Tengo la suerte de trabajar rodeada de árboles, aunque normalmente no tengo tiempo ni de verlos. Todos los años, de repente un día, me fijo en el liquidámbar (uno de mis preferidos y quizá el único cuyo nombre recuerdo) y es cuando por fin me entero de que ha llegado el otoño. Algunos años se pone completamente rojo, pero para eso hace falta que haga frío, según dicen los que saben.