Nos hemos convertido en una raza de mirones. Lo que deberían hacer es salir de sus casas y mirarse hacia dentro para variar.

Día 1. Hace calor y encima tengo escayolada toda la pierna. Reposo y más reposo, y paciencia, me prescribió el médico. Y poca cosa más puedo hacer. Supongo que unas semanas sin trabajar pueden ayudarme a desconectar algo. Pero me aburro, no estoy acostumbrado a estar entre las cuatro paredes de este apartamento, que ahora se me antoja diminuto. Como estamos en plena ola de calor, las ventanas siempre están abiertas, como las de todos. Por ellas, veo todo el vecindario. Amas de casa haciendo sus faenas, chicos escuchando música, gente viendo la televisión. Rutina y rutina encerrada en sus casas. Y un par de tortolitos...
Día 2. El calor persiste. Después de un buen rato sin gran cosa que hacer, decido ver que hay de nuevo tras las ventanas de mis vecinos. La que ayer barría la casa, hoy hace la comida. Música alta en otro apartamento. Y el matrimonio de enfrente discute a gritos, aunque la atronadora potencia de la música ahoga sus palabras. Ella está metida en cama, igual que ayer. Debe estar enferma. Él llega al cuarto y comienza la trifulca. Ella ríe histérica, él golpea la cómoda del dormitorio. Se cruzan gestos y él sale dando un portazo como alma que lleva el diablo. Ella se lleva las manos a la cabeza en señal de dolor.
Día 3. La escena del matrimonio se repite con iguales consecuencias. Pasa algo en ese piso. Mientras alrededor, todo sigue igual. Duermo y como. Me aburro.
Día 4. ¿Dónde está ella? Ha desaparecido. Es extraño. ¿A dónde ha podido ir una mujer enferma? Quizá al hospital. Él se ve nervioso. Da vueltas por su casa, sin rumbo fijo. Y de repente, le veo envolver algo en papel de embalar. Parecen una sierra y un cuchillo grande, como de carnicero. No, no. No puede ser. Con ello hace un paquete que deja sobre la encimera de la cocina. Se marcha al salón. Apaga la luz pero sigue ahí. Veo el rojo incandescente de su cigarrillo. ¿Qué tipo de persona fuma a oscuras? Sólo un sospechoso.
Día 5. Su actividad se vuelve frenética. Ha traído cuerdas y está haciendo las maletas. Piensa dejar el piso porque lo ha empaquetado todo. Una vecina me ha chivado que su esposa se ha ido de viaje y que él se encontrará con ella más tarde debido a su trabajo. Bonita coartada. Sigue el trasiego. De repente coge un bolso de mujer. ¿Qué saca? Son joyas. Ninguna mujer se iría de viaje sin sus joyas. Se las guarda en el bolsillo del pantalón. No puedo llamar a la policía. No tengo pruebas.
Día 6. Habla por teléfono constantemente. Parece que alguien le espera. ¿Un cómplice quizá? Una empresa de transporte se ha llevado hoy un baúl grande de su casa. Voy a poner a prueba sus nervios con algo sencillo. Escribo una nota y la guardo en un sobre. Pido amablemente a una vecina que lo eche por debajo de su puerta. Cuando se da cuenta, abre el sobre y lee: ¿Qué has hecho con ella? Su cara se nubla en un instante. Mira hacia todos los lados sin saber quien se lo ha enviado. No puedo aguantar la excitación y casi tengo medio cuerpo fuera de mi ventana. No puedo perderme los detalles. Él se gira y me ve. Nuestras miradas se cruzan en un segundo eterno. Sale apresurado por la puerta. ¡Oh Dios mío! Creo que viene a mi casa...

Lo que se ve a través de una ventana puede ser espectacular. Arrasa con nuestra capacidad de discreción y activa toda nuestra curiosidad. Es como observar una obra de arte. Puede que la vida en sí de nuestros vecinos no sea demasiado interesante, pero el hecho de observar sin que lo sepa el que está siendo observado, es tremendamente atractivo. Dicen que sólo somos nosotros mismo en la soledad de nuestra casa, tal es el nivel de disfraz que usamos en nuestras relaciones con otras personas. Ver esa naturaleza real en la confianza de un hogar es el interés de espiar a través de una ventana. Desde que se estrenó La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954), las ventanas se han ido multiplicando. Si queremos estar al día, ya no basta el visor de la cámara que usaba L. B. Jefferies (James Stewart), ni la inocente sagacidad de Lisa C. Fremont (Grace Kelly). Es mucha la curiosidad que saciar y millones de ventanas se muestran a nuestro alrededor. Todo un gran vecindario global en el que hay misterios, matices, miserias y alegrías, nacimientos y por supuesto, sangre y muerte. Ni siquiera basta una vida para conocer todos los detalles de lo que pasa tras una ventana. Por mi parte, sigo espiando por la mía en busca de algo interesante que me saque de la rutina.