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lunes, 4 de abril de 2022

Argentina: doble vínculo y esquizofrenia. (*)

 


En un trabajo que di a conocer en el año 1987 respecto al problema del desarraigo y su relación con los estados depresivos, mencionaba: «El problema de la falta de agua es un problema de salud mental en Comodoro Rivadavia».

En artículos que publiqué posteriormente, fue el objetivo mostrar la correlación que existe entre distintos síntomas patológicos (drogadicción, violencia, alcoholismo, etc.) que surgen como problemas sociales, y su engarzamiento con las situaciones político-económicas que favorecen su producción.

Desde entonces mucha «agua» ha corrido bajo el puente, agravando aún más las condiciones desfavorables en aquel momento mencionadas; desencadenándose un deterioro de límites indeterminable.

Sucesivos cambios de gobierno, propuestas incumplidas y esperanzas sistemáticamente frustradas han ido minando cada vez más el equilibrio psíquico de la población, corolario ineludible de la disminución paulatina de las expectativas de una vida que pueda calificarse como digna.

La crisis, la vapuleada crisis que todo lo explica, ha dejado de ser tal para transformarse en un estado de irrecuperable cronicidad, destrozando las actitudes más optimistas con la vivencia angustiante de una existencia continua en un callejón sin salida.

 

«Estamos todos locos».

             Esta es una frase, un pensamiento que se escucha últimamente con mucha frecuencia. «Estamos todos locos», «están todos locos». No son sino modos de anunciar la percepción de la intensa situación de confusión que se está viviendo en el país.

El desconcierto y la incertidumbre de poder cubrir las necesidades básicas para la sobrevivencia, han llegado a un extremo tal, que no son pocos los que sienten su existencia bajo la amenaza cotidiana de la desintegración. Se hallan al borde de un pánico psíquico que hay que tratar de controlar por todos los medios a su alcance.

Desde el punto de vista psicológico, los medios de los que dispone un ser humano se denominan mecanismos de defensa, y éstos pueden ser más o menos eficaces según el desarrollo alcanzado en un momento dado y los distintos elementos que intervienen poniendo a prueba la cohesión lograda.

Dicho de otro modo: cuanto mejores son las circunstancias en que se desarrolla una personalidad, tanto personales como sociales, la misma dispondrá de recursos más eficaces (mecanismos) para tolerar factores adversos a su equilibrio mental, a la espera y búsqueda de una transformación interna y/o externa que le permita una nueva síntesis; esto es, de un grado mayor de crecimiento.

Pero las cosas no son tan simples.

Pues no basta contemplar el grado de intensidad de una amenaza, sino también su duración. ¿Y por qué menciono esto? Porque la tolerancia -como bien dicen muchos- tiene un límite; es decir, que si persisten los factores de descompensación se produce un agotamiento que se traduce en que dichos mecanismos van tornándose ineficientes y se manifiestan en conductas cada vez más primitivas.

Y esto es precisamente lo que se expresa al decir que la locura se ha instalado en nuestra sociedad.

Pues la locura, el primitivismo, nos ha atravesado y nos atraviesa cotidianamente; desgarrando las relaciones familiares, sociales, laborales; en una especie de embudo que atrae a un abismo sin fondo la esencia de la vida: la libertad de optar en un presente por un futuro a construir acorde a nuestras más personales necesidades, las que hacen a nuestra propia identidad.

La esquizofrenia.

 La esquizofrenia es un severo estado de perturbación mental -una psicosis- que se caracteriza por una disgregación de las funciones psíquicas. Esto conlleva trastornos en el curso del pensamiento, un notable empobrecimiento afectivo, un marcado retraimiento y aislamiento respecto al mundo exterior. Sus síntomas más evidentes son los fenómenos alucinatorios y delirantes.

Es, debo decirlo, un «tipo» de locura.

En cuanto a los motivos y causas que la producen, existen numerosas teorías de las que surgen, asimismo, los modos de abordar la posibilidad de su «cura».

En mi experiencia personal, ninguna es excluyente y considero enriquecedor cualquier aporte que sirva para aliviar de tal sufrimiento a quien padece esta pesadilla.

Voy a intentar explicar una de las teorías que intentan dar cuenta del fenómeno de esquizofrenización del ser humano que está basada en el análisis de las comunicaciones.

Sus investigadores estudian las relaciones humanas en base a la comunicación de los sujetos entre sí; sean éstos emisores y/o receptores de mensajes.

Respondiendo a los fines del presente trabajo, desarrollaré algunos conceptos mínimos que faciliten la comprensión del problema.

 

En toda relación humana, los miembros que intervienen en la misma deben establecer el tipo de conducta comunicativa que ha de definir o prevalecer predominantemente.

Por ejemplo, a través de la selección de los mensajes a utilizar o al modo de emplear los mismos.

Esto significa que cuando una persona comunica un mensaje a otra, realiza a la vez, una maniobra para definir la relación, encontrándose la otra persona ante el problema de tener que aceptar o rechazar la maniobra propuesta.

Se dice que una relación es simétrica cuando dos individuos tienen la misma capacidad de maniobra entre sí, y se denomina como relación complementaria a aquella en que la capacidad de maniobrar es desigual.

Al hablar de mensajes no me refiero únicamente al nivel verbal, sino que involucro todo lo que es factible de ser transmitido en una relación.

Esta aclaración es importante puesto que las palabras -lo que se dice- son solo uno de los recursos que se utilizan para establecer una determinada comunicación o un efecto en la misma.

Piénsese en la cantidad y variabilidad de mensajes que intercambia el ser humano con las personas con quienes convive hasta lograr la adquisición de la palabra.

De allí que un niño va pasando progresivamente de una relación complementaria con sus padres, a otra más simétrica en la medida en que va creciendo.

Y he aquí un problema que debe enfrentar el ser humano desde el comienzo de su existencia (en realidad antes de nacer): debido a su inmadurez y desamparo y, por ende a sus limitaciones, durante un período prolongado de su vida, no tiene otra alternativa que aceptar indefectiblemente las maniobras que se le imponen de parte de quienes necesita para poder sobrevivir.

De modo que la posibilidad de su desarrollo se verá o no obstaculizada, conforme se le brinden las condiciones para ir estableciendo paulatinamente un aprendizaje comunicacional que promueva la simetría.


Doble vínculo.

Una relación se hace patológica cuando alguien maniobra para limitar la conducta de otra sin reconocerlo o pretendiendo que hace lo contrario.

Tomemos un ejemplo simple y cotidiano.

Una pareja está viendo televisión y su hijo (o sus hijos) los molestan. Se le indica a ese hijo que vaya a dormir, porque es tarde y está con sueño. El mensaje verbal es aparentemente afectivo («como te quiero y te veo con sueño me ocupo de vos para que vayas a descansar»). El mensaje paraverbal -la intención o el contenido - es agresivo («como no puedo ver la TV tranquilo y no te aguanto, te castigo mandándote a dormir, o sea: te impongo que tengas sueño»).

El niño se ve así ante un mensaje paradojal, pues debe responder ante una maniobra en donde la alternativa es salir como perdedor. Responda como responda, pierde, pues debe someterse a una indicación contradictoria. Veamos por qué.

Si pretende contrarrestar la maniobra porque no tiene sueño, se ve en la situación de tener que percibir que los padres están mintiendo; es decir, que lo que le dicen no es cierto; lo que lo coloca en tener que calificarlos como mentirosos, y dependerá de su nivel evolutivo la capacidad de sostener o no dicha calificación.

Si, por el contrario, acepta la maniobra, no le queda otra alternativa que mentirse a sí mismo; esto es: transformar la molestia que le significa a los padres en sueño para sí mismo, con lo cual vulnera su capacidad comunicacional auténtica.

El mismo ejemplo en su versión no patológica sería el siguiente: que los padres le digan al niño que se retire del lugar porque desean ver la TV sin su presencia. En este caso el mensaje no es contradictorio o paradojal: la forma del mensaje (lo que se dice) se corresponde con el contenido (lo que se quiere decir). El mensaje es coherente o concordante con el modo de relación que se pretende establecer. Hay una indicación que no se desmiente y respecto a la cual se asume la responsabilidad. Del mismo modo la secuencia no sería patológica en el caso en que el niño efectivamente tuviera sueño.

Se habla de una situación de doble vínculo, cuando entre dos o más personas se establece una relación en donde una es víctima constante de las maniobras que realiza la otra, a través de reiterados mensajes paradojales (contradictorios), que le impiden dar una respuesta satisfactoria, produciéndole una continua desorientación, y llevándolo a una paulatina incapacidad de entender el o los mensajes y de poder calificar el tipo de relación que se establece.

Es decir: que la víctima de una relación de doble vínculo no puede juzgar lo que otra persona realmente quiere decir; por tal motivo se va acentuando su preocupación por lo que efectivamente se está diciendo.

No puede establecer la diferencia entre lo que algo es o lo que puede significar.

Vive toda relación como una incongruencia, eludiendo toda posibilidad de definir una relación.

Sintetizando: quien queda atrapado en una situación como la descripta, va a una paulatina esquizofrenización.

 

Elementos de un mensaje.

Todo mensaje dirigido por una persona a otra se puede descomponer, describir, del siguiente modo:

a) Yo

b) le digo algo

c) a usted

d) en esta situación

 

Al negar uno o todos los elementos del mencionados, se elude la definición de una relación, y es cuando se produce una esquizofrenización.

Lo ilustraré con algunos ejemplos:

a) Yo no lo digo, lo dice otro (me lo dijeron, lo dijo el jefe, lo dice tal artículo, fue el alcohol el que me lo hizo decir, etc.).

b) no recuerdo haberlo dicho (no me entendiste bien, te quise decir otra cosa, etc.).

c) estaba pensando en voz alta (le hablo a la vocación, al mundo, etc.).

d) no me refiero a este momento, sino al pasado (me acordé de algo que viví, etc.).

 

Argentina.

     Sería gratificante para mí que los lectores de este breve trabajo comprendan que he intentado explicar una teoría muy compleja.

Si los receptores de este artículo (mensaje) hacen una correlación entre el mismo y lo que ocurre en nuestro país (contenido) y deducen (discriminación) que entiendo que vivimos recibiendo indicaciones contradictorias (paradojas) que nos esquizofrenizan y nos confunden (doble vínculo), espero haber realizado un aporte en pos de que podamos entre todos zafar de la locura que todos sentimos vivir (maniobra patológica).

 

Dr. Miguel Angel de Boer.

Médico psiquiatra- Psicoterapeuta

 

Marzo 03 de 1990. Comodoro Rivadavia- Chubut -Argentina

 

(*) Publicado en “Desarraigo y depresión en Comodoro Rivadavia (y otros textos) en sus 3 Ediciones (agotado)

viernes, 4 de febrero de 2022

Algunas consideraciones para el afrontamiento de la pandemia – 2da parte (*) (**)

 

“El psicoanálisis es la última en cuanto a fecha de las graves humillaciones que el narcisismo, el amor propio del hombre en general, ha recibido hasta el presente de la investigación científica.
Existió ante todo la humillación cosmológica que le infligió Copérnico, destruyendo la ilusión narcisista según la cual el habitáculo del hombre estaría en reposo en el centro de las cosas; luego fue la humillación biológica, cuando Darwin puso fin a la pretensión del hombre de hallarse escindido del reino animal. Finalmente vino la humillación psicológica: el hombre que sabía que ya no es ni el señor del cosmos, ni el señor de los seres vivos, descubre que no es ni siquiera el señor de su psiquis.” (Sigmund Freud)

“En tiempos de incertidumbre y desesperanza, es imprescindible gestar proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza junto a otros”

(Enrique Pichón-Riviére)

 

Y se quedó nomás. Y hay para largo. Con o sin flexibilización.

                Y lo que parecía mentira se fue tornando cierto, no solo en cuanto a la amenaza y el efecto directo del COVID 19, sino por sus efectos subjetivos, familiares, sociales, económicos, como consecuencia de la única medida que hasta ahora pareciera efectiva para evitar su expansión y cuyo logro es fruto de la comunidad toda: el confinamiento social obligatorio (la cuarentena) y el distanciamiento, a la espera de que llegue la vacuna y se inmunice una parte importante de la población.

                Coronavirus, cuarentena y distanciamiento que fueron modificando la vida misma en todo el mundo, el cual muy probablemente no vuelva a ser “exactamente” el mismo. Un tsunami global en un mundo globalizado. Desigualmente globalizado.

                Y como en toda situación estresante de tal magnitud, el ir saliendo del impacto inicial, donde la sensación de “estar viviendo como en un sueño”, la despersonalización (sentirse raro) y la desrealización (sentir la realidad como extraña), fue dando lugar a distintos síntomas y comportamientos que podemos considerar normales ante una amenaza tan inquietante. Tanto por sus efectos directos (la posibilidad del contagio y/o la muerte) como también por su versatilidad, la falta de conocimiento sobre su verdadera naturaleza – más allá de saber que es un virus que se replica –, a partir de la vivencia que más angustia nos produce cual es la de la incertidumbre.

                Incertidumbre que produce desasosiego, incerteza, y una sensación de pérdida de control, no solo frente al virus, sino respecto al futuro, el cual es absolutamente imprevisible. Todo lo opuesto a lo que nos genera tranquilidad, seguridad y confianza.

                Pero, en la medida que fue transcurriendo el “tiempo de cuarentena”, el cual se fue tornando inasible, distorsionado, fugaz y lento a la vez, generando una desorientación y no pocas veces una confusión (1) como ocurre con todo encierro prolongado, muchos fueron adaptándose “exitosamente”, en tanto otros van padeciendo un agotamiento (2) que se torna cada vez más insoportable.

                Porque los efectos de la pandemia ya no solo dependen del Coronavirus y la posibilidad de contacto con el mismo, sino de los contextos personales en los que le toca vivir a cada uno. Esto es:  no todos estamos expuestos del mismo modo. No solo ante el virus sino también en lo laboral, lo educativo, lo familiar que, de verse perjudicados, incrementan aún más el estrés, pues dicha conflictiva comienza a predominar por sobre el temor al virus por el grado de desamparo, vulnerabilidad y desvalimiento que implica. (3)

                De modo tal que lo estresante se va tornando traumático. Esto es: que no solo sobrepasa (desborda) nuestras defensas psíquicas y emocionales, sino que se torna imposible de entender, de procesar, de hacerlo viable en nuestra mente para su elaboración y significación y en consecuencia para poder transformarlo en decisiones y conductas que puedan dar cuenta de ello.

Entre algunos de los hechos de sobrecarga traumática además de la enfermedad posible o consumada del COVID 19, podemos mencionar: las pérdidas, los duelos atípicos por la imposibilidad de realizar los rituales del mismo  (4), la lejanía de seres queridos por obstáculos de traslado,  la merma o quebranto económico por el cierre de negocios, empresas, cines, teatros;  la disminución o retrasos en los pagos de los salarios, la pérdida del empleo (5) no solo en PYMES sino en distintos oficios, artesanías, actividades profesionales; la imposibilidad de mantener los gastos mínimos necesarios, la ausencia o pérdida de cobertura social; la falta de los insumos básicos para vivir (alimentación, agua, etc.) o para realizar las tareas sanitarias adecuadas en contacto con el virus (elementos de protección de trabajadores de la salud), los desalojos, los femicidios, los abusos intrafamiliares, la estigmatización, el racismo, la xenofobia (lo que ocurre en EEUU es un ejemplo de lo que estoy planteando), el “bombardeo” informativo, entre otros.

                Es decir: si bien la cuarentena se muestra efectiva ante la pandemia hasta el momento, por un lado, también se van manifestando sus efectos traumáticos, por el otro. Algo que suele ocurrir en todo desastre y emergencia sanitaria como la que estamos viviendo, dado que no se trata solo un problema médico ni mucho menos ni sus consecuencias son solo sanitarias, como tampoco los modos de resolverlo.

                En otras palabras. La pandemia y la cuarentena van produciendo una “desconfiguración”, desestructuración o desestabilización de nuestro psiquismo. De un modo intempestivo, disruptivo, dada la multiplicidad de amenazas que se perciben. No ya solo el temor COVID, sino también al derrumbe económico y personal.

Los seres humanos necesitamos referentes cotidianos que nos orienten y sustenten, tanto en nuestras necesidades más elementales como así también para promover nuestro desarrollo y crecimiento y todo aquello que le dé sentido a nuestra existencia. Y en la misma medida su ruptura, su pérdida de continuidad – mucho más si es súbita- impone una readecuación, una readaptación de todos los vínculos de los cuales se nutre nuestra identidad, nuestra mismidad, nuestro sentido de pertenencia: personales, familiares, sociales, laborales, académicos, culturales, espirituales, etc. Es decir, todo aquello que nos constituye como sujeto.

Y todo ello ha cambiado vertiginosamente. Para los que han quedado separados y para los que han podido permanecer juntos. Para quienes toleran la soledad y para quienes el encierro se torna claustrofóbico. Así, hay quienes se integran y cohesionan y hay quienes se disgregan destructivamente. Favoreciendo una convivencia impensablemente armónica para algunos, y la peor de las intolerancias y abusos para otros.

               Cabe mencionar que si bien la comunicación virtual – que también llegó para quedarse - cumple una función que vaya a saber si alcanzamos a dimensionar en este momento, ésta no suple el contacto directo, cuerpo a cuerpo (vincular), inherente a la humanización misma, puesto que no es lo mismo estar con alguien que con la imagen de alguien (aunque, cabe acotar es un recurso inestimable cuando el contacto personal no es posible). Además, cabe agregar, en una gran parte del mundo no cuentan con ella.

                De modo que estamos ante un arduo trabajo psíquico que en la medida que lo realicemos colectivamente más se fortalecerá nuestra salud mental. Aunque hay quienes por distintos motivos van padeciendo crecientes estados de ansiedad y depresión (6), el abuso de sustancias, los intentos de suicidio (y también los consumados) (7) (8)y demás, tanto en adultos como en niños (donde se presentan conductas regresivas cada vez más frecuentes tales como incontinencia urinaria y fecal, fobias, pesadillas y terrores nocturnos, entre otros).

                Como mencioné al comienzo: hay para rato y es en serio. En pandemia y en pospandemia.

Esto es: bienvenidas las distracciones, los pasatiempos, el humor, los memes, pero la cosa viene complicada.

Se trata no solo de “aguantar” hasta que se termine la cuarentena (9) (es más, después de la cuarentena vienen extraordinarios desafíos para el mundo todo), sino de seguir viviendo, en la cuarentena y pese a ella.

Seguir viviendo haciendo lo mejor posible de y por nuestras vidas y la de los demás.

Solidariamente.

               

               Dr. Miguel Angel de Boer

Comodoro Rivadavia, junio 6, 2020

               

(*) Ver en este link la 1ra Parte  https://lasbabasdelangel.blogspot.com/2020/03/algunas-consideraciones-para-el.html

(**) Como pueden ver escribí este artículo en junio del 2020. Como me parece que puede ser de interés, tal vez testimonial, es que lo hago público en este mes de febrero del 2022.

 

 

(1)     Lo cual tiene que ver, entre otros factores, con los cambios que se producen en el Ritmo Circadiano (que se vinculan a los relojes biológicos, que son los que regulan distintas funciones como el sueño, la alimentación, temperatura, secreción hormonal, etc.), que, sumado a la pérdida de la rutina que se tenía en la pre cuarentena (con alteraciones en los horarios de sueño, excesos de pantallas, alimentación irregular y demás), reforzó aún más la vivencia de irrealidad. De ahí que el refugio en los recuerdos, mirando álbumes de fotos, videos, retomando contactos mediante llamadas por voz o videollamadas con familiares y amigos, se convirtieron en modos de tolerar la angustia que nos fue generando.

(2)     Coincidente con la etapa de agotamiento debido al estrés crónico (ver primera parte) se van exacerbando  o produciendo recaídas de quienes tenían un padecimiento previo (entre los que se destacan los ataques de pánico o angustia y los episodios depresivos, descompensaciones en el caso de las psicosis, etc.). o bien en la aparición de síntomas en quienes venían sintiéndose estables, lo cual genera un gran desconcierto. “Ahora que puedo salir no tengo ganas”, “empecé a trabajar, pero me canso muchísimo”, son algunas de las frases que se escuchan de quienes ya vuelven a la flexibilización. “Estoy harto, de mal humor, duermo cada vez peor”, “ya no aguanto a los chicos”, de los que aún están en cuarentena absoluta. Los efectos se van manifestando a corto, mediano y largo plazo, y van mucho más allá de que sigan persistiendo o no las causas desencadenantes.

(3)     Cabe agregar que el confinamiento prolongado también puede exacerbar las tensiones y conflictos personales y familiares dado el predominio de los componentes endogámicos de los vínculos al producirse una retracción en el contacto social.

(4)     Algo que jamás imaginé que habría de vivir con motivo de la muerte de mi hijo Manuel en la ciudad de Córdoba el 11 de junio, es decir 5 días después de escribir este artículo. Recién hace muy pocos días fue autorizada la cremación de su cuerpo (agregado el 16-11-2020)

(5)     Como ocurre con quienes tienen menores recursos. Y no me refiero solo a lo socioeconómico, sino también a lo cognitivo y emocional y al apoyo familiar, comunitario y sanitario de que se dispone, que son indispensables.

(6)     Y aun cuando muchos conservan sus trabajos o pueden ir recobrando sus actividades, lejos está de que esto implique una “recuperación” tal cual era AC. (Antes de la Cuarentena, al decir de Alfredo Grande)

(7)     Temas que estoy desarrollando en: https://www.facebook.com/migueladeboer/?ref=aymt_homepage_panel&eid=ARARRZWLJNhxUEQDDbh0OCdRgKuV1XrwmmbTkZgtk5C9AmDD1vQzK2DcnczV0awT19Dgl0IMP-SF_qda

(8)     De acuerdo a los datos de que se dispone (si bien no hay estadísticas precisas) tanto los intentos como los suicidios consumados han ido aumentando desde el comienzo de la pandemia, tanto en jóvenes como en adultos, sea por su vulnerabilidad o limitación de recursos emocionales o cognitivos sea debido a patologías previas (depresiones complicadas, pacientes duales – psicosis y uso problemático de sustancias, demencias, etc.), o por dificultades o pérdida de recursos económicos.

(9)     Que según se observa en el mundo irá concluyendo en la medida en que deje ser tolerable para la población, más que vinculada directamente al fin de la pandemia o la aparición de una vacuna.

               

               

lunes, 20 de agosto de 2018

El dolor de ya no ser (*)

«La incertidumbre de todo
en la certeza de la nada.»
Drummond de Andrade.

Es imposible desmentir el inexorable período de cambio que estamos atravesando. Lo que en algún momento fue una mera información intelectual («estamos en crisis»), se ha convertido en una vivencia cotidiana. Vivencia de angustia y desamparo ante la imprevisibilidad de un futuro desconocido.
Angustia. Miedo. Pánico.
La angustia se expresa subjetivamente como un sentimiento de desazón interior vago y difuso, de incertidumbre y desvalimiento, profundamente displacentero. Irrumpe desde la intimidad y suele manifestarse con síntomas somáticos variados: ahogos, palpitaciones, opresión, espasmos gastrointestinales, náuseas, diarrea, temblores, cefaleas, vértigo, etc.
Su exteriorización indirecta se traduce en trastornos del humor con irritabilidad, intolerancia, hostilidad o agresión, dificultando las relaciones interpersonales. No son infrecuentes las perturbaciones de la alimentación, del sueño y las disfunciones sexuales. Afecta, entonces, algunas o todas las áreas de la personalidad de quien la padece, dependiendo de su grado de intensidad y de su transitoriedad o permanencia.
Se suele distinguir la angustia real o miedo -producto de la reacción ante un peligro conocido- de la angustia motivada por conflictos internos inconscientes.
El pánico es un estado de angustia que desborda las defensas y por ende, la capacidad de respuesta. Conduce a la desesperación por cuanto se vive como una amenaza de aniquilación de la identidad (con un temor a todo, fundamentalmente a la muerte o a la locura).
Angustia social.
Los factores que intervienen en la producción de un estado de angustia son de distinta índole: biológicos, psicológicos, culturales. Son inherentes a la existencia humana misma.
Uno de esos elementos, de fundamental importancia, es el socioeconómico, pues hace al lugar que cada persona ocupa en la sociedad y a sus expectativas de vida (status). Ejemplo de ello, son los dos brotes hiperinflacionarios padecidos, que condujeron a una angustia generalizada (recordar los asaltos a los supermercados).
Angustia «recesiva»
La recesión (paralización o semiparalización de las actividades productivas) es una experiencia inédita. A diferencia de la hiperinflación, «no se ve pero se siente», se instala subrepticiamente, se palpa por sus efectos. Razón por la cual genera una sensación de catástrofe, pues ocasiona una verdadera confusión mental que impide diferenciar la angustia personal (lo que es propio de cada uno) de aquello que obedece a un peligro real (el impacto recesivo). Y esta confusión acrecienta aún más el sentimiento de indefensión, al menoscabar la capacidad de evaluar la realidad y de actuar frente a ella (pues ya no sólo se trata de «no saber a dónde vamos a parar» sino de «ignorar dónde estamos parados»).
La reactivación.
Es lo que todos estamos esperando, a pesar de que es incierto que se produzca a corto plazo. En tanto, qué dudas caben: es inevitable el mentado «costo social». Este pareciera traducirse en la deshumanización del progreso en detrimento de la justicia y la solidaridad, con sus consecuencias psicológicas. En definitiva: un lamentable costo mental. La historia nos dirá si se justifica.

Miguel Angel de Boer


(*) Publicado en “Desarraigo y depresión en Comodoro Rivadavia (y otros textos). 3ra. Edición “Vela al viento. Ediciones patagónicas¨. 2011. El artículo fue publicado por primera vez en Diario Patagónico en los años 90¨.