Una de entre las muchas características excepcionales que encierran las 32 sonatas pianísticas de Beethoven es que cada una de ellas plantea un problema técnico, interpretativo, un planteamiento o un discurso diferentes. Beethoven parecía no querer repetirse nunca y así solía agotar con cada obra toda una serie de posibilidades embrionarias. Los últimos compases de la sonata op 90 muestran una auténtica ruptura de la cuarta pared, hecho bastante extraordinario cuando se trata de una obra desprovista de discurso dramático, como sí puede suceder en el escenario teatral o la pantalla cinematográfica. Cuando, tras la séptima aparición del tema de rondó, la música evoluciona hacia otros derroteros (compás 265 del segundo movimiento) que parecen conducir al final de la pieza, el tema aparece, ahora sí, por última vez, y parece diluirse en un ritardando. El compositor toma distancia respecto a la obra y en los extraordinarios ocho últimos compases parece contemplar la pieza que ya se ha acabado como un pintor o un escultor retroceden unos pasos para observar la obra que están creando con una distancia más abarcadora. Este salirse de la obra sin, de hecho, abandonarla, me sugiere metaposiciones y autorreferencias cuya riqueza se une a los tesoros orgánico-estructurales que la paleta del compositor ya luce y domina habitualmente. La obra acaba saliendo de puntillas por la puerta de atrás.
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domingo, 19 de mayo de 2024
sábado, 4 de febrero de 2023
Seguimos!
Se hace extremadamente difícil mantener con cierta dignidad el interés a lo largo de diecisiete años de blog. Uno tiene que evolucionar constantemente -no a velocidad uniforme, sino a trompicones, de acuerdo con las características de cada período (o microperíodo) que le toca ir viviendo-. Hace diecisiete años uno mantenía con cierto candor que las cosas irían hacia una dirección. Ahora sigo manteniéndolo, pero sin candor. Sigo creyendo que las cosas tienden de forma natural a ir en cierta dirección, aunque el correspondiente período se dilata y alarga en el tiempo. Quizá por eso he hablado tanto de la Postmodernidad: he intentado retratar nuestra época (o nuestra ‘no-época’) para objetivizarla y poderla relativizar. Con lo que no contaba hace diecisiete años era con la involución que haría posible que nuestra especie, tan capaz de cosas buenas, bellas y verdaderas, fuera tan proclive a ceder a las tentaciones de caer en lo malo, feo y falso. Si, si, ya lo sé. Estas categorías necesitan de un paradigma con sus correspondientes coordenadas para ser valorados, medidos y registrados, y lo que nos pasa es que ahora prescindimos de ellos (bien, creemos prescindir de ellos) con lo que quedamos literalmente sumergidos en la relatividad. A lo largo del blog no he pretendido otra cosa que intentar compensar la falta de coordenadas absolutas con la medición de las coordenadas relativas por comparación (aunque ya sé que esta operación tiene un punto de falaz: las coordenadas relativas no se sostinen solas en el aire…). A pesar de todo quiero mantener las buenas costumbres y desear ciertamente un poco tarde- a algún lector despistado que todavía llegue hasta aquí un feliz año 2023 con alguna recomendación musical (si no existiera tal lector también podría dirigirme a mí mismo los buenos augurios). En esta ocasión he seleccionado obras jóvenes pero que considero de suficiente valía:
Bryn Harrison (1969- ): First light (2018)
Tristan Murail (1947- ): Le rossignol en amour (2019)
Unsuk Chin (1961- ): Violin concerto num 2 (2021)
Ramón Humet (1968- ): Alabastre num 1 (2021)
Essa-Pekka Salonen (1958- ): Cello Concerto (2017)
BON ANY!!