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sábado, 4 de enero de 2025

Roma eterna (2)

Por Daniel Link para Perfil

 

Es muy raro que los columnistas especializados en política no hayan explorado el acontecimiento que representa la película Megalópolis en la actual coyuntura argentina, tan inclinada a la réplica romana como la fantasía de de Francis Ford Coppola.

La película está organizada alrededor de dos ideales políticos, el de Cicero (representante de los optimates) y el del populista Catilina. No toma el mismo partido de las Catilinarias ni la de los historiadores clásicos en contra de Catilina, a quien presenta como el portador de una utopía escrita en piedra al final de la película, que contradice palabra por palabra las austeras certezas liberales.

La película es muy kitsch y megalómana (Coppola casi siempre lo fue). Pero nos obliga a revisar nuestras convicciones y nuestras lecturas. Particularmente dos, El 18 brumario de Luis Bonaparte de Karl Marx y “Los romanos en el cine” de Roland Barthes.

En una de sus mejores mitologías, Barthes piensa a partir del Julio César de Mankiewicz la relación entre signos y significación. Encuentra que el flequillo que todos los actores lucen es emblema de “romanidad”. Califica a ese “signo intermediario” como índice de un espectáculo degradado, “que tanto teme a la verdad ingenua como al artificio total”. Por supuesto, en Megalópolis los romanos también lucen flequillos emblemáticos (son el fundamento del deliberado kitsch coppoliano: es impensable que en cuarenta años de preparación nadie le haya acercado ese artículo decisivo en la formación de los humanistas de todas las latitudes).

La romanidad evocada no es sólo cosmética sino política. La película resuelve en el plano de la fantasía lo que históricamente fue el fin de la República romana y su rendición al Imperio, que tantos sueños húmedos desencadena en los adolescentes (sino por edad, por ethos) que asesoran al actual gobierno argentino (en ese arco cinematográfico, la primera trilogía de La guerra de las Galaxias no ha sucedido).

La recurrencia a Roma como matriz de todo tránsito político actual es un poco falaz (baste señalar que la República no tenía una Suprema Corte, es decir, un Poder Judicial independiente como institución republicana).

En El 18 Brumario, Marx ya había denunciado el carácter completamente imaginario de esas identificaciones: “la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la República Romana y del Imperio Romano, y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795”.

Con gran delicadeza, Marx subraya el papel que lo imaginario cumple en los procesos históricos, develando (precisamente por el carácter de la máscara que se use) lo que se esconde detrás.

En la “Introducción”, Marx se refiere a dos libros contemporáneos (uno de Victor Hugo, otro de Proudhon) que descalifica porque no dan con la clave necesaria.

Y concluye: “Yo, por el contrario, demuestro cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe”. Fin.


sábado, 5 de octubre de 2024

Los secretos del abanico

Por Daniel Link para Perfil

En viaje laboral, me reservo una tarde para ir a uno de mis lugares predilectos de Valencia, la casa de Abanicos Carbonell (fundada en 1810), atendida hoy por Guillermo y Paula Carbonell, cuarta y quinta generación de una familia dedicada a la fabricación de abanicos artesanales. Guillermo es bisnieto del fundador (Arturo Carbonell Rubio) y cuenta: “A mi padre le sucedí yo iniciándome en este artesano trabajo hace mas de 40 años y aprendiendo todos sus secretos”.

Uso los abanicos Carbonell desde hace más de diez años y vuelvo siempre porque mientras yo pueda volver a esta tienda sé que el mundo tiene un centro y un sentido.

Esta vez, después de una tarde plagada de desencuentros, les llevé un abanico con una varilla despegada para que le hicieran el service. Guillermo estaba de mal humor y al principio dijo que no, que la chica se había ido, que volviera otro día, pero después salió Paula, con cola y pincel en la mano y me dijo que ella lo arreglaba.

Ya con el abanico en la mano, comenzó a negar con la cabeza y desplegó ante mí uno de los secretos del abanico. “No es sólo una varilla... Mire aquí, está viciado”….

Pegó la varilla y otra más que ella había descubierto despegada, pero le parecía que ese service no iba a durar porque el abanico “busca el vicio”.

La acompañaba una mujer más joven (¿su hija, la tataranieta del fundador? ¿o una empleada?) que se reía junto con nosotras. Luego entendimos que el vicio adviene cuando el abanico no se abre y cierra por sus pliegues sino por donde se le da la gana: ahí empiezan los problemas, que ya no terminan más.

Por supuesto, compré uno para reemplazar el viciado y les conté que el último que había comprado fue para mi hija, “uno blanco” dije. “De novia”, dijo Paula. Sí, le dije yo. Y le dije más: ya se divorció. 

 

Pues yo llevo ya para 46 años. Son las nuevas generaciones, dijo Paula, que no aguantan nada, y señaló a la que supongo era su hija, otra señora, como si fuera el vivo ejemplo de la disolución del contrato matrimonial (y, por lo tanto, de quién sabe qué vicios).

“Yo aguanté 25 años, que es bastante”, dijo ella muerta de risa. Razón le dimos, desde ya, sobre todo porque el “aguanté” indicaba antipatriarcado silvestre.

Me volví con dos abanicos, uno nuevo y lleno de ilusiones y otro ya muy ahíto de vicios. Paula había insistido en que comprara uno del mismo color del que había llevado, azul, pero yo preferí llevar uno negro porque allí donde hay esperanzas y vicios, es seguro que más tarde o más temprano habrá duelos.


sábado, 14 de septiembre de 2024

Piromanía

Por Daniel Link para Perfil

Además de sus muchas virtudes, la muestra “Una imagen mil palabras” curada por Guillermo Piro para el Centro Cultural Recoleta interroga el estatuto mismo de la fotografía y, todavía más, de lo imaginario (ese registro en el cual las imágenes adquieren su consistencia y su gramática).

La muestra funciona así: 50 personas hablan (los textos fueron grabados y se accede a ellos a través de un código qr) de 50 fotografías que, presuntamente, “marcaron sus vidas”. Como yo fui convocado, sé que esta caracterización es endeble, porque a mí Guillermo Piro me asignó una fotografía bastante conocida, pero que tiene un lugar marginal en mi vida. Otras personas eligieron fotos familiares o fotos propias (como modelos o por haberlas sacado).

Queda ahí muy claro uno de los rasgos más inquietantes de la fotografía: es un arte intermedio. En algunos casos se trata de fotografías que aspiran al arte, en otro caso se trata de fotografías profesionales y están, finalmente, las fotos que salen de un archivo privadísimo que se construye al margen del fotoperiodismo y del arte de la mirada.

Ese inestable y fascinante estatuto de la fotografía es correlativo de la cantidad de personas convocadas para participar de la “anotación” de las imágenes, lo que pone en contacto dos imaginarios: el que las fotos muestran y en el que cada quien navega (o naufraga).

Cuando se habla de imágenes, se presuponen fotografías, cuadros, diagramas. Pero las imágenes son mentales y allí establecen la lógica propia de lo imaginario, que por lo general es público. La imaginación pública suministra los materiales para poder pensar el mundo. Las fotos (o lo que fuera) no son sino la actualización de esas condensaciones mentales de aquello que, por definición, no está (o está en otra parte).

Un ejemplo. La imagen elegida por Rubén Szuchmacher es una foto de su padre en su Polonia natal. Esa imagen, además de traer al presente a alguien ausente, relaciona un imaginario de época (el presente de la foto) con el imaginario que arrastra a Rubén a verla como una identidad conflictiva para su padre (el presente de Szuchmacher).

La gran felicidad que la muestra de Piro nos regala es una travesía en la calesita de las identificaciones imaginarias.

 

sábado, 10 de agosto de 2024

La imagen justa

Por Daniel Link para Perfil

La imaginación no es sólo asunto de poetas trasnochadas y de artistas ebrios. Existe algo como la “imaginación pública”, donde se juegan nuestros destinos personales y donde se cocinan los más graves acontecimientos políticos. Los dos grandes paradigmas interpretativos del siglo XX, el freudismo y el marxismo (o si se prefiere: el psicoanálisis y la teoría crítica revolucionaria) pusieron a lo imaginario en su lugar, el lugar de la conciencia falsa, el lugar de las identificaciones narcisistas.

Así, puestos a actuar, lo primero es quitar las capas de falsedad para llegar a lo real tal cual es. Es lo que está sucediendo en Venezuela, donde un régimen agónico acusa a sus enemigos de falsear la realidad (de sostener una conciencia falsa) y prepara un vasto movimiento de depuración.

Hay, además de los dos paradigmas antes mencionados, un libro capital sobre la imaginación, que contiene y supera a ambos: Lo imaginario (1940), donde Jean-Paul Sartre distingue de manera fundamental la imagen y la percepción como dos actitudes irreductibles de la conciencia: ambas se excluyen entre sí porque una conciencia imaginizadora está acompañada del anonadamiento de una conciencia perceptiva. No puedo a la vez "imaginar" y percibir. El segundo punto es que hay una "vida imaginaria" en la que me irrealizo en la convocatoria de las imágenes o en las imágenes que me sobrevienen en un "espasmo de espontaneidad". El tercer punto es que un objeto en imagen se designa como una "falta definida": una pared blanca en imagen es una pared blanca que falta en la percepción. El "no ser ahí" es su cualidad esencial, y lo irreal no es sólo el objeto sino todas las determinaciones de espacio y tiempo a las que está sometido y que participan de esa irrealidad. El cuarto punto es lo que Sartre llama "pobreza esencial" de los objetos en imagen que, a raíz de ello, pueden satisfacer dócilmente sin decepcionar jamás. Quinto punto: la imagen es una nada, condición esencial para que la conciencia pueda imaginizar, es decir, negar lo Real, plantear una tesis de irrealidad. Sexto punto: al postular la imagen, postulo también el mundo como nada, lo anonado, y esto es la posibilidad constitutiva de la libertad. Así, la nada es la materia de la superación del mundo hacia lo Imaginario. Para Sartre el verdadero problema es la libertad, y su tesis es que el hombre imagina porque es trascendentalmente libre.

Pero tal vez convenga desplazar la definición de lo imaginario del ámbito de la libertad (que se ha transformado hoy en una coartada) al ámbito de la potencia para, al mismo tiempo, devolver a la imaginación toda su fuerza presubjetiva: venimos a un mundo ya saturado de imágenes, un mundo que es él mismo una imagen y es en esas tensiones imaginarias donde los sujetos se constituyen como tales. Las imágenes, lo queramos o no, nos preceden en el mundo.

Para cualquiera llega un momento en el cual debe expresar un “Yo puedo” (actuar en relación las guerras en Oriente Medio y en Ucrania, o la descomposición venezolana, a propósito de la pérdida de capacidades lectoescritoras de la infancia argentina, en una situación familiar desesperante, lo que sea), que no refiere a alguna certeza o a una capacidad específica (el poder) sino, más precisamente, a una demanda absoluta. Más allá de todas las facultades, este “Yo puedo” no significa nada, salvo la marca de qué es, para cada uno de nosotros, quizá la más dura y desgarradora experiencia posible: yo puedo sobrevivir, yo puedo salvar, yo puedo convivir, yo puedo superar. Esa es la experiencia (imaginaria) de la potencia.
La potencia no es simplemente no-Ser todavía, simple privación, sino la presencia de una ausencia. Tener una imagen de lo posible significa que hay una privación y lo que nos constituye es tanto la privación como la imagen de lo posible que adviene en y por la privación.
La potencialidad es el modo de existir de la privación. Ser potencial (como lo son, ejemplarmente, las artes) significa ser en la propia falta, estar en relación con la propia incapacidad. La potencia y la imaginación son en si mismas inoperantes, pero puestos a hacer algo mejor es tener por delante una imagen justa y bella. El mandato sartreano que todavía no queremos o no nos atrevemos a cumplir podría sintetizarse como: Devolver a lo imaginario su potencia de futuro.



lunes, 8 de julio de 2024

¡La imaginación al poder!

 

maestríaestudiosliterarios@untref.edu.ar

sábado, 22 de junio de 2024

Aquí, América latina

Por Daniel Link para Perfil

El barco rebotaba contra la superficie del mal según el ritmo de las olas. El agua se pulverizaba en el aire, cuya humedad apenas si se modificaba por el embate de la máquina acuática: era un aire denso, cargado de potenciales de vida. A nuestra derecha se veía el resultado de un combate colosal entre monstruos o de un ataque de cólera sobrenatural. La piedra aparecía desgarrada por unas uñas gigantescas: cicatrices de estratos blancos sobre piedra negra, que brotó líquida como magma de un suelo agujereado por pataleos histéricos y golpes de puño. El granito, una vez enduercido, fue arrojado con furia de cualquier manera, creando crestas de piedra desacomodada, rasgaduras, pozos, cada tanto un resplandor de advertencia provocado por un yacimiento de mica o de biotita.

Sobre esos majestuosos destrozos, que nos hacían sentir la pequeñez de nuestra existencia y la brevedad de nuestros intervalos vitales, los siglos fueron depositando una mísera cantidad de polvo, tierra, semillas y cagadas de pájaros.

A lo lejos, la piedra contorsionada con violencia aparecía mal cubierta por una capita verde que apenas si alcanzaba a tapar la vergüenza de un combate colosal entre fuerzas antagónicas.

Aquí y allá sobresalía la piedra negra, todavía inexpugnable, donde las plantas y las flores se aferraban a un suelo superficial, siempre en peligro de deslizarse hacia el mar, ávido por devorarlo todo, hasta las rocas metamórficas que alguna vez le arrancaron del fondo.

Cada tanto, el tormento pétreo daba paso a una bahía donde, algunas veces, una playa se adivinaba. Era fácil imaginar allí a los tairona tallando sus bastones de piedra y preparando sus canoas, con las que quemarían la avanzada colonial de Santa Marta varias veces.

Pero las miserables luchas humanas empalidecían ante la brutalidad de las fuerzas naturales, a las cuales los hermosos kogui, descendientes de los tairona, rinden homenaje.

Nuestra aventura había comenzado exactamente al término del Saka Juso: fortalecimiento de las relaciones con el territorio y reparación de las redes energéticas. Íbamos a lo mismo. En el Cabo San Juan nos retiramos a una playa poco concurrida y, desnudos, invocamos a los diosecillos de nuestro propio Paraíso.






sábado, 15 de junio de 2024

Perros Héroes

por Daniel Link para Perfil 

El martes pasado, Bogotá era un hervidero. La delegación argentina que participaba de un prestigioso congreso alternaba su atención entre los paneles dedicados a imaginar los posibles futuros de América latina y las noticias que daban cuenta de la votación en el Congreso de las leyes que, precisamente, van a modelar el futuro de Argentina.

En los intervalos, se barajaban todas las posibilidades. La mía (como siempre, perdidosa) era: hay empate en el Senado 36 a 36, la Vicepresidenta tiene que desempatar y con picardía dice: “Mi voto no es positivo”. Milei renuncia y ella asume. Bueno, ya saben lo que pasó. Pero el martes pasado me dijeron que tal vez ella no pudiera votar si Milei viajaba al exterior a decir los disparates que acostumbra (“soy el mejor”, “¡comunista!, ¡comunista!”) y, en ese caso, tenía que desempatar no sé quién ni bajo qué circunstancias. Agua bajo el puente.

En todo caso, si de futuro (latinoamericano o argentino) se trata, Bogotá era un ejemplo en el cual mirarse. Una ciudad completamente militarizada, donde los edificios cuentan con seguridad privada a la altura del Pentágono (en el que ocupé, no menos de 20 monitores) y donde sólo pueden entrar aquellas personas que previamente han registrado su documento (pasaporte o DNI) en un mostrador. Sólo se admite una visita por vez.

Por supuesto, semejante dispositivo paranoico sólo se sostiene en una sociedad construida sobre una desigualdad palpable incluso en la organización urbana y en una voluntad no tanto de luchar contra ella sino de administrarla.

Décadas de luchas armadas y de narcopolíticas (en un sentido o en otro) han anestesiado a la población, que no parece ver como violación de sus derechos la total administración de la vida, ni como perversión política el ser arrojado al margen por normativas directamente fascistoides.

Sí, eso es lo que se viene. Porque para producir y sostener en el tiempo un régimen de desigualdad como el que el actual gobierno argentino promueve hará falta una fuerza de control y represión enorme. Habrá que pagarla, y de algún lado tiene que salir la plata. No hay leones, sino los emblemáticos perros héroes de Mario Bellatin, en los cuales se cifraba el futuro de América latina.

 


sábado, 11 de mayo de 2024

El profesor pop

Por Daniel Link para Perfil

Es difícil encontrar un momento más alto de la imaginación pop que el video de Adriano Celentano cantando la extraordinaria canción “Prisencolinensinainciusol”, lanzada en 1973 y todavía vigente (la serie Fargo la incluyó en su banda sonora, Maluma la ha cantado).

En la escena (disponible en youtube), Celentano hace de profesor en una clase para señoritas montada en un estudio de televisión. Lo primero que hace es tomar lista. Las chicas le responden “presente” poniéndose de pie. La última nombrada, Barbra Streisand, está ausente. Y es lógico, porque su lugar es la cultura industrial (donde encuentra su sentido) y no la cultura escolar. De inmediato, una alumna se levanta y le pregunta al profesor por qué ha escrito una canción con palabras que no significan nada.

Antes de responder, el profesor pregunta cuál cámara lo está registrando, acentuando la superposición (la mezcla) de registros culturales: el escolar y el televisivo. Luego Celentano explica el gesto de la canción: “yo entiendo que en el mundo no nos entendemos más... Y por eso he considerado oportuno hacer una canción sobre el tema de la incomunicabilidad. No nos comunicamos, somos Incom. Satisfecha, la alumna se sienta pero el profesor le dice que permanezca de pie porque no ha terminado de hablar (subraya así el gesto áulico, la relación despareja de poder y de saber propia de la escuela). La canción, dice Celentano, deja como referencia una sola palabra, Prisencolinensinainciusol, es decir: amor universal.

Terminada la explicación, el profesor toma lección a las alumnas, que deben repetir las partes del coro desde sus pupitres, mientras el profesor baila con una agitación de caderas poco pedagógica.

La canción es una respuesta a la hegemonía norteamericana, que exporta su cultura industrial sin mayor interés en que sea comprendida. La canción de Celentano está pronunciada en inglés americano, pero las palabras que se dicen son inventadas y carecen de sentido.

Al comentario existencial se suma, entonces, un comentario de geopolítica cultural. Y como corolario nos queda la constatación de la potencia de la imaginación pop, que abreva al mismo tiempo de la cultura escolar y de la industrial para sostener con elegancia sus protestas.

sábado, 27 de abril de 2024

Un recuerdo infantil

por Daniel Link para Perfil

Circunstancias familiares que no vale la pena mencionar me permitieron recuperar un sueño infantil que estalló en mil pedazos contra la realidad, ese sello de clausura sobre todas las puertas del deseo (juro que este verso me lo acuerdo de memoria desde mi primera juventud).

Mis padres leían bastante, pero mucha porquería. Alguna se me pegó. Por ejemplo: mi papá era fan de Isidoro Cañones, historieta de la que guardo una buena colección, que quise donar sin éxito al fondo AHIRA antes de que las polillas terminen de devorarla.

Siendo niño, yo tenía muchas ideas de felicidad (todas ellas irrealizables, lo que me permitía sufrir y entregarme a la lectura, mi única felicidad al alcance de la mano). Una de ellas era decirme isidorianamente “me voy a Mar del Plata” y hacerlo, sin ningún plan previo, ninguna advertencia a nadie, sin siquiera pasar por casa a buscar ropa.

Sin embargo, nunca jamás fui a Mar del Plata (ni de ese modo ni de ningún otro) hasta muy entrado en mi madurez, cuando cubrí el Festival de cine de Mar del Plata como periodista. Me gustó la ciudad, claro. Qué digo “me gustó”. Me enamoré de Mar del Plata. La bajada del Torreón es una de las primeras cosas que recorro a velocidad moderada cada vez que llego, hasta que la Biarritz argentina se me aparece en todo su esplendor y la paz me inunda. Me gustan la escala de la ciudad, su costa, los acantilados.

La casualidad quiso que hace unos años cayera en manos de mi familia política la administración de un departamento céntrico con una sucesión complicadísima.

Nos dedicamos a arreglarlo y a prepararlo para vivirlo. En lo que era el cuarto de servicio me instalé un escritorio y un silloncito que puede ser cama de huéspedes. En el balcón a la calle (una de las más feas de La Feliz) puse macetas con suculentas y cactus, para no preocuparme por el riego.

Creo que en febrero estuvo listo y desde entonces no había vuelto. Pero el jueves me dije: “me voy a Mar del Plata”. Avisé que me iba y, sin más trámite (allá tenía todo lo que podía llegar a necesitar, incluida una computadora vieja), subí a la autopista, sintiéndome hasta superior a Isidoro Cañones, que no contó con esa ventaja. El portero del edificio iba a prender las estufas y el termotanque.

Pensaba, mientras pasaba mis canciones, en cómo la cultura industrial nos ha moldeado tanto como la cultura escolar, porque la felicidad pueril había sido una posibilidad de vida hace cincuenta años.

Pero todo era falso. La pasé de maravillas, pero tuve que enfrentar un problema que Isidoro nunca conoció: el dinero en efectivo. Mar del Plata vive del cash y yo no había llevado suficiente, así que tuve que hacer bancos, etc.

Lo peor fue la vuelta. Mientras yo manejaba a velocidad crucero, para optimizar el consumo de combustible y evitar multas por exceso de velocidad, vi que me pasaban a toda máquina autos completamente al margen de las preocupaciones económicas.

Esos eran los verdaderos Isidoros, los tarambanas sin vacilaciones y no yo, que había pretendido cumplir las “locuras de Isidoro” que, en el fondo, eran una pelotudez. Volví realista, endurecido.


sábado, 27 de enero de 2024

Barthes y la burguesía

por Daniel Link para Perfil

Roland Barthes echaba, literalmente, humo: Me refiero al altísimo estante de mi biblioteca, donde están ordenados sus libros (muy cerca de Brecht, por razones obvias). Al costado de ese estante hay una de esas cajas de electricidad donde se cruzan todos los cables. En ese nudo se produjo un calentamiento que pronto devino en chispas y derretimientos que, fotografiados, parecían fantasmas de fetos (no sé si esa figura cae dentro del progresismo o no).

Hubo que llamar a un electricista. El dictamen fue severísimo. La línea montante de la electricidad que pasaba por esa caja debía cambiarse, desde el sótano hasta el cuarto piso que habitamos. Sea. Vino un electricista que descubrió que no se sabía bien por dónde subía esa línea, porque en el lugar previsto había una puerta que había obligado al desvío, figura que Barthes analizó con fruición.

Para encontrar el recorrido, se encaprichó con picar las paredes, levantar el piso de madera y picar también la base de cemento. Yo atiné a proponer que, en lugar de semejante capricho demolitivo, ¿por qué no probaban ver si pasaba por el tercer piso? Dijo que no, no, no. Y siguió rompiendo (mi estudio, las pelotas, las paredes).

Decidimos prescindir de sus servicios, en favor de dos electricistas de una imaginación poderosa. Dijeron que, efectivamente, la línea pasaba por el departamento de abajo. No es frecuente que así sea.

Ebrio de alegría, les expliqué lo que él no necesitaba saber pero yo sí necesitaba decir. El edificio donde vivo era propiedad de una familia de la alta burguesía de provincias, que lo usaba en sus viajes a Buenos Aires, lo que explica la morfología de cada unidad: son departamentos de un dormitorio, con dependencias de servicio, y arriba hay dos departamentos agregados con una proliferación disparatada de placares donde se guardaba la ropa blanca de todas las unidades y donde vivía el personal doméstico permanente.

Las señoras viajaban con sus damas de compañía. Los señores con sus mayordomos. Del resto se encargaban los locales.

Termino mi recorrido histórico con este veredicto: “es un estilo de vida para nosotras inconcebible”. Me han escuchado con una paciencia que sólo se ve recompensada cuando introduzco un pormenor específico: por eso, el edificio es prácticamente una unidad de vivienda única y las líneas montantes de electricidad suben todas juntas.

Ellos, con su poderosa intuición, habían llegado a la misma conclusión que yo, que sostengo una fascinación barthesiana por la historia de la burguesía.

sábado, 30 de diciembre de 2023

Nombres olvidados

por Daniel Link para Perfil 

Un amigo me cuenta que se va mañana para pasar fin de año en Anisacate. Le deseo suerte, buen año, etc. y lo envidio profundamente por poder salir de la insoportable intensidad metropolitana. Le comento que mis padres habían comprado un terreno en Anisacate, al lado del que había comprado mi tía, que construyó una casa (mis padres, en cambio, vendieron el terreno cuando nos mudamos a Buenos Aires).

En aquellos años en Anisacate sólo había un balneario medio pedorro y literalmente cuatro casas, una era la de mi tía. Nunca entendí esa decisión porque era evidente que cuando el lugar tuviera alguna infraestructura ni mi papá ni mi tía iban a poder disfrutar del lugar.

Recuerdo mal, pero intensamente esa casa. Tenía frutales (manía familiar), y un terreno en el cual el riesgo imprescindible nunca alcanzaba a tener algún efecto durante nuestras estadías. Hay una foto mía, recostado en uno de los camastros que usamos.

Hace dos años, en un ataque de melancolía, arrastré a mi marido a Anisacate. Antes habíamos pasado por mi casa en la ciudad de Córdoba, que me costó encontrar porque habían cambiando los nombres de las calles. Bah, mi calle, que antes tenía como denominación un número, ahora tenía un nombre. Panaholma, le pusieron. Me molestó un poco la decisión inconsulta (conmigo), pero el nombre es lindo, refiere a una localidad muy hermosa del valle de Traslasierra y quiere decir, en quechua, “río de aguas taciturnas”. Ignoro cómo el agua puede ser taciturna pero el predicado conviene a lo que recuerdo de mí.

A mi casa le habían agregado un piso de altos (lo necesitaba). No me animé a tocar timbre, como hacen en las películas.

En Anisacate no pudimos encontrar la casa de mi tía. Había ahora una barriada completa, plazas, árboles muy crecidos, rotondas.

Mi amigo me dice que le mande la dirección y que él me manda fotos. ¡Pero nunca tuvo dirección la casa de mi tía! O al menos yo no la supe. Ahora, parece, todas las calles llevan nombres de plantas. Entiendo que la gente no quiera recordar la política argentina a través de sus muertos recientes en sus vacaciones. Celebro el homenaje al mundo apenas sensitivo pero siempre me molesta que nadie recuerde a los filósofos y poetas.


sábado, 11 de noviembre de 2023

El rojo y el negro

Por Daniel Link para Perfil

Esta vez, el congreso al que fui invitado funcionaba en una poderosísima universidad católica en un estado conservador de los Estados Unidos.

No viene a cuento, pero me sorprendió el avance en los procedimientos migratorios (mi última estancia había sido en febrero de 2019). Ya no hay que presentar pasaporte ni visa. Basta con pararse frente a una cámara que accede de inmediato a nuestros expedientes. La pregunta a qué viene (“Congreso, Rubén Darío, poeta”) fue contestada con un gentil: “Adelante los poetas”. A la vuelta, la cámara registra la salida a la puerta misma del avión. Es como ser visto por el ojo sapientísimo de Dios.

Vuelvo al congreso. La Universidad de la que hablo fue fundada por católicos irlandeses y abrazó, como casi todo en los Estados Unidos, el gótico tardo-tardío (es decir: del Siglo XX). Del barroco, tan ligado a nuestra propia imaginación católica, ni noticias.

En cada aula, en cada salón, en cada dormitorio, había un Cristo en la cruz. Yo no pude resistirme y cometí el infantilismo de invertir el mío, como primerísima medida. Es que todo evocaba antes que a la religión a esas películas americanas de terror católico. Piénsese en El exorcista, cuyo carácter de obra maestra ha sido demostrado recientemente por Fernando Murat en su excelente libro Fábulas morales y soluciones extraordinarias o en cualquiera de las cachiruladas indigestas que pueblan las plataformas. Por supuesto, aquí y allá había grupos de monjas complotando (vestidas de Prada o algo así, elegantérrimas) y sacerdotes conversando en italiano o en alemán. Como era el fin de semana en que las familias visitan la universidad con candidatos a incrementar el número del claustro estudiantil (unos niños al mismo tiempo excitados y temerosos), sospechábamos que eran en realidad actores contratados para demostrar a esas familias (potenciales donantes de pabellones y edificios) el cosmopolitismo conservador de la Universidad.

Sobre un terreno gigantesco se desparramaban elegantemente los 136 edificios góticos y neoclásicos, ordenados alrededor de una avenida que conduce a la “Cúpula dorada”, el edificio principal de la Universidad, de estilo neoclásico (adecuado a las funciones administrativas que allí se desempeñan). A su costado izquierdo el estadio donde el equipo de fútbol americano (que descolla en la gran liga de equipos universitarios) celebra sus triunfos y llora sus derrotas.

Entre los muchos programas que la universidad ofrece, uno nos llamó la atención, cuando vimos trotar a un grupo numeroso de hombres (no muchachos) al grito de “Want be a man?”.

Es un programa de formación para oficiales del ejército. En esas pocas hectáreas, las vidas quedaban atadas a una u otra de las formas más conservadoras de imaginar el progreso.

Traté todo lo que pude de disimular mi condición de argentino, no fuera cosa de que se me asociara con el Papa, cuyo cultivo de la teología del pueblo, estoy seguro, sería aquí causal de hoguera o de cárcel militar. A la salida, en el aeropuerto, se me sometió a una terrible pregunta teológica: “¿Messi o Maradona?”

sábado, 22 de julio de 2023

La guerra de los clones

Por Daniel Link para Perfil

Nunca entendimos bien el éxito entre nosotras de La niñera, que focalizaba su atención en el choque entre la cultura judía de clase media y la cultura de los magnates del mundo teatral, a partir de un esquema de comedia ya muy superado por los tiempos en el momento en que la serie se emitía y con algunas obvias remisiones a La cenicienta y Pigmalión. Las actuaciones estaban a la altura del Teatro de Darío Víttori.

Hasta que, la semana pasada Fran Drescher, ahora líder del poderoso Screen Actors Guild, pronunció un discurso incendiario, justísimo en sus reclamos, en la línea de las grandes intervenciones evitistas. “¡Ah, claro!”, nos dijimos. En el fondo esperábamos algo así: la pasión y la excepción.

Entre sus varias puntualizaciones para sumarse a la huelga que mantiene desde comienzos de mayo el gremio de los guionistas, rescato éstas: "No se puede cambiar el modelo de negocio tanto como ha cambiado y no esperar que cambie también el contrato", o "Si no nos mantenemos firmes en este momento, todos vamos a estar en problemas. Todos vamos a estar en peligro de ser reemplazados por máquinas y grandes empresas".

En efecto, el primer capítulo de la última temporada de Black Mirror ya había producido una sátira al respecto: una vida cualquiera era interpretada no por una actriz (en este caso Salma Hayek), sino por un avatar generado por una “computadora cuántica” a partir de sus rasgos físicos y actorales y otros de la vida cualquiera.

La fuerza del capitalismo digital había quedado clara ya el final de la saga La guerra de las galaxias. La muerte prematura de Carrie Fisher obligó a los productores a generar un avatar que representara a una princesa Leia un poco impedida de gesticular, pero presente.

Harrison Ford, por su parte, aceptó que su doble digital rejuvenecido compartiera protagonismo con él en Indiana Jones y el Dial del Destino (donde hay, incluso, un tercer clon digital, entre el falso joven y el viejo real). En Misión imposible: sentencia mortal el director desistió, dijo, de presentar a un Tom Cruise jovencísimo, por respeto al actor.

En el lugar donde las imágenes se cruzan con el dinero (la Industria Cultural) clavó su lanza Fran Drescher y dijo: “no pasarán”. Tiene nuestro apoyo.

 

sábado, 24 de junio de 2023

Crisis infinitas

Por Daniel Link para Perfil

Después de un año o más, volví al cine. No es que interesara particularmente la película que iba a ver, pero la daban en el complejo nuevo debajo de Plaza Houssay, donde no había estado. Es una cuadra que, para mí, tiene un intenso significado personal porque cuando era muy joven, durante la Dictadura cívico-militar, los policías que vigilaban la entrada a la Facultad de Ciencias Económicas cruzaron la calle y me golpearon sin razón aparente. Yo hacía tiempo con un amigo para rendir un examen. Para mi sorpresa él se fue y me dejó solo ante las fuerzas del orden. Nunca más volví a verlo.

La plaza tuvo varias intervenciones arquitectónicas. La de 1980 establecía circuitos muy rígidos de circulación que (nosotros pensábamos) eran especialmente aptos para la represión de las manifestaciones estudiantiles, que quedarían literalmente acorraladas.

La nueva versión (después de una tímida remodelación en 2007 o cosa así) mejora un poco el perfil que da a la avenida Córdoba. La barranca de pasto que baja hacia el patio de comidas y los cines le agrega un poco de desnivel a una ciudad que carece de relieve.

Los cines tienen pantalla muy chica y todo en ellos funciona automáticamente. Es raro que no haya boleterías, pero por fortuna hay empleadas muy amables y ansiosas por ayudar.

Fuimos a ver Flash que es, según mi ya desvencijada memoria, el primer episodio de Crisis en las tierras infinitas, un choque entre la Gesamtkunstwerk wagneriana y los superhéroes de la pop culture marca DC. Desde una perspectiva adorniana es abominable, pero desde mi odio inclaudicable al universo Marvell, está bien.

 

sábado, 3 de junio de 2023

Tres mujeres

Por Daniel Link para Perfil

En julio se cumplirán 430 años del nacimiento de Artemisia Gentileschi, la gran pintora barroca de cuya vida puede aprenderse tanto como de su pintura.

Hija del pintor toscano Orazio Gentileschi, amigo de Caravaggio, fue encomendada por su padre a otro de sus amigos, Agostino Tassi, para que le diera clases de perspectiva.

A sus 18 años, en mayo de 1611, el instructor la violó brutalmente. En 1876 se encontraron en los archivos vaticanos las actas íntegras del juicio por violación promovido por Orazio contra Tassi, quien fue declarado culpable por la violación.

El proceso duró siete meses, a lo largo de los cuales Artemisia es sometida a interrogatorios bajo apremios físicos y a humillantes exámenes ginecológicos.

Dos meses después de terminado el proceso, Orazio obliga a su hija a casarse con un mediocre ayudante de su taller, para restaurar el honor familiar. La pareja se muda a Florencia, donde Artemisia comenzará una nueva vida. A lo largo de los años vuelve a Roma, viaja a Nápoles, a Venecia, a Londres, donde se la reclama como a una de las grandes proveedoras de las cortes europeas.

Una de sus mejores pinturas, Judith decapitando a Holofernes (circa 1613), retoma un tema truculento que Caravaggio ya había transitado, pero con una fuerza y una complejidad tan convincentes que casi nadie duda de que la escena es una respuesta a su propia violación: “hay que cortarle el cuello al cerdo”.

Pensaba todo esto cuando veía los destinos finales de dos grandes mujeres protagonistas de sendas series: La encantadora Mrs. Maisel termina inverosímilmente rica, pero sola, odiada por sus hijos, mirando un programa de preguntas y respuestas mientras conversa telefónicamente con su amiga y representante de toda la vida.

Más abajo todavía, Siobhan Roy (el único personaje querible de Succession), que ha vivido ignorada por su padre y maltratada por sus despreciables hermanos, termina embarazada por descuido de un hombre al que detesta y que la ha traicionado, pero que en la escena final le extiende la mano como a un perro para que se la lama, cosa que ella hace figuradamente.

Pareciera que lejos de debilitarse, el patriarcado encuentra formas cada vez más sutiles para humillar a quienes lo desafían.

Cfr. Roland Barthes. "Dos mujeres". 

viernes, 26 de mayo de 2023

sábado, 1 de abril de 2023

Agronomía y desnudez

Por Daniel Link para Perfil

Gran revuelo ha causado la cesión en comodato de tierras marplatenses (o chapadmalenses) para un proyecto agroecológico y un Centro de Educación Agraria. Razones que aquí no vienen a cuento nos han mantenido alejados de Mar del Plata desde hace ya bastante tiempo. Pero la noticia nos llenó de algarabía y de ganas de salir a la ruta. El proyecto de la Asociación Civil Tercer Tiempo (con asesoramiento de varias universidades y el CONICET) es simpatiquísimo: "fomentar la producción de alimentos saludables, libres de agrotóxicos y a precios justos para el consumo de la población de la zona, con impacto directo entre las y los pobladores de General Pueyrredón". Ojalá lo logren.

No se entienden bien los gritos destemplados de quienes auguran “conurbanización” de la zona, como si eso fuera algo indeseable. Por el contrario, esa posible circunstancia le agrega un sex appeal arrollador al proyecto. Enfrente mismo de los terrenos cedidos está La Escondida, una playa cuyas características (el nudismo, el yiroteo varonil y el intercambio de material genético en las cuevas de los acantilados) combinan bien con bandadas de (habría dicho Proust) muchachos en flor jugando de mano en la playa.

Digo “muchachos” y la crueldad de la época me obliga a precisar “mayores de 18 años”, para evitar que los protectores de una juventud mitologizada (votan, pueden elegir su género, pero no pueden ser objetos de demanda erótica ni tampoco ejercerla) nos denuncien en la televisión.

En todo caso, brindaremos por una playa poblada de educandos agrarios saludables, desnudos y libres de toxicidades capitalistas.


sábado, 4 de marzo de 2023

Los cuatro gobiernos

Por Daniel Link para Perfil

En 2018, un texto publicado por el Centro de Innovación para la Gobernanza Internacional estableció una cierta geopolítica del gobierno digital, esquema que, previsiblemente, copiaba las tensiones de la cosmopolítica a secas, con un pequeño aderezo romántico, para no perder las esperanzas del todo.

El primer modelo era precisamente el de los creadores de Internet, que la imaginó abierta, transparente, portátil, interoperable, colaborativa, libérrima.

La segunda visión es la de la Comisión Europea, que propone una Internet un poco más “burguesa”, con los mismos principios del modelo anterior, pero con un mayor acento en la protección de la privacidad y una mayor censura de los malos comportamientos digitales (sobre todo el trolleo) y una obsesión por el orden y la democracia.

Yo abracé el primer modelo y ahora trabajo amparado por el segundo, que me ha enseñado las “buenas” prácticas de escritura y protección de datos.

China y Rusia, junto con otras naciones, sostienen una tercera Internet, en la que las tecnologías de vigilancia e identificación ayudan a garantizar la cohesión social y la seguridad.

La cuarta visión, más comercial, entiende los recursos en línea como propiedad privada, cuyos propietarios pueden monetizarlos.

Vaya un ejemplo. Entrenado en las prácticas del acceso abierto, estoy acostumbrado a leer lo que me parezca sin pagar un centavo (por supuesto, también publico bajo las mismas condiciones: cedo lo que escribo según los mismos sistemas de cesiones).

En cambio, cada vez resulta más complicado leer diarios, porque son enormes los obstáculos que ponen a la mera gratuidad. No es que les importe demasiado que uno lea sus versiones de las noticias (escritas desde un rencor y una mala conciencia que ya resulta tan intolerable como la grosera ignorancia del lenguaje escrito que exhiben) sino más bien los avisos publicitarios con los que lucran.

Tan así es, que uno puede eludir un buen porcentaje de notas del diario La nación sencillamente leyendo en la aplicación BBC Mundo lo que han levantado de ahí. La mayoría de las veces la fuente está aclarada, pero llega un momento que es muy fácil darse cuenta de cuáles son. Por supuesto, en las aplicaciones de la BBC no hay publicidades ni restricciones.

En algún momento, la compleja arquitectura que es internet (con una multiplicidad de actores, normas, y como queda claro, diferentes políticas de contenido) deberá decidir qué se amolda más a un “buen desarrollo” de Internet, porque tampoco es justo que la comunidad científica comparta con alegría y convicción cada uno de los pasos de su trabajo y, por otro lado, los diarios lucren con la mera distribución de inmundicias de todo tipo.

A favor del modelo de Silicon Valley y en contra del europeo (los demás no hay ni que considerarlos): la concentración del conocimiento en un mismo sitio obligatorio. Cuando la IA deje de ser tan idiota, leerá en un tris esos millones de artículos que hemos depositado en Zenodo y propondrá su solución para nuestros males. 

 

sábado, 4 de febrero de 2023

Matar al robot

por Daniel Link para Perfil

 

                       Imagen generada por la aplicación DALL·E (¡Dalí!) de OpenAI a partir de una descripción en lenguaje natural.
 

UNTREF acaba de abrir la inscripción para una Maestría en humanidades digitales (la primera en su género en Argentina y una de las poquísimas en toda América latina) en la que darán clases expertos en diferentes campos de toda América. La carrera aparece en el momento justo, cuando Chad (así llamamos al ChatGPT de la OpenAI) se volvió popularísimo en el mundo por dos acontecimientos: se ha descubierto que los estudiantes universitarios transfieren a la Inteligencia Artificial las preguntas de sus parciales para responderlas y se publicó el primer artículo académico en el cual el ChatGPT aparece como co-autor.

Yo me pasé la mitad del mes de enero conversando con Chad y debo decir que la experiencia fue un poco inquietante. Le pregunté si me podía comparar las posiciones filosóficas de Giorgio Agamben y Byung-Chul Han. Me contestó con gran corrección los aspectos fundamentales de la “vida desnuda” agambeniana y de las sociedades del rendimiento y el agotamiento que ha propuesto Byung-Chul Han. Incluso fue capaz de relacionar esos conceptos en relación con las vidas de quienes integran las comunidades sexodisidentes y luego consideró “las intervenciones de las comunidades sexodisidentes en la creación de sus propios archivos y repositorios documentales como una forma de práctica anarchivística” (en el sentido de “tomar el control y la autonomía para gestionar su propia memoria y preservar su historia y su cultura, sin depender de instituciones estatales o privadas”).

Pero me quedé pasmado cuando Chad me dijo: “Lo siento, cometí un error en mi última respuesta”. La Inteligencia Artificial hacía mi trabajo mejor que yo (que nunca sería capaz de reconocer un error públicamente y por eso es que he cometido poquísimos a lo largo de mi vida).

En otra conversación, discutimos sobre Proust. A Chad le parecieron apresuradas mis conclusiones sobre En busca del tiempo perdido. Me imaginé un alumnado escuchando mis clases con Chad como control y me pareció que ese infierno no era para mí.

Estudiaremos humanidades digitales sólo para poder encontrar las maneras de burlar la vigilancia epistemológica y la corrección política de Chad. O para retirarnos, frustrados y caducos, al campo.


sábado, 19 de noviembre de 2022

Sed de guerra

Por Daniel Link para Perfil

El corto siglo XX (en oposición al largo siglo XIX), dice Eric Hobsbawm, comenzó con la Primera Guerra Mundial. No es la única hipótesis que se puede sostener y, de hecho, Giovanni Arrighi plantea un Siglo XX largo, que empieza antes y termina bastante después. El 20 de febrero de 1909 apareció en Le Figaro el “Manifiesto futurista”, promovido por Filippo Tomasso Marinetti. Como se sabe, esa vanguardia intelectual encontraría en el fascismo una vía de desarrollo poco sorprendente, si se recuerda que en su artículo 9 el “Manifiesto” ya proclamaba: “Queremos glorificar la guerra -sola higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas que matan, y el desprecio a la mujer”.

Esa misma inteligencia futurista se entregó, antes que al fascismo, a los juegos bélicos. Todavía hoy sorprende la cantidad de voluntarios y voluntarias que se enrolaron para pelear en la Gran Guerra (en ambos bandos): la mitad de los escritores de aquella época se enrolaron y algunos pocos sufrieron incluso el resentimiento de no haber podido participar de la contienda por diferentes razones (Francis Scott Fitzgerald siempre se quejó de no haber llegado al campo de batalla; Kafka quiso enrolarse, y no lo aceptaron).
Como tantos otros y otras, Guillaume Apollinaire (el inventor del superrealismo, el más sensible radar de la descomposición del mundo) murió al volver del frente. No se lo llevó propiamente la Guerra sino la Gripe Española, que mató más personas que los ejércitos (50 millones de personas en el mundo entero).
La inteligencia americana ya había previsto muy tempranamente esa pandemia gripal. El 5 de abril de 1909 Rubén Darío publicó en La Nación de Buenos Aires una crítica radical al “Manifiesto” que señalaba, entre otras cosas, la aporía vanguarista de la “destrucción reglamentada” (¿qué sentido tienen un conjunto de reglas para destruir las reglas?) y luego se interrogaba: ¿La Guerra como Higiene? No sean infantiles: la Peste le gana.
A aquellos que pretendían que la Guerra era la higiene del mundo (a aquellos que marcharon a la guerra creyendo que iba a acabar con la Plutocracia y el Imperialismo) Darío les advierte: la Peste es mucho más higiénica. El contagio es mucho más eficaz que la dialéctica imperial-nacionalitaria.
Guerra y Peste, entonces, en ese comienzo del siglo, prefiguradas en 1909 por dos imaginaciones que no parecen compartir las mismas esperanzas (ni que hablar de la distancia respecto de las mujeres, a las que Darío adoctrina con su “Sonatina feminista”).
Todo eso, que el siglo XXI quiso olvidar junto con el comunismo volvió condensadísimo en 2020-2022 para decirnos que la Guerra, el Fascismo, la Crisis y la Peste siguen estando ahí (sobre todo como nombres), y nos obligan a pensar las vías de superación de un régimen de acumulación insensato y hostil a lo viviente, porque Peste, Guerra y Crisis son la consecuencia de ese régimen.
No hace falta ser poeta ni historiador para evaluar todo lo que fue escrito con sangre y humo de cadáveres en el corazón mismo del Siglo XX (que no es sólo En busca del tiempo perdido sino también la puesta en acto de las más atroces fantasías de exterminio).
Y sin embargo, hoy todo el mundo semblantea y nadie se atreve a levantar demasiado la voz contra la guerra. Los políticos tejen acuerdos: te voto esta condena si me das un puñadito de dólares; me abstengo de llamar “guerra” al “conflicto” en Ucrania para no irritar a los países “amigos” o ponemos en la balanza el agresivo expansionismo de la OTAN para justificar lo injustificable. La insensatez es mayúscula y es como si de nuevo quisiéramos entregarnos a la sed de guerra. “¡Por fin un Dios!”, exclamó Rilke cuando estalló la Gran Guerra. Que alguien pretenda percibir en esos procesos de “depuración” o de “higiene” alguna esperanza para una humanidad agobiada por el régimen de acumulación capitalista ( liberal o autoritario) nos retrotrae a los momentos más trágicos del siglo pasado. Hoy es posible escuchar voces que se autoperciben de izquierda justificando la agresión rusa hoy y mañana, ¿por qué no?, la agresión china.
 

Mientras tanto, Meta despidió a 11 mil empleados, Twitter a la mitad de su planta, Amazon planea despedir a 10.000 trabajadores. 

Un ejército de sedientos para la catástrofe perfecta.