lunes, 17 de noviembre de 2025

Discurso a mis 58 años



Amigas, amigos y amigues
Queridas, queridos y querides:
A punto de cumplir 58 años me acerco a una edad que da que pensar sobre mi futuro fiestero. Porque cuando se hace ya tradición la cocinadera durante un día completo, la bailadera, la borrachera y la limpieza de pisos y calderos el día después llega la hora de preguntarse ¿Fiestas para qué? ¿Cumpleaños para qué?
Ciertamente no para celebrar una vida que, mírese por donde se mire, no justifica tanta recholata. Si algo quiero y me gusta celebrar es la mayor riqueza que he conseguido acumular durante todos estos años: la amistad de todos ustedes y el amor grande o pequeño que nos tenemos. De ahí que este discurso vaya a consistir principalmente en una larga lista de agradecimientos.
En primer lugar quiero agradecerle a mis padres traerme al mundo y perdonarles que siendo el mundo tan grande se les ocurriera desembarcarme en Cuba. A ellos también les agradezco todas las enseñanzas que me dieron aunque nunca las haya conseguido seguir.
a Armandito a quien entre las tantas cosas que le debo agradecer está el ejemplo y la demostración de que las fiestas son lo más sublime para el alma divertir, aunque uno se quede dormido en medio de ellas (y a Isabel, por supuesto, por soportarlo y soportarnos).
A los amigos que están lejos que se morirían por estar aquí aunque no tanto como para comprarse el pasaje.
A nuestro octosílabo-adicto Alexis Romay porque nadie sabe lo que es ser querido por un amigo si no ha sido querido por él.
A Pedrito el Bacalao porque sus cuidados esta casa ya no existiría y tendríamos que celebrar esta fiesta en una casa de campaña. Y a Mónica por su increíble dulzura y el valor de prolongar la arrebatada estirpe de los Cordovés.
Al Dany por su amistad y ritmo constantes y sus novias cambiantes.
A Jairo, Meyken, Magda, Guillermo y Oliver por resistirme semana tras semana en su casa, por todo el café que pacientemente me hacen, por todas las malacrianzas que me aguantan y que vienen a desquitarse una vez al año en mi cumpleaños.
A Reina, Juan Carlos y Mateo por su amor constante y su presencia intermitente. Y por sus camisas y jamones, claro.
A Ernesto por ese carácter que apacigua y equilibra todo y esas comidas que curan.
A Desireé por ser tan linda por dentro y por fuera y así y todo maltratarse haciendo crossfit para el cuerpo y el alma.
A los músicos, Frank, Hilaria, Arthur, Roberto tropa celestial sin los que la vida valdrían menos la pena y las fiestas no tendrían sentido.
A Rubén Claudia, Maikel y Alicia por compartir la responsabilidad de hacer fiestas en sus casas.
A los recién casados Loreta y Leslie y a sus niños Salomé y Sam, por ser la buena vibra personificada.
A Sandra y Douglas, porque desde que se mudaron a los bajos no he tenido que preocuparme por despertarlos con las fiestas pues ellos toman la precaución de estar en todas.
A todos los artistas Danay, William y el resto -eternas cigarras de la fábula- que le recuerdan con su talento a las hormigas que la vida está en otra parte.
A mi suegra por ser tan poco suegra y a Emérita por ser ejemplo de vitalidad y por comportarse como la suegra que me falta.
A Madelca y Jorge Ignacio por soportarme a mí y a mi ateísmo irredento.
A Amanda por su gracia, su energía contagiosa y su dicción avileña que no es contagiosa porque los habaneros no tenemos remedio.
A Yurien y Daniel, bayameses involuntarios que todo lo queman y todo lo dejan pero no se dejan rendir.
A Mairim, cuyo exilio a Elizabeth no le ha impedido estar mas cerca de nosotros mismos.
A Camila Lobón, las más arisca de todas, por su novio salvadoreño.
A Yasser por ocuparse de las imprescindibles pero insoportablemente aburridas.
A Vincent, Pancha, Asdrubal, Marian, y Vicente, Wanda y Frank por su aporte de cosmopolitismo a esta tribu.
A los veteranos de la travesía que vienen sabiendo que este es territorio libre de ICE.
A los que realizaron la increíble hazaña de cruzar el Hudson para llegar hasta aquí. Y a los que consiguieron parqueo.
A los amigos del peloteo por sostener la ficción de que todavía tengo algo que hacer en un terreno deportivo.
A los que me dejan huesos de pollo, vasitos plásticos y platos sucios en los libreros.
A los que me dejan las botellas de cerveza mojadas sobre el piano y han dejado una huella indeleble sobre este y hacen que me acuerde de ellos cada día, aunque no sepa sus nombres.
A los que aquí van a encontrar por primera vez el amor o el enemigo de toda la vida.
A los que se están preguntando por qué su nombre no aparece en esta lista. A los que me lo perdonarán y a los que no me lo perdonarán nunca.
Y en último lugar a mi familia.
A Ericuso que se apunta lo mismo a un velorio que han un fetecún. Hoy por suerte tocó fetecún.
Y a Lila y Eida porque toda la resistencia que han puesto a que siga celebrando cumpleaños no ha sido suficiente para que desista aunque cada año su resistencia se va haciendo más férrea, más difícil de superar.
Pero les confieso que ya se me va acabando la cuerda para superar la resistencia del ala femenina de la familia. Creo que los sesenta será un buen momento para cerrar el ciclo de celebraciones. Porque a partir de ahí -como dice Armandito- los cumpleaños más que celebrarse se conmemoran. Pero la cocinadera, la resistencia de la mujer, los huesos en el librero y la cerveza, limpiar las cazuelas y los pisos al día siguiente, todo eso tiene sentido rodeado por todos ustedes.
Sobre todo la resistencia de mi mujer.
Gracias de nuevo por venir.

sábado, 15 de noviembre de 2025

Armando Capiró (1948-2025)


Hubo un tiempo, el de mi infancia, en que la pelota no se llamaba Muñoz, Cheíto, Linares o Kindelán. El nombre completo de aquel deporte era Armando Capiró Laferté. Un left fielder de brazo incomparable que fue el primero en sobrepasar los 20 jonrones conectados en una temporada con 22. Esa marca en las breves temporadas cubanas vino a equivaler a los 60 jonrones de Babe Ruth en la MLB: para sobrepasarla debieron pasar años y cambiar del bate de madera al de aluminio.


Pero todo eso antecedió a mi experiencia de fanático. Cuando empecé a ver pelota Capiró atravesaba un profundo slump que lo acompañó hasta su temprano retiro. Daba igual. Su manera de pararse en home, extendiendo el brazo izquierdo hacia adelante con el bate en la mano como si estuviera calculando las dimensiones del terreno, del juego todo, como si anunciara de antemano su próximo jonrón. Poco importaba su mala racha porque su nombre seguía siendo el del mejor bateador de cada barrio, el del que más lejos bateaba la pelota, con más frecuencia. Todavía recuerdo ver a un muchachito en el terreno de béisbol de la escuela Valdés Rodríguez de El Vedado al que le llamaban Capiró como recuerdo la emoción que sentíamos de ver jugar a alguien que se mereciera tal sobrenombre.

La jugada que más le recuerdo no fue un jonrón sino un error de su portentoso brazo. Un error por exceso. Capiró lanzó tan fuerte la pelota que había recogido en un rincon del jardín izquierdo que esta pasó por encima de la cabeza del catcher Elnudys Poulot y chocó contra el muro que estaba unos cuantos metros detrás de este con fuerza suficiente como para regresar de rebote al home y que Poulot pudiera sacar al siguiente corridor.

Un mal día que cuesta trabajo precisar Capiró desapareció de los estadios. Nadie dio explicación alguna y corrieron en su lugar millares de rumores. El más persistente era que se había descubierto que el pelotero era homosexual, acusación lo bastante grave para expulsar a cualquiera de su puesto (a menos que fuera la presidencia del ICAIC). Fue entonces que tuvimos que acudir a otros nombres, otros ídolos.

No fue hasta muchos años después que en una entrevista el gran Capiró pudo dar su version: según él, su ex, despechada, había escrito una carta al Comité Central acusándolo de todo lo que se le ocurrió. Y en el Comité Central del Partido Comunista le hicieron suficiente caso a la señora como para terminar separándolo del béisbol. Cuba era un país donde la carrera de un pelotero no se decidía en el estadio Latinoamericano sino a un kilómetro de allí, en alguna oficina con aire acondicionado del Comité Central.

Da igual. Armando Capiró Laferté debe saberlo donde quiera que se lo haya llevado la muerte esta semana: los que lo vimos jugar nunca olvidaremos el momento en que con su bate medía a su oponente, al terreno, a la vida toda.