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Por Daniel Link para Perfil
Vuelto de un viaje a Colombia (del cual volví completamente enamorado de aquel país y de sus gentes), me encuentro con un artículo mío escrito hace un par de años y recién publicado (son los tiempos académicos). El asunto me vino dado por invitación: escribir algo sobre el centenario del artículo “Observaciones sobre el español de América” del eminente filólogo Pedro Henríquez Ureña.
Naturalmente, el tema se inscribe en una disciplina, la dialectología, que conozco de lejos. En todo caso, el punto de partida de mi examen son dos textos contemporáneos del siglo XIX. Uno del colombiano Rufino José Cuervo (1881) y otro del cubano Juan Ignacio de Armas (1882).
Lo que se juega en esos textos fundacionales de la dialectología hispanoamericana es la relación con el español peninsular. Cuervo es capaz de notar la potencia expresiva y afectiva de la lengua bogotana (de la que yo he disfrutado durante mi viaje) pero se hace cargo de la necesidad de trabajar en favor de la unidad lingüística, en favor de un “idioma común”, lo que supone destruir “las barreras que las diferencias dialécticas oponen al comercio de las ideas”.
Ese afán de destrucción se funda en el mismo pánico del gran gramático americano, Andrés Bello (“Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza”) quien advirtió contra “embriones de idiomas futuros, que durante una larga elaboración reproducirán en América lo que fue la Europa en el tenebroso período de la corrupción del latín”.
Ignacio de Armas, por el contrario, abraza la diferencia. Define cuatro o cinco zonas dialectales, a partir de las cuales se formarán nuevos idiomas: “El castellano, llamado a la alta dignidad de lengua madre, habrá dejado en América, áun sin suspender el curso de su gloriosa carrera, cuatro idiomas, por lo ménos, con un carácter de semejanza jeneral, análogo al que hoi conservan los idiomas derivados del latín”.
Como se comprende, lo que allí se discute es la relación entre lenguaje y soberanía, en el seno de las recién nacidas repúblicas americanas. ¿Tenemos derecho a una lengua propia o debemos conformarnos con hablar dialectos de la lengua de otro?
Hasta 1964 se aceptó la repartición dialectal propuesta por Ignacio de Armas (Henríquez Ureña la sigue, aunque cambia los criterios de definición). José Pedro Rona propuso entonces 23 diferencias dialectales a través de “hechos lingüísticos y objetivos”. Por supuesto, semejante proliferación obliga a “replantear el problema de la división del español americano en zonas dialectales”.
A los únicos a los que le conviene sostener una lengua única (el “español de América”) es a los peninsulares, que se arrogan así una cierta autoridad sobre el vocabulario, la sintaxis y la llamada “norma culta”. Desde hace años, la Real Academia Española viene luchando mal contra los embates independentistas de las sociedades americanas. Hoy es capaz de reconocer que la lengua española es pluricéntrica pero no acepta que el idioma de los argentinos o el de los colombianos puedan pensarse como lenguas separadas, cada uno con sus propios derechos a la existencia y a la soberanía sobre el sentido.
Las lenguas pluricéntricas tienen más de una norma lingüística, establecidas o en construcción. Juan Ignacio de Armas y Pedro Henríquez Ureña, cada uno a su manera, reconocieron cinco normas americanas que la dialectología luego fue complicando en una disparatada competencia entre lo contingente y lo eterno, entre lo universal y lo particular, entre lo global y lo local. Pero el tiempo, que es la diferencia de las diferencias, o lo que relaciona a las diferencias unas con otras, hoy nos exige pasar, incluso, de las lenguas pluricéntricas a las lenguas excéntricas porque, como ha señalado, Alberto Gómez Font: “en los Estados Unidos, se está gestando un nuevo español, un idioma que no es ni de los mexicanos ni de los argentinos, cubanos o centroamericanos, sino que es de todos. Es un español al que podríamos llamar “español internacional”.
Ése es el acontecimiento que hoy domina el horizonte de las lenguas españolas y sus diferencias. Conviene volver, pues, a la canción de la tierra ureñista y a las excentricidades de Juan Ignacio de Armas porque en aquellas diferencias que la perspectiva filológica quiso y pudo sostener, se jugaban formas de vida y comunidades de destino.
por Laura Isola para Agenda BA
El investigador y crítico Daniel Link dio su última clase la facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Fotos Emmanuel Fernández.
“Disculpas Profesor. Soy de una nueva agrupación estudiantil y quisiera decir unas palabras”, interrumpió Vivi Tellas en la última clase de Daniel Link. Fotos Emmanuel Fernández.
El investigador y crítico Daniel Link dio su última clase la facultad de Filosofía y Letras de la UBA ante más de mil personas. Fotos Emmanuel Fernández.
El ensayista y crítico Daniel Link dio su última clase la facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Fotos Emmanuel Fernández.
El investigador y crítico Daniel Link dio su última clase la facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Fotos Emmanuel Fernández.
El investigador y crítico Daniel Link dio su última clase la facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Fotos Emmanuel Fernández
Un poco inspirado en aquel hecho barthesiano, también lo empujó la realidad –casi siempre es difícil decir adiós–, y al mejor estilo de quien todo lo conoce acerca del arte de traer discursos al presente, para transformarlos, a los acontecimientos históricos, el 25 de junio de 2024 Daniel Link decidió dictar su Lección final.
El último teórico de Daniel Link en Literatura del siglo XX antes de jubilarse fue una lección final impecable en la que recorrió el tema del programa (las ideas sobre el pueblo) hablando sus autores favoritos de teoría y ficción. La sala 324 estaba estallada
— Malena Rey (@noeselcaso) June 26, 2024
Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. 18:10. Aula 324 del Tercer Piso. Un grupo de estudiantes, que este año no alcanzó a leer Pedro Páramo, la novelita de Juan Rulfo, se predispone a escuchar a su profesor. Todos los miembros de su cátedra –entre ellos Claudia Kozak, que hace poco también emprendió el camino de la jubilación–, exalumnos, escritores, docentes e investigadores de reconocida trayectoria como Laura Ramos, Gonzalo Aguilar, Renata Rocco-Cuzzi y las editoras Leonora Djament y Malena Rey, así como también fotógrafos de diferentes medios, se dan cita para presenciar lo que se presupone será un verdadero acontecimiento intelectual. La sala, en la que hay más de mil asistentes, está presidida por un pupitre central. Sobre la mesa hay un micrófono, una pila de libros, una lámpara, una tablet.
Es difícil estar atentos a aquellos indicios que marcan que estamos ante un cambio de época. Pero es seguro que esos indicios a veces no se nos presentan como algo rotundo, sino más bien como pequeñas marcas, rastros de carmín en medio de un camino constantemente sembrado por hechos que falsamente se autorepresentan como históricos. ¿Es de verdad una última clase?, sobre todo porque Daniel Link continuará con la docencia en la Universidad Tres de Febrero. ¿O se trata más bien de una performance?
Hace tan solo un momento Miguel Rosetti, uno de los miembros de la cátedra de Lin, Literatura del siglo XX, recibía las monografías de la materia cuatrimestral; una estudiante le comentaba a otra que pronto viajará a Londres, para realizar un posgrado en Artes y Finanzas... Después de los murmullos previos y la alegría del encuentro, se hace por fin el silencio. Y allí, en ese contexto, el docente, el profesor, el literato, el catedrático, el maestro, el investigador, comienza a hablar:
“Las inteligencias artificiales no conocen el tic tac de lo viviente”, sostiene. Y señala entonces que los sujetos de letras pertenecemos a una especie que vive en y para los textos. Cita a Peter Sloterdijk, a Kafka, a Gilles Deleuze. Su estilo no está solo en el lenguaje. Está también en su tono, portador de un estilo envolvente.
Acaso el gran método de Daniel Link haya consistido en mezclar, como nadie, la cultura pop con lo más dilecto de su erudición barthesiana. ¿Está bien hablar en pasado? ¿Es eso correcto? Aquí no se trata de la muerte, si no más bien y tan solo de un cambio de proyectos. ¿De verdad no se trata de una performance?
Es entonces cuando una “estudiante nueva” irrumpe en clase y toma la palabra. “Disculpas Profesor. Soy de una nueva agrupación estudiantil y quisiera decir unas palabras”. Daniel Link, como es habitual, accede a dar la voz. “Soy de La Agrupación Libertaria de Izquierda”. Se trata nada menos que de la dramaturga y directora teatral Vivi Tellas, estrella del under de los años 80, quien ha venido esta tarde hasta Puán para saludar a su amigo, a su colega, a su investigador.
Entre abrazos y risas, Daniel Link aprovecha la ocasión. Como todo profesor universitario “ideologizado” que desea “bajar línea”, para “adoctrinar” a sus estudiantes, pero absolutamente convencido de que será el pensamiento crítico lo único que salvará a nuestra especie, aprovecha la intervención de Tellas para verter algunos conceptos políticos de ocasión.
Contra la dicotomía de "pueblo vs. casta", han emergido ahora las acechantes fuerzas de un “liberalismo mersa”, señala, mordaz. Para Daniel Link, quien se ha especializado en el estudio de obras literarias del siglo XX que vieron la luz entre los fascismos europeos y la Primera y la Segunda Guerra, es un hecho evidente que los autoritarismos del siglo pasado han sembrado también sus vástagos en el siglo actual.
Sus epígonos del XXI, para él, también llegan con sus viejas y ya conocidas fantasías de exterminio. La enseñanza que nos deja el siglo XX es que esas fantasías de exterminio, antes de Auschwitz, circularon “inofensivamente” por las calles y fueron también producidas por la radio o la prensa impresa. Frente a este nuevo estado de situación, ante la crisis generalizada del humanismo y ante el vacío al que nos arroja la crisis de la cultura escolar –la crisis incluso del proyecto de la Ilustración–, la literatura se ha vuelto depositaria de un conocimiento fundamental. Paradójicamente, en la medida en que más necesario se vuelve ese saber, es también una evidencia grande de que la literatura ocupa ahora el lugar de un saber subalterno.
Puesto que lo que otrora ocupara un lugar de poder –los hombres y mujeres de letras dominaron el mundo: ”los imperios europeos marchaban rumbo a sus saqueos acompañados de filólogos”–, se ha vuelto ahora un saber resistente –que perdura–, se vuelve imperativo subrayar que la labor fundamental de nuestro tiempo no trata tanto por la conquista de “la libertad”, sino por el diseño de un proyecto que sea capaz de “encontrar una salida”.
Para Daniel Link es absurdo que la humanidad haya destinado tantos años de diseño de teorías de la lectura y de edificación de la teoría de la recepción –teoría de la imagen, la tradición psicoanalítica y un largo etc.–. Tantos años destinados a la edificación de bibliotecas, escuelas y librerías universitarias, para terminar desbarrancando en un mundo que instituye un punto de vista sobre todas las personas dispersando viralmente su propia auto-representación.
¿Cómo puede ser verosímil el propio punto de vista sobre uno mismo? En ese sentido, un mundo de emoticones y de selfies se vuelve un mundo en el que el trabajo de la lectura sencillamente pareciera dejar de existir. Es cierto que la última lección de Link tiene motivaciones biográficas, biológicas, etc. –el eterno profesor joven está ya próximo a su jubilación–. Pero puede que su retiro se deba también a causas más profundas.
“Sigan sin mí en un mundo de selfies y de emoticones, sobre todo si piensan que ese camino, que de seguro conduce al infierno, les parece transitable”. Dijo en la fría noche de junio el profesor de literatura quien, luego de haber tenido por largos años un blog súper popular, Linkillo, se ha abstenido hasta ahora de incursionar en las nuevas redes sociales. Aunque sí tiene, hay que decirlo, uno de los blogs más antiguos y más leídos de toda la Argentina: linkillo.blogspot.com (cosas mías).
Para Daniel Link, quien entre sus muchísimos libros también publicó uno con el título de, precisamente Clases. Literatura y disidencia (2005), la clase –escolar, universitaria– es el lugar de todos los intercambios. Sus clases, a lo largo de varias décadas, fueron un emporio de citas literarias y de reflexiones a partir y a través de ellas.
Frases del tipo “la náusea como un anonadamiento del mundo”, “los momentos de peligro”, “la guerra, la revolución”, “las formas de vida”, “cómo vivir juntos” y un largo etcétera, conformaron algo así como un misal de voces propias y entremezcladas. “Daniel nos ha enseñado a leer con las voces de quienes han leído antes”, había dicho el editor Diego Bentivegna un rato antes, en la presentación inaugural. Link hizo del cruce de territorios distantes toda una poética, un estilo.
Podía interrumpir una reflexión sobre La montaña mágica, de Thomas Mann, con una expresión del tipo: “¡Oh!, creo que hoy viene con la remera que uso para dormir”. Decía esas cosas en medio de una sala pletórica de estudiantes jóvenes, sosteniendo el voluminoso libro de Mann entre las manos pero, al mismo tiempo, señalando la impresión de la S de Súperman en la estampa de su pecho.
Docente, literato, autor de teatro, Súper Profesor. Link podía hilvanar una frase en latín al lado de una cita proferida por alguna diva de TV. Como de hecho, la noche del 25 de junio de 2024, lo volvió a hacer. Hacia el final de su clase, cuando amigos y colegas se acercaban para abrazar al amigo, al maestro, al profesor, Daniel Link volvió a tomar el micrófono para decir: “Como diría una gran pensadora argentina contemporánea, Mirtha Legrand: ‘A ustedes les debo todo. Pero yo les he dado mi vida’”.
Al instante, mientras un gran ramo de flores llegaba hasta el escenario, también lo hacía un grupo de estudiantes para acercar el obsequio de ocasión, ese que se da a profesores al terminar el curso. Al abrirse la bolsa de papel madera, allí apareció: ¿un pijama de Micky Mouse? El obsequio, para quien comprende el mensaje, fue algo así como decir: este uniforme de Super Docente de la calle Puán, es sólo suyo, y solo usted se lo puede llevar.
En los tempranos años 2000, Daniel Link fue uno de los primeros docentes de la Argentina en dar bibliografía a través de la plataforma Moodle. Como si la clase fuera también una fiesta, un bar. B de Bebida se llamaba incluso uno de los tópicos de su programa en el aula virtual. Así, entre lágrimas, serio, risueño, bromista, cordial, Daniel Link hacia el final de su clase tomó una copa y brindó. “En el último trago, nos vamos”.
Luego de eso vinieron las lágrimas, los abrazos. Cuando la algarabía se mezclaba y un dejo de nostalgia arreciaba, todavía Link tuvo ánimo para tomar el micrófono y decir algo más: “Perdón. ¿Preguntas?”.
El 2024 under, subalterno y cultural, probablemente sea recordado por la aparición de El último show, la película de José Luis García –que, tras 37 años de estar archivadas sin aparente sentido en una cinta VHS, recupera las imágenes del último recital de Luca Prodan antes de morir–. Y por ser el año en que Daniel Link dictó su última clase en la UBA.
Una cita de Roland Barthes contenida en su Lección Inaugural, acaso podría ser de utilidad para describir lo que allí pasó: “El profesor no tiene aquí otra actividad que la de investigar y hablar [...], soñar en voz alta su investigación. Privilegio enorme y casi injusto en el momento en que la enseñanza de las letras se halla desgarrada hasta la fatiga entre las presiones de la demanda tecnocrática y el deseo revolucionario de sus estudiantes.”
Puede parecer extraño, en el mundo actual, que una clase de literatura pueda transformarse en un acontecimiento intelectual. De hecho, de suceder, todo haría creer que se trata más bien de un malentendido. O de algún tipo de anacronismo que evoca otras épocas. Épocas de oro no solo de la literatura sino también de la teoría y de la crítica literaria. Es eso lo que aconteció una noche de junio de 2024 en Buenos Aires, en el barrio porteño de Caballito, en un reconocido edificio situado en la calle Puán.
(¡Gracias, Juan!)
Por Daniel Link para Perfil
Circula un extraordinario video que Martín Kohan realizó para UNA a propósito de los ataques que el sistema educativo viene recibiendo por parte del Poder Ejecutivo.
Martín se refiere a la aporía de considerar a la educación argentina actual bajo el signo del “adoctrinamiento”. Para que eso suceda, deberían existir figuras que no conocemos: un profesor de poder absoluto y un alumnado totalmente inerte que acepta a pie juntillas lo que se le dice. Ambas realidades son quimeras, por supuesto.
Yo agregaría una tercera objeción (a lo mejor estaba en el video completo de Martín, que está muy editado) a las sedicentes víctimas del “adoctrinamiento”. ¿Qué es una doctrina? Si acaso hablamos de teorías (que tienen hipótesis y conclusiones, que arriesgan tesis que aspiran a ser discutidas), sometemos a esas mismas teorías a una mirada crítica. En modo alguno adherimos a alguna “doctrina” ni esperamos que nuestras alumnas lo hagan.
“Doctrina” es un conjunto de proposiciones enseñadas como verdaderas (y por lo tanto inobjetables). Nosotras estimulamos la duda y la desconfianza. De hecho, mi mejor estímulo para la lectura es decir en la primera clase: “Yo puedo estar diciendo cualquier cosa sobre los textos. Por eso es imprescindible que ustedes lean previamente. Para que puedan controlar si lo que digo tiene algún asidero o es un invento para hacerlos fracasar en los parciales”.
¿En qué sentido puede ser dogmático Kafka, que quería que quemaran toda su obra? ¿En qué sentido lo sería Roland Barthes, que siempre se mantuvo alerta y distante contra la doxa (la opinión común) y contra la arrogancia de los discursos de victoria?
No transmitimos dogmas ni doctrinas, sobre todo porque sometemos la palabra y el discurso a su propia historicidad. Son los momentos históricos los que constituyen el contexto de enunciación de las teorías, proposiciones, hipótesis, mandatos, reparos, interrogaciones y condenas.
La semana pasada relacioné la gubernamentabilidad liberal con su irremediable destino: la revuelta. Por supuesto, no es una opinión mía ni tampoco una doctrina, sino que está fundada en el trabajo de archivo realizado por Foucault, en particular a partir de los textos de un fisiócrata francés llamado Abeille (1719-1807).
Un adoctrinador o lavador de cerebro es el que impone una idea sin considerar sus condiciones de de enunciabilidad o evaluar sus consecuencias. Una ley antidoctrinamiento, por ejemplo, es ella misma, doctrinaria. ¿Es que no ve la abejita que sostiene su reinado en dogmas espesos?
La cultura se la banca y la imaginación sobrevive a todo. Por eso la política es ahora destruir a las personas, como soporte material de la cultura y la imaginación. “Acabar con el gramscismo” no es una consigna filosófica sino biopolitica. Pero la gran tradición cultural latinoamericana es communalista antes de Gramsci y con prescindencia de él. ¿Qué harán con eso?
por Daniel Link para Perfil
La semana que viene participaré de un Coloquio que reunirá a una notable tribu de especialistas en Pedro Henríquez Ureña, el dominicano que dictó exactamente hace cien años, en la ciudad de la Plata, la conferencia “La utopía de América”.
La efemérides no tiene sólo que ver con el pasado sino, sobre todo, con el futuro, y es por eso que nos pareció oportuno atravesar los desgarramientos actuales de las sociedades americanas con una pregunta sobre el sentido de nuestro estar en el mundo (americano).
Las circunstancias han querido que yo tenga que hablar en nombre de un colectivo, la Cátedra Libre de Estudios Filológicos Latinoamericanos “Pedro Henríquez Ureña”, cuyas tareas coordino en la UBA, por encargo del Consejo Directivo y con el patrocinio del ya casi centenario Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”. Tan señeros nombres, a los que se suman los de quienes me acompañan en la empresa, me obliga a todas las precauciones del caso, porque no puedo expresar sólo mis propias convicciones sino las de un grupo que se está constituyendo en relación con acontecimientos como este Coloquio.
En las últimas semanas hemos estado conversando sobre una serie de principios (que proponemos semanalmente a la discusión general) que orienten nuestro trabajo, nuestro pensamiento, nuestra imaginación. Copio aquí algunos.
La Cátedra Libre de Estudios Filológicos Latinoamericanos “Pedro Henríquez Ureña” se propone recuperar los saberes sobre los lenguajes, los textos y los acontecimientos de discurso acumulados durante el largo ejercicio de la filología novomundana como fundamento de una expresión.
Entendemos “expresión” como un conjunto de gestos (verbales, corporales, raciales, tonales) que caracterizan no sólo un determinado uso de tradiciones lingüísticas y culturales heredadas sino, sobre todo, una posición ante el mundo y la posibilidad de imaginar una “comunidad de destino”.
Nos situamos más allá de las cruentas dialécticas históricas (centro/ periferia; local/ global; autóctono/ cosmopolita, liberal/ populista) a las que nuestra vida común fue sometida. La “expresión” no es sólo asunto poético sino, sobre todo, una perspectiva teórica y política, un lugar de enunciación y de construcción de saberes.
Si la filología es una “ciencia de la vida”, lo es también de lo comunitario o, para decirlo rápidamente, de los pueblos. Entendemos “pueblo” no tanto como un conjunto de vínculos reificados sino (repito) más bien como una “comunidad de destino”. La filología trabaja para ese pueblo que falta.
Como esa falta sucede en el contexto de unas convulsiones que asociamos con la globalización nos es necesario situarnos en el mundo para definir nuestro(s) “mundillo(s)”. Ningún sectarismo, ninguna aduana, ninguna frontera. Nuestro mundillo y el mundo, que son ambos contrarios a los afanes homogeneizadores de la globalización se definen por una línea punteada que deja que todo pase de un lado al otro, sin adentro o afuera definitivo y duradero.
Imaginar ha tomado siempre como objeto lo ausente, lo que no está, lo que podría estar o ser, lo que interpela nuestro deseo. Pensar se relaciona por lo general con lo existente, pero nos parece que estamos en las condiciones justas para pensar lo que todavía no ha existido y forzar nuestro propio pensamiento para levarlo a lo desconocido: a otros lugares, a otras formas de organización (económica, social, erótica) de la vida en común, a un tiempo que sólo puede existir después de una discontinuidad: el día después de mañana.
Un haz de pensamiento es sólo eso: un manojo de briznas de sentido que nos vienen como herencia de la tierra mezcladas con otras briznas que decidimos incorporar de un presente que, aunque hegemónico, no debe entenderse necesariamente como enemigo. La utopía americana, porque así se llama, no puede terminar nunca de constituirse del todo: es un proceso constituyente, orientado por una idea cierta del Bien.
Escuchen, decimos, la expresión de un pueblo en falta y que usa como vehículos diferentes lenguas y diferentes tecnologías (desde el relato hasta el twitt, que en español significa “gorjeo”).
Como nos interesa el canto (una canción de cuna o una melancolía del terruño) es que queremos recuperar los saberes filológicos para mejor describir lo que nace, lo que vive, lo que todavía palpita.
ENTREVISTA
Daniel Link. “Tenemos archivos muy importantes, pero en muchos casos no incorporan documentación de comunidades indígenas”
El investigador de la Universidad de Tres de Febrero destacó la importancia de los documentos para revelar los oculto y enfatizó la necesidad de contar con un acceso democrático a los materiales.
Por Horacio Raúl Campos para Página/12
-¿Qué temas se trataron en el Coloquio Internacional?
-Propusimos pensar las relaciones entre archivos y la democratización de prácticas y la recuperación de memorias e identidades comunitarias en un contexto altamente crítico y estimulante ligado con el proceso de digitalización de archivos.
(...)
por Daniel Link para Perfil
El humanismo (clásico o burgués) bien podría entenderse como una ficción epistolar: el ámbito definido por amigos que se escriben cartas. Incluso los libros podrían entenderse como una correspondencia lanzada al vacío: no te conozco todavía, pero he aquí lo que pienso.
Los estados modernos se definieron por el alcance de sus servicios postales (había Estado hasta donde podía llegar una notificación oficial: para la guerra, el pago de impuestos o la convocatoria ante la Ley).
En el caso de esas figuras fantasmáticas que llamamos “autor”, las cartas que escribieron nos son preciosas. La famosísima y muy mal comprendida “Carta alemana” de Samuel Beckett es una piedra de toque de su poética, organizada alrededor de la noción de “palabras inapropiadas” que allí se lee.
Hay cartas de amor, cartas de suicidas, cartas desde la trinchera, cartas públicas (Émile Zola, Rodolfo Walsh) cuya trascendencia política no disminuye con el tiempo.
Hay también cartas intelectuales, un género que parece haber desaparecido de nuestro horizonte, dominado por la necesaria banalidad de los intercambios conversacionales, la inmediatez del correo electrónico y la chatura argumentativa que arrastra a la justicia, a los medios de comunicación, a la política a niveles de brutalismo ya casi intolerables (lo estamos viendo en estos días).
Para los círculos filosóficos entre los antiguos romanos, escribir cartas implicaba, al mismo tiempo, ordenar las propias ideas y adoptar una forma de vida propia, una ética, una perspectiva para ver el mundo y actuar en él. Las correspondencias intelectuales modelaron, cuando existían, la posibilidad y la necesidad del rigor para decir, proponer, objetar, hacer.
Como todo eso parecía haberse perdido, hay que saludar el libro Las posesas, firmado por Albertina Carri y Esther Díaz y distribuido en estos días por Caja Negra, como un verdadero acontecimiento: recupera para nosotras, lectoras ávidas de una humanidad críticamente renovada, la posibilidad de acceder al registro de dos testigas de un presente que (como ellas) no terminamos de entender del todo.
El ejercicio que dio origen al libro constituye la primera parte: convocadas por Liliana Viola, Albertina y Esther debían escribirse diariamente correos sobre la memoria, para realizar luego una performance en el CCK en marzo de 2020. Como la pandemia se llevó todos los proyectos por delante, ese objetivo quedó reducido a su mínima expresión (un podcast, líbrennos la musas de tener que escucharlo) pero las corresponsales decidieron seguir escribiéndose, esta vez cada quince días. Es la segunda parte del libro, cuyo tema habrían de ser las pérdidas pero que bien pronto, gracias a la agudeza de Esther, se complica con las perdidas: ellas, perdidas en el tiempo que les tocó vivir, no dejan de interrogarlo y de buscar en los libros viejos y en las recopilaciones de cartas las claves para poder hacerlo.
Que se trata de un género olvidado se nota en los titubeos de la primera parte, donde nada termina de cuajar y las corresponsales (que no se conocían personalmente antes del encargo) tratan, sobre todo, de agradarse. De paso, un libro como Las posesas es sobre todo un desafío para el editor, porque al pasar del circuito de lo privado al de lo público, la correspondencia adquiere un doble destinatario y esa duplicidad debe ser conservada a toda costa, para que no incomode a la lectura. Muchas de las decisiones de Caja Negra son, en este punto, objetables. Por ejemplo: es casi imposible creer que Esther le diga a Albertina: “lo que dice Buñuel en Mi último suspiro, que es su autobiografía”. Esa cláusula aclaratoria denigra a la corresponsal que recibe la carta pero también al lector que, si está dispuesto a leer la correspondencia de dos nombres mayores del pensamiento argentino (en la filosofía, en el cine y la literatura) no ignora el nombre del siniestro "amigo" de García Lorca, ni sus obras.
Más allá de esos titubeos y esos deslices de edición (después de todo, son cosas que se aprenden) los intercambios que incluye Las posesas incluyen apuestas de pensamiento de gran aliento y, sobre todo en la segunda parte, una voluntad para ponerse en juego que sobrepasa con creces al simple comentario de las circunstancias. El libro no es una “obra” sino la condición de posibilidad de toda obra: asumir el riesgo de pensar.
Por Daniel Link para Perfil
Sigo a pocos columnistas: Jorge Fontevecchia y Beatriz Sarlo en Perfil, Horacio Verbitsky en El cohete a la luna, Ernesto Tenembaum en Infobae, Ignacio Zuleta en Clarín y Carlos Pagni en La Nación. Conozco bien sus diferencias, lo que me permite situarme a una justa distancia para disfrutar de sus columnas muy bien escritas y con mucha información que yo no tengo.
Carlos Pagni cerró su columna del pasado martes (una transcripción de un editorial televisivo) recordando que en 1924 Ortega y Gasset escribió: “En las revistas y libros de jóvenes que me llegan de la Argentina encuentro demasiado énfasis y poca precisión. Cómo confiar en gente enfática… nada urge tanto en Sudamérica como una general estrangulación del énfasis. Hay que ir a las cosas, hay que ir a las cosas sin más”.
En una reseña casi secreta de 1928 sobre los Seis ensayos en busca de nuestra expresión de Pedro Henríquez Ureña (reproducido en el último número de Chuy. Revista de estudios literarios latinoamericanos), Jorge Borges se detuvo en la misma advertencia de Ortega (esa superstición española), quien “en artículo reciente, recomienda a los jóvenes argentinos «estrangular el énfasis», que él ve como una falta nacional. Meses atrás, Eugenio d’Ors, al despedirse de Madrid el ágil escritor y acrisolado poeta mexicano Alfonso Reyes, lo llamaba «el que le tuerce el cuello a la exuberancia». Se trata de una simple noticia —por cierto, comentada con delicadeza después [por Pedro Henríquez Ureña]—, pero en cuya consideración quiero demorarme. Estrangular el énfasis, torcerle el cuello a la exuberancia...: la más barata dilucidación de esas feroces fórmulas es la de considerarlas variantes (hay otras palabras menos corteses) de la aconsejada por el Arte poética de Verlaine: «Toma a la elocuencia y retuércele el cuello»”.
“Otra, menos lenitiva y más honda, sería la de inferir que ni la estrangulación a que nos convida el deshumanizante profesor, ni la torsión de cuello, felicitada por el catalán en trance de griego, fueron sentidas como representaciones enfáticas por sus propagandistas. Esto, concede ironía reincidente a sus prescripciones. Desaconsejarnos el énfasis y abundar en él”.
El tema, como se ve, es muy previo al peronismo, en relación con cuyos últimos movimientos de tablero Pagni recuerda la cita de Ortega y Gasset (que no previó la República, ni la Guerra Civil, ni el franquismo). A Ortega le irritaba el “apresurado afán por reformar el Universo, la Sociedad, el Estado, la Universidad, todo lo de fuera, sin previa reforma y construcción de la intimidad”. Por supuesto, la Reforma universitaria del 18, uno de nuestros grandes orgullos, le habrá parecido un despropósito, porque “Todo el que incita a los jóvenes para que abandonen el sublime deporte cósmico que es la juventud y salgan de ella a ocuparse en las cosas llamadas «serias» —política, reforma del mundo— es, deliberada o indeliberadamente, dañino”. Un conservadurismo enfático de alguien, Ortega, que escribía como el culo.
Abre la tercera convocatoria del Premio Estímulo a la Escritura Todos los tiempos el tiempo
Hay cuatros premios de 350.000 pesos y un apoyo a la edición.
Se trata de un concurso para obras en desarrollo.
Convoca a escritores, guionistas, dramaturgos, historietistas e ilustradores de todo el país.
Por tercer año consecutivo, la Fundación Bunge y Born, Fundación Proa y el diario La Nación convocan a autores de 20 a 40 años de todo el país a participar en las cinco categorías de escritura propuestas: Narrativa, Narrativa breve, Guión, Dramaturgia y Narrativa Gráfica.
En las cuatro primeras categorías, el ganador recibirá un Premio Estímulo de $350.000 pesos. La decisión estará a cargo de un prestigioso Jurado compuesto por los escritores María Sonia Cristoff, Héctor Guyot, Mercedes Halfon y Daniel Link.
La convocatoria está abierta hasta el 20 de septiembre de 2022 inclusive, a través del sitio web todoslostiempos.org donde se encuentran las bases y condiciones.
En diciembre de 2022 se anunciarán las menciones y los premiados en cada categoría.
Revolución permanente
Por Daniel Link para Perfil
En su Lección inaugural en una de las más altas instituciones de enseñanza, Roland Barthes sostuvo, con una temeridad admirable, que “la lengua, como ejecución de todo lenguaje, no es ni reaccionaria ni progresista, es simplemente fascista, ya que el fascismo no consiste en impedir decir, sino en obligar a decir”.
Como es imposible escapar a ese poder omnívodo y al mismo tiempo gregario, Barthes propuso una única escapatoria: “hacer trampas con la lengua, hacerle trampas a la lengua” y hacía coincidir esta treta saludable, este magnífico engaño “que permite escuchar a la lengua fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje” con lo que se reconoce como literatura.
Entre nosotros, Santiago Kalinowski caracterizó los usos inclusivos del lenguaje como hechos retóricos y no lingüísticos y, en estos días, sostuvo que la intervención inclusiva afecta, en realidad, a cuatro o cinco palabras.
El lenguaje no es sólamente un sistema de signos, sino también un vehículo de expresividad. De ahí que las gramáticas tensivas pongan el acento en la subjetividad y en el acontecimiento de discurso. De modo que todo aquello (no importa qué: una “e”, una “i” o un plural supuestamente mal formado) que en el uso del lenguaje exprese un cierto desacuerdo en relación con el sistema categorial de la lengua, merece una escucha (si se quiere: una escucha crítica).
La reciente Resolución de CABA es desafortunada por varias razones: Tal como está formulada imposibilita la enseñanza bilingüe, tanto en lenguas de prestigio (inglés, francés) como en lenguas aborígenes (guaraní, por ejemplo). En lugar de fundamentar la decisión en una institución decadente y antipática como la R.A.E, pudo haber recurrido a los L.A.D (Language Acquisition Devices) según los cuales las lenguas se incorporan en principio por sus regularidades y legislar sólo para la primaria. Atribuir los pobres resultados en las pruebas de rendimiento escolar al uso en el aula de lenguaje inclusivo es, en el mejor de los casos, ingenuo y en el peor una estrategia para autoexculparse y pensar que salvado el escollo de la "e" o la "x" todo volverá a ser un paraíso sarmientino.
Si lo que se busca son las formas que, en la lengua, nos permitan enfrentar el heterosexismo, el patriarcado, la discriminación y la ignorancia de las nuevas identidades no binarias no se entiende por qué la escuela debería quedar al margen de esa busca.
Obligados a callarnos y a una lengua sin expresión (muerta), ¿cómo podríamos dar sentido a nuestro silencio?
Es lo peor que se ha visto en los escenarios latinoamericanos en los últimos veinte años. Lo más grave no es la afrenta a Shakespeare (que, sin embargo, es importante), sino al sistema de teatros públicos (del cual no se entiende por qué ha producido este desatino), a la audiencia (de la cual no se entiende por qué festeja el maltrato que recibe), a la imaginación política (de la cual la pieza ofrece sólamente una salida por la vía del fascismo). No tiene un solo rubro en el que no saque cero absoluto. Miento, en actuación, hay una sola persona (de entre 10) que actúa (se llama Malena Solda), así que ahí se lleva un 1. Es siniestra y penosa desde que empieza (usan micrófonos) hasta que termina y termina (lo que no es raro, teniendo en cuenta a la persona que encabeza la compañía) en un canto al fascismo: al final piden que el público clame "Viva el Rey" (?).
Quienes dicen los parlamentos no se saben la letra, se confunden los pronombres (las mujeres hacen de hombres y los hombres de mujeres), la escenografíal el vestuario y la puesta son penosas, el uso de videos y demás artilugios tecnológicos no tiene el menor sentido. La adaptación del texto es penosa, estúpida, reaccionaria.
Lo más triste, lo que más vergüenza da, es que a la obra le falta el brillo una estrella. La Sra. Casan nunca lo fue y no lo es: es apenas una persona opaca (cuando no sombría) que sólo puede decir "Soy la One" como para que alguien la siga en su delirio. Lo único que podemos agradecerle es que haya sabido parir a una verdadera estrella, Sofía Gala.
por Daniel Link para Perfil
En su clase magistral "Estado,Poder y Sociedad: la insatisfacción democrática", la vicepresidente nos dio algunas pistas para comprender el descalabro argentino y, naturalmente, nuestra insatisfacción ciudadana. Dejemos de lado los errores históricos de esa clase (que ignoró olímpicamente el parlamentarismo británico, cuyo origen se remonta a 1215 y que adquiere su forma más o menos definitiva en 1640) o los errores teóricos (el capitalismo no es sólo un régimen de producción de bienes y servicios sino, primariamente, un régimen de acumulación). Dejemos también de lado las disquisiciones jurídicas (que Roberto Gargarella ha contestado con precisión y elegancia en el diario La Nación) y, finalmente, los asuntos económicos (tan obvios como obtusos).
Me detengo en los asuntos lingüísticos, sobre los que tengo una formación y una inclinación precoz, y en la vía heideggeriana de la etimologías en la que pretendió incursionar la Sra. Fernández: “Debate. Pelea es nombre femenino. ¿Debate qué es? Masculino, el debate, la pelea. No creo en las casualidades para nada y menos con cierta gente y cierta prensa mucho menos. ¿Qué dice debate? Atiendan. Debate: nombre masculino”. El asunto sigue sin ton ni son hasta llegar a la toma de decisiones de base hormonal o neuronal, en una confusión irreparable entre género gramatical y género identitario (y sus predicados asociados). La Sra. Fernández borra 25 siglos de reflexión lingüística y ni el Cratilo de Platón queda en pie: ya no hay convenciones lingüísticas y los nombres de las cosas son el resultado de un complot. Que el debate sea un nombre masculino y la pelea un nombre femenino, se nos dice, no es casual.
El problema es que eso lo dice la misma persona que se reconoce como vicepresidenta y se recuerda como presidenta, rechazando la convención que permite sostener un nombre no marcado genéricamente: presidente, estudiante (¿o la Sra. Fernández se recordará como “estudianta”?), docente. He ahí la “e” en todo su esplendor gramatical y su corrección normativa, que hoy las disparatadas corrientes de revisionismo lingüístico pretenden imponer sin reflexión ni cautela (dicen que en la ciudad de La Plata extienden título de “Profesore”: ¿alguien reparó en que su diminutivo sería profesorete?).
Defiendo la conciencia crítica sobre el lenguaje (he diseñado un diccionario donde “sexista” es uno de los marcadores) y abogo por los usos inclusivos de la lengua. Pero cuando todo el sistema de nombres se desbarata por vocación retórica (“la munda” y “las cuerpas”) estamos ya no ante la lengua sino ante el poema, sobre el cual los juicios estéticos son necesarios. La impotencia y la paranoia son femeninos, el resentimiento y el cinismo son masculinos. Ninguna política lingüistica fundada en esos vicios puede conducir a otra cosa que la insatisfacción.
por Daniel Link para Perfil
Argentina tiene su propia filosofía, que en la mayoría de los casos cae en lo dogmático, con lo cual le cabe más bien el rótulo de dogmalogía. ¡Qué nos van a venir los griegos con dudas sobre el propio saber! ¡”Sólo sé que no sé nada”! ¡Andá a cagar! Ya lo dijo Fernández (adivinen cuál, si pueden): “Lo único que sé es que nosotros tenemos razón en lo que decimos”. ¡Qué nos van a venir los cartesianos con sus dudas metódicas! Ya lo dijo Aldo Rico, señores, señoras y señoris: “La duda es la jactancia de los intelectuales”. ¡Así no se llega a nada! ¿Y qué decir del realismo filosófico de aquel general peripatético que rescató la frase “la única verdad es la realidad” del corpus aristotélico? ¡Pero por favor, qué disparate! ¿Vamos a dejar que los seres y los entes tengan una existencia independiente del sujeto que los observa? No, no, no. Seamos idealistas, pero tampoco tanto. Sólo existen los contenidos mentales, pero como la mente es un misterio, a veces se manifiesta un contenido, a veces otro, contradictorio con el anterior. Acá es así. Si van a estar jodiendo con el archivo de los dichos previos es que no están entendiendo nada.
Fíjense con cuidado: no se dice “tenemos razón en lo que hacemos” (nuestras acciones son racionales) sino “en lo que decimos” (el que no dice lo mismo que yo, por lo tanto, se equivoca).
El próximo lunes habrá una convocatoria a un Gran Concilio que, como el de Éfeso, intentará acercar las posiciones de los nestorianos y los arrianos. ¿Qué dirá el Papa?
por Daniel Link para Perfil
Un amigo (un poeta) me pasa un poema de Roque Dalton, el gran salvadoreño que abrazó la causa comunista, que estuvo preso y fue expulsado de su país, que vivió en Chile, en Cuba, en la entonces Checoslovaquia, en México, que se peleó con la nomenclatura cultural cubana, y que murió asesinado en 1975 por sus compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo, que lo juzgaron culpable de agente de La Habana, de la CIA, del reformismo internacional y de indisciplina. Todavía no se conoce el paradero de sus huesos.
El poema de Dalton se llama “El idioma salvador” y es una larga retahila de palabras salvadoreñas con sus equivalentes españolas: “serpentina: cerveza. llorona: naranja. perico: aguacate. frailes: huevos. balastre: rancho carcelario. canción: carne. color: café. vasallos: plátanos. san fernando: panza de res. pólvora: arroz. chipopos: frijoles. coronel: pavo. mapin: pan. mora: gallina. sorias: tortillas. pañuza: agua. barniz: salsa, condimento o comida distinta que se agrega al rancho para mejorarlo. lucha libre: fritada de vísceras de buey. desperdicio de alambre: macarrones”.
Dedicado “A los miembros de la Academia Salvadoreña de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española”, dice que sólo hay una lengua redentora, la lengua materna (a la que, sin embargo, todo poeta quiere transformar en otra cosa). Y dice que la lengua materna no es una, y que no se trata de registrar meramente las variantes “dialectales” como desviaciones respecto de una hipotética norma culta sino de hacer pasar el cuerpo por esa lengua amasada por unos pueblos.
Tal vez sin saberlo, Roque Dalton se inscribe en una larga tradición filológica que luchó por la independencia lingüística, en busca de la expresión americana, contra la obsesión de los académicos por un lenguaje único y concentracionario y el odio hacia las diferencias. El bogotano Rufino José Cuervo sostuvo en 1881 que, como al dogma religioso, al lenguaje también lo acecha el cisma y por eso la diferencia debe ser destruida. Ese terror letrado y comercial (porque se trata de garantizar el comercio en un mercado que se imagina ya mundial) fue contestado en 1882 por el cubano Juan Ignacio de Armas, quien puso al español en la misma situación del latín: una lengua madre de la cual se desprenderían por lo menos cuatro idiomas americanos (con un aire de familia). “Buenos Aires”, sostuvo, “va actualmente por delante en la natural formación de un idioma propio”.
Por supuesto, Juan Ignacio fue tildado de extravagante (un poco, porque las etimologías que proponía lo son) y condenado al baúl de lo inservible como un antecedente de la dialectología hispanoamericana, que en su ya centenaria existencia no ha conseguido resolver el mapa lingüístico americano precisamente porque insiste en considerar al español de América una unidad con diferentes variantes. Incluso pese a que algunos investigadores (José Pedro Roma, por ejemplo) han subrayado que muchas veces una población usa un lenguaje ininteligible para profesores que viven a 50 kilómetros (tratándose además de dos comunidades monolingües).
Tal vez sea inútil desasociar el nombre del lenguaje que utilizamos del nombre de la Patria que nos ha tocado en suerte porque esa desasociación (ese desasosiego), como operación filológica, favorecería a quienes piensan la lengua como una materia prima en un paradigma colonial-extractivista.
Las academias de hoy contestan la lección de la Tierra, que se expresa en diferencias puras, y proponen descripciones pluricéntricas. Pero esa disparatada competencia entre lo contingente y lo eterno, entre lo universal y lo particular, entre lo global y lo local sigue desconsiderando la intensidad lingüística y el carácter expresivo del lenguaje que usamos, cuyo nombre ya no debería importarnos, así como no debería importarnos la sanción de quienes sueñan el sueño concentracionario de un español vaciado de toda diferencia.
A mí, por si acaso, hablame en criollo, con todas las intensidades y la expresividad del caso. Y si no llegamos a entendernos por medio de las palabras, siempre nos quedarán los gestos.