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viernes, 29 de junio de 2007

Caridad


Retomando el final del hilo del anterior post, hay un tema que parece bastante relacionado con el de la igualdad por nacimiento –al menos, parece tener su origen también en la Ilustración- y es la de la conveniencia de la substitución de la idea de caridad por la de justicia social. Los que proclaman tal conveniencia dicen hallar bajo el epíteto caridad unas connotaciones demasiado teñidas de beatería, de deber ó de gracia más que de derecho y absolutamente dirigidas ó dirigibles. Algo de razón tienen. Pero el hecho es que, una vez más, se está cometiendo un error categorial al comparar ó excluir mutuamente dos conceptos muy diferentes. La caridad –que, ciertamente, está en la base de la mayor parte de las tradiciones religiosas no primitivas- supone un acto creativo volitivo realizado de forma personal ó colectiva y que consiste en la participación en mayor ó menor grado en un karma ajeno. La caridad supone, por tanto, una siquiera parcial identificación y también una renuncia. Pero esta identificación no es la de la bolsa amniótica, el caos primigenio ó la unión mágica. Es la identificación mental ó transmental. Por eso las tradiciones religiosas más modernas (taoísmo, budismo, cristianismo e islamismo) son las que más hablan de caridad (o compasión, término análogo), cada una coloreada por su entorno correspondiente. Podría pensarse también, hablando de manera alternativa, que la justicia social es el trasunto despersonalizado de la caridad, de la misma manera que las normas de seguridad lo son de la precaución ó las normas de convivencia lo son del civismo. Frente a una desgracia la justicia social podrá asegurar económicamente la situación –o incluso anímicamente, con asistencia psicológica, otra forma despersonalizada de acción-, pero la única manera de compartir, consolar, amar y dar esperanzas pasa por el ejercicio de la caridad.

lunes, 24 de abril de 2006

Karma


Cuando efectuamos un cruce de diferentes niveles conceptuales pueden aparecer cualidades que no existen exactamente como tales en ninguno de los dos niveles. Se trata de falsas emergencias que no se corresponden con ninguno de los dos niveles pero que aparecen cuando aplicamos conceptos de un nivel a objetos del otro. Por ejemplo, el concepto de destino (en sus variantes más diversas, desde la fatalidad de los griegos a la predestinación luterana) emerge de la aplicación de una intuición proveniente de estratos profundos de nuestra conciencia, a nuestro quehacer habitual. Esta intuición se halla entonces alimentada por ciertos datos empíricos que rompen radicalmente con el paradigma que inconscientemente aplicamos a este quehacer nuestro habitual. Siguiendo con el ejemplo anterior, el concepto de karma, que puede parecer paralelo al de destino, se halla perfectamente integrado en el seno del paradigma que lo engendró. El karma para el oriental no tiene nada que ver con el destino para el occidental. Se corresponde con la estructura profunda que antecede al tiempo. Ello también incluye las potencialidades, no solamente las realizaciones. No va asociado a inquietud, rebeldía ó deseo de huida –elementos situados dentro del tiempo- sino a camino ó desarrollo en el espacio/tiempo de una realidad más profunda que se incorpora así a nuestra conciencia, ampliándola.