La Traslación es el movimiento que nos lleva hacia un objetivo y que por concatenación nos hace recorrer un espacio de objetos. La Rotación es el movimiento que nos centra en nuestra interioridad y nos hace partícipes de la naturaleza de los procesos. La condena de la traslación es el eterno vagar errante por no hallar el objeto deseado; la condena de la rotación es el eterno girar sin encontrar el centro inmóvil. Los occidentales han buscado su cielo mediante la traslación; los orientales su nirvana mediante la rotación. El movimiento que se corresponde con la globalización es el de vibración, partícipe de los dos anteriores pero diferente a ellos. Resulta de la proyección unidimensional de la bidimensional rotación y da la sensación de traslación truncada, pero la Vibración es el movimiento de la resonancia, de la correspondencia, del símil, la participación, la respiración, el cosmos.
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sábado, 9 de julio de 2011
sábado, 5 de marzo de 2011
Camino central
lunes, 28 de febrero de 2011
Dinero
viernes, 28 de enero de 2011
Nuestra
Hace poco asistí a una discusión sobre el recurrente tema de la religión cristiana como base de la cultura occidental. Estoy plenamente de acuerdo con el enunciado (simplemente, ¡por definición histórica de cultura occidental!). En lo que discrepo es en el ámbito de aplicación de dicho enunciado. Cuando se alude a la “base de nuestra cultura” ya empiezo por cuestionar el alcance del posesivo “nuestra”. Por mucho que la canciller Merckel haya declarado que la interculturalidad haya fracasado en Alemania creo que se está refiriendo más a una situación social en un momento concreto que al aspecto integral de un proceso evolutivo. El alcance del posesivo “nuestra” depende enteramente del grado de evolución de quien emita tal adjetivo. Para un tanto por ciento elevado de personas “nuestra” se refiere al común denominador de “nación” (en el sentido de estado o no) y para un porcentaje resueltamente menor al de “ámbito cultural”. En ambos casos, eso sí, las fronteras de “nuestra” se definen operativamente a partir de la concepción de “vuestra”, entendiendo que “vuestra” hace referencia a un objeto de la misma clase pero del que el sujeto no forma parte. Conforme la barrera de la inclusión va avanzando –y, consecuentemente, el territorio excluido va retrocediendo- los conceptos se amplían al tiempo que las categorías se van desdibujando. Cuando “nuestra” alcanza toda la especie humana el mapa ya varía considerablemente, y todavía más cuando “nuestra” alcanza a todo ser vivo e incluso más allá. Desde esta perspectiva las religiones se nos presentan como base de los diferentes sistemas culturales y, como tales, válidas hasta cierto nivel de desarrollo. No es que más allá resulten falsas sino que la espiritualidad, en las fases transmodernas, se expresa necesariamente de otra manera consecuentemente más evolucionada. Y la transculturalidad, véalo como lo vea Merckel, es un proceso que está en marcha (de la misma manera que para buena parte de la juventud actual ya no existen las barreras intraeuropeas, otro ejemplo de evolución). Transculturalidad simplemente significa el interés por la ampliación de unos horizontes y nunca, como algunos creen, la comparación entre marcos de referencia, que inevitablemente llevará a la creación de luces y sus correspondientes sombras. Y la supuesta “fusión” no conduce, si está bien hecha, a la mera unión gris de todos los colores que parece buscar la postmodernidad, sino a la apertura de nuevas estructuras, a la creación de nuevos espacios.
viernes, 10 de septiembre de 2010
Motto
Una de las claves para la mínima aprehensión de las diferencias entre las mentalidades oriental y occidental pasa por la consideración sobre la naturaleza de la participación del yo, de la voluntad, sobre el ello, el entorno. De hecho, la presentación que estoy haciendo ya acusa fuertemente mi origen occidental, con su clara distinción entre el yo y el entorno, siendo el dualismo cartesiano uno de sus más clásicos exponentes. Hace pocos meses, durante un curso corporativo al principio del cual se pidió a los participantes que expusieran un motto que describiera su desenvolvimiento vital, improvisé, por convencimiento pero también por aportar una visión alternativa, una frase de claro regusto orientalizante: dejar que las cosas fluyan (frente al casi general “adelante a todo tren”). A todo el mundo le pareció muy bien, pero durante una pausa una joven participante se me acercó y me comentó que si todos adoptáramos esta actitud, no se lograría cambiar nada. En pocas palabras, pese a que aparentemente le gustaba mi filosofía (por chic, supongo), la pasividad que ella veía desprenderse de mi improvisado motto no se ajustaba a su visión. Le contesté con mucha cortesía que una cosa no tenía nada que ver con la otra. Más bien que los occidentales miran el televisor como si vieran la vida y que los orientales miran la vida como si vieran el televisor. Las dos aproximaciones son parciales y el verdadero camino está en la superación de ambas. Volviendo a mi sintético motto, dejar que las cosas fluyan es lo que dejamos de hacer desde el momento en que creamos compartimentos estancos para todos nuestros pensamientos, sean éstos impresiones, opiniones, recuerdos, referencias o (especialmente), deducciones. Y precisamente, en muchas ocasiones, la mejor manera de hacer que las cosas no acaben nunca de cambiar es impedir su flujo y trocarlo en una irreflexiva huída adelante a todo tren. Esto ya me pareció mucho más difícil de explicar a mi joven colega durante los cinco minutos que duró el descanso.
viernes, 20 de junio de 2008
Aproximación
En estos tiempos de ampliación de conciencia e integración que nos ha tocado vivir una asignatura que las sociedades deben forzosamente de trabajar es la del aprendizaje a través de lo que hasta hace poco les era ajeno. La cultura occidental no es mejor ni peor que la oriental, la musulmana ó la maorí. Es una aproximación diferente de las otras a la misma corriente; una forma de ver lo mismo desde una perspectiva histórico-vital diferente. Y las otras culturas son para ella un complemento, lo mismo que sucede visto desde la dirección contraria. Esta aproximación no tiene por que tener ribete teleológico alguno ni manifestarse como una alianza de civilizaciones. Las culturas, como las especies de la biosfera, van apareciendo, se van desarrollando y se van diferenciando. Pero llega un momento en que, debido tanto a la globalización como a la ampliación de conciencia como a la limitación espacial que nos impone el planeta, las culturas deben de complementarse dialécticamente. La civilización china y la europea, a pesar de haber estado en contacto durante siglos, siguen manteniendo posiciones opuestas en algunos puntos muy significativos. En caso de un naufragio, mientras los occidentales se preocupan de poner a salvo en primer lugar a los niños, los orientales lo hacen con las personas mayores. Son dos formas muy diferentes de intentar la perpetuación: los europeos aplican su instinto de conservación a la especie mientras que los chinos lo hacen a su tradición. En Europa nos parece muy raro que los chinos tengan tan poca consideración con los niños mientras que en China les parece muy raro que los europeos tengan tan poco respeto para con los mayores. La civilización europea, consecuentemente, ha sufrido más cambios a lo largo de su historia que la civilización china. Para los europeos –en épocas optimistas- lo bueno siempre está por llegar y lo que no haga yo lo hará mi hijo ó mi nieto. Para los chinos los hijos y nietos seguirán la senda de sus mayores. Europeos y chinos deberían reflexionar colectivamente y ampliar su campo de visión. Todos saldrán ganando.
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