EL CORDÓN
una mujer, una
rueda pinchada, una
enfermedad, un
deseo; miedos frente a ti,
miedos que paralizan tanto
que puedes estudiarlos
como las piezas en un
tablero de ajedrez...
no son las grandes cosas las que
llevan a un hombre al
manicomio. para la muerte está preparado, o
el crimen, el incesto, el robo, el fuego, la riada…
No, es la serie continua de pequeñas tragedias
lo que lleva a un hombre al
manicomio...
no la muerte de su amor
sino el cordón que se rompe
cuando vas mal de tiempo...
el espanto de la vida
es el enjambre de trivialidades
que pueden matar más rápido que el cáncer
y siempre están ahí -
matrículas o impuestos
o carnés de conducir caducados,
o contratar o despedir,
hacerlo o que te lo hagan, o el
estreñimiento
las multas por exceso de velocidad
el raquitismo o los grillos los ratones las termitas o
las cucarachas o las moscas o la
manivela rota de una
ventanilla, o quedarse sin gasolina
o tener demasiada gasolina,
el fregadero atascado, el borracho del casero
el presidente pasa de todo y el gobernador está
loco.
interruptor roto, colchón como un
puercoespín;
105 $ por puesta a punto, carburador y bomba de gasolina
en Sears Roebuck;
y la factura del teléfono sube y la bolsa
baja
y la cadena del váter se ha
roto,
y la bombilla se ha fundido -
la luz del vestíbulo, la luz de la entrada, la luz del patio,
la luz interior; esto es
más negro que el infierno
y el doble de
caro.
y siempre están las ladillas y las uñas encarnadas
y la gente empeñada en que es
amiga tuya;
siempre hay eso y peor;
grifo que gotea, Cristo y la Navidad;
salami con queso azul, 9 días de lluvia,
aguacates a 50 centavos
y salchichas granates
de hígado.
o sobrevivir
de camarera en Norms con jornada partida,
o de vaciador de
orinales
o de lavacoches o ayudante de camarero
o tironero de bolsos de ancianas
que dejas gritando en la acera
con el brazo roto a la edad de
80 años.
de repente
dos luces rojas en el espejo retrovisor
y sangre en los
calzones;
dolor de muelas y 979 $ por un puente
300 $ por un diente
de oro,
y China y Rusia y América, y
el pelo largo y el pelo corto y nada de
pelo, y barbas y gente sin
rostro, y mucho papelillo pero ni pizca de
hierba, salvo igual la del jardín donde te meas y
la otra que se rumia en el
buche.
por un cordón roto
de cada cien cordones rotos
un hombre, una mujer, una
cosa
acaban en el
manicomio.
Así que cuidado
al
agacharse.
Charles Bukowski,
Los placeres del condenado