Llevo un par de horas con la canción que oyera en las voces de Lenine y Pedro Guerra hace unos años titulada "Miedo" y de una estrofa en concreto (o que yo recuerdo así): "tienen miedo de la gente, de la soledad, tienen miedo de huir y miedo de quedar, miedo de entregar, miedo de dar..."
Chateando el domingo con alguien que siento que puedo llamar "amigo", con el fin de salvar la timidez o de poner la distancia necesaria para o bien no saltarnos a la yugular figuradamente o bien... saltarnos a la yugular más o menos suavemente literalmente, llegué a la siguiente conclusión, que explico a continuación. En primer lugar, me di cuenta que a veces nos erigimos en jueces impertérritos y ajenos a los demás con el fin de salvaguardar no ya nuestros sentimientos, sino nuestras ideas sobre cómo tiene que ser la vida, cómo deben ser los demás. Es cierto que en esta ocasión, si yo había tomado esa actitud es porque había descubierto su falta de sinceridad respecto al tema sentimental: pareciera que me vendiera una determinada imagen de su vida mientras por otro lado vivía una experiencia que a mí me negaba. Era cierto que aquello ocurría pero también es cierto que yo no he querido esa experiencia que a me negaba a mí y no a otra persona. Me explico. Yo no he querido y sigo sin querer esa experiencia con él sin conocerle. Ésta sigue siendo mi postura aunque ahora la comprendo mejor y no juzgo, no quiero estar enfadada y que el enfado se acumule en mi cuerpo. Cada cual vive, hace y deshace de la forma que sabe, conoce y quiere. Por experiencia sé, a pesar de ser una persona bastante sincera, el precio y lo duro que es ser sincera, que es hablar con la verdad de uno porque no todo el mundo lo comprende, no todo el mundo lo acepta y a lo mejor queremos que alguien nos acepte... En ese caso, mis experiencias me han enseñado que nada mejor que ser uno mismo. Como una amiga tiene escrito como frase de cabecera "es mejor que nos odien por quienes somos que nos amen por lo que no somos". Ésa es mi postura. Creo que le he hecho entender que no quiero que tenga una actitud fingida o impostada: no sólo quiero que me conozca, también quiero conocerle.
En segundo lugar, me di cuenta lo difícil que a veces es sobreponerse al miedo que ciertas personas o sus actitudes puedan causar en nosotros o lo que nosotros creemos sentir o experimentar junto o por determinadas personas. A veces, yo he perdido a personas importantes en mi vida por no haber superado ese miedo. En el caso que me ocupa en esta exposición, yo he tenido miedo de que esa persona me importara o de que no me importara y fuera un reflejo de una incapacidad a amar y se convirtiera en otra cosa, que derivara en la marabunta de antaño. Miedo de confundir el amor, la amistad (que son libres) con la posesión o el sentimiento de estar con alguien, para alguien, por alguien. Pero siguiendo mi instinto, analizando qué siento, qué emociones se provocan en mí, sé que estoy cierta en la actitud que tengo, que estoy segura de mí misma, de estar haciendo lo que más me conviene, lo que realmente quiero hacer. Porque soy de naturaleza complaciente no digo que no fuera agradable compartir con alguien, incluso podría acostumbrarme pero es que no puedo negar mi condición ambiciosa en el amor: yo lo quiero todo, el deseo, la amistad, la confianza, la alegría, la emoción, la pasión, la complicidad... lo quiero todo y no me conformo con menos... por ahora. Tengo que reconocer que me encuentro en una fase distinta de mi vida, una fase más calmada con respecto a expectativas pero no exenta de cambios. Es más un momento de reafirmación, de confirmación del cambio experimentado, de ver que la filosofía que argüyo es la filosofía que vivo.
En tercer lugar, en esta historia ha habido un cambio que puede que haya sido el origen de un cierto temblor de las bases. No ha sido la primera vez que he tenido una historia con un amigo pero en esta ocasión, la historia (por denominarlo de alguna manera) ha sido anterior a la amistad (esta vez sincera y repleta de charlas sobre mi intimidad o experiencias) lo cual cambia ciertas perspectivas y plantea alguna que otra duda, a saber: ¿seremos capaz de construir una amistad después del acercamiento físico habido? ¿nos limitara el alejamiento acordado a mostrarnos tal como somos? Y, en ese caso, ¿adónde conducirá todo esto? ¿hasta qué punto la amistad podrá ser más fuerte que el egoísmo o el miedo?
En definitiva, veo miedos por doquier: miedo de hacer daño, de que nos hagan, miedo de entregarse, de recibir, de querer, de descubrir, de atreverse, de ser uno mismo, de preguntar y ser preguntado... Por encima de todo, está la intención (al menos sincera en mi caso, no estoy dentro de la otra persona) de seguir siendo yo misma y de conocerle y respetar su individualidad casi en el mismo grado como respeto la mía. Ya he tenido demasiadas faltas de respeto en mi vida como para querer una más, propia o ajena.
Yo a la vida sólo le pido suerte, valor, coraje y mucho amor propio día tras día. Un poquito de iluminación, voluntad y, sobre todo, generosidad que en estos días en que vivimos no vienen nada mal.