Cuando hacemos servir la palabra progreso sin un claro contexto que la delimite (normalmente en mayúscula: Progreso) o también con un epíteto que la generalice (como Progreso Humano) vienen a nuestra mente, en primera instancia, muchos logros tecnológicos que hacen la vida aparentemente más cómoda pero a la vez le dan un aire más amenazador. Hemos logrado multiplicar las cosechas (para luego tirar buena parte de la comida que producimos) a costa de envenenar los campos. Tenemos una gran capacidad de viajar rápidamente a cualquier sitio a costa de envenenar el aire. Producimos plástico suficiente para embalsamar toda la Tierra a costa de envenenar los mares. Hemos desarrollado la medicina hasta límites insospechados hace unas décadas a costa de provocar largas agonías. Pero el Progreso no es eso. Se refiere más bien a la evolución global atendiendo a todos los parámetros que rodean nuestra existencia, desde el desarrollo del sentido moral hasta el de la mente, desde el desarrollo material y tecnológico hasta el espiritual y artístico. El progreso tecnológico desequilibrado respecto a los otros desarrollos es especialmente peligroso (como la posesión de armas nucleares por parte de un integrista). Solamente cuando equilibramos armónicamente las evoluciones de todos los aspectos podremos escapar de las formas más insidiosas de la falacia pre-trans que aparecen perfectamente epitomizadas en el impresionante dibujo que acompaña este comentario.
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martes, 17 de mayo de 2011
domingo, 3 de abril de 2011
Insatisfacción
Muy relacionado con el síndrome de falta de dinero de que hablaba hace poco, y ampliando el término, tenemos uno de los grandes males que nos aquejan en la actualidad: la insatisfacción. La insatisfacción es un síndrome con múltiples derivaciones y lecturas, pero su origen cabe buscarlo en una reacción inmadura hacia nuestro entorno inmediato. La insatisfacción estaría así relacionada con la dinámica de la insaciabilidad de nuestras apetencias. Y son precisamente las posesiones materiales las que más proclives son a generar este tipo de síndrome. Una vez alcanzado un deseo de posesión, se genera casi automáticamente uno nuevo de tamaño mayor. Y el ciclo solo termina ante la imposibilidad de perpetuar el crecimiento del animal (con lo que a la insatisfacción se mezcla la frustración, otro síndrome muy contemporáneo) ó con la asunción de que hay que evitar los excesos tanto en insatisfacciones como en satisfacciones (es decir, con la –siquiera parcial- iluminación, o como sucede en el cuento del cazador de osos, con la percepción de que quizás lo que deseamos es algo que nunca hubiésemos imaginado). Huelga decir que en nuestro entorno social la presión hacia el consumo y la satisfacción de necesidades, cuyo origen hay que buscar, en la mayoría de los casos, en las campañas de marketing, es fabulosa. Y cuanto menos maduro sea un individuo, más fácilmente cabe generar en él un tipo de insatisfacción que lo aboque directamente al consumo de bienes. Pero también hay otros tipos más evolucionados de insatisfacción; así la insatisfacción del creador frente a su obra (no solamente me refiero a los artistas creadores ó intérpretes sino también al hijo de vecino que realiza un proyecto cualquiera, desde pintar una pared de casa hasta correr una maratón). El driver de tal insatisfacción es, sin duda, el deseo de perfección, o cuando menos de superación. En todo caso es una insatisfacción positiva porque está acoplada con el esfuerzo y, como tal, posee un freno natural (al contrario que la insatisfacción del consumista).
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