribbentrop, revuelta en Hungría, invasión de Checoslovaquia, éxodo del Mariel, caída del muro de Berlín. Momentos en que los militantes comunistas tuvieron que elegir entre su más elemental sentido de decencia y la consigna del momento. Entre obedecer al partido o a la realidad.

A algunos los conocí en persona. Como un viejo negro que cuidaba la tumba de Eduardo Chibás hacia 1990. Me contó cómo en 1939 había abandonado al partido comunista en desacuerdo con el pacto de la Unión Soviética y la Alemania nazi repartiéndose el este de Europa. Rompió con los comunistas al mismo tiempo que los escritores Lino Novás Calvo y Carlos Montenegro, asqueado por la traición a los mismos ideales que lo hizo unírseles en algún momento.

No era la primera vez que ocurría ni fue la última. (Del cisma que ocasionó el éxodo del Mariel en el comunismo español supe por un señor con lacito amarillo de independentismo catalán en el pecho que en una feria del libro de Miami en que presentábamos una colección dedicada a los escritores vinculados a aquel éxodo. En vez de interrumpir aquella presentación dando vivas a la Revolución cubana y la independencia de Cataluña como yo esperaba -no habría sido la primera vez- el señor del lacito nos contó del intenso debate y divisiones que provocó entre los comunistas españoles la expulsión en masa de homosexuales de la isla en 1980). De un lado gente decente que había asociado su anhelo de justicia a algún movimiento o partido y de otro el férreo maquiavelismo del secretario general de turno decidiendo qué era mejor para el futuro de la humanidad o del movimiento o partido que, como todos sabemos, son básicamente lo mismo. Solo que no le llamaban maquiavelismo o indecencia sino sentido práctico, comprensión de la coyuntura histórica. Paradójico ver a los apóstoles de una iglesia hablando de pragmatismo pero el materialismo histórico tal y como lo practicaba Lenin y luego su mejor discípulo, Stalin, tiene la virtud de derrotar afanosamente a la realidad aunque sea a costa de la sangre del mismo pueblo que dice representar y defender. De hecho ninguna sangre ha derramado el comunismo más que la de los pueblos que dice representar y defender.

Por mal que me quede a mis años, yo sigo teniéndole fe a la decencia humana, más allá de la religión que a cada uno le haya tocado profesar.

martes, 27 de julio de 2021

La utopía de la tonfa

Imagen: Geandy Pavón
Imagen: Geandy Pavón
Todos los cálculos políticos sobre Cuba en las últimas décadas se hacían en base al miedo. Solo que no le llamaban miedo sino apoyo, respaldo o hasta aceptación o resignación a un destino cuando no “búsqueda de la utopía”, variante épica del viejo chucho escondío o del cuento de la buena pipa. Y de pronto un domingo todo el pueblo pierde el miedo (o lo fue perdiendo antes de a poquitos pero no nos dábamos cuenta) y destruyó la imagen revolución congelada tal y como el mundo bienpensante la tenía preservada en su particular gabinete de curiosidades.

Desde el 11 de julio la constante del miedo con la que la progresía universal contaba para hacerse creer que entendia aquella isla se ha ido al carajo y ya no hay cómo cuadrar la caja. Perdido el miedo el mundo debe apelar al terror. El terror ejercido por el Estado, quiero decir, al que no se le llama así sino “Revolución” o si se ponen nietzscheanos “voluntad de poder”. Con ese terror cuentan los observadores externos de la realidad cubana para seguir sosteniendo la ficción con la que han entretenido su conciencia por tanto tiempo. O sea, esperan que las tonfas de la policía enderecen la imagen de aquella bonita revolución congelada en el tiempo que le han desbaratado la irrupción de masas irredentas armadas de rabia y celulares en reemplazo de los mansos rebaños que agitaban banderitas cada primero de mayo.

Todo menos aceptar que Cuba está dominada por una tiranía de las de toda la vida. Aceptar que siempre lo fue, solo que esta nunca ha aprendido ni a hacer dinero -fuera del tenaz ejercicio de la rapiña- ni a hacer las maletas. Todo menos aceptar que es hora que se vayan a buscar sus utopías a otra parte.

martes, 20 de julio de 2021

Seis sorpresas de julio


-La primera -y acaso la única que merece ser considerada como tal- fue descubrir que el espíritu de rebeldía del pueblo cubano no había sido destruido por 62 años de represión, adoctrinamiento y propaganda. Una rebeldía, hasta ahora parecida reducida a grupos, gremios y algún que otro barrio, consiguió sincronizar a todo el país, teléfonos mediante, con consignas básicas en defensa de su dignidad humana: la libertad, el respeto por sus derechos, la repulsa a la opresión y el hastío hacia el régimen que la dispensa. En un mundo que ya viene de vuelta de todo sería difícil encontrar a estas alturas pueblo con ansia tan adánica por restaurar su humanidad. Un pueblo que grite con tanta ilusión la palabra "libertad".

-La incapacidad de reacción del régimen más allá de su monstruosa eficacia represiva. Incluso a sus más tenaces detractores les sorprenderá que cuando prácticamente todo el país mostraba su disgusto hacia el régimen este reaccionara de la misma manera que lo hace cuando se trata de grupos más manejables: limitándose a la violencia y las calumnias. Si ya resulta difícil creerle a la maquinaria de propaganda del régimen que cualquier voz contestataria se pronuncia a instancias del imperialismo acusar a un pueblo completo de mercenario (o en el mejor de los casos de confundido) va más allá de cualquier suspensión de la incredulidad.

-La absoluta incapacidad del singao de Díaz Canel para lidiar con esta crisis. Conocida por todos su condición de monigote sorprende su perfecta discapacidad para producir una idea propia (o tomarla prestada) a la hora de disimular su desprecio por los reclamos populares.

-La reacción de muchos artistas veteranos usualmente cortejados por el régimen (algunos de ellos utilizados para justificar anteriores campañas represivas) en defensa del pueblo llano que se manifiesta en las calles.

-La reacción de la comunidad internacional. Era de esperar el resuelto apoyo que desde el primer momento le ofrecieron sus aliados tradicionales (Venezuela, Nicaragua, Rusia, China) pero desde el respaldo franco del gobierno democráticamente elegido de México a la actitud pusilánime del resto del mundo no solo resultan vergonzosos sino que sirven de penoso precedente cuando otros estallidos populares se produzcan en el resto del mundo.

-La ineptitud de los medios internacionales para entender y aquitalar lo ocurrido en Cuba en los últimos días. No comprender que el hecho de que un pueblo entero se haya levantado contra la maquinaria represiva más temible del hemisferio excede las ocasionales revueltas que se dan en otras partes del mundo por el alza de los precios del pasaje o una ley desacertada. No comprender ni el nivel de desesperación en que un pueblo puede encontrarse para zafarse de la habitual docilidad que impone un régimen totalitario ni el hastío esencial hacia ese régimen que reflejan estas protestas.