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jueves, 10 de junio de 2021

Metafísica de la presencia

 


jueves, 28 de noviembre de 2019

Preguntan si...

Enriqueta Muñiz, la otra investigadora y cronista fundamental detrás de Operación Masacre

Periodista, traductora y editora, Enriqueta Muñiz fue la compañera de Rodolfo Walsh en la investigación que derivó en "Operación masacre", obra que marcó un quiebre en la tradición literaria y en la historia argentina y, durante ese proceso, llevó un diario que su familia decidió publicar a más de 60 años del trabajo realizado para narrar los fusilamientos de José León Suárez.


por Emilia Racciatti para Telam

Con el título "Historia de una investigación. Operación masacre de Rodolfo Walsh: una revolución de periodismo (y amor)", el libro reproduce los manuscritos originales que Muñiz (Madrid, 1934-Buenos Aires, 2013) escribió en cuadernos de hojas cuadriculadas entre 1956 y 1957 mientras visitaban a los testigos, familiares de los sobrevivientes y recorrían las localidades de Florida, José León Suárez, Boulogne o Villa Ballester para reconstruir los hechos ocurridos la noche del 9 al 10 de junio de 1956.
El periodista Diego Igal conoció a Muñiz en 1993 cuando era estudiante y ella fue a dar una charla a Taller Escuela Agencia (TEA) en la materia Periodismo de investigación.
Más tarde quiso entrevistarla, le escribió un correo electrónico, fue hasta su departamento pero no logró encontrarla; en 2014 volvió a intentarlo y al llamar a la Academia Nacional de Periodismo, que ella había integrado, supo que había muerto.
Así empezó el vínculo con el hermano de Enriqueta y descubrió la existencia de esos cuadernos en los que están los diálogos, las descripciones y precisiones de días y horarios de esa investigación que su familia aceptó publicar.
"Las anotaciones de Walsh, la correspondencia, es todo un tesoro. Creo que es un rompecabezas al que sin duda le faltan muchas partes y cuya imagen completa no tenemos ni tendremos nunca", reflexiona Igal, en diálogo con Télam, sobre el libro publicado por Planeta en el que colaboró con la escritura de la introducción.
Sobre los textos en letra cursiva, perfectamente legible de Enriqueta, hay observaciones de Walsh que dan cuenta de la pasión, la ironía y el clima de esa investigación que para Igal es de "una intensidad que aún para cualquiera que esté afuera de ella resulta fuertísima. Los detalles, la intimidad, la relevancia y otros aspectos se insinúan o se pueden elucubrar a partir de estos documentos, pero la dimensión que tuvo quedó en ellos".
El escritor y ensayista Daniel Link, quien estudió y editó la obra periodística de Walsh, sostiene que en estos diarios "lo que se puede ver es el proceso de producción de un libro: la cantidad de personas involucradas, las idas y vueltas, los cambios de rumbo. O sea: permite devolverle a una obra (en este caso, ´Operación masacre´) una movilidad que la fijación en el canon tiende a neutralizar. El archivo permite mirar mejor lo que está vivo".
"El trabajo de Enriqueta con Walsh fue decisivo. Un poco por eso, Walsh le dedica el libro y dice, en los papeles que se publican ahora, que antes quema el libro que no dedicárselo. Eso es porque ningún libro y ninguna investigación son el producto de un ´genio´ individual, sino la feliz coincidencia de múltiples talentos", dice Link a Télam.
Después de la publicación de Operación Masacre, los caminos de Walsh y Muñiz se diferenciaron y ella realizó un recorrido profesional más cercano al periodismo cultural. Por ejemplo, trabajó en el equipo de comunicación del Festival Internacional de Mar del Plata donde conoció a Horacio Verbitsky, quien reconoce en esta publicación que le enseñó "cosas elementales del oficio".
Para Link, encargado del prólogo, "a diferencia de Walsh, Enriqueta permaneció ´no peronista´. Un poco por eso, no le gustaba pensar ese punto de inflexión que llevó a Walsh a lugares políticos que ella no compartía. Pero, al mismo tiempo, es evidente que este diario estaba destinado a ser publicado. Está escrito de corrido, limpiamente, como quien prepara un original a partir de anotaciones previas. Eso implica, claramente, un deseo de publicación. Haber guardado esos cuadernos, y todos los demás materiales, significa lo mismo".
En las casi 300 páginas que permiten al lector asomarse a una metodología de investigación, se pueden encontrar no solamente las notas de Muñiz sino también las cartas y poemas que le había escrito Walsh, los detalles de los caminos recorridos para publicar la obra y los posibles títulos con los que ensayaban: "Los fusilamientos de Suárez", "El Caso Livraga" o "Fusilados al amanecer". 







sábado, 20 de enero de 2018

Un hombre de conciencia


Un hombre de conciencia

por Daniel Link para Perfil

Patricia Walsh y yo sabíamos que, en algún momento, deberíamos explicar la página que, deliberadamente, incluimos en Ese hombre y otros papeles personales. Corresponde a una anotación que Rodolfo Walsh hace el domingo 19 de febrero de 1961, mecanografiada (aparentemente se trataba de tres folios, de los que falta el primero).
La semana pasada Guillermo Piro me mandó un correo electrónico alarmado, porque en Twitter se asociaban dos nombres de diferente categoría con abrumadora certeza: “Walsh, pedófilo”.
Me acordé inmediatamente de esa página que incorporamos al libro que recopila los restos de escritura que consiguieron salvarse del secuestro y el asesinato de Rodolfo Walsh.
El fragmento (destinado a ser literatura por un conjunto de marcas que así lo explicitan), se complementa con el cuento inconcluso, fechado el 6.3.65, “Adiós a La Habana”, también en el libro.
“Mi última noche en La Habana fue misteriosa. Me sobraban cincuenta pesos y me puse a pensar en Ziomara con su cintura tan fina y su rostro oscuro hierático”, escribe Walsh y .
cuenta haber concurrido al Music-Box, donde Ziomara no estaba. En su lugar, se pone a conversar con “Zoila Estrella”, una muchacha que “tenía 16 años y era muy bonita”. A ella no le gustaba ejercer la prostitución, pero su madre no podía darle cobijo porque trabajaba de criada. Sus seis hermanos tampoco le daban nada sino que, por el contrario le pedían. Walsh escribe: “Yo he leído estas cosas, pero igual era espantoso, y tenía muchas ganas de acostarme con ella”, con Soy la Estrella (así transcribe Walsh ese nombre inverosímil).
Ya en el hotel, Zoila confiesa que está embarazada. El narrador reflexiona: “Hay pensamientos de placer en la maldad, coger a una niña embarazada de 16 años, empujar hasta el fondo y sentirse un maldito, que se joda, jodámonos todos”.
Según el relato, naturalmente, no hay consumación del acto sexual, sino que el personaje “se cobra” los diez pesos que ha pagado “retándola, suavemente, como corresponde a un señor”. “Yo le daba consejos, tienes que ir a la Federación de Mujeres, tienen que atenderte, no puedes hacer más esto, te pones en peligro, comprometes al hombre que se acuesta contigo –eso no, dijo con orgullo–, y era un objeto de horror”.
“En la esquina le dije: «Si pudiera ayudarte, te ayudaría, pero no puedo darte más que un consejo, no hagas más esto»”. “«Usted es un hombre de conciencia», dijo, y me puso la mano en alguna parte del brazo y se fue, un objeto de horror”.
Lo que Walsh subraya en ese fragmento, que puede tener sustento biográfico o no, es precisamente el ser “un hombre de conciencia”. La frase se repite dos veces, sin mayor necesidad.
Lo que habría que discutir no es si Walsh fue un pedófilo (queda claro que, en este fragmento de escritura, que él no se acostó con la chica de 16 años embarazada sino que le indicó una salida diferente) sino si su conciencia del horror (es lo otro que se repite) era la adecuada para la circunstancia en la que el personaje se ve envuelto.
Me resulta difícil entender el odio y la ignorancia con la que ese texto ha sido manipulado para convertir a Walsh en algo que no fue. Basta con leer una sola página de su obra para entender lo que quiso decirnos.
Y sin embargo, las bestias, ciegas, escribieron “Rodolfo Walsh, asesino y pedófilo” en un monumento en La Plata en 2014 y, desde entonces la especie, falsa, malintencionada, psicótica, no ha cesado de multiplicarse sin que nadie lea la página que acabo de glosar.
En su papeles, Walsh cuenta varios encuentros con putas de La Habana, pero ninguno lo enfrenta a “un mundo que se cae” como éste que no se concreta, pese a los dictados del cuerpo, porque la conciencia manda.
Como editor de ese libro no esperaba algo semejante. Sí, por cierto, que se comprendiera que ese “hombre de conciencia” tuvo que convivir en Cuba con un cuerpo que le dictaba: “Me gustaría ir a Bahía y ser un negro. Trabajar con los negros y coger con las negras y aprender a cantar y a bailar”.
Que bufen los eunucos de la ultraderecha. Walsh, eso es un gran escritor, nos sigue interpelando. Eso sí: lean, che.



martes, 21 de marzo de 2017

Mostra



lunes, 20 de marzo de 2017

Rodolfo Walsh, a 40 años de su muerte

por Alejandro Duchini para LA GACETA

El 25 de marzo de 1977, un día después de hacer pública su Carta abierta a la Junta militar, fue emboscado y secuestrado por un grupo de tareas. Dejó algunos de los textos más influyentes de la literatura y el periodismo argentinos. Inventó un nuevo género, patentado años más tarde por Truman Capote. Los cruces entre ficción, no ficción y política en sus escritos generan abordajes muy distintos. Aquí repasamos el derrotero del autor y de su obra, con la opinión de algunos de los mayores especialistas.


(...)
“La primera vez que vi un libro de Walsh, paradójicamente, era un libro que yo estaba editando. Corría el año 1983, en Ediciones de la Flor, cuando Daniel Divinsky se aprestaba a reeditar toda la obra de Walsh, que estuvo prohibida durante la dictadura. Antes, sólo referencias vagas a Walsh y su Carta abierta me habían llegado. Pero sólo en 1983, como tantos otros jóvenes, pude leerlo. Y la casualidad quería que fuera ése mi primer trabajo de envergadura en el mundo editorial: supervisar la reedición de Operación masacre. Y luego los magistrales cuentos de Walsh, que conocí primero por la edición mexicana de su Obra literaria y luego por las reediciones que Ediciones de la Flor fue realizando. Por supuesto, en 1984 ya estaba enseñando los cuentos de Walsh en la Facultad de Filosofía y Letras. Mi segunda publicación importante fue un artículo sobre Walsh que me pidió Eduardo Rinesi en 1988 para Graffitti, la revista que dirigía en Rosario. De modo que me resultó lógico que hacia mediados de los 90, cuando ya había decidido abandonar un proyecto de doctorado organizado alrededor de la obra de Walsh, se me ofreciera la posibilidad de editar la obra periodística, y luego el Diario de Walsh. Un Diario de escritor. ¿Puede haber manjar más suculento? Pensaba en Kafka, pensaba en Thomas Mann, pensaba en Peter Handke, pensaba inclusive en Katherine Mansfield. Los demás especialistas en Rodolfo Walsh también habían notado la necesidad de establecer, palabra por palabra, una obra saqueada, mutilada y yo tenía ahora, ahí delante, los manuscritos del Diario de Walsh. ‘Es como el diario de un adicto, y esa adicción es la literatura’, dijo Ricardo Piglia cuando leyó la versión original”, recuerda a LA GACETA Daniel Link, quien al cierre de esta charla realizaba su Clase magistral Rodolfo Walsh: inteligencia de izquierda, en el marco del Ciclo de letras 2017, en el Centro Cultural San Martín. El encuentro fue uno de los tantos homenajes que se realizan este año en honor a Walsh. Entre otros, se destaca la Muestra Rodolfo Walsh en la Biblioteca Nacional, a partir del 28 de marzo.
(...)


 

miércoles, 22 de febrero de 2017

martes, 7 de julio de 2015

24 de marzo de 1977

Capturan en Brasil a un policía argentino acusado por el crimen de Rodolfo Walsh

Roberto Oscar González, de 64 años, era buscado por Interpol por la desaparición del periodista. Hace cuánto que vivía en ese país.



domingo, 11 de mayo de 2014

El antólogo solitario

Prólogo a Walsh, Rodolfo (comp.). Antología del cuento extraño. Buenos Aires, el cuenco de plata, 2014

por Daniel Link


Rodolfo Walsh había nacido en 1927. Desde sus 17 años, y hasta fines de 1950 trabajó en Hachette. Corrector de pruebas, traductor, editor de antologías (Diez cuentos policiales argentinos, 1953), autor premiado de esa casa (Variaciones en rojo, 1953, Premio Municipal de Literatura): nada de lo que tenía que ver con la producción material del libro le había sido ajeno.
En el verano de 1955, publicó en Leoplan (XXI: 493. Buenos Aires: 15/1/1955) “El misántropo” de J. D. Beresford y “El precio de la cabeza” de John Russell, como anticipos de la Antología del cuento fantástico que publicará Hachette al año siguiente con el título de Antología del cuento extraño.
1956 no es sólo el año de publicación de esta antología: es el encuentro de Walsh con el que será su destino literario y político. “Hay un fusilado que vive”, le dicen. “Yo quería ganar el Pulitzer”, recordaría él años más tarde, refiriéndose a Operación masacre, un libro que comienza siendo una serie de notas publicadas en Revolución nacional entre enero y marzo de ese año: el embrión de un libro monstruoso (ése es su mérito mayor) de tema siniestro que se va modificando edición tras edición.
Durante 1957 escribirá dos “obras” que considera mutuamente excluyentes: la segunda serie sobre los fusilamientos de José León Suárez, que publica en Mayoría, y las notas que seguirá entregando a Leoplán y que firma muchas veces con el seudónimo Daniel Hernández, su alter ego de Variaciones en rojo.


El texto completo, acá.



sábado, 3 de mayo de 2014

Walsh y lo siniestro

Por Daniel Link para Perfil

Tres veces junio, tres escenas: en la primera, unos amigos se reunen para leer historias de fantasmas. El resultado de ese encuentro es célebre: El vampiro, firmada por John Polidori, y Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley. Ante la grandeza inalcanzable del segundo título, Percy Shelley y el hospitalario y romántico Lord George Gordon Byron decidieron no revelar los manuscritos de sus tentativas. Era el 17 de junio de 1816.
En la segunda escena, unos amigos, Jorge Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, una noche de junio de 1937, “hablábamos de literatura fantástica, discutíamos los cuentos que nos parecían mejores; uno de nosotros dijo que si los reuniéramos y agregáramos los fragmentos del mismo carácter anotados en nuestros cuadernos, obtendríamos un buen libro”. Compusieron la Antología de la literatura fantástica, “reunión de los textos (...) que nos parecen mejores”, cuya primera edición se terminó de imprimir en 1940 como título inaugural de la Colección Laberinto que lanzaba la recién fundada Editorial Sudamericana, como mascarón de proa de una política editorial de largo aliento, (efecto, en algún sentido, de la guerra europea).
De la tercera escena sabemos poco: un solitario Rodolfo Walsh compone su Antología del cuento extraño, publicada en 1956 en Hachette, mucho más voluminosa que su predecesora pero con una cantidad considerablemente menor de textos.
Walsh vuelve, tal vez por última vez, a refugiarse en esos mundos de pesadilla que ha estado leyendo en los últimos dos años para terminar de pergeñar su antología, que ya no se llamará del cuento fantástico (como había sido anunciada en 1955), sino del cuento extraño, retomando una etiqueta bastante frecuente en las recopilaciones anglosajonas de literatura de género: The Queer Side of Things.
1956 no es sólo el año de publicación de esta antología: en junio de ese año, Walsh se encuentra con el que será su destino literario y político. “Hay un fusilado que vive”, le dicen. “Yo quería ganar el Pulitzer”, recordaría años más tarde, refiriéndose a Operación masacre, que comienza siendo una serie de notas publicadas en Revolución nacional, el embrión de un libro monstruoso (ése es su mérito mayor) de tema siniestro que se va modificando edición tras edición hasta llegar a su forma definitiva, al guion cinematográfico, a la historia.
En ese sentido, podría decirse que “un fusilado que vive” será el tipo de fantasma o de entidad siniestra que Walsh comenzará a urdir en el momento mismo en que entrega a la imprenta esta antología de 912 páginas y cuatro tomos que ahora la editorial el cuenco de plata vuelve a publicar, para nuestro beneficio.
Operación masacre nacionaliza los fantasmas y le pone nombres propios a lo siniestro. Al hacerlo, marca un territorio de operaciones para cualquier fantasmología y cambia la consideración histórica de la guerra.

domingo, 19 de mayo de 2013

1925-2013

por Daniel Link para Perfil

El 24 de marzo de 1977, como es sabido, Rodolfo Walsh (9 de enero de 1927 - 25 de marzo de 1977) distribuyó su célebre "Carta abierta a la Junta Militar", integrada por entonces por Jorge Rafael Videla (2 de agosto de 1925 - 17 de Mayo de 2013), Emilio Eduardo Massera (19 de octubre de 1925 - 8 de noviembre de 2010) y Orlando Ramón Agosti (22 de agosto de 1924 - 7 de octubre de 1997).

Si bien las fechas permiten deducir que los cuatro fueron estrictamente coetáneos, no fueron en rigor, contemporáneos y la muerte, esta semana, del último destinatario vivo de la Carta de Walsh (una de las obras maestras de la literatura política de todos los tiempos, incluidos Ciceron y Zola, a quienes Walsh usó como modelos), subraya ese anacronismo.

Desaparecido Walsh (o asesinado, ya no tiene sentido utilizar la figura jurídica funcional a aquellos tiempos oscuros de abandono de las categorías usuales de la ley), su voz, sin embargo, sigue interpelándonos ("el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aún si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas"), mientras que las voces de Agosti, Massera y Videla nos llega como un ruido amorfo de un pasado que creció como una marea tóxica para aniquilar la posibilidad de lo viviente en Argentina ("el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido").

No importa tanto habitar el mismo tiempo y el mismo espacio sino el modo en que se inscribe el propio cuerpo en relación con esas condiciones de existencia.

Y si es cierto que Walsh, por un lado, y los Comandantes, por el otro, eran cultores de la imaginación dialéctica, el escritor fue capaz de postular "nuevas formas" para imaginar la política en la Argentina, lo que, en la perspectiva de los Comandantes y en su más longeva figura, Jorge Rafael Videla, era un límite infranqueable para el pensamiento.

No, Walsh y los Comandantes no fueron contemporáneos, porque vivieron la Historia de manera tan distinta que hasta podría decirse que vivieron historias paralelas. El tiempo de Walsh estaba tensionado hacia el futuro, y por eso nos alcanza. El de los Comandantes era un puro memento funerario.

Ahora que todos los que formaron parte de aquel intercambio epistolar han desaparecido (Walsh, el primero, asesinado; los otros tres, de muerte natural) podría pensarse que han llegado a esa esfera "absoluta, intemporal, metafísica" a la que Walsh adscribía el método de tortura aplicado por al dictadura. Pero eso también será un error, porque el Más Allá se habita en la memoria de los otros, y tampoco en ese punto Walsh (asesinado) y los Comandantes (juzgados, castigados, devorados por su propia amargura) se ubicarán en el mismo plano de existencia virtual: Walsh vivirá siempre más, cada vez que intentemos entender las cosas que escribió para nosotros. Los otros serán ceniza y nada más, unos nombres que con el tiempo nadie recordará exactamente qué querían decir aunque al pronunciarlos, siempre, un susurro de muerte estremezca la tierra.

Con el tiempo, y con la administración de Justicia (que empezó con Alfonsín), "el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas" cederá. 
Los torturadores, los apropiadores, los asesinos y sus colaboradores irán muriendo poco a poco y su existencia y organización como secta conspirativa o asociación ilícita seguirá teniendo interés escolástico, e incluso pedagógico (en términos de una pedagogía de la catástrofe, del sostenimiento del Nunca Más).
Pero la progresiva extinción de esas formas del odio que sus vidas representaron nos obligarán, como quería Walsh, a pensar en "nuevas formas" de autopercepción. Que así sea.

martes, 28 de julio de 2009

La información al poder

Miércoles 5,12, 19,26 de Agosto 20hs,
Sala Batato Barea
Corrientes 2038
El Walsh de la investigación


El Rodolfo Walsh cuentista , el militante, el autor de no ficción, han recibido un amplio interés de la crítica. Pero los lectores de
Operación Masacre, El caso Satanowsky y ¿Quién mató a Rosendo? saben del método con que Walsh investigaba poco más de lo que el mismo permitía saber. Seguir las pistas de sus pistas, reconstruir sus paso a paso, investigar a Walsh es recoger sus enseñanzas, poner en manos de las nuevas generaciones, como seguramente él deseaba, los detalles de una práctica que lo llevó mucho más allá del periodismo. Es el objetivo de estas jornadas , imprescindibles para estudiantes de comunicación y periodismo, valiosas para los lectores de un género que, desde Facundo y Una excursión a los indios ranqueles, le ha dado un sello propio a la literatura argentina.

Proyección del video El Walsh de la investigación (realizado por Fabrizio Pérez sobre idea y entrevistas de María Moreno). Los sobrevivientes de la mítica Agencia ANCLA– Lila Pastoriza, Lucila Pagliai y Carlos Aznárez–, Lilia Ferreyra , Eduardo Jozami y Daniel Link testimonian sobre el exhaustivo trabajo de Walsh en generar
contrainformación.


miércoles, 17 de diciembre de 2008

Walshología

Operación masacre, el zarpazo antifascista de Rodolfo Walsh

Editada en España la obra cumbre del gran reportero y escritor argentino, 'desaparecido' por sicarios de la Junta Militar en 1977

por JOAQUÍN ESTEFANÍA para El País

viernes, 20 de abril de 2007

Se va la segunda



PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN


La primera vez que vi un libro de Walsh, paradójicamente, era un libro que yo estaba editando. Corría el año 1983, en Ediciones de la Flor, cuando Daniel Divinsky se aprestaba a reeditar toda la obra de Walsh, que estuvo prohibida durante la dictadura. Antes, sólo referencias vagas a Walsh y su "Carta abierta" me habían llegado. Pero sólo en 1983, como tantos otros jóvenes, pude leerlo. Y la casualidad quería que fuera ése mi primer trabajo de envergadura en el mundo editorial: supervisar la reedición de Operación masacre. Y luego los (magistrales) cuentos de Walsh, que conocí primero por la edición mexicana de su Obra literaria y luego por las reediciones que Ediciones de la Flor fue realizando. Por supuesto, en 1984 ya estaba enseñando los cuentos de Walsh en la Facultad de Filosofía y Letras. Mi segunda publicación importante fue un artículo sobre Walsh que me pidió Eduardo Rinesi en 1988 para Graffitti, la revista que dirigía en Rosario. De modo que me resultó "lógico" que hacia mediados de los noventa (cuando ya había decidido abandonar un proyecto de doctorado organizado alrededor de la obra de Walsh) se me ofreciera la posibilidad de editar la obra periodística, y luego el Diario de Walsh. Un Diario de escritor: ¿puede haber manjar más suculento (pensaba en Kafka, pensaba en Thomas Mann, pensaba en Peter Handke, pensaba inclusive en Katherine Mansfield)? Los demás especialistas en Rodolfo Walsh también habían notado la necesidad de establecer, palabra por palabra, una obra saqueada, mutilada y yo tenía ahora, ahí delante, los manuscritos del Diario de Walsh ("es como el diario de un adicto, y esa adicción es la literatura", dijo Ricardo Piglia cuando leyó la versión original). Fue temblar de felicidad y pecar de soberbia en el mismo movimiento.

Lo que yo no había entendido todavía es que la obra de un escritor (de un "escritor de verdad", como en este caso) nunca es palabra muerta: por eso es difícil (y peligroso) pretender apoderarse de la palabra de los escritores a los que amamos. Finalmente, pueden ser esas palabras -que nos consideramos con derecho a manipular- las que nos pongan en evidencia: "Que te pongan en su sitio/ las palabras", dice el poeta.

Cuando edité el Diario de Walsh cometí varios errores menores. Pero cometí, sobre todo, éste: pensé que era más importante un tributo a la memoria de los muertos (a la memoria de un gran escritor muerto) que el sentimiento de los vivos. Pensé que "la literatura" era una cosa separada de "la vida". Olvidé -¿hace falta decirlo?- un fundamento y una tensión constitutiva de la literatura de Walsh: que no hay separación posible entre la literatura y la vida.
Por supuesto, esperé con grandes expectativas la reedición de Ese hombre y otros papeles personales, y es otra vez Ediciones de la Flor la editorial que me da la posibilidad de revisar y corregir los errores que yo había prolijamente relevado. Si todavía sobreviven algunos, sigue siendo por mi torpeza, y no por otra cosa.
Los criterios de edición son los mismos de la edición anterior, con las siguientes salvedades: hemos procurado restablecer los nombres propios que en la primera edición aparecían designados con una inicial convencional y completamos la mayor cantidad de lagunas posibles; hemos tratado de reducir las notas al pie, eliminando algunas de las correcciones más triviales y aclarando en el cuerpo principal, entre corchetes [ ], algunos nombres propios y otras referencias.

La conversación con Ricardo Piglia de 1973 ha sido republicada en la nueva edición de Un oscuro día de justicia (Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2006), lo que ha permitido incorporar en este libro otros diálogos que no formaron parte de su primera edición y que ahora pueden incluirse entre estas páginas sin riesgo de abrumar al lector con repeticiones. Una extensa carta a Donald Yates de 1957, el relato autobiográfico "El 37" y una conversación con Miguel Briante y Carlos Tarsitano de 1972 constituyen el grueso de las adiciones.

En los últimos diez años, la obra de Rodolfo Walsh no ha dejado de crecer ni en cantidad (gracias a la publicación en libro de su obra dispersa o inédita) ni en calidad (gracias a la sostenida valoración por parte de la crítica y el público). Pero este libro que reúne sus papeles personales seguirá ocupando un lugar central para todos aquéllos interesados en los derroteros de la conciencia de un escritor cuya complejísima obra todavía hoy nos llama y nos convoca.

D. L.
General Rodríguez, enero de 2007

martes, 27 de marzo de 2007

Preguntan si...

Entrevista de Matías Capelli para Inrockuptibles, 111 (marzo 2007)

¿Qué podés adelantar de la reedición de Ese hombre y otros papeles personales, el diario de Rodolfo Walsh; tendrá alguna diferencia con la edición original?

Sí, tendrá diferencias. En principio, el tiempo transcurrido permitirá agregar algunos textos de los cuales no teníamos noticias. Pero lo más importante será la afinación del criterio de edición: la restitución de la mayor cantidad posible de nombres propios y el establecimiento de algunos fragmentos oscuros o ilegibles.

Entre las fisuras y tensiones más fuertes que atraviesan a la figura de Walsh está su relación con el peronismo (y después con Montoneros) y con la literatura. ¿Podrías contar un poco cómo se da ese recorrido en su diario?

Me parece que Eduardo Jozami, en su libro Rodolfo Walsh. La palabra y la acción, hace un análisis bien fino de ese proceso, desde el antiperonismo nacionalista de su juventud hasta el encuentro con Perón, su trabajo para CGT de los Argentinos y, luego, para Montoneros. Quedan claras, me parece, las aprensiones que el peronismo podía despertar en una figura como Walsh y, al mismo tiempo, el convencimiento (un dato de época) de que toda política de transformación social debía contemplar necesariamente algún tipo de relación con el peronismo (es decir, con sus bases, además de la dirigencia).

¿Se podría trazar una relación entre el alejamiento de Walsh del policial clásico, la pérdida de cierta ingenuidad política que lo termina acercando al peronismo y la escritura de la novela testimonial?

No sé si se trata de una pérdida de ingenuidad. En todo caso, fue una sensibilidad a la historia y a sus reclamos. En lo que a la literatura se refiere, la idea de la imposibilidad de la literatura tal cual había sido practicada hasta entonces (la “literatura burguesa”, para usar palabras de otro tiempo que el propio Walsh utiliza) estaba muy instalada en muchos intelectuales de la época.

¿Encontraste en el diario alguna otra fisura o contradicción fuerte que te haya llamado la atención?

Lo que recorre Ese hombre y otros papeles personales (que necesariamente debe considerarse como un conjunto parcial de textos) es la contradicción respecto de la literatura: querer escribir, no poder hacerlo; no querer escribir, necesitar hacerlo. Es, como señaló Ricardo Piglia, como el diario de un adicto cuya adicción fuera la literatura. También en esto Walsh se revela como muy moderno (muy sensible) en su tiempo y, también en esto, el hecho de que haga pasar esa contradicción aguda sobre el arte en las sociedades capitalistas a través de su propio cuerpo, nos interpela todavía.

Ya que en Walsh lo "público" terminó copando lo "privado" ¿hay lugar en su diario para alguna trivialidad, para otro tono?

No diría que lo “público” subsuma a lo “privado” (y, si así fuera, eso sucede aún en el caso de los escritores más “intimistas”), sino más bien que se trata de una articulación compleja entre lo público y lo privado, según la cual no se hace fácil diferenciar (tampoco es necesario) una cosa de la otra, porque esa separación es, en última instancia, el fundamento de las políticas burguesas de dominación.
De todos modos, el diario tiene también anotaciones que no se refieren propiamente a la política o a la escritura sino a esa resbaladiza zona que podemos llamar la “vida cotidiana”, desde el episodio cubano en el que Walsh cuenta su encuentro con una prostituta jovencícima hasta sus observaciones sobre el manejo de dinero. ¿Se trata de anotaciones que uno debe leer exclusivamente en el registro de lo privado? La verdad es que no lo sé…

En su libro, Jozami cuenta que poco tiempo antes de su muerte, Walsh venía planeando la posibilidad de escribir una novela. Un poco a partir de los últimos textos que escribió, otro poco abusando de la imaginación ¿vislumbrás algún rasgo de esa novela?

Bueno, sí, los materiales de esas ficciones últimas ("El tío Willy fue a la guerra" y "Juan se iba por el río") aparecen en el diario en reiteradas oportunidades. Pero es poco lo que se podría conjeturar al respecto con los escasos elementos a nuestro alcance.

domingo, 25 de marzo de 2007

Un escritor en el límite

Por Daniel Link para Radar

Ricardo Piglia comentó alguna vez que el Diario de Rodolfo Walsh se dejaba leer según la lógica de la adicción (y en el caso de Walsh el objeto de esa adicción sería la literatura).

La idea es brillante y tal vez su alcance no haya sido todavía comprendido: leemos y releemos los textos de Walsh (su Diario, sí, pero también el resto de su obra) y encontramos siempre ese deseo de abandonar la literatura -y la recaída (una y otra vez). Como para el adicto y el alcohólico, también hay para Walsh (quiero decir: para su literatura) una última vez que es en realidad una penúltima, porque siempre habrá otra después (la recaída).

Toda la obra de Walsh merecería ser leída en ese abismo que se abre entre el límite (la vez penúltima, la que se cree final pero que no lo es) y el umbral (la verdadera última vez, porque se abre a un paisaje totalmente nuevo). Límite y umbral: de esas fronteras, y tal vez de la imposibilidad de atravesarlas de parte a parte, Walsh se declaró testigo todo el tiempo (todo su tiempo), separando en esferas que pintaba con diferentes colores lo que, para nosotros es a todas luces una constelación novísima y definitiva en el firmamento.

Tal vez nos sea fácil pretender que, si no hubiera muerto, Walsh habría conseguido, finalmente, atravesar el umbral que estuvo buscando casi toda su vida, como el maniático que era (en su compulsión, fue el primero en reconocer el aire de maestra que se desprendía de su prolijísima letra, formada a fuerza de violencias corporales en la infancia). Pero, además de incomprobable, esa hipótesis es banal: porque parece sugerir que el malestar walshiano a propósito del fin de la literatura (del fin del arte) era apenas un episodio psicológico, y además porque no se entiende de ese modo que la grandeza de Walsh se mide precisamente en el modo en que se mantuvo en equilibrio en ese borde del infierno, en su incapacidad (que vivió con un dramatismo que no deja de asustarnos), sostenida, una vez más con tesón de maniático, para separar literatura, política y trabajo cotidiano.

Mucho más difícil que interpretar una pose es continuar un gesto, y sorprende que, todavía hoy, a treinta años de su desdichada desaparición, se sigan interpretando los dichos y los escritos de Walsh como si fueran poses congeladas en el pasado y no indicaciones para nuestro propio movimiento que deberíamos intentar seguir.

Pienso en la "Carta abierta la junta militar" (así se llama ese texto en los autógrafos que se conservan). Los archivistas y los historiadores podrán corregir con justicia cada uno de los datos que Walsh encuentra y transcribe para darle sentido al episodio más sombrío de la historia argentina. Pero no habrá un solo dato que, corregido, permita quitarle a ese texto decisivo de la modernidad occidental (comparable sólo al "Yo acuso" de Emile Zola) la fuerza que desde un comienzo tuvo para definir de un solo golpe lo que la dictadura era, fue (sus fundamentos, su modo de operar, su metafísica del mal y su carácter absolutamente suicida). Una vez constatada esa fuerza de discurso que hace treinta años fijó lo que todavía hoy estamos acostumbrados a sostener sin temor de estar equivocándonos (gracias a un juego complejo de potencias de la imaginación sobre las que sería reiterativo detenerse), de todos modos, para qué complacerse en una admiración sin consecuencias, detenerse, como quien contempla la estatua de un prócer, en la celebración de la pose de quien supo mostrarnos el goce constitutivo del estado de excepción, en vez de ensayar un movimiento consecuente con esa revelación.

Más importante todavía que la interpretación histórica que la "Carta" suministra es la pregunta que hace a sus lectores. Al sostener que la lucha a la que la "Carta" se refiere continuará, pero bajo nuevas formas, lo que postula Walsh como petitio, lo que la "Carta" plantea como pregunta a sus lectores, es cuáles serán esas nuevas formas de una lucha que no puede ni debe cesar.

Es en relación con esa pregunta que la actualidad de Walsh se mide (y que su último sueño se comprende mejor). De acuerdo, fue un gran escritor (imaginó formas de literatura en su época desconocidas); de acuerdo, fue un gran periodista (imaginó formas de periodismo en su época poco transitadas). Pero fue, además, un gran intelectual y lo fue precisamente por la gravedad de las preguntas que pudo plantearle a su tiempo (y, en consecuencia, al nuestro, que no ha conseguido todavía dejar de soñar la misma pesadilla).

En el mismo instante de peligro en el que Walsh entregaba la "Carta abierta a la junta militar", en otra parte, otros imaginaban una ética que proponía liberar la acción política de cualquier forma de paranoia unitaria y totalizante; abandonar el prejuicio de que hay que estar triste para ser militante, incluso si lo que se combate es abominable; soltar las amarras de las viejas categorías de lo negativo (la ley, el límite, la castración, la falta, la carencia) que el pensamiento occidental sacralizó durante tanto tiempo como formas de poder y modos de acceso a la realidad; en definitiva: no enamorarse del poder.

Se me dirá que es imposible saber si en esa dirección se habría dirigido Walsh si no se lo hubiera impedido una emboscada (de la que formaba parte la misma cita que lo llevó a la muerte). Sea. Al mismo tiempo, toda otra dirección no puede ser sino imaginaria y de lo que se trata, en todo caso, es de llevar la pregunta hasta sus últimas consecuencias, en todas las direcciones posibles, para poder decidir la respuesta que nos gustaría balbucear.

Abandonar el límite... abandonar la angustia por el límite... abandonar la busca desesperanzada de un umbral. Como ya lo habían insinuado otros: aunque encontremos ese umbral lo que es seguro es que la puerta permanecerá cerrada. No soñar el cielo, un más allá; sencillamente hacerlo, acá.

Si bien es cierto que difícilmente podría describirse a Walsh como un intelectual benjaminiano, le cuadra bien la sentencia de las Tesis de filosofía de la historia según la cual "articular históricamente el pasado no significa conocerlo «como verdaderamente ha sido» sino adueñarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un instante de peligro".

Si se relee con detenimiento la obra de Walsh se comprenderá que hay una unidad en la multiplicidad aparente que la constituye (¿pero, una vez más, hay manera de dar el salto de la multiplicidad a la unidad sin perderse en los laberintos de la angustia?): todos y cada uno de sus textos, desde los cuentos de Un kilo de oro y Los oficios terrestres hasta la "Carta abierta a la junta militar" -pasando, claro, por Operación masacre, Rosendo y las investigaciones etnográficas que publicó en las revistas de moda- llevan la marca del instante de peligro.

De hecho, sería hacer poca justicia para con la intensidad de una vida que no se privó de una extrema sensibilidad en relación con los vientos de la historia, fijar su sentido en el instante en el que la muerte golpeó su puerta. Ningún martirologio dice otra verdad que el triunfo irrefutable de la muerte. Mejor es pensar que la historia relampaguea en un instante de peligro en todos y en cada uno de los textos de Walsh (ésa es la luz que les reconocemos) y que es la capacidad para detectar esos instantes, y para imaginarlos como textos, lo que permite medir el tamaño de la esperanza walshiana.

El Mesías viene no sólo como Redentor, sino también como vencedor del Anticristo. Sólo tienen derecho a encender en el pasado la chispa de la esperanza aquellos traspasados por la idea de que ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence.