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sábado, 19 de noviembre de 2022

El Autoritarismo (*) (**)

              Papi, necesito que me des plata para la cooperadora.

- Bueno...
- Pero... dámela ahora.
- Pero ahora no tengo...
- Me la tenés que dar sin falta.
- Pero... ¿por qué? - Porque si no la señorita nos reta...
- ¿Los reta? -... y ... si... nos dijo que pobre del que no venga mañana con la plata de la cooperadora...
(Este diálogo es una reproducción textual de un hecho real ocurrido en esta ciudad en el presente año entre un niño en edad escolar y su padre)
«Cuando oigo la palabra cultura llevo la mano al revólver»
Goebbels
Una aproximación.
Si partimos de la premisa de que la Salud Mental tiene que ver con una adecuada percepción de la realidad, en tanto de ese modo puede la misma ser modificada, podemos colegir que la enfermedad, la no-salud mental, se emparenta con una percepción inadecuada (se trate de la realidad interna o externa al sujeto). Esto conduce a una imposibilidad de transformación; es decir, a una adaptación pasiva.
La historia de un individuo no es ajena a la historia social y política, a la historia de la sociedad en la que vive. En nuestro país, los hechos históricos y los procesos sociales que los condicionan cursan con tal velocidad, que hace menos que imposible intentar una síntesis abarcadora que no deje de lado elementos importantes para su comprensión. No obstante, y a riesgo de un esquematismo pueril, podemos establecer como uno de sus jalones relevantes, el advenimiento del actual período democrático.
Para entender una situación determinada, es necesario remitirse a aquella de la cual surge como producto. Para ser más preciso: así como el ejercicio de la democracia se caracteriza por el grado de libertad que puede desplegar un individuo, una dictadura halla su fundamento en aquello que tiene que ver con la coartación de dicha libertad, el autoritarismo.
Autoritarismo: «principio de obediencia ciega a la autoridad como opuesto a la libertad individual de pensamientos y acción».
Ahora bien: el autoritarismo, ¿desaparece de «escena» de un modo espontáneo por el mero hecho de que se instaure un gobierno democrático? ¿o su operatividad, su internalización psíquica en los miembros de la sociedad sigue efectiva, siendo esa efectividad uno de los mayores escollos en el desarrollo de una auténtica vida en democracia? Si entendemos que la Salud Mental puede evolucionar en la medida en que la misma no sea obstaculizada por la coerción (cualquiera esta sea), bien podemos suponer que el autoritarismo frena su curso, lo trastoca, lo desequilibra, inhibiendo la adaptación fecunda del ser humano, enfermándolo.
Producida la apertura democrática, un respiro de alivio psíquico se propagó en la población. Años de represión, de terror y aún de guerra, «quedaban atrás», posibilitando una suerte de descompresión psico-afectiva que paulatinamente se fue transformando en un duelo depresivo en relación a lo vivido.
Aun así, y a poco de andar -a más de los intentos reales de retorno al pasado, como si ello fuera posible, los fracasos del actual gobierno (fundamentalmente a nivel económico) reenviaron a más de uno a la nostalgia autoritaria, provocando un estado de confusión debido a un inadecuado balance e integración entre los aspectos sanos (democráticos) y los enfermos (autoritarios).
En la medida en que los propios aspectos autoritarios ya no pudieron ser proyectados en el afuera -en el gobierno de facto- la toma de conciencia de los mismos sembraron desazón y desconcierto, en aquellos que accedieron a reconocerlos como inherentes a su persona, patentizándose crudamente sus efectos en la esfera personal, familiar y/o social. En otras palabras: ya no se trató de la vivencia de alivio producida por el fin del autoritarismo estatal, sino de ver qué tenía que ver cada uno para que aquello hubiera sido posible. Aciaga concientización de la interrelación individuo-sociedad, sujeto-cultura, ciudadano-país o como quiera denominarse a dicho proceso.
Surgen dos cuestiones: El autoritarismo no ha desaparecido y no cabe hablar de una democracia que se realiza plenamente.
Los gobernantes, ¿no son responsables, responden de y por el bienestar de la población que los ha elegido? ¿Qué los sitúa por «encima de los demás» -sus gobernados- para que, insidiosamente en unos casos, descaradamente en otros, puedan ejercer desde el lugar que ocupan, una relación que coloca a sus gobernados (precisamente los que posibilitaron su lugar de «privilegio») en un nivel de debilidad, de sometimiento, de inferioridad, de desprotección, en fin: de desigualdad frente a la «investidura» otorgada? Es este «desencajamiento», esta discordancia, uno de los modos manifestados por el autoritarismo en la democracia. Que se encarna ahora en aquél que -ya no por la fuerza-, sino de una manera «civilizada», «culta», «política», recurre al uso del poder que le da la potestad para practicar democráticamente, en la forma, un autoritarismo auténticamente puro en contenido. En donde el «yo soy más que vos porque tengo las armas» se ve sustituido por el «yo soy más que vos porque ocupo una función»; siendo los «menos», los «desiguales», los que eligieron con la expectativa de que sus necesidades y demandas pudieran ser satisfechas.
Ya se sabe que el Poder existe, que está en todas partes.
Que su expresión va más allá de una persona o una institución determinada. Que constantemente se produce y se reproduce, que circula y se distribuye. Ya se sabe que no somos todos iguales sino distintos, diferentes. Pero no es menos cierto que todos buscamos, deseamos, igualdad de oportunidades de acuerdo a nuestros intereses y capacidades, en pos de un pleno desarrollo afectivo e intelectual. Que anhelamos una democracia que merezca el nombre de tal. Con gobernantes, funcionarios o quienquiera ocupe un lugar o un rol de responsabilidad respecto a los demás, que ejerzan su poder -el que les cedimos- para beneficio de todos. Y si esto no fuera posible por difícil, algo debe quedar en claro: no se lo hemos brindado para ejercerlo contra nosotros o, lo que es su equivalente, para disponerlo a su único, personal y egoísta provecho.
Una descripción.
Sería erróneo suponer que el autoritarismo, verdadera «peste psíquica» de la humanidad, se manifiesta exclusivamente a nivel político. En todo caso es allí donde se expresa «públicamente», haciéndose, por lo tanto, más evidente. El autoritarismo es un fenómeno, si cabe el término, que abarca a la sociedad toda, de los modos más diversos y con las consecuencias más variadas.
A fin de que los lectores puedan sacar sus propias conclusiones, describiré las características más sobresalientes del autoritarismo, advirtiendo que cualquier semejanza real o ficticia debe tomarse como una mera coincidencia:
-El autoritario confunde autoridad con mando; es decir, la superioridad que deviene del lugar que ocupa por encima de las cualidades que le confieren respeto. Y «mando» implica imposición, una unidireccionalidad que no contempla los intereses del otro, del semejante.
- El «otro», por distinto, es vivido por el autoritarismo como una amenaza. De ahí que cualquier intento de diferenciación es peligroso. Así, la desobediencia (adora que lo obedezcan), el disenso y la crítica le resulten intolerables.
- Suponiendo que el lugar que ocupa le otorga poder sobre los demás (no importa cuál sea; el de padre, portero, funcionario, profesional o cuidador de una playa de estacionamiento), confunde sitio con atribución.
- Para él, no se trata de estar representando una función; él es la verdad misma. Y busca demostrarlo constantemente.
- Generaliza sus verdades parciales, haciendo de cada pensamiento una máxima; de cada idea, un mandato.
- Su intolerancia a los conflictos es absoluta, razón por la cual toda duda genera una angustia incontrolable. Todo es malo o bueno, blanco o negro. Su tendencia a calificar, a clasificar, a ponerle membrete a todo cuanto lo rodea, le impide un adecuado ajuste con la realidad.
- Inseguro y débil, busca reforzarse continuamente para ocultar su sentimiento interno de minusvalía. - Su tendencia a repetir frases hechas, a ser reiterativo, tornan casi imposible un intercambio de ideas, un diálogo de pensamientos distintos.
- Temeroso de los cambios, puesto que esto exige una nueva adaptación, todo lo que implica movilidad es fuente de sentimientos persecutorios. Hace un culto del pasado, odia el presente y aborrece el futuro.
- Vigilar, sospechar, controlar, son sus actitudes constantes. Nada debe escapar de sus manos. O de sus pensamientos. Todo lo que está fuera de control se torna temible. Y lo que no, es fuente de seguridad y de poder. Se trate de dinero, de expedientes (cuantos más sellos mejor), o de la salida de sus hijos.
- Su apego a las normas es incondicional. Ama los rituales, las formalidades, lo que debe ser.
- Incapaz de percibir adecuadamente sus propias necesidades afectivas o emocionales, ignora o demuestra un total desinterés por las necesidades ajenas, tomando como parámetro únicamente los aspectos superficiales de los hechos. Por ejemplo: es más importante que un hijo coma con buenos modales a saber si tiene hambre o disfruta de la comida; si un niño tiene necesidad de orinar es prioritario que lo haga en el recreo, cuando corresponde, a que sufra por no poder hacerlo cuando lo desea. El autoritario se embelesa con las formas; le importa «cómo» y no «qué». Así, es importante para él vestirse bien, hablar como corresponde, sentarse correctamente, hacer la fila ordenadamente. No importa la finalidad.
- En cuanta ocasión se le presenta ejercita su «superioridad» sobre los demás. Asimismo, es incapaz de cuestionar las investiduras o jerarquías. Porque el autoritario es un ser profundamente dependiente. Sus tendencias sadomasoquistas lo impulsan siempre a depender de una fuerza externa superior que le dé sentido a su insignificancia interior o bien desplegar su supuesta omnipotencia sobre quienes considera inferiores a él.
- Su temor a la soledad es intenso y su incapacidad de relacionarse profundamente de tal magnitud, que siempre está atento a las situaciones que le confieren importancia (la que no puede sentir por sí mismo).
- Los sentimientos de celos, posesión y envidia pueden llevarlo al ejercicio de la crueldad más extrema cuando la misma se ve posibilitada (y que suele recrear en sus fantasías).
- Prisionero de una permanente omnipotencia, todo aquello que no coincide con sus deseos o pensamientos lo desborda, se trate de que se suspenda su programa favorito de televisión o de que alguien no esté de acuerdo con sus opiniones.
- En realidad, le angustia pensar. Está incapacitado para hacerlo creativamente. Sus diálogos son monólogos y sus sugerencias son órdenes. Quien no está de acuerdo con él es menos inteligente, no lo comprende o directamente es un enemigo.
- Su imposibilidad de encontrase consigo mismo, de reflexionar, de aceptar sus propias contradicciones lo llevan a una actividad corporal -la acción- continua. De donde deviene una compulsiva necesidad de despliegue físico. Debe moverse para no pensar. Los esfuerzos físicos tienen el valor de una descarga -de sus ansiedades- y de una demostración de sus habilidades y destrezas. Jamás de la búsqueda de placer o de distracción. Corre, porque le «hace» bien, juega para ganar. El desafío a lo que siente como su propia debilidad anula su capacidad de gratificación. Siempre se está probando, rindiendo examen, demostrando algo. La alegría está en la «superación», no en el simple hecho de divertirse. Su cuerpo es un instrumento y la disposición al sacrificio, su meta cotidiana. Hace del sufrimiento la virtud más elogiable.
- Todo tiene que tener un sentido, a todo subyace una especulación. Hasta en las actitudes aparentemente más desinteresadas hay un interés solapado. Ayuda para que reconozcan su bondad, se sonríe para que lo consideren simpático.
- El autoritario es un adicto a la aprobación de los demás; su vida gira en torno a la aprobación de los demás, tal la pobreza de su autoestima.
- De pensamientos e ideas rígidas e inflexibles, interpreta al mundo en términos de pares antitéticos: sometedor-sometido, superior-inferior, fuerte-débil; siempre ubicándose y ubicando a los demás en alguno de los polos. De allí su admiración y sumisión a todo lo que simbolice superioridad, fortaleza, y su desprecio a lo que considera débil, inferior. Su arrogancia es la máscara de su desvalorización. Incapaz de reconocer sus dificultades, se auto-exige y exige de los demás un perfeccionismo que no tiene límites.
- Su agresión, producto de innumerables frustraciones, está bajo permanente control; presta a estallar en cualquier circunstancia que se le presente. El sentimiento de frustración hace del autoritario un quejoso y un resentido. Todo le iría mejor si no fuera por culpa de los demás, del país o del mundo. Y ese sentimiento impregna todas sus actitudes impidiéndole el logro de sus objetivos. Por supuesto que cuando algo le sale bien esto se debe exclusivamente a su propia capacidad y esfuerzo; nunca a la ayuda o colaboración ajena. Ignora lo que es el sentimiento de gratitud, no le debe nada a nadie y en cambio, todos están en deuda con él.
-Sintiéndose el eje del mundo y del universo, su proyección apocalíptica condiciona su existencia. Nada es confiable, siempre existen los peros. Quiere todo o nada.
- Desconoce el placer, desde el más simple hasta el más profundo. Incapaz de sentir íntegramente y de amar auténticamente, su sexualidad es mecánica y compulsiva. El autoritario ama que lo amen, estima que lo idealicen y su narcicismo crece en la medida en que lo hace sentirse único, infalible.
- Detesta lo que no entiende y abomina lo que no posee, fundamentalmente en el plano afectivo; razón por la que desprecia todo lo que tiene que ver con los sentimientos. De ahí la discordancia entre su sensiblería por lo intrascendente y su frialdad para los hechos de real importancia afectiva.
- Signado por el temor a la independencia; excluido de la posibilidad de construir su propia historia, destruye su vida día a día, sosteniendo caricaturescamente una identidad que no le pertenece y de la cual no logra apropiarse para su felicidad.
Esta descripción no pretende agotar el tema propuesto ni mucho menos. Si es de utilidad para que quien acceda a su lectura, recapacite y reflexione, habrá cumplido su objetivo.
Final.
Hace ya algunos años se realizó una experiencia que consistió en que distintas personas tomadas al azar, pudieran manipular una perilla con distintos voltajes a fin de provocar una descarga eléctrica en un sujeto colocado en una silla a tal fin, al cual observaban a través de una cámara. La gran mayoría elevó el voltaje hasta la zona de peligro de muerte. Un número menor desechó la experiencia antes de llegar a la zona crítica. Fue excepcional el caso de quien directamente se negó a participar. Todos ignoraban que se trataba de una simulación
No hay ninguna relación humana que no pase a través de la cuestión de poder.
El problema es cierto, está en quien manda, pero no menos en quien obedece. No hay sometedor sin sometido. El sustrato, la argamasa es el autoritarismo que, como actitud psíquica, no es monopolio de nadie. Atravesando a la sociedad en su conjunto, nos atraviesa a nosotros mismos, convirtiéndose en el principal impedimento para un desarrollo verdadero en tolerancia y libertad.
Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Agosto de 1988.
(*) Presentado en el II Encuentro Argentino de Psiquiatras, organizado por la Asociación de Psiquiatras Argentinos en San Juan, en abril de 1989
(**) Publicado en “Desarraigo y Depresión en Comodoro Rivadavia (y otros textos) en sus 3 Ediciones (agotadas)

miércoles, 25 de abril de 2018

El modelo (*)


“La nostalgia es buena,
pero la esperanza es mejor”
Eduardo Galeano

La palabra modelo alude a un concepto vinculado a aquello que es ejemplar, original, prototípico, que sirve de pauta, de norma o de medida. Por lo general es utilizado en el sentido de algo virtuoso, positivo, digno de ser emulado o imitado y que para serlo solo requiere de su reconocimiento como tal, pues pierde su atribución – se debilita – en la misma medida en que es cuestionado.
            Interesante cuestión si nos referimos al modelo económico – y cultural – que hoy impera en nuestras vidas, no sólo en nuestra forma de vivir (de pensar, de imaginar, de soñar, de amar), sino en nuestra forma de enfermar y de morir.
            ¿Modelo de qué, para qué y para quién? Cabe preguntarse.
            Ya en artículos anteriores he abordado temas vinculados a algunos de los efectos del mismo tales como la desocupación y la violencia, efectos que tanto a nivel social como individual, no sólo que han persistido sino que se han acentuado tanto cuantitativa como cualitativamente.
            Día a día nuestro país de ve convulsionado por la “irreversibilidad” de las consecuencias de las necesidades del mercado, donde los beneficiarios siguen siendo una minoría y los perjudicados deben asumir que esta es la única realidad posible; que este es un nuevo sacrificio (ahora definitivo) que demanda la Patria. (Para ocuparse de minucias tales como el endeudamiento externo que deberemos afrontar por el resto de nuestras vidas y las de nuestros hijos y descendientes, están nuestros economistas y los “Deepak Chopra” del F.M.I.).
            Los cambios estructurales producen transformaciones en la subjetividad, generando nuevas formas de percibir y de vivenciar los valores, normas y creencias, produciendo un impacto en la identidad (individual y colectiva) previa, y modificando e modo de vinculación intra e intersubjetiva.
            Para decirlo de otro modo: la desocupación, la precarización (trabajo oculto o con riesgo de perderlo), la pérdida o la amenaza de no contar con  condiciones básicas para la existencia (vivienda, salud, educación), la ausencia de una protección mínima en situaciones de vulnerabilidad (jubilado, marginados y sectores en situación de riesgo), la imposibilidad de “encontrar una salida”, en contraste con el enriquecimiento, la corrupción, la impunidad, la estafa, la depreciación de la justicia, el ejercicio del autoritarismo en los distintos ámbitos, la ganancia abusiva de los monopolios, etc., instalan una paulatina inermidad en el ciudadano común, es decir la mayoría, promoviendo un sufrimiento psíquico ligado precisamente a nuevos modos de sometimiento (¿”salvaje”?), sufrimiento que se constituye a la vez en una manera de resistir dicho sometimiento o, para emplear una palabra en desuso, de explotación.
            La violencia o el uso de drogas p,ej. son efectos y a la vez medios o modos de enfrentar un contexto que impide cualquier tipo de realización o de expresión que le permita al sujeto dar trascendencia a su propia existencia. Las patologías que día a día son generadas por el desborde la capacidad de adaptación (depresión, trastornos de ansiedad, pánico, fobias, trastornos psicosomáticos, etc.) implican una puesta en juego, una manera de rechazar una situación insostenible, se trate del desocupado que no sabe como protegerá a su familia  o de aquel que teniendo trabajo vive expuesto a condiciones tales como la “multifunción”, los horarios prolongados, o a exigencias que no puede eludir dado el amedrentamiento constante que padece.
            Con lo dicho no pretendo excluir los factores psicológicos, biográficos y personales previos, sino que destaco la importancia que actualmente tienen los factores socio-económicos, donde hasta los más sanos se enferman (no hace falta estar enfermo con anterioridad), donde nadie está a salvo (ni siquiera alguien tan poderoso como lo fue Alfredo Yabrán).
            De manera tal que el promovido modelo, cuya variable es la vida humana a favor de la más extraordinaria concentración de la riqueza de la que se tenga memoria (la riqueza privada, se  entiende, dado que lo único público que permanece como tal es la pobreza cada vez mayor, pues es lo que más se ha democratizado) es un modelo de como se puede destruir a una o dos generaciones sin necesidad de emplear ningún tipo de armas; de como borrar de un plumazo las conquistas sociales alcanzadas a través de años de lucha por los derechos sociales y culturales; de como devastar la naturaleza y el medio ambiente sin ningún tipo de titubeo; de como disgregar la memoria histórica, la solidaridad y la cooperación a través de la intimidación, la inseguridad y el miedo; de como se instaura la idea de que la única participación factible es el derecho al voto, con lo cual se instituye la idea de que el resultado del mal ejercicio de los gobernantes no es sino fruto de la incapacidad de elección de los sufragantes (y no la ineptitud o la conducta delictiva de los mismos), y de que es cuestión de tiempo hacer el “aprendizaje” correspondiente. En tanto “que cada uno se arregle como pueda”, como por ejemplo “asumiendo” que la realidad social no tiene nada que ver en lo que nos pasa, que el problema radica en “trabas” internas,  “males” extraños, o una mala “conjugación” de los astros”.
            Ya se sabe que para la estructuración del psiquismo humano es de fundamental importancia la presencia de un modelo que posibilite la identificación adecuada, para luego realizar una gradual desidentificación que permita la diferenciación y la autonomía personal (para no ser un mero clon del mismo). Pero, como mencioné anteriormente, también se sabe que el modelo requiere que se lo identifique para funcionar como tal (una madre necesita un hijo que la signifique como tal para madre, un profesor al alumno, etc.).
            Este modelo requirió del apoyo espontáneo y/o coercitivo de la ciudadanía para poder instalarse.
            ¿No será que, a riesgo de ser absorbidos-fagocitados-clonados por el mismo – como sentimos que nos está ocurriendo – ha llegado el momento de emanciparnos, entendiendo que “cualquier dolor, cualquier injusticia, cualquier humillación, es un dolor, una injusticia, una humillación de todos”?
            ¿No será que la historia no ha llegado a su fin?
            ¿O acaso son meras coincidencia la escasa participación en las últimas elecciones internas de la Alianza, los episodios de violencia con motivo del triunfo xeneixe, las profanaciones de los cementerios, las innumerables protestas y medidas de lucha que se van gestando desde distintos ámbitos laborales, la inquebrantable búsqueda de verdad y justicia en campo de los derechos humanos?

             Miguel Angel de Boer

(*) Publicado en el Diario Crónica de Comodoro Rivadavia el 11 de Diciembre de 1998.

sábado, 6 de mayo de 2017

Crecí con miedo (·)



            Miedo
                      crecí
                              con
            miedo

            Con oníricas vivencias
            de alegrías fantaseadas
            fue cierto lo que no era cierto
            la verdad escatimada

            Miedo
                       crecí
                               con
            miedo

            Busqué abrazar lo tierno
            el odio me contestaba
            mi mente buscó refugio
            en soledades doradas

            Miedo
                      crecí
                              con
            miedo

            Cómo explicar lo que siento
            no me alcanzan las palabras
            viví llorando mi muerte
            con burbujas de esperanza

            Miedo
                       crecí
                               con
            miedo

            Sé que el amor existe
            todo mi ser lo proclama
            más solo no puedo lo juro
            ni vos sin mí mi alma

            Miedo
                       crecí
                                con
            miedo


            Ignoro el porqué de estos versos
            en esta noche de madrugada
            si es mi historia o es tu historia
            o inconscientes remembranzas

            Miedo
                       crecí
                               con
            miedo

            Miedo te tengo miedo
            como un niño a sus fantasmas
            no obstante vivo viviendo
            conjurando tus acechanzas

            Miedo
                       crecí
                               con
            miedo

            No me doy por vencido
            mi esencia aún está intacta
            puedo cantar gozando
            si una mano me acompaña

            Miedo
                      te desafío
                                     miedo
            a otra batalla.


                                                   Miguel Angel de Boer                                                                    

            (·) Blues

            (·) Música: Pablo Kusselman

             Poema escrito en los 80´ y publicado en el "Poemas y Canciones" Ed. Último Reino. Buenos Aires- 2003 (agotado)