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viernes, 9 de septiembre de 2011

« amárrame »

Al extender mis brazos en cruz empiezas a someterme con tus actos de dominación. Sentado sobre mi vientre, me atas los brazos, por las muñecas, al cabecero de la cama mientras me muerdes los pezones y recorres con la lengua, desde mi pecho hasta la barbilla. Asumo, extasiado por cómo me arden las entrañas cuando me tocas, la posesión de mi calor ante tu miembro. Me atraviesas sin pudor y ruidosamente de lado a lado y se asoman, por cada rincón de tu figura, tus ansias y desenfreno. Las malas posturas, aunque me doblan la espalda, no me preocupan menos que tus fuertes envestidas, pues terminan dilatando mis nexos dependientes a ti. Expulsan mis poros, cuando me liberas de los nudos, todo el veneno que estableces en mi.

Alcanzo la gloria cuando me intentas fecundar cada noche.

sábado, 14 de mayo de 2011

« desganas de mí II »

¿Y por qué hacerme el dormido si lo que me enloquece es tocarte y que lo que toque me posea toda la noche?

Desde hace un par de días no nos dirigimos palabra alguna y sólo compartimos momentos como este. Me pregunto si la situación de mal ambiente la he creado yo, que soy quien te evito, o tú, que eres el que me bloquea seguir pensando con claridad ante tu presencia. Tanto que cuando me desquito de las dudas tú ya te has envuelto en un profundo sueño que te provoca exhalar quejidos, consecuencia de no sé qué tipo de sentimientos. Al voltearme sobre las sábanas beige de algodón y poner mi mano en tu hombro para atraerlo hacia mí varias veces a modo de llamada discreta, balbuceas un “¿qué?” mudo, con cuya respuesta determino que hoy tampoco tienes ganas.

Esperaré, como hoy, a que mañana te acuerdes de que cada noche duermo a unos pocos treinta centímetros de ti.

miércoles, 11 de mayo de 2011

« desganas de mí »

El clinclineo de las llaves en el soporte de la cerradura y el ruido de los talones de tus zapatos nuevos de Emidio Tucci me alarman de tu llegada a casa, con la antelación suficiente como para activar el tiempo de desconexión del televisor y girarme hacia la ventana para hacerme el dormido. Parece que te entretienes leyendo cualquier folleto que hayas recogido en el buzón de publicidad o en el parabrisas del coche que pagamos a medias. Al escuchar tus pasos cercanos, noto que cansados por lo pausados, llega la hora de entrecerrar los parpados y de acelerar la respiración para imitar un ligero ronquido. Entre el velo de mis pestañas, a través del espejo del rincón, admiro como te despojas de la americana y la cuelgas del respaldo de la silla con cuidado. Con la misma rapidez con la que deslizas el cinturón por los ojales del pantalón para sacarlo, te aflojas el nudo de la corbata. Ver tu silueta desnuda reflejándose en la oscuridad de la habitación me provoca una erección, que para cuando salgas de la ducha ya se habrá evaporado. Caes sobre la cama evitando movimientos bruscos y te despides de mí hasta la mañana siguiente tan sólo pestañeando y abriendo la boca, de medio lado, por miedo a que me despierte. Mientras, mi piel enloquece por el deseo de tocar tus manos inertes que yacen bajo tu cabeza y entre la almohada.