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sábado, 22 de marzo de 2025

Oberturas

 


      En la década de los 1980s los directores de escena operísticos introdujeron una costumbre que hoy en dia, si bien atenuada, todavía perdura: la de escenificar los fragmentos musicales que preceden al alzamiento del telón. Tales fragmentos se extienden ampliamente a lo largo de la cronología del género, desde la toccata inicial del mismísimo L'Orfeo monteverdiano hasta los homenajes a dicha pieza (en The Rake's Progress o Le Grand Macabre), pasando por introducciones barrocas y oberturas clásicas y románticas después reducidas a preludios y más tarde desaparecidas. El espacio que ocupan dichos fragmentos no es un espacio sinfónico abstracto como el que habitan las obras de la gran arquitectura musical tales como la Ofrenda Musical o las Variaciones Diabelli. Pero evidentemente tampoco es el espacio escénico en el que tiene lugar la acción dramática. Es un metaespacio subsidiario del espacio escénico pero diferente de él, aunque invita a visitarlo a continuación. Un poco como la cámara intermedia que se interpone entre el exterior y una sala aislada de la contaminación. Este metaespacio promete, introduce o resume una historia que después tiene lugar en el espacio escénico. No lo ocupan músicas literarias, como los poemas sinfónicos, sino músicas para-escénicas. Es un espacio muy sutil, a menudo mágico y siempre sugerente. Es un espacio para el recreo de la imaginación, que sugiere pero nunca connota. Es por eso que abrir el telón antes o durante su ejecución constituye un pecado artístico. Si el telón se abre para mostrar cómo Lohengrin asesina a Gottfried, como sucede en la recién estrenada versión de Katharina Wagner, el pecado lleva ribetes de la vulgaridad más provocativa...

sábado, 1 de octubre de 2016

Venenos


                        El teatro -como la cocaína, el alcohol, el trabajo, el sexo o la música- puede llegar a envenenar la sangre, como se dice popularmente. Y cuando uno está envenenado está, en mayor o menor medida, en brazos de la seducción y la adicción. Como toda plataforma a-racional, el teatro crea sus propios mitos, que a su vez configuran una constelación de ritos, dogmas y tabúes. El paso por un escenario –como por un estadio o una cancha deportiva- une a sus ocupantes como a los pasajeros de un crucero o un viaje aéreo transcontinental. La ejecución dramática, musical, coreográfica y cualquier otra (en determinados casos también la deportiva) supone un movimiento y gestión de energías psíquicas capaces de canalizar una correcta psicomotricidad y expresividad. Y ésta gestión no siempre viene dada de forma automática. Es más: cuanto más se discurre y se duda acerca de ella más elusiva se nos presenta. Como lo último que se desea antes de salir a un escenario es lastimar las emociones o impedir los flujos energéticos, los viajeros del escenario optan por recurrir a la magia y efectuar rituales de superstición que de alguna manera les hagan suponer que la gestión psíquica no está en sus manos sino que depende de algo tan simple como una acción ritual. De ahí también toda la retahíla de frases con que se bendice a alguien a punto de salir a escena que, por mucha explicación histórica que tengan, constituyen básicamente un ritual protector.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Mitopoiesis

 
                           Hoy se cumplen cincuenta años del asesinato de John Kennedy, hecho ampliamente comentado en la prensa, y aun seguido con más fervor que las noticias de actualidad. Incluso en la última semana se ha publicado una saga de las andanzas de JFK en su última semana de vida. Es un lugar común muy citado, en referencia al hecho, que todo el mundo se acuerda de qué estaba haciendo cuando oyó la noticia (en mi caso, a pesar de que solamente contaba con cinco años de edad, es absolutamente cierto; estaba haciendo un dibujo). ¿En qué se basa esta aura aparentemente inalterable con el tiempo? En la suma de dos efectos, diría: por un lado un magnicidio, perpetrado contra un personaje tenido por todopoderoso, y por otro el halo de misterio sobre la autoría, el móvil y las conspiraciones. ¿Cuál es la zona mental que se nutre de este tipo de temas? Pues la zona generadora/receptora de mitos, la estructura mitopoiética. Los mitos no son mentiras, ni cuentos (aunque los cuentos suelan ser mitos) ni exageraciones ni citas glamurosas. Los mitos establecen una comunicación con zonas arcaicas de nuestra mente a través de la simbología –un código inconsciente- . De igual manera que la evolución de la especie humana ha ido añadiendo sobre el cerebro tifónico-reptiliano el cerebro límbico-mamífero y el neocórtex humano, así esta última estructura física ha ido añadiendo formas de conocimiento de forma apilada y ha construido sobre la visión mágica del mundo la visión mítica y sobre ésta la visión mental-racional. Y aun más; de la misma manera que el córtex límbico no anula el cerebro reptiliano y el neocórtex no anula al cerebro límbico, nuestras formas mágicas y míticas de ver el mundo no quedan anuladas, sino que permanecen en una zona inconsciente que no manejamos a voluntad. Necesitamos nuestras dosis habituales de pensamientos mágico y mítico, aunque no seamos conscientes de ello. Ejemplos de pensamiento mágico los tenemos en las supersticiones, desde las numerologías que se manejan con los billetes de lotería hasta las presencias de gatos negros, desde los piercings y tatuajes hasta los graffiti que inundan las paredes. El pensamiento mágico incluso atraviesa sus límites más estrictos y se presenta disfrazado de racionalidad, como en nuestra extraña relación con utensilios (móviles; ordenadores) o nuestra propensión extrema a racionalizar y reducir analíticamente cualquier contingencia (cuando nos basamos de forma extrema en la racionalidad dejamos de pensar racionalmente y nos dejamos llevar inadvertidamente por la magia y el mito). Las estrellas del cine son un ejemplo clásico de pensamiento mítico. Los actores no son mitos, son personas de carne y hueso. Es nuestra relación con ellos la que está teñida de la esencia del mito. Les encontramos las mismas características que a los dioses del Olimpo, los héroes de las leyendas o los personajes de los cómics. La esencia del mito estriba en la bipolaridad, la reflexión especular de nuestras acciones. La identificación mágica implica fusión indiferenciada; la identificación mítica implica el reflejo en la imagen simbólica. La racionalidad acaba con la identificación y envía el mundo objetivo fuera de nosotros, a un realismo de mundo externo prefabricado en medio del cual nadamos y observamos. Pero hay conocimiento postracional que nos vuelve a hacer partícipes del proceso cognitivo, más allá de todo dualismo. No hace falta decir que necesitamos de la magia, del mito y de la razón para seguir progresando, de igual manera que necesitamos respirar, sentir emociones y pensar para poder ir más allá en nuestra evolución. Volviendo al 22 de noviembre de 1963, ese mismo día falleció en Los Ángeles Aldous Huxley, verdadero polímata que contribuyó con creces a la evolución del conocimiento humano. Un último detalle del alcance de la mitología: en 2010 se subastó el ataúd que había contenido los restos de LHOswald. Un mitómano pagó por él 87.000 $.

martes, 13 de noviembre de 2007

Cazadores



En las culturas primitivas los cazadores solían -suelen- efectuar una serie de acciones previas al acto de la caza propiamente dicho. Tales acciones -como la fijación pictórica de signos y animales ó ritos más complejos en los que participa la entera comunidad de cazadores- se inscriben en el contexto de la magia. Es decir, en la participación indiferenciada con la naturaleza y el grupo; lo que Jung -presa en parte de la falacia pre/trans- solía clasificar como union mystique. En estadios culturales más evolucionados las acciones mágicas han sido subsumidas por las acciones míticas primero y mentales posteriormente. Lo cual no significa en modo alguno que se hayan substituído sino que más bien los estadios más evolucionados, tras su despliegue, se han edificado sobre los más primitivos. La plasmación gráfica previa a la acción propiamente dicha también se efectúa en las sociedades más evolucionadas: Los planos que dibujan los arquitectos antes de iniciarse la construcción de un edificio; las estructuras que dibujan los químicos sintéticos antes de abordar la preparación de un nuevo compuesto; los croquis que dibujan los metteurs en scène antes de embarcarse en una nueva producción teatral y otros muchos ejemplos reflejan una operación mental, pero probablemente también una acción mágica -ésta a menudo inconsciente-. Y esta acción mágica subsumida, que se ha vuelto transparente para su protagonista, consteliza precisamente un deseo de llevar a cabo la acción propiamente dicha, independientemente del objeto de la acción. El componente mágico de las representaciones no conlleva un problema regresivo mientras no llegue a actuar como driver principal de la futura acción. Este caso representaría tanto peligro como la supresión de tal componente. El componente mágico/mítico desbocado puede llegar a generar acciones tan radicales como el terrorismo suicida. El componente mágico/mítico anulado puede dar lugar a una flatland de pensamiento único. Dos situaciones extremas por desgracia demasiado conocidas hoy en día.