Colocó su taza en la pequeña mesa de mármol. Miró a la gente de fuera; parecían felices, reuniéndose en mitad de la calle, gritando, riendo, peleando por nada. Pero no podía sentir el sabor, no podía sentir. En el salón de té, entre las mesas y los parlanchines camareros, el terrible temor se apoderó de él… no podía sentir.
La señora Dalloway (Virginia Woolf, 1925)
Apenas se dio cuenta de cómo sucedió. Empezó como un resfriado. Comenzó a tener la nariz atascada. Tenían que ser olores muy fuertes para sentirlos. Pronto su olfato entró en una neblina. Todo le olía gris. El guiso de mediodía, la flores del parque, los contenedores de basura, la lluvia en el asfalto. Prefirió no asustarse, el olfato es un sentido animal, no me hace falta. Pero pronto, no necesitó la sal. Casi mejor, pensó, no es buena para la salud. Pero los alimentos se estaban convirtiendo en su boca en una especie de papilla insípida. Sentado en la barra de un bar, un día, pidió un café y le supo a corcho. Ni siquiera abrió el sobre de azúcar. Un líquido caliente irreconocible bajaba por su garganta, por eso dejó el café a medio tomar. Pensó en las ventajas de no querer comer y siguió su camino. A los pocos días, en su cuarto, echado en la cama, de repente escuchó un sonido agudo y tras él, un silencio. Abrumador. Operístico. No escuchaba la habitual cháchara de su vecina hablando por teléfono junto a la ventana, ni al perro que solía ladrar a lo lejos. No escuchaba el chisporroteo del fluorescente al encenderse. Empezó a preocuparse y nadie parecía saber que es lo que le estaba pasando. Quizá a nadie le importaba realmente. Un día conoció a una chica y sintió un vuelco al corazón, por fin, un sentimiento. Prometía ser una historia importante. Ella le sonreía y él le devolvía media sonrisa, para hacerse el interesante. No la oía, claro está, pero sabía que era ella. A los días, como imanes, las miradas se fueron acercando, los cuerpos le siguieron obedientes y los labios irremediablemente se unieron en un beso. No sintió nada. Era como si un trozo de carne se pegara a su boca. Cerró los ojos y se desmayó.