ante su Señor
Era curiosa aquella
nota sobre la cama. Él y sus formas. Un sobre con la solapa escondida. Mi
nombre en Él y la nota manuscrita. Esa letra:
“Hoy rezarás a tu Señor. Te espero en la biblioteca.
“
Cuando se ponía en ese
tono me anidaba cierto halo místico. Me vestía de María Magdalena llena de
pleitesía, con los dogmas aprendidos y la iniciativa precisa. Sabía cómo debía
presentarme ante Él, ya no en los modos si no, también, en los hechos. A veces,
convertirme en un ser predestinado a Sus Manos me hacia requiebros en el
interior. Quiero decir, dentro de mi complacencia reinaba un sentimiento de
sedición que podía manejar pero contra el que siempre luchar. Sé que me ponía
en mis límites… Y disfrutaba con ello.
Se lo leía en la
mirada, en la cadencia de cada una de sus intenciones. Se lo adivinaba en el
tiempo compartido, en el orden de sus palabras y en sus silencios. Sobre todo
en sus silencios.
Llegué ante la puerta
de la biblioteca. Estaba solo vuelta. Sabía que ya estaba dentro. Su perfume
traspasaba todo mis sentidos. Era un olor que lo tenía tatuado en mi mente como
un estigma a fuego.
Señor, le dije pidiendo
permiso para entrar. Un ”Pasa… “
Las palabras me
hicieron tremolar. Respiré hondo, controlando las ansias de asaltarle.
Olvidarme de ese momento. Después de casi una semana sin verlo, controlar mis
instintos de hembra era una ardua tarea pero soy, estoy enseñada, he aprendido,
sé canalizar mi ímpetu y el lugar que me corresponde en cada momento, en cada circunstancia.
Ahora, ahí, era su
María Magdalena. Él, mi Señor.
Avancé. Manos a la
espalda. Cabeza baja. Mirada entornada. Paso
cruzado… y lento.
Respiración controlada
y todo me abocaba hacia él, hacia el fondo de aquella oscuridad donde él se
situaba. Tras Él, la luz del flexo dándole ese aura celestial en la impronta de
ese instante.
Aquellos pasos que nos
separaban me parecían infinitos. Al tiempo que un campo de espinas, también uno
de pétalos de rosa. Unos pocos más allá, en la distancia justa, hice el gesto
esperado. Mi túnica semitransparente se resbaló desde mis hombros quedando en
el suelo sobre el que eché una rodilla.
Luego la otra y adopté esa posición predeterminada entre ambos. Postrada ante
Su figura, solo quedaba besarle la Mano.
No es fácil acallar al
viento por lo que las palabras reverberaban en mi boca queriendo salir. El
corazón me latía tan fuerte que eran símiles de golpes de mano sobre las
nalgas.
Tomé Su Mano entre las
mías. Cerré los ojos y mis labios sellaron un beso sobre Su anverso. Mi Señor,
pronuncie.
“ Ahora, cielo, desnúdame,
y unge tu boca con mi carne… Te esperaba…”
Y obré porque sabía que
al final no solo obtendría Su Placer si no, también, el mío. Y más allá de
ello, a Él en mí. El hacer de sus manos recorriendo mi cuerpo, el de sus dedos hurgando
y descubriéndome como hembra nueva, moldeada y gemida. Sus palabras taladrando mi
mente y enervando mi carne. Sus esencias invadiéndome toda, llenándome, bendiciendo
esta necesidad de Él (mutua, por otra parte).