Quería dedicar la entrada a nuestro amigo Jesús Chueca, por su simpatía, por su buen humor y porqué siempre me hace reír.
A veces cuando lo que entendemos por suerte nos da
la espalda, a la providencia nos topamos de frente, eso sí disfrazada para que
no la reconozcamos. Jesús Chueca, viajaba al volante de su coche, era un
día de primavera de tiempo cambiante y él se afanaba en cumplir con su
ajustada agenda de clientes en el tiempo adecuado, miraba de reojo de vez en
cuando su reloj de pulsera y pensaba que iba a ser un día
agitado. A su lado, llevaba siempre bien resguardada en su
bolsa, a su fiel cámara, juntos Jesús y la cámara, como Quijote y
Sancho campaban por España, no desfaciendo entuertos, pero si haciendo
fotos, en busca de cazar la luz. Aquel era perfecto para hacer fotos, pero el
trabajo apremia. De repente el coche se para, Jesús se para en la cuneta,
echa un vistazo al motor y no ve nada raro, pero el coche no arranca, da a la
llave, acelera con suavidad y nada. Vienen a su memoria las historias de
duendes que escuchó en la infancia, ríe para sí, se tranquiliza y saca su
cámara. Por unos instantes se olvida del trabajo, se siente más Quijote, mira,
encuadra y dispara, es feliz, se siente satisfecho, el aire del exterior le ha
sentado bien, es un día muy agradable. Vuelve a ver el motor, todo igual nada
extraño. Sube al coche y mueve la llave, el coche arranca, parece que hasta con
un sonido diferente.
-Benditos duendes. Dice para si Jesús.
Texto: Pedro Maximiano Cascos
Foto: Ana Manotas Cascos