
Amenazaba la tarde a descargar un aguacero, idéntico al del día anterior, pero necesitaba salir a pasear antes de que me subiera por las paredes. Me proveí del paraguas de mayor envergadura que tenía en mi apartamento y salí a caminar. Eran los primeros días de Abril, y si el sol salía, los alrededores de Don Benito se llenan de paseantes, unos pasean y disfrutan del paisaje o de la conversación, otros caminan ligeros en pos de una meta que sólo cada cual conoce la suya. Por mi parte, es a menudo la inquietud y una corazonada la que me lleva a caminar hasta el arroyo Pantoja, estar allí un momento, dar una vuelta a mi alrededor, para después volver sobre mis pasos. Hace unos años en ese mismo lugar murió en mis brazos sin que nada pudiera hacer, una persona que no viene al caso mencionar, hubo algo que me quiso contar y murió en su último suspiro. De vez en cuando vuelvo, sobre todo cuando los días anteriores ha llovido, y nuestros pasos dejan buena impronta sobre los caminos, huellas de nuestros pasos, que cuentan mucho sobre nosotros. Una corazonada me empuja a volver a ese lugar, a ver si veo las huellas de diminutos pies, aparece por allí y termina de decirme lo que me quiso decir.
Texto: Pedro Maximiano Cascos
Imagenes: Ana Manotas Cascos