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lunes, 9 de enero de 2023

El Gordo (*) (**)


Cuando me enteré que el Gordo había muerto, no lo podía creer. Una recontranegación, pensé. De esas que surgen cuando algo nos resulta insoportable. Pero bueno, negación, desmentida o lo que fuere, la cuestión es que para mí seguía vivo. Para colmo, en las noches siguientes se me aparecía en los sueños o lo veía en las calles o en alguno de los cafés de Comodoro.

 Meses después, con motivo del 1er Congreso Binacional de Escritores Patagónicos que organizamos en la SADE local (siendo su fortuito presidente), vino el querido Osvaldo Bayer, con quien tuve la suerte de compartir momentos inolvidables. Como cuando fuimos a visitar, junto a Víctor Redondo, una escuela primaria en el Barrio Stella Maris, y la primera pregunta que hizo uno de los alumnos fue: “¿Qué es la poesía?”, y los tres nos miramos a la espera de que alguno tomara la posta, dada la simpleza que entrañaba la respuesta.

 No estoy seguro si fue en nuestra sede o cuando Osvaldo ya se estaba por ir, en el aeropuerto, que surgieron algunas de las anécdotas que había vivido con el Gordo.

 El tema afloró porque yo estaba bastante preocupado por el resultado de un partido de River que no había podido ver, cosa que le comenté. Nos pusimos a hablar de fútbol y Osvaldo me dijo, entre otras cosas, que le solía impresionar el apasionamiento desmedido de algunos hinchas y fue ahí que se acordó del Gordo Soriano.

 Resulta que cuando el Gordo estaba exiliado en Europa, solían hablar por teléfono para intercambiar información de lo que iba aconteciendo. En una oportunidad en que Osvaldo (Bayer) le estaba contando lo jodido que estaba todo (desapariciones, asesinatos y demás), en un momento de la charla el Gordo, con una voz grave, solemne, le dijo: “Osvaldo, necesito que me confirmes una cosa”. Bayer, suponiendo que se trataba de algo muy serio dada la tensión que percibió, se puso en alerta. “Si Osvaldo, decime”, le contestó. Y entonces el Gordo, con gran angustia, le preguntó: “¿No sabés si la posición adelantada que le marcaron a San Lorenzo, estuvo bien cobrada?”. Osvaldo (Bayer) quedó estupefacto. Tuvo que tomar aire antes de contestarle, impactado porque Osvaldo (Soriano) le hubiera salido con algo así, en medio de la tremenda tragedia sobre la que venían conversando. “No lo podía creer”. “Un tipo como el Gordo, tan lúcido, comprometido...preguntando algo así...”. “Con el riesgo que implicaba hablar por teléfono...me parecía increíble...”, rememoraba en voz alta, todavía asombrado. “Además, yo no tenía la menor idea de que contestarle”, agregó. Yo, asombrado por su asombro, me acuerdo que le dije que como hincha entendía la inquietud del Gordo. Y Bayer me quedó mirando medio perplejo y dubitativo, a la vez que tomaba una casi imperceptible distancia. Con la misma cara que, me imagino, debía haber puesto cuando escuchó la pregunta del Gordo. Pero también noté que, a pesar de eso, su charla denotaba un misterioso entusiasmo. Como quien se tienta por compartir algo y debe contenerse. Además, cada tanto miraba alrededor, como buscando a un conocido, de esos que uno anhela encontrar fortuitamente.

 Luego de despedirnos volví a casa muy contento, pero con una inquietud difusa, imprecisa.

 Esa noche, como me costaba dormir, me puse a ver “No habrá más penas ni olvido” que la tenía (y la tengo) en video, sin imaginar ni por asomo los acontecimientos futuros.

Transcurrieron unos días y empecé a tener la sospecha de que estaba delirando, porque otra vez lo volví a ver al Gordo. De un modo fugaz e impreciso, como ocurre con esas percepciones equívocas, pero con mayor frecuencia que al comienzo. Y me resultaba más familiar. Extrañamente familiar.

Lo cierto es que un día, como aún suelo hacer, fui a dar una vuelta por Caleta Córdova (con v corta), un ex -campamento de YPF que queda muy cerca de Comodoro, y que es uno de los lugares más bellos que existe, sin duda alguna. Porque Caleta parece hecho a propósito de un cuento o una película, tal su increíble encanto. (***) Claro que entonces todo estaba muy deteriorado, por efecto de la privatización y el abandono. Pero por suerte la naturaleza no terminaba de enterarse y yo iba a disfrutar de mis recuerdos (allí transcurrieron mis primeros años de vida) y del azul del mar y la ternura de los lobos marinos.

 Aún tengo presente que al llegar encontré la playa desierta, por lo que me recosté en el pedregullo cerca del muelle, dispuesto a aprovechar la tranquilidad que había.

 No sé cuánto tiempo pasó, porque me quedé dormido, cuando di un vistazo alrededor. Fue entonces que vi a un tipo, también tirado en la playa, apoyado contra una de las barcazas, de esas que están encalladas hace añares abandonadas. Estaba de lo más absorto leyendo un libro y tomando mate. Al verme me saludó con la mano y yo sentí que un escalofrío me inundaba la médula cuando me di cuenta que no era otro que el Gordo Soriano. “Me tengo que medicar urgente” fue lo primero que se me ocurrió, tratando de calmarme. “Si es una alucinación está perfecta”, me dije casi contento y a modo de consuelo, porque al menos conservaba algo de conciencia de lo que me estaba pasando. Pero como al Gordo lo seguía viendo real y concreto, no me lo pensaba perder, fuera o no producto de un extravío. Y con las piernas temblando y el corazón a punto de estallar, como si estuviera en la final de una Copa, me dirigí hacia donde él estaba.

 A medida que me iba acercando levantó la cabeza y comenzó a mirarme, con esa sonrisa entre faunesca y angelical, tan peculiar que tiene. A mí los ojos no me alcanzaban. Casi afiebrado, seguí caminando con miedo de desmayarme, mientras él seguía esperando lo más campante. Cuando ya me encontraba a unos pasos, me dijo con una total naturalidad “Hola Miguel, como estás”. Y yo, que casi me caigo de culo, le respondí: “¿Sos vos Osvaldo, nomás?”. Y él, que ya no aguantó más, largó una carcajada tal que algunas gaviotas se espantaron. Aunque, la verdad, no solo las gaviotas estaban espantadas.

 Yo no sabía que hacer: si abrazarlo, si putearlo, si ponerme a gritar, si llorar, si salir corriendo a pedir ayuda o bien si dejarme llevar por lo que estaba sintiendo, pasara lo que pasase. A la vez, una inmensa alegría se me entremezclaba con una profunda tristeza, porque sabía que en cualquier momento se esfumaría el maravilloso ensueño que estaba viviendo.

 Cosa que, por suerte, no ocurrió.

 Por el contrario.

 Esa tarde nos quedamos hablando horas y horas. Felices. Acariciados por el sol de enero y casi sin viento. Hasta que el día se fue desvaneciendo y una luna generosa iluminó el mar para que prolongáramos sin apuro nuestro encuentro.

 Desde entonces nos juntamos cada vez que podemos.

 El a veces se ausenta por un tiempo, porque se va de viaje (le encanta hacerlo con mi Galaxy 93 porque lo usa como casilla rodante) o se encierra a escribir.

 Pero no pasa mucho tiempo sin que venga visitarnos, a mí y al gato, que me dejó para que se lo cuidara y que se hizo muy amigo de mi perro Boogie.

 También de tanto en tanto vamos a recorrer distintos lugares o a participar de lo que acontece.

 Estuvimos en la inauguración del Monumento a Facón Grande en Jaramillo (Bayer lo sabe porque también estuvo, lo mismo que Federico Luppi y Héctor Olivera con quienes pasamos todo el día juntos). Puteamos por lo que pasaba con Menem y después con la Alianza. Estuvimos en varias marchas de Plaza de Mayo y acompañamos en su lucha a los desocupados, a los piqueteros, a los petroleros y a los docentes, entre otros. Él más que yo, porque anda por todos lados y además no tiene problema de horarios.

Sufre por Irak, por la injusticia, por la corrupción, por la pobreza, por la desaparición de Lòpez, por todo.

Pero también, es cierto, tratamos de no perdernos ningún partido importante en el Estadio Municipal. Aunque a él le encanta ir a la “heladera” de Ameghino, el club de mi barrio, que queda a dos cuadras de casa.

En fin, se las arregla para estar presente - como siempre hizo - no solo en todo lugar de lucha, sino que cuando puede - tengo que decirlo - tampoco se pierde ningún partido del Ciclón.

Y yo no dejo de gastarlo, aunque se embole, con Ramón Díaz y todos los “millo” que integran el equipo. (****)

 Miguel Angel de Boer

 Comodoro Rivadavia, marzo, 2007 (mayo 2008)

 

 


 (*) Basado en una propuesta de Tulio Galantini quien está preparando un documental sobre el Gordo.

 (**) El dibujo es de mi hijo Emiliano, modificado del ya famoso homenaje que le hiciera a Osvaldo, Daniel Paz. Boogie, yo, Osvaldo y el gato.

  (***) El mismo Caleta Córdova donde no hace mucho se produjo una lamentable contaminación debido a un derrame intencional de parte de un buque petrolero

  (****) Lo gastaba. Ahora me está volviendo loco.

 Algunos de los sitios donde fue publicado:

 http://lamaqdeescribir.blogspot.com/2008/05/miguel-ngel-de-boer-el-gordo.html

 http://www.paginadigital.com.ar/articulos/artilit.asp

 

http://inmigracionyliteratura.blog.arnet.com.ar/archive/2008/05/19/el-gordo.html

 

http://inmigracionyliteratura.blog.arnet.com.ar/archive/2008/05/19/el-gordo.html

 

 

 




domingo, 17 de noviembre de 2019

A Caleta Córdova (*)


                
    Añoro un tiempo
                allá en Caleta
                donde la vida
                no era nostalgia,
                de alcohol y fiestas
                puertas abiertas
                y un parque bello
                donde jugaba

                Tardes dormidas
                aromas de algas
                lanchas poblando
                las verdes aguas,
                mientras un bote
                tendía sus redes
                y un lobo inquieto          
                lo acompañaba

                Trabajadores
                sembrando frutos
                abriendo huellas
                para el mañana,
                en pasarelas
                o recibiendo
                barcos insomnes
                llevándose el alma

                Mezcla de idiomas
                y de costumbres
                el mundo entero
                tenía en mi infancia,
                gallegos tanos
                o provincianos
                y hasta un coreano
                allá en la playa

                Mas la langosta
                arrasó con todo
                matando verde
                matando ganas,
                hasta las casas
                fueron deshechas
                junto con ellas
                las esperanzas

                Me fui buscando
                mi propia historia
                y tu recuerdo
                me acompañaba,
                ahora te veo
                sigues tan tierna
                que las estrellas
                danzan y cantan

                No te acongojes
                no desvanezcas
                mujeres y hombres
                aún te aman,
                mieles del cielo
                agitan olas
                para que vibres
                y así renazcas


Miguel Angel de Boer

(*) Poema que escribí hace ya varias décadas.

Caleta en la década del 50

viernes, 13 de marzo de 2015

A CALETA CORDOVA (*)



         Añoro un tiempo
            allá en Caleta
            donde la vida
            no era nostalgia
            de alcohol y fiestas
            puertas abiertas
            y un parque bello
            donde jugaba

            Tardes dormidas
            aromas de algas
            lanchas poblando
            las verdes aguas,
            mientras un bote
            tendía sus redes
            y un lobo inquieto     
            lo acompañaba

         Trabajadores
            sembrando frutos
            abriendo huellas
            para el mañana
            en pasarelas
            o recibiendo
            barcos insomnes
            llevándose el alma

            Mezcla de idiomas
            y de costumbres
            el mundo entero
            tenía en mi infancia
            gallegos tanos
            o provincianos
         y hasta un coreano
            allá en la playa

            Mas la langosta
            arrasó con todo
            matando verde
            matando ganas
            hasta las casas
            fueron deshechas
            junto con ellas
            las esperanzas

            Me fui buscando
            mi propia historia
            y tu recuerdo
            me acompañaba
            ahora te veo
            sigues tan tierna
            que las estrellas
            danzan y cantan

            No te acongojes
            no desvanezcas
            mujeres y hombres
            aún te aman
            mieles del cielo
            agitan olas
            para que vibres
            y así renazcas

            Miguel Angel de Boer


 (*) Caleta Córdova esta situada a unos pocos km al norte de Comodoro Rivadavia. Era un típico campamento "ypefiano" (antes de la privatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales en la década del 90). El poema tiene ya sus décadas.