jueves, 24 de marzo de 2022

¿Por qué los dictadores no tienen sentido del humor?

 

Por Srdja Popovic

[Extracto del libro Plan para la revolución: cómo utilizar arroz con leche, hombres de Lego y otras técnicas no violentas para impulsar comunidades, derrocar dictadores o simplemente cambiar el mundo]

Fue al principio de nuestros esfuerzos para derribar a Slobodan Milosevic y, como todos los activistas novatos, tuvimos un momento de ajuste de cuentas. Mirando por toda la sala en una de nuestras reuniones, nos dimos cuenta de que éramos un grupo de niñatos serbios y, en lugar de concentrarnos en lo que teníamos a nuestro favor, comenzamos a obsesionarnos con todo lo que no teníamos. No teníamos un ejército. No teníamos mucho dinero. No teníamos acceso a los medios de comunicación, que eran prácticamente todos estatales. Nos dimos cuenta de que el dictador tenía tanto una visión como los medios para hacerla realidad; sus medios consistían en infundir miedo. Teníamos una visión mucho mejor -pero pensamos en esa noche sombría- no había forma de convertirla en realidad.

Fue entonces cuando se nos ocurrió lo del barril de la risa.

La idea era realmente muy simple. Mientras hablábamos, alguien seguía hablando de cómo Milosevic solo ganó porque hacía que la gente tuviera miedo, y alguien más dijo que lo único que podía vencer al miedo era la risa. Fue una de las cosas más sabias que he escuchado. Como las parodias de Monty Python siempre han estado a la altura de Tolkien para mí, sabía muy bien que el humor no solo te hace reír, te hace pensar. Empezamos a contar chistes. En una hora, nos pareció completamente posible que todo lo que realmente necesitábamos para derribar el régimen eran algunas risas saludables. Y teníamos muchas ganas de empezar a reír.

Recuperamos un barril viejo y maltratado de un sitio de construcción cercano y se lo entregamos al diseñador "oficial" de nuestro movimiento, mi mejor amigo, Duda, una diseñadora, y le pedimos que dibujara un retrato realista de la cara del temible líder. Duda estuvo encantada de ayudar. Cuando volvimos uno o dos días después, teníamos a Milosevic en un barril, con una sonrisa malvada, con la frente marcada por las numerosas manchas de óxido del barril. Era una cara tan cómica que hasta un niño de 2 años la habría encontrado divertida. Pero no habíamos terminado. Le pedimos a Duda que pintara un letrero grande y bonito que dijera "Golpea su cara por solo un dinar". Eso era alrededor de dos centavos en ese momento, por lo que fue un trato bastante bueno. Luego llevamos el cartel, el barril y un bate de béisbol a la calle Knez Mihailova, la principal avenida peatonal de Belgrado. Justo al lado de la Plaza de la República, la calle Knez Mihailova siempre está llena de compradores y paseantes, ya que allí es donde todos van para ver las últimas modas y reunirse con sus amigos para tomar una copa por las tardes. Colocamos el barril y el letrero justo en el medio de la calle, justo en el centro de toda la acción, y nos retiramos rápidamente al Emperador Ruso, una cafetería cercana, para mirar.

Los primeros transeúntes que notaron el barril y el letrero parecían confundidos, sin saber qué hacer con la descarada muestra de disidencia allí al aire libre. Las siguientes 10 personas que lo revisaron estaban más relajadas; algunos incluso sonrieron, y uno fue tan lejos como para levantar el bate y sostenerlo por unos momentos antes de dejarlo y alejarse rápidamente. Luego, el momento que habíamos estado esperando: un joven, solo unos años más joven que nosotros, se rio a carcajadas, registró sus bolsillos, sacó un dinar, lo tiró en un agujero en la parte superior del barril, recogió el bate, y con un golpe gigantesco aplastó a Milosevic en la cara. Se podía escuchar el ruido sordo reverberar cinco cuadras en cada dirección. Debe haberse dado cuenta de que con las pocas radios y periódicos independientes que quedaban en Belgrado criticando al gobierno todo el tiempo, una abolladura en un barril no lo llevaría a la cárcel. Para él, el riesgo de acción era aceptablemente bajo. Y una vez que tomó su primera grieta en la cara de Milosevic, otros comenzaron a darse cuenta de que ellos también podían salirse con la suya. Era algo entre la presión de grupo y una mentalidad de mafia. Pronto, los transeúntes curiosos se alinearon para su turno al bate y propinaron sus propios golpes. La gente empezó a mirar, luego a señalar, luego a reír. En poco tiempo, algunos padres animaban a sus hijos, que eran demasiado pequeños para el bate, a patear el barril con sus diminutas piernas. Todo el mundo se estaba divirtiendo, y el sonido de este barril al ser golpeado resonaba hasta el parque Kalemegdan. No pasó mucho tiempo para que los dinares se derramaran en el barril y para que la obra maestra artística de la pobre Duda, la severa y seria cara del Sr. Milosevic, fuera golpeada hasta quedar irreconocible por una multitud entusiasta y alegre.

Mientras esto sucedía, mis amigos y yo estábamos sentados afuera en el café, bebiendo espressos dobles, fumando Marlboro y riendo a carcajadas. Fue divertido ver a todas estas personas desahogándose con nuestro barril. Pero la mejor parte estaba por delante.

Lo mejor llegó con la policía. Tardó 10 o 15 minutos. Un coche patrulla se detuvo cerca y dos policías regordetes bajaron e inspeccionaron la escena. Fue entonces cuando se me ocurrió mi querido juego "Finge ser policía". Lo jugué por primera vez en el café ese día. Sabía que el primer instinto de la policía sería arrestar a la gente. Normalmente, por supuesto, arrestarían a los organizadores de la manifestación, pero no estábamos por ningún lado. Eso dejó a los oficiales con solo dos opciones. Podrían arrestar a las personas que hacían fila para golpear el barril, incluidos los camareros de los cafés cercanos, chicas atractivas con bolsas de compras y un grupo de padres con niños, o podrían confiscar el barril mismo. Si fuera por la gente, causarían indignación, ya que difícilmente haya una ley en el código que prohíba la violencia contra los cilindros de metal oxidado, y los arrestos masivos de transeúntes inocentes son la forma más segura para que un régimen radicalice incluso a sus ciudadanos previamente pacificados.

Lo que dejaba solo una opción viable: arrestar el barril. A los pocos minutos de su llegada, los dos oficiales corpulentos ahuyentaron a los espectadores, se colocaron a ambos lados de la aquella cosa asquerosa y se la llevaron en su coche patrulla. Otro amigo nuestro, un fotógrafo de un pequeño periódico estudiantil, estuvo presente para fotografiar este espectáculo. Al día siguiente, nos aseguramos de difundir sus fotografías por todas partes. Nuestro truco terminó en la portada de dos periódicos de la oposición, el tipo de publicidad que literalmente no podrías comprar. Esa imagen realmente valía más que 1,000 palabras: le decía a cualquiera que la viera que la temida policía de Milosevic en realidad solo consistía en un grupo de tontos cómicamente ineptos.

Por supuesto, esto fue solo el comienzo. Durante los siguientes seis años, mis amigos y yo construimos Otpor (serbio para la resistencia), un movimiento social no violento que desafió al régimen de Milosevic, lo despojó de su legitimidad y lo llevó a su caída. Pero comenzó socavando el miedo de la gente. Comenzó con una broma.

Hoy, mis colegas y yo ayudamos a formar movimientos democráticos no violentos en todo el mundo, y la historia del barril es una de las primeras historias que compartimos con aspirantes a activistas. Y, sin falta, cada vez que la gente se entera dice más o menos lo que hicieron mis amigos egipcios cuando los paseamos por la Plaza de la República. “Nunca funcionará en mi país”. Pero les recuerdo a mis nuevos amigos que, si bien el humor varía de un país a otro, la necesidad de reír es universal. Me di cuenta de esto mientras viajaba para reunirme con activistas de todo el mundo. Es posible que las personas del Sáhara Occidental o Papua Nueva Guinea no estén de acuerdo conmigo sobre qué es exactamente lo que hace que algo sea divertido (para obtener más información sobre esto, consulte cualquier "comedia" alemana), pero todos están de acuerdo en que lo divertido triunfa sobre lo temible en cualquier momento. Los buenos activistas, como los buenos comediantes, solo necesitan practicar su oficio.

Mito, literatura, academia

 


Dos semanas atrás estaba en un congreso en Puerto Rico. Presentaba una ponencia sobre tres novelas de la generación de Mariel La travesía secreta de Carlos Victoria (1994) y Sabanalamar (2002) y El instante (2011) de José Abreu Felippe. El argumento de mi ponencia -resumido- no podía ser más sencillo: la verdadera Novela de la Revolución Cubana no la habían escrito sus partidarios sino sus perseguidos, sus resistentes, sus víctimas (aunque la condición de víctima en un escritor siempre me ha resultado cuestionable). Luego la ponencia intentaba demostrar por qué las novelas mencionadas eran precisamente novelas. Cómo, a pesar de la carga de sufrimientos que podían atestiguar, conseguían superar la condición de memorial de agravios, de panfleto, de buzón de quejas y sugerencias de la Historia, para llegar a ser esa otra cosa tan difícil de definir pero fácil de reconocer que es una obra de arte.

Al final, como para animar la discusión la investigadora Mónica Simal, una de las poquísimas especialistas en la generación de Mariel, preguntó que por qué pensaba yo que aquellos escritores siguen siendo ignorados, más allá de la obra de Reinaldo Arenas. La respuesta era fácil. El problema consistía en decirla. Porque -como le expliqué a la audiencia aquella tarde- mientras la Revolución Cubana siguiera existiendo como mito nadie estaría interesado en leer a esos heraldos de la mala vieja de que aquella Revolución llevaba la simiente del autoritarismo y la opresión desde su mismo comienzo. Y eso -no contado por latifundistas y burgueses sino por escritores de origen humildísimo que en no pocos casos creyeron en ella- era algo que la gente prefería no escuchar.

"En vez de eso -añadí- prefieren leer novelas de Leonardo Padura, que si bien pueden pasar por críticas se cuidan de conservar una visión nostálgica que no afecta en absoluto al mito de la Revolución Cubana". Si acaso le añade la elegante pátina que da la melancolía que producen las buenas intenciones que no han podido ser cumplidas. Debe tenerse en cuenta que mis compañeras de panel presentaban justamente sendas ponencias sobre novelas de Padura. Las ponentes no se dieron por aludidas lo cual agradezco e incluso una de ellas asistió a la presentación que hice de “Los que van a escribir te saludan” en la librería Laberinto del Viejo San Juan. Después de todo mi intención declarada no era iniciar una guerra civil en aquel apacible panel pues encima de todo alguien tuvo la mala idea de asignarme la responsabilidad de moderador de aquel evento. Me bastaba con dejar clavada allí mi certeza de que ante ciertos mitos el espíritu crítico de la academia se desvanece y acude a respuestas tranquilizadoras, sedantes. Como cualquier ama de casa se sienta cada noche a ver su telenovela favorita.       

domingo, 20 de marzo de 2022

Carta abierta a directores de Meliá

 

Señores Gabriel Escarrer Juliá y Gabriel Escarrer Jaume:

Como deberían saber, Cuba, el país en el que su compañía tiene importantes intereses económicos es una dictadura desde hace más de seis décadas. Durante todo ese tiempo se le ha vedado a sus ciudadanos expresarse libremente, prohibición que se desestimaba ante la creencia generalizada de que todos los cubanos pensaban de forma idéntica a su gobierno y estaban totalmente contentos con cada una de sus decisiones.

Desde el 11 de julio de 2021 esa creencia -absurda donde las haya- ha perdido todo asidero con la realidad. Ese día decenas de miles de ciudadanos salieron a las calles de la isla a protestar contra su gobierno y este reaccionó de la manera más brutal posible: reprimiendo violentamente a los manifestantes y deteniéndolos por centenares. Desde entonces buena parte de estos detenidos siguen en prisión habiendo sido condenados muchos de ellos a largas penas de cárcel por cargos fabricados: hasta esta semana han sido 128 los condenados a penas que suman 1916 años de cárcel. Otros esperan en prisión en condiciones terribles a ser enjuiciados sin las mínimas garantías procesales.

No acusamos a Meliá Hotels International de reprimir al pueblo cubano ni de encarcelar a cientos de sus ciudadanos incluidos mujeres, niños y personas en delicado estado de salud. Sí acusamos a Meliá en cambio de ser cómplice de los represores y carceleros del pueblo cubano. Como representantes de una compañía que ha prosperado en una sociedad democrática basada en el derecho elemental de sus ciudadanos de expresarse libremente debería repugnarle la sola idea de hacer negocios en países que les nieguen tal derecho a sus propios ciudadanos. Como no parece ser así, hemos decidido recordarle al mundo democrático que Meliá Hotels International colabora con un régimen que encarcela a sus ciudadanos por expresarse libremente. A partir de ahora lanzaremos una campaña de protestas contra su empresa que no cesará hasta ver libres a todos los prisioneros de conciencia en la isla.

Firman

Cubanos libres por el mundo

jueves, 3 de marzo de 2022

Una doble agente en Mazorra*


En esa isla de largos reinos que es Cuba a Bernabé Ordaz, director del hospital psiquiátrico de la capital, solo dos lo superaron en longevidad: Fidel Castro y la eterna Alicia Alonso. El extenso dominio de Castro generó no pocos feudos, pero ninguno, a excepción del de la Alonso, tan largo ni indiscutible como el de Ordaz sobre su ciudad de perturbados.

Su leyenda contaba haber convertido un “almacén de locos” en “modelo para la psiquiatría mundial”, revolucionándolo como el Máximo Líder al resto del país. Y de paso materializaba sus caprichos. Fanático del béisbol, incluyó en la plantilla del hospital a algunos de los mejores jugadores de la capital convirtiendo a su equipo en el más fuerte del campeonato provincial.

La Wikipedia local lo describe recorriendo el hospital “en un caballo moro que le obsequiara un amigo”. Su estilo dio lugar a analogías fáciles con Castro que oscurecen una realidad elemental: Mazorra funcionaba bastante mejor que el resto del país. No por gusto el Máximo Líder incluía al psiquiátrico en el itinerario que ofrecía a los mandatarios de visita. No obstante, la leyenda del hospital incluía un lado siniestro: allí se torturaba a disidentes, leyenda demostrada a través de numerosos testimonios.

Cuando la fotógrafa Damaris Betancourt visitó Mazorra en 1998 este todavía estaba bajo la férula bonachona de Ordaz. Betancourt había viajado a La Habana con el encargo de un periódico suizo de cubrir la visita de Juan Pablo II al último reducto de ateísmo en Occidente. Al denegarle la acreditación por cubana buscó un plan alternativo: fotografiar el manicomio famoso. Con la autorización de Ordaz tuvo la posibilidad de fotografiar todo lo que le permitiera el guía asignado. La doble condición de local y “extranjera” le dio a Betancourt una ventaja: acceder adonde los locales no podían y captar lo que un extranjero pasaría por alto. Eso explica la tensa ambigüedad del centenar de fotos de Diez días en Mazorra. La fotógrafa rechaza la comparación con Roland Schneider y su libro Zwischenzeit, que compuso con su experiencia como paciente. En Diez días en Mazorra no se retrata la experiencia hospitalaria desde la mirada del interno. El valor más visible de sus fotos es “su frontalidad: hacer que un rostro ‘choque’ contra la cámara sin muchos adornos, de manera natural”. Quizá peque de modesta. Metida en la piel de la extranjera que no es, Betancourt sorprende al manicomio en lo que vale y no en lo que le representa. Diez días en Mazorra recuerda las fotos de Michal Huniewicz y Philippe Chancel de sus visitas controladas a Corea del Norte. Betancourt retrata la coreografía norcoreana de Ordaz como si Huniewicz o Chancel fueran nativos a los que algún desliz burocrático permitiera ejercer de extranjeros.


Diez días en Mazorra es un desfile de locos bajo control. Fuera de control está la locura que dirige el manicomio. Esa “burocracia psicótica y loca” –dice Carlos Aguilera– dictamina cuál es el “Paciente más destacado del mes” o impone a los enfermos el mismo discurso doctrinario que al resto del país. El totalitarismo, como cualquier fanatismo, no solo es incapaz de cambiar de idea sino de conversación.

La locura institucional es retratada en el director que posa con barba, sombrero tejano y bata negra, en su oficina cubierta de diplomas. O en otra pared con gallardetes que proclaman al hospital “Vanguardia de la productividad en saludo al xi Festival”. O en una puerta asediada por las fotos de Fidel y Raúl Castro y Celia Sánchez. Que la de Fidel esté justo encima del letrero de “Psiquiatra” sugiere quién era el Psiquiatra en Jefe de la Nación. Pero ninguna imagen representa mejor el impacto del adoctrinamiento en el cerebro de los pacientes que un dibujo del Che Guevara que añade a la cabeza icónica del retrato de Korda un esqueleto que sostiene un fusil Winchester. Lo acompañan dos frases: “Tu ejenplo [sic] vive tus ideas perduran”, “Tus restos son inmortales”.

Pero ¿qué son estos detalles ante la grandeza de la revolución? Publicar las fotos le pudo parecer a Betancourt mera maledicencia. Hasta que en el invierno de 2010 Mazorra mató a veintiséis pacientes. La prensa oficial trató el tema con la discreción habitual: lo ignoró hasta que fue un escándalo internacional. Al fin un comunicado del Ministerio de Salud Pública (MINSAP) explicó las muertes por “las bajas temperaturas de carácter prolongado que se han presentado” y por “factores de riesgo propios de los pacientes con enfermedades psiquiátricas”. No obstante, las contrabandeadas fotos de los muertos eran obvias: más que del cobarde frío habanero parecían haber muerto de hambre. Las sentencias de entre cinco y quince años de prisión emitidas un año después contra las autoridades del hospital parecían darle razón a la prensa extranjera antes que al sobrio comunicado del MINSAP. Entonces Betancourt vio confirmadas sus sospechas “de que Mazorra era un lugar tenebroso”. La debacle parecía confirmar la idea de que solo la personalidad y el poder de Ordaz pudieron conjurar el desastre por tanto tiempo. También servía para suponer lo contrario: que el poder absoluto de Ordaz y su opacidad permitieron abusos cuyo punto más visible era la hecatombe de 2010.


Pero lo que examina con más cuidado Diez días en Mazorra no es el legado de Ordaz. El libro revisa uno de los últimos bastiones del fidelismo funcional, rara variante del experimento que ha sido Cuba durante seis décadas. Mazorra era la vitrina del hombre nuevo guevarista, versión demente. Los únicos cubanos que se atrevían a desafiar públicamente al Estado (como para confirmar que solo a un loco podía ocurrírsele) eran domesticados en Mazorra con coros, dibujos de próceres y hazañas productivas. Las metáforas foucaultianas que convertían el caos capitalista en ordenado gulag se hacían carne en el socialismo caribeño. Los micropoderes se sintonizaban al ritmo del Poder para desplegar el imperio del simulacro. Hacer a los enfermos mentales parte de esta simulación nos da una idea de la esquizofrenia totalitaria: un sistema económicamente ineficiente que encomienda sus proyectos económicos a estudiantes adolescentes, presos y locos.

No sé qué buscaba Betancourt en Mazorra. Posiblemente ni ella lo tuviera claro. Lo cierto es que su instinto y sensibilidad supieron atraparlo. Sus fotos tienen el mérito de sorprender las bambalinas del manicomio-postal como Degas sorprendía a las bailarinas antes de convertirlas en entes etéreos para satisfacción del público. La fotógrafa insiste en sostenerles la mirada a los pacientes: en sus miradas, tan distantes de la resignación vacuna que tantos fotógrafos han retratado en los cubanos, reside el valor último de este libro. En restituirles a sus modelos la dignidad que les escamotea el exhibicionismo de Estado. Miradas donde constatamos nuestra misma humanidad recordándonos que si ellos son los retratados y nosotros los observadores es puro accidente.

*Publicado originalmente en Letras Libres.

sábado, 26 de febrero de 2022

La opción de los tenaces


A los community colleges suele subvalorárseles por ignorancia, por sistema, por costumbre. Pero sobre todo por ser la opción de los pobres. Y ya se sabe, nada más fácil de despreciar que la pobreza. Por despreciar —o ignorar— lo hacemos hasta con el pobre que fuimos. Se ignora que en los Estados Unidos hay nada menos que 942 universidades comunitarias en las que están matriculados 12.4 millones de estudiantes. O que un tercio de los graduados universitarios del país proceden de tales instituciones. O que el 66% de los estudiantes universitarios han estado matriculados en algún momento de su vida en un community college.

Estas universidades comunitarias se han convertido en vía accesible y relativamente barata de reintegrarse en los estudios superiores cuando, por alguna razón, no se ha podido pasar directamente de la enseñanza media a la superior. Para empezar, los community colleges son mucho más económicos que otras instituciones universitarias. Como promedio la matrícula anual en estos ($3,770) es casi tres veces más barata que en las universidades públicas ($10,560) y doce veces en el caso de las privadas.

Y está el tema de la diversidad. De acuerdo con las estadísticas entre 2018 y 2019 la composición étnica del estudiantado de los community colleges era de un 45% de blancos, 25% de hispanos, 13% de afroamericanos y un 7% de asiáticos. No debe sorprender que el estudiantado de los community college se parezca más al mundo real que el de las universidades, sobre todo las privadas. Sé de lo que hablo. Hace más de veinte años enseño en una universidad privada, pero al llegar a este país con veintinueve años mi primera opción educativa fue el Hudson County Community College. Allí aprendí bastante y no solo de las materias que impartían los profesores. Los estudiantes éramos, en aplastante mayoría, inmigrantes. Y en buena parte, por fatalismo estadístico del condado, hispanos. Pero no únicamente: había también africanos, indios, chinos, vietnamitas. Gente con la que aprendías mucho, incluso de ti mismo. Recuerdo a un senegalés que al saber mi procedencia exclamó “¡Cuba! ¡Abelardo Barroso!” obligándome a averiguar por ese cantante que tan popular parecía ser en Senegal pero que en mi país nos dábamos el lujo de olvidar.

Aquellos estudiantes estaban más que dispuestos a internarse en lo que entonces nos parecía la impenetrable selva americana haciendo uso de todos los instrumentos que les pudiera ofrecer aquella escuela. Empezando por el idioma, por supuesto. En mi caso, seis años de inglés en la enseñanza intermedia apenas me alcanzaban para leer algún que otro artículo con vocabulario y sintaxis elementales. Hasta un intercambio oral que sobrepasara los saludos quedaba fuera de mi alcance. Algo aprendí gracias al interés y la paciencia de profesores que sospecho mal pagados pero que amaban la profesión lo bastante como para darle sentido a nuestra presencia allí. Recuerdo con especial cariño a un profesor norteamericano, alto y delgado. Un trotamundos que había sido taxista en Alemania por el solo placer de conducir un Mercedes Benz. Y a una emigrada rusa, Elena Gorokhova, quien hizo todo lo que pudo por adecentar mi gramática inglesa. (Pronto descubrí que la profesora compartía conmigo el vicio de escribir, lo que con los años la convirtió en autora reconocida).

Por aprender en aquel college también aprendí de la ignorancia norteamericana. Desde darme cuenta de que uno de los pocos estudiantes nativos que encontré allí no solo ignoraba la existencia de un cuarteto llamado The Beatles sino hasta estaba orgulloso de no saberlo. O aquel profesor ítalo-americano que se daba el lujo de despreciar ostensiblemente a los mismos estudiantes que le daban de comer. En especial, vaya a usted a saber por qué, a los indios. Alguien a quien en su atrevida arrogancia no le cabía en la cabeza que en buena parte del mundo la palabra “billion” equivaliera al millón de millones. O que el sistema de numeración indio no compartía nuestra superstición por los millones y el equivalente a “million” eran 10 lakhs, siendo el lakh el equivalente a nuestro cien mil. No. En vez de aprender lo que obviamente ignoraba, aquel profesor optaba por burlarse de sus estudiantes que a su vez empezaban a llevarse una idea de lo que podía significar el racismo norteamericano que en esos años solía ser más discreto.

Pero esa fue una excepción en mi experiencia con el Hudson County Community College por lo demás muy estimulante. En clases no demasiado grandes, pero sí diversas, obtuve conocimientos esenciales para mi desenvolvimiento posterior al tiempo que formaba relaciones que me han acompañado el resto de la vida. Más de veinte años después los community colleges han cambiado. Un ejemplo: justo antes de la pandemia ya la quinta parte de sus estudiantes tomaba clases on line. Otro: desde 2008 hasta la fecha los hispanos han conocido el mayor incremento en la matrícula total de los community colleges con un aumento del 10%. Se va entendiendo mejor la función de esta institución como puerta de acceso a la educación superior. Se comprende mejor que los community colleges no son la opción del pobre sino la del que no se da por vencido.

viernes, 25 de febrero de 2022

lunes, 21 de febrero de 2022

El Nene Candelaria en "Turcos en la niebla"

Foto de Geandy Pavón
Acaba de morir Aurelio Candelaria, ex preso político con 18 años cumplidos en Cuba de los veinte de su condena original. Ignoro los detalles de la condena. Era la época en que si te echaban menos de veinte años pensabas que era un error o apenas el prólogo de una pena de muerte. Ya fuera de prisión el Nene (o el Guajiro) se volvió toda una leyenda entre la comunidad cubana de Nueva Jersey con sus más de seis pies de estatura, su sombrero tejano, las espuelas que usaba en medio de la ciudad, su sangre fría en los momentos más difíciles, pero sobre todo por su infinita bondad. Apenas lo disfracé en mi novela "Turcos en la niebla" donde reproduje algunas de las anécdotas más famosas de las tantas que se contaban sobre el increíble Nene Candelaria. Tan increíble como asumir que alguien así sea capaz de morirse. Los dejo con el fragmento de la novela que habla de él.

Eltico:
Los personajes que uno se encuentra en este barrio no se pare­cen a nada. Qué país para dar gente rara. Me refiero a Cuba, aunque los americanos no se quedan atrás, pero al menos tienen la disculpa de que su país es inmenso. En cambio, Cuba es chi­quitica y se las arregla para dar gente rarísima. Ahí está el Gua­jiro. ¿Tú te imaginas que a alguien lo llamen el Guajiro en esta zona que está llena de guajiros de Las Villas, del Escambray, de lugares bien metidos en el monte? Es como llegar al Polo Norte y encontrarte a un tipo que lo llamen el Esquimal. Es tan alto que, con todo y lo viejo que está, a mí, que soy alto, me saca sus seis buenas pulgadas. Además, tiene ese sombrero que no se quita nunca y la camisa tejana con bordados y los pantalones de vaqueros. Porque para él los jeans siguen siendo pantalones de vaqueros. Y botas de cuero y espuelas. Cuando yo lo conocí usaba espuelas con unos pinchos grandísimos. Con ellas se pa­seaba por medio del pueblo, iba a las reuniones de los presos, todo. Ahora usa unas más discretas con una púa chiquita en vez de aquellos pinchos largos. ¡Te imaginas el trabajo que pasaba para que no se le enredaran con los escalones de las guaguas cuando se bajaba! Como diciendo: «Yo voy a ser el Guajiro donde quie­ra que me pare». Meterse diecinueve años preso y salir para acá en medio del frío. Terminar abriendo una ferretería en el barrio de los negros y aguantar que te asalten a cada rato. Sobrevivir a todo eso siempre con el sueño de reunir un dinero para com­prarse una finquita idéntica a la que tenía en Cuba. O al menos una a la que pudiera ponerle el mismo nombre que la que tenía allá.

Está la vez que lo asaltaron con un shotgun, una escopeta re­cortada que si te coge de cerca te abre un hueco por el que pue­des pasar un puño cerrado. No cogió miedo. Se fue acercando despacito al asaltante mientras le hablaba. En español. Porque el Guajiro en todos estos años y con un negocio en medio de un ba­rrio donde casi nadie habla español es incapaz de decirte tres pa­labras seguidas en inglés. «Suavecito», le decía. «Muchacho, no hagas eso. Tú no ves que te vas a desgraciar.» Cosas así. Hasta que le agarró la escopeta por la punta del cañón recortado. Se la quitó de un tirón y el asaltante huyó corriendo.

O la vez que tumbó a piñazos a unos ladrones. También ar­mados. Al llegar la policía los tenía amarrados uno contra el otro con las mismas sogas que vende en la tienda. Al final, con quien se puso a pelear fue con la policía. Quería que le devol­vieran la soga con la que los había amarrado, porque si se la lle­vaban se le iba a descompaginar el inventario.

Pero el cuento que de verdad define al Guajiro no es ningu­no de ésos, sino el de la noche que le dio por recoger a una de esas putas que se paran en la 1-9. Para que te las lleves a los mo­teles de por ahí. La puta se subió al carro y él se puso a decirle: «Muchacha, ¿tú no te ves muy joven y bonita para que te metas a hacer esas cosas? Tú tienes la misma edad que mi hija y toda una vida por delante. Ponte a estudiar y haz una carrera. Dedí­cate a otra cosa». Siguió tratando de convencerla. Insistiendo en que agarrara por el buen camino. Así hasta que la puta se echa a reír y le dice en español, porque parece que era boricua o algo así: «Oiga, mi viejo, déjeme explicarle una cosa. Yo soy policía y estoy haciendo trabajo encubierto desde hace años y no había visto nada parecido. Ahora mismo los compañeros míos que están escuchando esta conversación en una camioneta allá atrás deben de estar muertos de la risa con todo lo que us­ted me dice. Déjeme aquí mismo que usted no sabe de la que se ha salvado».

Pero el Guajiro es un tipo persistente. Siguió en su cruzada de llevar a las putas por el buen camino. Una noche recogió a una que sí era puta de verdad y el Guajiro le metió la misma muela. La puta se cansó y le dijo que si no quería hacerle nada por lo menos que le diera veinte dólares. El Guajiro se negó y la tipa sacó una cuchilla y lo amenazó. Él no se dejó intimidar y si­guió hablándole hasta que la puta, furiosa, le picoteó los asien­tos del carro con la cuchilla. Creo que ése fue su último intento de convencer a las putas de que abandonaran el oficio.

jueves, 10 de febrero de 2022

La Cuba de Lechuga

Carlos Lechuga siempre lo leo con gusto y provecho, aunque no siempre esté de acuerdo con él. Ni falta que hace. Provocar, cuando se hace con inteligencia y buena leche, casi siempre es mejor que coincidir. No lo conozco más que por sus escritos y sus películas, pero ya eso me basta para suponer que la leche de Lechuga es de la mejor calidad posible, tanto como su inteligencia.

Un ejemplo: la talla que soltó el otro día. (Lechuga usa “talla” como sinónimo de idea, lo que me parece bien, porque eso habla de lo poco pretencioso que quiere parecer, algo que siempre se agradece). Lechuga dice que “Cuba no existe, no existió, nunca fue”. Y no lo dice como de pasada, sino que insiste en ello. Se toma su talla en serio, aunque no tanto como para tener el mal gusto de titular el artículo “Cuba no existe”. Lo titula “Sálvese quien pueda”, que, según el cineasta, es el modo en el que se encuentra todo el país luego del chispazo de esperanza que representaron las protestas del 11 de julioy posteriores.

Después de todo, eso de que Cuba no exista no es tan provocador nada. Ni tan novedoso. O lo es tanto como la metafísica. Claro que Platón no hablaba de Cuba, sino que se cuestionaba la consistencia de lo real afirmando que el mundo de las cosas no era más que un reflejo de modelos ideales.

Cuando Cristo dijo que le dieran al César lo que le pertenecía en verdad, le confería a este el imperio sobre la nada porque nada era real comparado con el reino de Dios que venía anunciando desde un tiempo atrás. Con la misma convicción con que Lechuga dice que Cuba no existe, se puede decir que el imperio romano nunca existió. Que lo que entendemos por la antigua Roma y su dominio sobre medio mundo no fue algo independiente de nuestras conciencias —como repetían antes los marxistas de manual—, sino producto de un deseo colectivo, de una convicción común. De manera que, cuando los súbditos del imperio dejaron de creer en él para entregarse a la alucinación propagada por el famoso crucificado, el imperio terminó desvaneciéndose en las manos de los bárbaros que creyeron conquistarlo.

Que Cuba o cualquier otra alucinación colectiva exista —creo que nos dice Lechuga—, depende de que haya suficiente cantidad de gente que crea en ellas. Porque la Isla podrá seguir ocupando la entrada del golfo de México, pero, una vez que dejemos de creer en ella, dejará de ser país, nación, unidad de sentido. Y un pueblo que está en modo supervivencia, o en modo huida, tiene muy pocas oportunidades de ocuparse de ese capricho del espíritu que es una nación. A su modo tremendista, pero exacto, Lechuga nos comunica su corazonada: un país puede desaparecer y el que nos tocó por el registro civil está en peligro de extinción. Y lo que es peor, de extinguirse como si nunca hubiese existido. Como si apenas hubiera sido una escenografía para servir de fondo a los documentales sobre Fidel Castro, a la segunda parte de El Padrino o a los videoclips de cualquier reguetonero.

Tan real y tan falsa como el decorado de cartón de Casablanca. Lechuga nos está advirtiendo que, tras tantas décadas dilapidando la esperanza de generaciones, Cuba puede desvanecerse si no la soñamos con suficiente fuerza. La fuerza con que la soñaron Martí, Lezama, Matamoros o Payá. O con la que todavía la sueñan hoy José Daniel Ferrer, Luis Manuel Otero Alcántara o Maykel Osorbo. (No es casual que ellos estén presos y los demás en modo “sálvese quien pueda”).

Pero donde Lechuga no se permite la limosna de la esperanza, yo prefiero mezclar la talla de la inexistencia de Cuba con la del sálvese quien pueda para concluir que la supervivencia de un país depende del cuidado que pongamos en cuidar a sus hijos, en salvarlos. Sobre todo a aquellos que lo sueñan con más fuerza. Si eso es así, hoy Cuba está mayormente en prisión, agonizando. Y si queremos que siga viva, tendremos que sacarla de ahí. Así de sencillo.

martes, 8 de febrero de 2022

Alcides Herrera: antología mínima*

Foto Ingeborg Portales

Un acercamiento básico a la obra de Alcides Herrera.

Sobre ciencia dominicana:

Científicos dominicanos descubren que Facebook se convirtió ha mucho en nuestro email, en nuestro periodiquito.

Científicos dominicanos descubren que la mejor manera de evitar la paternidad es borrar ese like.

Científicos dominicanos descubren que mi ausencia es mejor que mi presencia.

Científicos dominicanos descubren que en el Cielo te mantiene el Estado.

Científicos dominicanos descubren que estoy tan flaco que, cuando muera, no se va a notar la diferencia.

Científicos dominicanos descubren que el tiempo no es oro, es fantasía.

Científicos dominicanos descubren que no tengo futuro pero tengo tremendo pasado

Científicos dominicanos descubren que "Sinopharm" no quiere decir "El amor, Madre, a la Patria" en mandarín.

Científicos dominicanos descubren que Lecuona es el quinto Beatle de Van Van.

Científicos dominicanos descubren que hay muerte después de la vida.

Científicos dominicanos descubren que el hombre desciende del monosílabo.

Científicos dominicanos descubren que la mejor forma de no tener la culpa es no estar allí.

Científicos dominicanos descubren que, mientras tuvo todas sus costillas, Adán usó Sazón Goya Incompleta.

Científicos dominicanos descubren que no es suficiente perdonar a la persona: hay que perdonar también el recuerdo de la persona.

Científicos dominicanos descubren que Photoshop no sirve para borrar el churre de tu pantalla.

Científicos dominicanos descubren que nadie puede encerar un yate con la izquierda y escribir con la mano que sobra La Gran Novela Americana.

Científicos dominicanos descubren que el password del Papa es "Jesús".

Científicos dominicanos descubren que la linterna del teléfono sirve para encontrar el cable del teléfono pero nunca para alumbrar el huequito donde se mete el cable.

Científicos dominicanos descubren vida después de Facebook.

Científicos dominicanos descubren que los oídos tienen paredes.

Científicos dominicanos descubren que soy tan vago que prefiero que me borres tú.

Científicos dominicanos descubren que si no te acuerdas no eres gay.

Científicos dominicanos descubren que algunas veces nadie tiene la culpa de esto.

Científicos dominicanos descubren que la lástima es un ruido en el sistema de la compasión.

Efemérides:

Un día como hoy, cuando era incapaz de extrañarte porque no había nacido, en 1783, Estados Unidos logró la enorme, definitiva, premonitoria, predestinada, extravagante victoria diplomática de que España reconociera al fin su Independencia (la de Estados Unidos: España ya era propia). Gracias a este gesto de la “Madre Patria” (como le decían los que estaban en la parte de afuera de ella), Estados Unidos terminó convirtiéndose en “una potencia” ¡y la hija de Hillary me envía mensajes en inglés! También un día como hoy, en 1468, en Mainz, falleció Johannes Gutenberg, un artesano alemán que se hizo popular por algo que no tenía mucho que ver con la artesanía necesariamente: la imprenta. Dejó su impronta -por su culpa mucha gente ya se leyó La Fiesta del Chivo.

Frases:

"Mi amigo no es bisexual: es gay un día sí y un día no." (Del Muro de Francis Balsa)

Prohiben a los puercos abrir sus propios restaurantes y vender carne de hombre nuevo al ajillo.

Conoció a Dios en la cárcel pero a Dios lo soltaron al otro día.

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba poniéndose la ropa.

Cuando despertó, el dinosaurio se había convertido, tras un sueño intranquilo, en un monstruoso insecto.

Todo tiene su tiempo bajo el sol pero prefiero que ocurra de noche.

La meta es el olvido: ya yo tengo Alzheimer's.

Es mejor prevenir que tener que Carlos Marx.

Era tan feo que su madre lo parió con una manilla de oro para despistar. «¡Qué manilla más chula!», decían las vecinas frente a la cuna de plata.

Le dije que no sacara el seguro del auto ahí pero ella insistió en que la gente de Poncio Pilatos Insurance era seria.

Tengo un amigo que anoche durmió con un gato negro y le pegó su mala suerte al pobre animal, que no llegó a ver el alba.

Un vecino le acaba de decir a otro en el parqueo: "¿Viste el pajarito que acaba de morir cerca de aquí?" Es la pregunta más linda que he escuchado. Salí a buscar el pájaro.

La meta es el olvido: yo he llegado en balsa.

Y en el séptimo día completó Dios la obra que había hecho, y reposó en el día séptimo de toda la obra que había hecho, y puso Like.

Mujer es poseída antes de tiempo en sesión espiritista por el futuro fantasma de Yoko Ono.

Abril es el mes más cruel. Febrero es el mes más fula.

Lo que es verdaderamente injusto, compañeros, es que no se nos permita construir naves espaciales, cuando se sabe que el planeta Marte está en la lista de países que no exigen visa a los cubanos.


Relatos mínimos:

Ya yo estoy muerto. Mi madre, madre al fin, lo intuye. (No tuve tiempo de avisarle, ni a mí.) El Canal 41 se aprovecha. La llaman y esta pregunta le hacen: «¿Cómo logró intuir que su hijo ya no estaba en el mundo?» Ella responde: «Por 23 años mi hijo me llamó cada domingo. A las 3:33 de la tarde. Por teléfono. Y el miércoles llamó a las 3:34 de la mañana. Por la ouija».

..................................


Esto fue ayer, en un Burger King de Miami Lakes. No sólo estaba crudo el pollo de mi sandwich sino que estaba vivo, hambriento también, y se comió mi pan, mi queso, mi lechuga. Ahora vive en el patio. Lo estoy enseñando a decir “sopa”.

................

Una guajira de la finca Cejas de Pedro Barba se enamoró de un guajiro de la finca Monte Oscuro y él de la guajira de la finca Cejas de Pedro Barba. Ella tenía 17 y él 14 años más -yo no sé sacar cuentas, a veces termino en Taco Bell. Un hombre llamado Ramón Duarte, más tarde conocido como "Abuelo Ramón" (que en paz descanse su alegría), puso un machete sobre la mesa de tan extravagante petición de mano, y miró largamente a los ojos de Arsides Herrera y no hablaron nada por 33 minutos hasta que Ramón Duarte guardó el machete y el pretendiente pensó en voz alta (por eso lo sé, ¿no?) frente a su nuevo suegro: "Cojone', qué alivio". Y entonces, nada: se casaron. Debo aclarar que no hubo que aclarar que la novia no iba a llegar virgen al altar sólo porque ya no había altares, pero sí frente al notario -viene a ser la misma tontería histriónica de cualquier forma de amor o de una orden muy antigua, de un machete sobre la mesa de una extravagante petición de mano. 9 meses después de la noche de bodas vino a este mundo, ya que es el único que hay, quien escribe estas líneas por las que no pasaría tren alguno. La guajira de la finca Cejas de Pedro Barba se llama Milagro de la Caridad y aún tiene la difícil tarea de ser mi madre y hoy es su cumpleaños y la bendigo -aún esa fuerza tengo- en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Felicidades, Mami. ¡Esto fue lo que trajo el barco! Te mandé una botella de Viña 95 a tu email de Nauta. Feliz día de la Milagrosa.


.........................

Ayer perdí por décima vez en el Concurso de Imitadores de Michael Jackson de la Casa de Cultura Maya de Homestead. Volvió a imponerse Chaparro Gómez, de 66 años, dueño de la exitosa tomatera Virgen de Guadalupe. Otros competidores a los que ganó y que a la vez me ganaron a mí, insinuaron que siempre le daban el Grand Prix a Chaparro por ser un hijo no reconocido de Manzanero. Creo que el comentario es injusto y no lo suscribo. Cuando suenan los primeros acordes de Billy Jean, ese curtido y honesto hombre de campo se transforma y todos piensan que el verdadero Michael Jackson está ahí -es normal que muchos padres engañen a sus hijos de tres años, diciéndoles: "Mira, Joseíto, ¡el Maikel, güey!". En lo personal no considero esto una derrota sino un crecimiento en la convicción de que mi voluntad, esfuerzo y sacrificio me pondrán en las manos el Grand Prix en la edición de 2023, y estaré en el lugar que merezco y así habré conquistado mi sueño. Por diez años he competido en Homestead porque nadie me conoce allí. Claro, eso no incluye a los lugareños, que cada año me ven y pasan luego por mi lado silbando El Perdedor, famoso bolero yucateco que no habla como tal de la sensación de victoria que uno seguro siente, por ejemplo, cuando gana. Pero, aunque antropológicamente hablando, podría tal evento, que a veces parece programado -la misma esquina, el mismo tipo que me pareció ver un rato antes con Chaparro Gómez-, dañar mi psicología de artista, en realidad me da ánimo para seguir. Y la parada de la guagua está ahí mismo. Aprovecho para desear tranquilidad, resignación y ¿por que no? pronta recuperación a Chaparro Gómez: su médico (y gran admirador) le dio tres meses de vida.

Alcides Herrera, un genio renuente

“Científicos dominicanos descubren que estoy tan flaco que, cuando muera, no se va a notar la diferencia” Alcides Herrera

El Pescao dijo que le decían. No pasaría de los 15 años él ni de los veintidós yo. Siete años nos llevábamos por el calendario gregoriano. Puede que fuéramos aún más jóvenes pero Alcides ya era parte de la Leña del Humor que era a su vez la tribu más delirante que haya producido nunca el humor cubano. (Sobre la impresión de ver por primera, segunda o tercera vez a La Leña escribiré en ocasión más propicia). El Pescao no tenía entonces que explicar sus méritos para ser aceptado en aquella sucursal villareña de los hermanos Marx pero insistió en que viéramos sus caricaturas, ansioso como estaba en probar su valía. Temo que se me confunda aquel recuerdo con el de otras caricaturas, más recientes, de trazo minimalista y humor metafísico, pero ya a aquella edad a Alcides Herrera cualquier cosa le quedaba chiquita, fuera la Leña o la vida. Las pocas veces que nos vimos por acá el Pescao prefería evocar un encuentro en el campismo del río Canímar, nuestro alojamiento durante un festival de la Seña del Humor de Matanzas. Allí, según él, dije unas palabras que lo habían marcado para siempre y que el olvido me evita la vergüenza de repetir aquí. No obstante, su insistencia en aquel recuerdo lo retrataba en su inagotable candor y generosidad para atribuir a otros la sabiduría propia.

Alcides era eso: talento y sensibilidad en estado rabiosamente puro. Tanto, que pareciera que no sabía qué hacer con ellos y que tenía que sobrellevarlos con cantidades sobrehumanas de alcohol o cualquier otra sustancia disponible. Tanta creatividad la desperdigaba en el dibujo, la poesía y la música sin que se concretaran en un libro, un disco o una exposición, esas unidades de medida de los currículums. (Su gran amigo Manuel Sosa me confirma que, aunque dejó cientos de páginas inéditas, nunca llegó a publicar más que algunos poemas sueltos). De momento nos tendremos que conformar con lo que hasta ahora es su obra maestra: su muro de Facebook. Allí combinaba poesía de ocasión (para el Pescao, cuyo talento solo era comparable con el poco respeto que le tenía, todo era de ocasión), dibujos, memes, efemérides enloquecidas (“un día como hoy pero…”), frases atribuidas a un tal Francis Balsa (“Mi amigo no es bisexual: es gay un día sí y un día no”) y su descojonante serie sobre los descubrimientos de los científicos dominicanos que lo mismo explotaba la tontería sublime (“Científicos dominicanos descubren que hay muerte después de la vida”) que convertía el juego de palabras en poesía 
pura: “Científicos dominicanos descubren que el tiempo no es oro, es fantasía”. Todo era un pretexto para darle salida a una creatividad tanto más asombrosa cuando menos se apegaba a la lógica, que era casi siempre (“Conoció a Dios en la cárcel pero a Dios lo soltaron al otro día”).

Pero también —pidiéndole permiso a partes iguales a Led Zeppelin y a Walter Mercado— el Pescao era muchísimo amor. Eso se puede comprobar en su poesía o en la manera que trataba a sus amigos. No parecía alcanzarle todo el amor que pudieran darle —que fue mucho— y al mismo tiempo su tremenda bondad le impedía resentirse por ello. Porque amor nunca le faltó: si alguien con tan poco interés por sobrevivir duró 47 años sin caer en la indigencia absoluta fue gracias al cariño de los que lo conocían y apoyaron cada vez que hizo falta. Se puede acudir a la manida imagen de su vida como un largo suicidio pero se tropezará con la evidencia de que el Pescao tenía por morirse el mismo desinterés que en vivir (“Lo que no hice hasta hoy, ni haré, no es para eso” dijo parodiando a Martí, el más inagotable de los cubanos). Había en él un desgano esencial que era desmentido a cada paso por su incesante vitalidad, sus ocurrencias infinitas.

Si a alguien sorprendió su muerte fue porque llevaba demasiado tiempo sin saber de él. Su cuerpo, maltratado más allá de lo humanamente aceptable, se fue consumiendo hasta hacer de su muerte cualquier cosa menos una sorpresa. Y sin embargo no he encontrado a nadie en estos días resignado a su pérdida. “Es el egoísmo nuestro que quería tenerlo un poco más junto a nosotros” me explicó su amiga Ingeborg Portales. Por eso, con tantos que les infligimos disco tras libro a esta humanidad, la vida y la muerte de Alcides Herrera nos explican sin esfuerzo el sentido que tiene escribir, grabar, dejar testimonio. Ciertamente escritura y grabaciones no deberían dejarse al alcance de cualquiera, pero existen para que podamos seguir conversando con los genios auténticos una vez que se cansan de acompañarnos. Para que el fuego que nos deslumbró alguna vez no termine de apagarse.
     

jueves, 3 de febrero de 2022

Diez preguntas y respuestas (revisadas)

Por Armando Añel 

2022 es el año, también, de la segunda parte del libro Retrato del exilio cubano, serie de entrevistas que Neo Club Ediciones publicó en 2015 y cuya principal intención, como el título indica, fue dar a conocer una especie de radiografía de la comunidad cubana en el exterior a través de sus definiciones. Ahora, esta segunda entrega de la saga profundiza en el contexto cubano del día después, cuando el castrismo en el poder entra en su recta final. Al habla con el escritor y humorista Enrique del Risco:

Armando Añel- ¿Qué es para usted la patria?

Enrique del Risco- Por una parte, la patria es el sitio que nos da el impulso vital original, ese sobre el que construimos nuestro imaginario, el punto de partida y de llegada de muchos de nuestros sueños y del que —al menos en mi caso particular— es mejor estar saludablemente alejados. Por otra parte, y a efectos prácticos, la patria son los amigos, los discos y los libros.

AA- ¿Qué es la libertad?

ER- Lo que nos hace seres humanos. Lo resume muy bien la Biblia con la fábula de la expulsión del paraíso. El pecado original es el primer acto libre del hombre y de la mujer: no se trata solo de sexo —aunque el sexo en sí no es poca cosa— sino del acto de acceder a la conciencia de sí mismos, de ser capaces de distinguir entre el bien y el mal. Y de hacerse responsables de ello. Por supuesto, con ese nivel de conciencia ya no se puede vivir en el paraíso, ni literal ni metafórico, porque el paraíso no es más que la inconsciente pertenencia a la naturaleza, la obediencia ciega a la biología, a los instintos, pero a cambio tenemos ese don que es la libertad. Por eso la pérdida de la libertad ya sea individual (como en la esclavitud o la cárcel) o colectiva (en una tiranía) es vista como una desgracia mayor. Y lo es.

AA- ¿Cómo y cuándo Cuba será libre?

ER- El 11 de julio de 2021 quedó demostrado que no basta con que una parte sustancial del país exija pacíficamente ser escuchado. Quedó demostrado también que la mafia en el poder dispone de suficiente voluntad, medios y apoyo exterior —y la complicidad silenciosa del resto del mundo— como para permanecer al mando del país mientras quiera. Por lo anterior puede deducirse que no abrigo muchas esperanzas al respecto, pero eso no significa que debamos rendirnos: incluso aunque Cuba nunca pudiera ser libre los cubanos pueden y deben llegar a serlo. De una manera o de otra. No seríamos el primer pueblo que construya su libertad fuera de su tierra. O en la clandestinidad.

AA- ¿Qué hacemos con, o qué se hacen, los cientos de miles de cubanos considerados castristas una vez Cuba sea libre?

ER- Dada mi respuesta anterior, la disyuntiva de qué hacer con los castristas en una Cuba libre la veo como mero ejercicio ficcional. Invitado a ese juego, que no me es ajeno, y descartado el exterminio con todas sus consecuencias desagradables —fosas comunes, cargos de conciencia, la conversión de malvados en mártires, etc. — nuestros esfuerzos deberían concentrarse no en los castristas sino en el castrismo. Porque el castrismo estriba en rechazar la convivencia con el otro, el que piensa distinto a ti, y dedicarse a aplastarlo. De manera que todos nuestros esfuerzos en contra del castrismo se deberían concentrar en hacer posible la convivencia entre los que pensamos diferente. Esa convivencia que alguna vez permitió aprobar una constitución como la de 1940 pese a las profundas diferencias políticas e ideológicas de los miembros de la asamblea constituyente. Pero el castrismo no solo es represivo sino también falso y miserable, así que la otra manera de combatirlo es crear una sociedad más auténtica (menos escenográfica y postiza quiero decir) y más próspera. Como dice el proverbio: la mejor venganza es vivir bien.

AA- La difamación, el brete, las teorías de la conspiración, etc., han contribuido grandemente a afianzar el totalitarismo en Cuba en los últimos 63 años. ¿Cómo atenuar esta tendencia sociológica en una Cuba en democracia, con conexión abierta a Internet?

ER-Todo lo que menciona esa pregunta me parecen subproductos de la frustración y la impotencia que produce privar a un pueblo de sus derechos por más de seis décadas. Pero no son los únicos subproductos de la opresión: también están el fatalismo, el autodesprecio y el autoritarismo de andar por casa. Pero incluso las sociedades libres producen esos fenómenos aunque a mucha menor escala. Si tales sociedades han sido incapaces de lidiar con esas distorsiones en la percepción de lo real, buscar soluciones hipotéticas para una Cuba hipotética me parece demasiado imaginar.

AA- ¿Usted votaría a favor de incluir una asignatura contra la envidia en un futuro sistema de educación en Cuba?

ER- Legislar contra las eternas miserias humanas es una manera no muy sutil de ser totalitario. Puede legislarse contra ciertas manifestaciones del Mal pero el Mal en sí es consustancial a nuestra humanidad y al humano ejercicio de la libertad. Digamos que se instaura esa asignatura en las escuelas, ¿habrá suficientes profesores capaces de impartir esa asignatura? En todo caso yo trataría de darle un sentido productivo a la envidia. ¿Te molestan los logros de otro? ¡Supéralos! No los ataques en nombre del igualitarismo o de cualquier otro sinónimo discreto de la envidia.

AA- ¿Cuán positivamente puede contribuir a la liberación y desarrollo de Cuba el activismo político youtuber liderado actualmente, entre otros, por influencers como los Pichy Boys, Alain Paparazzi o Alexander Otaola?

ER- Seguramente pueden contribuir muchísimo pero no estoy en capacidad de evaluarlos. No me he sentado a ver a ninguno exceptuando a Los Pichy Boys, pero en calidad de humoristas, no de influencers políticos.

AA- ¿Qué tipo de influencia podría ejercer Estados Unidos en el futuro de Cuba teniendo en cuenta los estrechos lazos existentes entre ambos países desde hace, por lo menos, tres siglos?

ER- Posiblemente Cuba no haya estado más pendiente y dependiente de la influencia norteamericana y no la haya exigido más que en las últimas décadas. En Cuba, por ejemplo, se siguen las elecciones norteamericanas con mucho más interés que las propias, aunque es cierto que saber de antemano quienes resultarán electos le quita todo el interés a las votaciones locales. A uno le gustaría que la influencia norteamericana fuera positiva —como lo ha sido en la música desde Gottschalk, o aquellos danzones con aires de ragtime, hasta Cimafunk— pero como le oí decir una vez a un funcionario del Departamento de Estado, “Estados Unidos tiene mucho poder pero no sabe usarlo”. Uno preferiría, por supuesto, que de Estados Unidos tomáramos la capacidad para la convivencia democrática, la vitalidad social, económica y cultural o el respeto a las libertades individuales en vez de la polarización, las paranoias conservadoras o los pujos de la corrección política. Pero, como ocurrió en su momento con la introducción del béisbol o de la televisión, eso dependerá de lo que seamos capaces de importar, más allá que lo que nos pretendan imponer.

AA- ¿Usted quiere ser enterrado en la mayor de las Antillas o, por el contrario, prefiere que sus cenizas sean arrojadas al mar?

ER- Soy muy poco fetichista con la tierra cubana. La zapateé bastante estando allá pero ya hace rato me hice a la idea de no volver a pisarla en vida. Pero al considerar una fantasía tan inevitable como la muerte confieso que siento cierta debilidad por el cementerio Colón, sitio donde trabajé como historiador por varios años. No es que quiera complicarles la vida a mis descendientes con deseos póstumos que nunca les he comentado, pero no me molestaría que le abrieran un huequito a mis cenizas en algún panteón familiar en Colón. Eso de las cenizas arrojadas al mar no me hace ninguna gracia. Nunca he sido muy playero.

AA- Por favor, revélenos el nombre secreto de Cuba.

ER- Bueno estoy yo para revelaciones, pero de los significados taínos del nombre el que más me atrae es el de “lugar”, con su humildad, su simpleza. Me gusta pensar en Cuba simplemente como eso, como un lugar que valga tanto como podamos hacer con él, que valga por la armonía que consigamos crear entre nosotros. Y si debemos seguir un ejemplo que sea el de nuestros músicos, que en medio de las circunstancias más atroces (pienso en los barracones de esclavos) supieron hacer algo de lo que sentirnos orgullosos y darle algún sentido a ese “lugar”.

martes, 25 de enero de 2022

Del salario del diablo y del diablo mismo*


Por Francisco García González

Enrique del Risco ─quien, si presume de humorista, firma como Enrisco y le da por escribir hilarantes resúmenes del año o crónicas sobre los mundiales de fútbol para entusiastas y no─, puede ser grave hasta donde uno no pueda imaginarse. Entonces firma como el primero. Si en plan de empaque le da por la novela o el relato, es una fiesta. De lectura, digo. Pero, si en lugar de la narrativa, toma el atajo del ensayo es diferente historia. Atrapado en la gravedad y profundidad con la que se debe sobrevivir en la academia y sus rituales durante veinte años o más, ha ido EDR de un exabrupto a otro. Es decir, de la escritura de un ensayo al siguiente. La cofradía docente lo exige a quienes viven a su amparo. Bajo esa sombrilla a nadie le interesa ni Leve historia de Cuba ni Qué pensaran de nosotros en Japón ni mucho menos Turcos en la niebla, aunque estén signadas por EDR y no por el “ingenioso” Enrisco.

Bajo esta premisa unida a mi desdén y escepticismo hacia la academia y sus producciones, normativas y políticas, me introduje a regañadientes en la lectura de Los que van a escribir te saludan. Ensayos sobre literatura y poder. Ay, EDR, los que van a morir (de aburrimiento) te reseñan. A gritos de ¿dónde está Enrisco, coño?

Cierto que la promesa anunciada como spoiler total del libro intentaba restar esa oscuridad de marabusales que rodea a la…, ya saben… Esto va de las políticas literarias de los autores que no es lo mismo que política para con los literatos, dictada desde el poder. Aunque no lo parezca, eso es algo. Una promesa encubierta: lectores, ténganme cierta fe y no se arrepentirán.

En la primera parte del libro titulada “Los orígenes”, EDR vuelve sobre el viejo tema fundacional de la nación que resume literatura y política. El autor desciende de su “Espejo impaciente” de Leve historia… a “El escribano paciente o cómo se funda una literatura”.

Y fue precisamente desde el comienzo de Los que van a escribir te saludan que comprendí que este se podía leer de manera diferente, y no como árido compendio de paja y metatranca para cumplir con los altos estándares de la… , ya saben, en esa interminable pasarela de eventos y congresos a través de los cuales la institución alcanza su encomiable plenitud.

El caso Balboa es visto desde la perspectiva de EDR no como texto fundacional. No existía manera humana de que el tal escribano supiera que escribía nuestra Odisea o Eneida, destaca aquí para EDR como estrategia de resistencia al poder. El comercio de rescate, obra subversiva a la que alegremente se entregaban los bayameses desde los indios, pardos y morenos hasta el obispo, provoca cierto arrepentimiento ante el gobierno absolutista, y allá va el escribano a sacarle las castañas del fuego a sus vecinos y miembros del gobierno local. ¿Resultado? Espejo de paciencia que tú conoces. Todo eso en caso de que no sea una obra apócrifa como aseguran algunos, nacida de la necesidad de nuestro poema épico inaugural.

Reconozco que el plot del ensayo de EDR es tan ingenioso como el de Silvestre de Balboa.

Y si seguimos la secuencia, llegamos hasta el caso Padilla (se me acaba de ocurrir). Entonces este ensayo posee, al igual que un relato, mensajes cifrados relacionados con experiencias distintas a las que ocupan al ensayista. El poeta, Padilla, dice, escribe y murmura en contra del poder, sorprendido en este comercio de rescate o contrabando de tentadoras mercancías foráneas que oxigenaban el ambiente que rodeaba al escritor y a la nación toda, es reprendido, la forma es alto conocida, y el resultado es: informe que tú conoces. Claro, primero debemos sortear una pequeña y nada sutil diferencia: no es lo mismo el absolutismo que el totalitarismo, pero dado los casos Balboa y Padilla, saltan a la vista ambas estrategias de escritura. De supervivencia a la culpa y al miedo. Suerte de marcas de una nación que evade por momentos mirarse al espejo.

Seguimos en esto de los plots. En el segmento de ensayos dedicados a Virgilio Piñera, destaco dos aspectos fundamentales. Primero, los coqueteos del autor con la literatura antitotalitaria, expresados en su pieza teatral Los siervos (1955). Si deseáramos ser rigurosos, pensaríamos que por el año en que se escribe hay mucho de frívolo en dicha obra. El tema del totalitarismo (aquí me señalan que la academia ha pasado la página con el término, es más apropiado decir socialismo que totalitarismo, persona esclavizada que esclavo, visionar que ver, etc. Así es la academia de paranoica: siempre debe decir lo apropiado) a los ojos de Piñera está más en sintonía con el absurdo que con sus prácticas y experiencia ciudadana, ajenas por completo al dramaturgo, por mucho que su compinche Gombrowicz le hubiese contado. O que hubiese acertado en su comprensión de los resortes sobre, y desde, los cuales se movía ese sistema bajo el cual vivía media Europa y gran parte de Asia.

La cosa sigue de la siguiente manera: Triunfa la revolución. Piñera vive una intensa y corta luna de miel con el nuevo régimen y sus autoridades. Los siervos no cuentan. El resto es como dice EDR: “todo es absurdo hasta un día”. En algún momento se agota su “breve rapto de fe” y todo se viene abajo, el pecado de ser poeta y tomarse la libertad de escribir a pie y juntillas, algo de lo que también abomina el socialismo real, lo hace culpable. El pobre Virgilio no lo vio venir. El totalitarismo, en su versión real, era aún más perverso que su pieza teatral. Tan perverso que sólo le quedaba el miedo. Tan aciago el día de su muerte, aparte del affaire del entierro, la prensa le dio una excelente cobertura a la presencia de Moncho, el gitano del bolero, que al escritor paria, fiambre cívica desde hacía tiempo.

Lo que sigue acerca de Piñera en Los que va a escribir…es una especie de pelea cubana contra los demonios. Hablamos de la polémica del poeta con sus pares de Orígenes a propósito del poema “La Isla en peso”. Vale la pena detenerse en el motivo. En el poema Virgilio le baja los humos al “ombliguismo” insular que consume a los origenistas. Los patricios del parnaso habanero se aprestan al ataque y este se perfila desde “Lo cubano en la poesía”, de Cintio Vitier, y a través de varias cartas de Lezama Lima y Gastón Baquero. La ofensiva se centra en que el poeta ha puesto en entredicho, mejor, ha echado por tierra, la condición de excepcionalidad que ellos, los varones letrados, atribuyen a la mayor de las Antillas. Comunistas, origenistas y hasta Eliseo Grenet y Jorge Negrete viven a su manera esta ilusión de excepción, expresada en una “hermosa tradición de cultura en más de un aspecto hacen a Cuba señal y signo de los pueblos de América”.

Sin embargo, para EDR la estrategia de Virgilio es otra. Es su diálogo con Aimé Césaire. Con la visión optimista que el miembro del Partido Comunista de Francia tiene de las Antillas, de las cuales Cuba es otra lenteja más en ese mar convulso y poseído.

¿Quién venció en el debate? A pesar del zarandeo que recibió Virgilio, EDR acude a otro de sus pasatiempos para explicarlo: escribir acerca del fútbol, a la vez que habla de la carrera por el Nobel de literatura en esta sesión de la CONCACAF: resto de las Antillas 2, Isla Excepcional 0.

Gracias a la política cultural de la revolución, el lugar que ocupa la generación del Mariel en la literatura y la historia de las artes plásticas cubanas es completamente invisible. Ese conocimiento más que cautivo es inexistente. Fuera de Reinaldo Arenas muy poco se sabe en la Isla Excepcional de aquellos escritores y artistas. Tuve que salir definitivamente para conocer la obra de los hermanos Abreu, Luis de la Paz, Eddy Campa, Carlos Victoria, entre otros.

A este tema EDR le dedica varios ensayos en Los que van a escribir… La tesis de estos trabajos podríamos resumirla en el leitmotiv que aparece una y otra vez en cada uno: El Mariel, respuesta literaria al totalitarismo. Una revuelta dentro de la granja en “revolución”. Rebelión literaria en este caso.

EDR sabe de esa orfandad de conocimientos y de estudios en la Isla Excepcional. Quizás sea esta la razón para hacer una radiografía casi tridimensional de la generación del Mariel. Generación que se forjó de manera casi clandestina en La Habana de los setenta mucho antes de los sucesos de la embajada del Perú. Desde mucho antes del éxodo del Mariel y de la aparición de la revista homónima, en Cuba estos autores se habían formado en una suerte de palenque literario que más que círculo de lectura o taller literario fungía como fragua de una obra que cada uno continuaría en el exilio.

Decir que el plot de estos ensayos sería generación del Mariel versus Hombre Nuevo, Guevariano de apellido, sería incorrecto. Simplemente los escritores del Mariel son el Hombre Nuevo, nacidos no como metáfora de resistencia al totalitarismo (que hoy día no se llama así, recuerden), sino una suerte de mártires de la literatura aún sin haber escrito la mayoría de los libros que soñaban o deseaban.

EDR se ocupa de varios escritores contemporáneos (suyos) con bastante generosidad. A Néstor Díaz de Villegas lo compara, en tono de broma y no, con Martí, un “Martí gusano”, desde luego. La comparación se basa más bien en las diferencias no exentas de algunos paralelos que van de la escritura comprometida a la cárcel y luego al exilio. Ni los regresos tan disímiles de ambos bajo el signo de una gesta independentista uno y de una empresa burdamente utilitaria el otro, escapan a los paralelos. Ambos generaron hermosos y conmovedores diarios.



Debo aclarar que del diario de José Martí, y sus páginas perdidas, nos habíamos ocupado EDR y quien escribe en Leve historia de Cuba, y cuando leí De donde son los gusanos (un libro despingante, disculpen el culterano adjetivo), tuve la idea de escribir un texto en el que Martí, luego de sobrevivir a la escaramuza de Dos Ríos, era apresado y deportado otra vez. Recién liberado regresa a la Isla Excepcional y desencantado con lo que ve (ni por asomo es lo que soñó) se retira de la política y se dedica a reparar su casa natal, Avenida de Paula 314, con la finalidad de alquilarla a turistas norteamericanos que cada vez son más frecuentes en La Habana. De repente, en algún momento, aparecía Néstor… Jamás pasé de la idea y del título (que traía de vuelta a otro exiliado): “Excursión a (un país) vuelta abajo”.

La Isla Excepcional ha sido y es una factoría de emisión de exiliados. Y entre estos los poetas constituyen un curioso y nutrido apartado. Dentro de este el de Gleyvis Coro Montanet, exhibido en su libro Lejos de casa, es, según EDR, un exilio “muy suyo”, y su yo poético o sujeto lírico vive en constante expansión como una perpetua implosión que sacude a su Cuba íntima. Por otra parte, no hay aseveración más abrumadora que “dentro de la revolución todo”. Desde su propia aurora, el evento politizó la sexualidad en función de la nueva moral que debía consumir a su Hombre Nuevo. Resultado: persecuciones, encierros, ostracismo… De eso se ha escrito bastante porque demasiados lo han padecido en toda su crudeza y, además, moviliza y define las razones del exilio de Gleyvis Coro, en una fecha en que existía el flamante CENESEX y su regenta aplaudía el cambio de sexo entre revolucionarios.

Sobre Gleyvis Coro (de nuevo me aparto del guion y de las reglas de la reseña) siempre quise escribir un texto acerca de cómo perdí, sin llegar a leerlo, su poemario Escribir en la piedra. Ediciones Loynaz. Trabajaba en el Centro Provincial del Libro y la Literatura de la desaparecida provincia La Habana y durante la Feria Internacional de Libro de La Habana de 2001, el estand de la provincia estaba situado justo al lado de su homólogo pinareño. Allí conocí a Gleyvis Coro y me regaló el poemario dedicado. Un verdadero lujo. Después de varias semanas, pasaba frente a una casa en construcción y uno de los obreros, alguien conocido, me llamó. El tipo fue al grano, estaba “saliendo con una jevita” y quería impresionarla con algún poema y como yo era escritor tal vez podría ayudarlo. Le dije que no era poeta, pero algo tendría en casa. Busqué en el librero y allí encontré el libro que ya se imaginan. Se lo pasé al obrero tan urgido de poesía sabiendo el riesgo de no retorno que corría. Porque, qué no se hace por una jevita, ¿verdad, Gleyvis? Y así, criminalmente, jamás me lo devolvió. Creo que esa es la mejor reseña de aquel cuaderno. La poesía en auxilio de las necesidades amorosas del prójimo. ¿Cierto, EDR?

Hurgando en el ciberespacio he encontrado un conmovedor poema de esta pinareña excelsa que se da un lujo que no le está permitido a muchos compañeros de armas: el optimismo, y encima nada velado. El directo que siempre duele. Cito el final:

Porque otra Cuba nace,

la Cuba de su patio y de su casa,

con una nueva juventud que hace

de la peste vivida su coraza.

Una Cuba valiente y redentora,

una Cuba que postea

con teléfono en mano vengadora,

y que no será otra Cuba que no sea

la Cuba de la rabia y de la idea.

Del ensayo dedicado a La lengua suelta, de Fermín Gabor, publiqué en esta revista una extensa reseña titulada “¿Qué mató a Fermín Gabor?” De esta para seguir atropellando el género (el de la reseña) y seguir con el primerpersonismo que consume al gremio cito el final:

Por último, como esto no es de Chacón y Calvo y sí de Simon & Garfunkel, me he preguntado muchas veces qué provocó la desaparición de Fermín Gabor. Aquí no hay guardia pioneril que venga en mi auxilio. Por mucho que trato, no encuentro mejor respuesta o hipótesis que esta: Fermín Gabor despareció a causa de leer tanto bodrio: ensayos, poemarios, novelas, entrevistas de cuanto escritor de infame de obra o proceder, o viceversa, que pasea en los predios de la literatura cubana. Imposible hacer lista. Imposibles de nombrar. ¿Quién sobrevive a experiencia tan sádica? En eso Gabor y AJP nos llevan ventaja. El primero desapareció, al menos, eso dice el segundo. Pero mientras, y eso es bastante, ahí está el trabuco, suelto, sin vacunar.


El prólogo del libro El compañero que me atiende, recogido en Los que van a escribir…, demuestra tanto la vigencia y salud del género “totalitario policíaco” como de las instituciones que le dan sustento: la Seguridad del Estado y su indetenible desfile de víctimas. Más allá del prólogo es el libro en sí lo que valida la gestión de EDR y, sobre este, el escritor fantasma Ramón Elías ha dicho:

El compañero que me atiende quizás no sea un libro definitivo, esperemos que no, pero es sin duda un hallazgo, un acto fundacional, en todo el sentido de la palabra. Hallazgo que queda definido a raíz de la conciencia de la existencia de un género: el totalitario policíaco. En este sentido, con este volumen nos atrevemos a asegurar que estamos ante la presencia de un libro imprescindible, que impulsará la escritura de otros, puesto que los materiales primordiales aún perviven (terror, vigilancia, represión, delación, agentes). Y si el devenir de la historia los arrastra o sepulta, lo merecemos todos, aun así valdría la pena volver sobre ellos; nunca estaría de más ejercitar la memoria.

A mi modo de ver, el ensayo más original de Los que van a escribir… es “Nitrógeno y mangostas: Cortázar y la Revolución Cubana”. La originalidad viene por su escritura, pues el texto trata de las peripecias del crítico Julio Mestre, exégeta de la revolución, que no sabe qué hacer con el relato de Cortázar “Con legítimo orgullo”. El ensayo discurre como un relato en el cual la voz ensayística, para no decir narrativa, de EDR nos va develando la historia de las angustias del crítico cuando descubre que el cuento de marras no habla de mitos, sino de algo más peligroso, vulgar y cercano, tan cercano como para ubicarlo en su país natal: la Isla Excepcional una vez más. Para colmo el cuento está lleno de puntos de intersección con un discurso de Fidel Castro de 1967. Claro, lo que en Cortázar es ficción, en el segundo es crudo experimento y vivencia. Ambas cosas harán que el crítico Mestre nos recuerde radiantes momentos de la narrativa de EDR. Mestre como personaje está a la altura, por sus obsesiones y empeños, de los que desfilan por las páginas de Turcos en la niebla. Y el hecho de valerse de leyes y presupuestos narrativos para operar en otro género es embarcarse en una aventura en que EDR sale airoso. Con elegancia podríamos decir.

El ensayo que EDR dedica a Roberto Bolaño expone el desencanto del escritor con los desmanes de la izquierda y de la derecha. La “distancia” exacta entre ambas fuerzas antagónicas, que suelen tocarse en los extremos, es sugerida de manera sutil en la novela Estrella distante, en la que el siniestro Carlos Wieder, poeta y serial killer, toma el cielo por asalto poético igual que había hecho Raúl Zurita en los cielos de New York. Por si no queda claro de lo que habla EDR remítase al discurso de Bolaño leído con motivo de la entrega del premio Rómulo Gallegos en 1999. Sus opiniones sobre los escritores de izquierda son demoledoras ni siquiera son “buenos padres”, “amigos” o “amantes”. Y como escritores, una vergüenza, no porque escriban mal sino por la calidad de las apuestas. Una de ellas la admiración a Fidel Castro, a quien Bolaño tilda sin filtros de tirano bananero, y su legado.

Hurtando el cuerpo al género hablo de nuevo en primera persona. Cursaba estudios de maestría en Estudios Hispánicos en la Universidad de Concordia, en Montreal, y me pidieron que organizara una presentación del poeta Raúl Zurita que, por aquellos días, se encontraba en Ottawa. Corría el año de 2015. Tras mucho email que va y viene, los anfitriones decidieron cancelar la lectura porque en calidad de estudiantes no disponíamos de ningún fondo para pagarle una lectura al autor de Poemas militantes. Curiosidad: en esa misma universidad EDR ha presentado muchos de sus libros de manera gratuita, aunque eso no sea nada extraordinario. Aun así, los destinos de la literatura y la literatura misma son asuntos del diablo. Lo digo por Bolaño, Zurita, EDR y la infinita procesión.

De mi experiencia en cuanto lector Los que van a escribir… puedo asegurar que ha venido a cubrir vacíos y lagunas, corroborar sospechas, lidiar con la mala memoria. Además de lograr domar a la academia, pues con este libro EDR articula la dramaturgia de la institución con su agenda política. Aclaro que en la tal agenda de EDR la robustez del número de páginas contrasta con la anemia temática. A EDR lo absorbe una sola idea: la Isla Excepcional.

De los ensayos que aún no he hablado, que son los menos, vaya por el libro para que se entere. No se pierda el triste carnaval que se gasta la perdedora en la carrera por el Nobel de literatura en la sección correspondiente de la CONCACAF.

Gracias, EDR. En esta ocasión por no haber hablado Enrisco. O quizás, fue el segundo quien lo hizo todo el tiempo.

Montreal, 20 de enero de 2022



Enrique Del Risco, Los que van a escribir te saludan, Editorial Casa Vacía, USA, 2021, 356p. De venta en Amazon.

*Publicado en La Santa Crítica