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domingo, 19 de mayo de 2024

Op 90

                     Una de entre las muchas características excepcionales que encierran las 32 sonatas pianísticas de Beethoven es que cada una de ellas plantea un problema técnico, interpretativo, un planteamiento o un discurso diferentes. Beethoven parecía no querer repetirse nunca y así solía agotar con cada obra toda una serie de posibilidades embrionarias. Los últimos compases de la sonata op 90 muestran una auténtica ruptura de la cuarta pared, hecho bastante extraordinario cuando se trata de una obra desprovista de discurso dramático, como sí puede suceder en el escenario teatral o la pantalla cinematográfica. Cuando, tras la séptima aparición del tema de rondó, la música evoluciona hacia otros derroteros (compás 265 del segundo movimiento) que parecen conducir al final de la pieza, el tema aparece, ahora sí, por última vez, y parece diluirse en un ritardando. El compositor toma distancia respecto a la obra y en los extraordinarios ocho últimos compases parece contemplar la pieza que ya se ha acabado como un pintor o un escultor retroceden unos pasos para observar la obra que están creando con una distancia más abarcadora. Este salirse de la obra sin, de hecho, abandonarla, me sugiere metaposiciones y autorreferencias cuya riqueza se une a los tesoros orgánico-estructurales que la paleta del compositor ya luce y domina habitualmente. La obra acaba saliendo de puntillas por la puerta de atrás.




 

sábado, 4 de febrero de 2023

Seguimos!

 













                                        Se hace extremadamente difícil mantener con cierta dignidad el interés a lo largo de diecisiete años de blog. Uno tiene que evolucionar constantemente -no a velocidad uniforme, sino a trompicones, de acuerdo con las características de cada período (o microperíodo) que le toca ir viviendo-. Hace diecisiete años uno mantenía con cierto candor que las cosas irían hacia una dirección. Ahora sigo manteniéndolo, pero sin candor. Sigo creyendo que las cosas tienden de forma natural a ir en cierta dirección, aunque el correspondiente período se dilata y alarga en el tiempo. Quizá por eso he hablado tanto de la Postmodernidad: he intentado retratar nuestra época (o nuestra ‘no-época’) para objetivizarla y poderla relativizar. Con lo que no contaba hace diecisiete años era con la involución que haría posible que nuestra especie, tan capaz de cosas buenas, bellas y verdaderas, fuera tan proclive a ceder a las tentaciones de caer en lo malo, feo y falso. Si, si, ya lo sé. Estas categorías necesitan de un paradigma con sus correspondientes coordenadas para ser valorados, medidos y registrados, y lo que nos pasa es que ahora prescindimos de ellos (bien, creemos prescindir de ellos) con lo que quedamos literalmente sumergidos en la relatividad. A lo largo del blog no he pretendido otra cosa que intentar compensar la falta de coordenadas absolutas con la medición de las coordenadas relativas por comparación (aunque ya sé que esta operación tiene un punto de falaz: las coordenadas relativas no se sostinen solas en el aire…). A pesar de todo quiero mantener las buenas costumbres y desear ciertamente un poco tarde- a algún lector despistado que todavía llegue hasta aquí un feliz año 2023 con alguna recomendación musical (si no existiera tal lector también podría dirigirme a mí mismo los buenos augurios). En esta ocasión he seleccionado obras jóvenes pero que considero de suficiente valía:

Bryn Harrison (1969- ): First light (2018)

Tristan Murail (1947- ): Le rossignol en amour (2019)

Unsuk Chin (1961- ): Violin concerto num 2 (2021)

Ramón Humet (1968- ): Alabastre num 1 (2021)

Essa-Pekka Salonen (1958- ): Cello Concerto (2017)


BON ANY!!

sábado, 25 de junio de 2016

Contingencias

                       
                         Hace 2300 años Aristóteles dijo que “todo efecto es precedido por una causa”, que “el todo es la suma de las partes” y que “O bien un enunciado o bien su negación son necesariamente ciertos”. Basta cerrar un bucle sobre un sistema o autorreferenciarlo para hacer que estas verdades supuestamente necesarias, absolutas  y generales se hagan contingentes, relativas y parciales. Así, las estrellas –un clásico sistema disipativo- mantienen vivo su horno de fusión nuclear porque las temperaturas en su interior son lo suficientemente elevadas, y lo son porque contienen un proceso de fusión nuclear. Una célula tiene una propiedad muy concreta –la vida- que no poseen sus partes, ya que las moléculas no están vivas. La vida es el resultado emergente de la complejidad. Al cretense de la paradoja, que afirma que todos los cretenses son unos mentirosos, no se le puede aplicar el principio del tercio excluso: su afirmación no es ni cierta ni falsa. Y es así, a través de la relativización de afirmaciones pletóricas,  como evoluciona el mundo y la historia va atravesando diferentes épocas. Y lo verdaderamente importante es que estas épocas se sucedan. El espejismo postmodernista del fin de la historia (versión Fukuyama o cualquier otra) es necesariamente falaz. Y esta falacia nos acompaña actualmente en todo momento. Este espejismo nos sitúa en un contexto de visión absoluta a-referencial para el que las diferentes visiones son constructos que se añaden sobre un fondo vacío. Y nosotros estamos continuamente empeñados en racionalizar al máximo el constructo nuestro de cada día. 

viernes, 14 de noviembre de 2014

D


                       Esta es la entrada del blog que hace la número quinientos. Es por ello que me permito hoy hacer alguna reflexión en torno a él, concretamente el por qué de su título. La Postmodernidad, importante etapa crítica para con la Modernidad pero incapaz, por otra parte, de autoreconocerse como una parte integrante de ella y más concretamente de su decrepitud, establece la no existencia de metaespacios que puedan hacer de puente interparadigmático. Además, la postmodernidad (y he ahí su trazo característicamente narcisista) reconoce los diferentes paradigmas como intercambiables a capricho personal. De esta manera se habría llegado a un punto de aprehensión prístina de cualquier realidad, que se manejaría a placer personal de cada uno, ya que cualquier visión es perfectamente posible y autocreada. La postmodernidad, por tanto, quiere representarse a sí misma como el final de la historia, el desvelamiento del último telón de fondo que ya no puede caer puesto que hemos llegado a la (inexistente) pared posterior del escenario. Y esta pared nos dice que no pueden haber verdades absolutas, que todo es relativo. La visión evolucionista añade que aunque no haya verdades absolutas, existe un grado de holoarquía y de relatividad entre las verdades relativas. Y el juego de la caída de los telones de fondo puede aún continuar (derribando la pared posterior del escenario, que nos revelará a su vez otra pared más profunda). Lo de metacorner expresa esta voluntad de relativismo holoárquico. Por mucho que no puedan existir narrativas comunes entre las diferentes visiones, sí que pueden existir narraciones-puente entre algunas de ellas que se hallen en determinada configuración relativa holoárquica. Lo de transcliché es más evidente. Para navegar entre los metaespacios se hace del todo necesario el proveerse –o más bien, desproveerse, en este caso-, de cierto equipaje. Nuestro entorno diario nos ofrece una dualidad que a veces se hace absolutamente insoportable. Por un lado nos regala cada vez más posibilidades de abstracción, de comunicación, de información, de alcance, mientras que por otro nos reduce cada vez más a visiones superficiales, alienantes, cosificadoras y manipulativas. Necesitamos percatarnos de esta tendencia automultiplicativa hacia el cliché y abandonar sus caminos trillados. Transcliché Metacorner, por tanto, parte de una decidida voluntad de desafiar la visión habitual de las cosas, visión que tanto se replica en los medios y por otro lado quiere, de alguna manera, alinearse con lo que podríamos llamar las estructuras de la Trans-Modernidad. Ahí es nada!...

martes, 8 de junio de 2010

Pausa




Me gustaría celebrar la entrada número 300 de este vomitorio público que es transcliché metacorner con algo especial. Algo que haga referencia a la propia etiología del blog. Como en las manchas del test de Rorschach ó en la observación de la forma de las nubes, cada uno ve el mundo según su idiosincrasia. Y, consecuentemente, proyecta su mundo interior inconsciente en tales observaciones. Esto es sano siempre y cuando esta proyección revele al sujeto proyectante algo acerca de su naturaleza. Cuando la propia proyección permanece inconsciente solo puede servir para amargar al proyectante y a su entorno. Creo firmemente que cuanto más intentes agarrar un pensamiento, una situación, un objetivo, más se te escapa éste. La única manera de mantenerlo presente es flirtear ligeramente con él, sin forzar la situación. Solamente cuando todo fluye libremente tiene lugar la catarsis. Y este fluir libremente no es otra cosa que la vida misma. Es la idea central de Otto e mezzo, film que adoro y al que ya me he referido aquí en muchas ocasiones: cuando se deja de intelectualizar todo lo que te rodea es cuando aparece la vida y el gran tapón se deshace como por arte de magia. Entonces, se me dirá, ¿por qué no vives la vida y te dejas de masturbaciones mentales? Porque intento flirtear ligeramente con ella y sus aspectos menos evidentes, porque me gustan las vías de pensamiento alternativo y porque vivo a menudo con más plenitud mi vida interior que la externa. Pero ¡basta de confesiones y volvamos ya al trabajo!