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viernes, 9 de agosto de 2024

Colaboración: Alas de sangre de Rebeca Yarros

Idioma original: Inglés
Título original: Fourth Wing
Año de publicación: 2023
Traducción: Graciela Romero Saldaña
Valoración: Excrementicio

¿Qué decir de esta novela? Al empezar a leerla se me antojó escrita por una persona en la pubertad avanzada o en la temprana edad adulta por la inmadurez que transmitía. Sin embargo, me llevé una sorpresa al descubrir que la autora era una señora mormona ya entrada en la madurez, con un marido exmilitar y una colección de hijos tamaño yogur pack familiar.

Para los menos enteradillos, vamos a dar un poco más de contexto. Desde hace unos años se han ido manifestando unas etiquetas literarias llamadas new adult y romantasy. Ambos géneros convergen bastante, pero vamos a decir que el new adult es un refrito del young adult con guantes negros de encaje sin dedos. El romantasy sería más bien... ¿Un intento desganado de porno con elementos de fantasía? Si ambos géneros comparten algo es su amplia difusión por TikTok (los conossieurs sabrán lo que es BookTok). ¿Vemos por dónde van los tiros? El otro gran punto en común es que las novelas que producen parecen directamente sacadas de Wattpad, o por lo menos la calidad está ahí ahí.

Pero basta de preámbulos. ¿De qué va esta novela? Pues de dragones cachondos, muy cachondos. De jovenzuelos cachondos, muy cachondos. Además, hay grifos (aunque no se dan señas de que estén cachondos), magia, intriga política... Vamos, sólo le faltan vampiros y adrenocromo.

La historia se abre con nuestra joven protagonista, Violet Sorrengail, siendo obligada por la germanov de su madre, militar de alto rango y fría como la sangre de los reptilianos que nos gobiernan, a alistarse como cadete de jinete de dragón, la élite de la élite del ejército. Esto es muy dramático, ya que hay cantidad de muertes en el adiestramiento, por no decir que los cadetes se matan entre ellos en una suerte de darwinismo trasnochado para eliminar a aquellos que puedan suponer un lastre.

Extra dramatismo porque la joven Violet tiene una enfermedad que la hace ser físicamente más endeble que un edificio de Calatrava. Por suerte, todo esto se compensa con su gran inteligencia y con una  armadura to guapa que le regala su hermana (es que ya ni se esconde el plot armor, joder).

El reino que habita la protagonista, Navarre (con e), lleva siglos enzarzado en una guerra con el reino vecino, Poromiel (con una sola r). Navarre tienes jinetes de dragón y Poromiel jinetes de grifo. La guerra parece llevar estancada todos esos siglos, pero aquí y allá se van dando pistas de que algo más se está cociendo...

Durante su adiestramiento, la joven Sorregail conoce a un chico malote, hijo de un cabecilla rebelde ejecutado, llamado Xaden. El susodicho está más cañón que una batería de artillería rusa. Aquí se inicia un romance calenturiento de quiero pero no puedo que se me antoja un intento del tan socorrido de enemigos a amantes, pero tan malo y torticero que me hace preguntarme si realmente era esa la intención.

(Hago un pequeño alto en el camino para mencionar que la autora padece de la misma enfermedad que la protagonista. Además, según ella Xaden está basado en su marido. Dicho esto, me abstendré de hacer
comentarios Freudianos.)

Violet supera todas sus pruebas gracias a su sagaz astucia y consigue establecer un vínculo no con uno, sino con dos dragones. Estos vínculos permiten a jinetes y dragones intercambiar pensamientos y emociones, además de permitir a los primeros hacer magia. (Cómo no, nuestra protagonista se vincula con el dragón más poderoso; cómo no, es la primera persona en la historia en vincularse con dos dragones; cómo no, su segundo dragón es de un tipo especial que le da poderes únicos.)

Entre todo este bochorno hay una trama de trasfondo que, sinceramente, no sé cómo tomármela. Intuyo que la intención era crear un aura de misterio que fuese in crescendo a lo largo de la novela, para al final hacer una revelación apoteósica. Este “secreto” es tan aparente desde el primer momento que no sé si es que estamos ante un pésimo desarrollo o es que la autora nos toma el pelo.

Resumiendo, la guerra contra Poromiel se está usando como tapadera de otro conflicto. En este universo existen unos seres mitológicos llamados venin, una suerte de humanos corrompidos por hacer magia sin dragones. Dichos espantaviejas resultan ser muy reales y estar amenazando a ambos reinos. Recalco que esto se ve venir desde el minuto uno, así que reniego de haber hecho un spoiler.

En fin, poco más que añadir aquí. Básicamente, estamos ante una colección de personajes, argumentos e interacciones de cartón piedra y totalmente olvidables. El desarrollo del mundo es simplista, incoherente y a conveniencia. Lo único salvable son las risas (no intencionadas) que te podrás llevar. (Vemos, por ejemplo, como la protagonista hace que caigan rayos cada vez que tiene un orgasmo -que tiemble el culo de William Wallace- por la incapacidad de controlar sus poderes, llegando a provocar un incendio. En otra ocasión ella y el rebelde malote tienen sexo tan salvaje que destrozan todos los muebles de la habitación - ¿publicidad subliminal de Ikea?-.)

Luego, por casualidades de la vida, los dragones de ambos muchachos son amantes, así que cuando hacen el acto lagartal el vínculo mental que tienen con sus jinetes hace que estos últimos se pongan más calientes que la batería de un patinete Xiaomi. Por suerte la autora no es explícita en esto y nos ahorra las escenas de bestialismo, pero para eso ya están los fanfics, ¿no?

La verdad es que lo único que he aprendido leyendo Alas de sangre es que si Dios existe sin duda el mormonismo no es la verdadera fe cristiana. ¿Que cómo lo sé? Pues porque si no ya habría fulminado a esta señora con un rayo hace bastante tiempo.

Eso es todo, amigos. Quisiera cerrar la reseña citando el que para mí es sin duda el mejor pasaje de esta novela y de toda la historia de la literatura: Sin despegar sus ojos de los míos, entra en mi cuerpo con un profundo movimiento de cadera y va ocupando cada centímetro hasta que está envainado por completo hasta la empuñadura.

Firmado: JM

jueves, 28 de diciembre de 2023

UL-AI-D reseña: Javier Ceballos: Sombras Textuales


Idioma original
: español
Año de publicación: 2023
Valoración: nauseabundo
 
En la obra "magistral" Sombras Textuales del autor Javier Ceballos Jiménez (si es que ese es su verdadero nombre), se despliega una narrativa descarnada que expone la dolorosa realidad de la falta de integridad en la búsqueda del reconocimiento. Este relato autobiográfico sumerge al lector en un mundo turbio, donde los límites entre lo ético y lo inmoral se desdibujan en la vorágine de la ambición desmedida. O sea, Ceballos roba sin reparo ni control, pero a veces por las noches no concilia bien el sueño, o más bien tarda un ratito.

La trama se adentra en la vida de un individuo cuya determinación por alcanzar el éxito lo lleva a sumergirse en prácticas moralmente ambiguas y deshonestas. Ceballos, con una prosa cruda y sin concesiones, presenta un protagonista en busca del reconocimiento a cualquier costo, revelando sus acciones más cuestionables y sus decisiones egoístas que socavan los valores éticos más básicos. Eso sí, su estilo es variado, dependiendo de a quién copia ese día.

Sombras Textuales es un relato profundamente introspectivo que desentraña los motivos detrás de las elecciones inmorales del protagonista, explorando la complejidad psicológica de una mente obsesionada con el logro a expensas de la moralidad. Sin embargo, la ausencia de un mensaje redentor o de una reflexión moral significativa en el personaje principal deja al lector en un abismo ético, sin una clara resolución o aprendizaje que pueda enmendar las acciones pasadas. Dicho en lenguaje llano, el tipejo este tiene un morro que se lo pisa. La mala conciencia por monetizar el esfuerzo ajeno le dura lo justo, hasta que el timbre suena y llega el repartidor de Ali Express, con el pedido que financian nuestros esfuerzos.

A lo largo de sus páginas, el libro desafía al lector a confrontar la realidad de las elecciones moralmente ambiguas que a menudo enfrentan aquellos que buscan el éxito a cualquier costo. Sombras Textuales provoca un cuestionamiento incómodo sobre la naturaleza humana y la falta de integridad en la persecución de los objetivos personales. No leáis estas porquerías. Ni siquiera días como este.


domingo, 23 de abril de 2023

Nuestras des-recomendaciones de Sant Jordi (2023): No tocar ni con un palo

Leer libros es una pasión maravillosa. Qué vamos a decir nosotros, que llevamos catorce años publicando ya chorrocientasmil reseñas, a razón de una cada día... Pero, vaya, en general está asumido en nuestra sociedad, aunque sea de boquilla, el carácter positivo de la lectura y el libro como objeto conserva su aura de icono cultural por excelencia, desde los tiempos de Gutenberg. Se celebran el Día del Libro, la Noche de los Libros, Ferias del Libro a cascoporro... Ahora bien, ¿todos los libros merecen por igual nuestro respeto? ¿Resulta tan conveniente para la salud (mental, sobre todo) leer cualquiera de los calificados como "imprescindibles" en este nuestro ubérrimo blog que, por poner algún ejemplo, los escritos... es decir, firmados por el ínclito ex-presidente Trump o la celebrity de turno? ¿Sale alguien indemne de la lectura completa de las obras de Paulo Coelho?

Nosotros tenemos claro que hay libros que no tocaríamos ni con un palo de dos metros  y, siguiendo nuestra vocación de servicio público, os apuntamos algunos títulos a evitar este 23 de abril, Día del Libro, de Sant Jordi o Jorge y, en Alemania, Día de la cerveza (que también mola, no me digáis). Así que, atendiendo al consejo de un célebre personaje de la obra de J.R.R. Tolkien: ¡HUID, INSENSATOS! 

Juan: 

Vamos a ver, en esta vida se puede ser de derechas y hasta de ultraderecha... no pasa nada. Se puede haber sido muy de izquierdas en la juventud y evolucionar, aunque sea por causas espurias, hasta el extremo opuesto... no es el primer caso ni será el último. Incluso, rayando lo inverosímil, se podría haber pertenecido a un grupo terrorista de extrema izquierda, asesinar a martillazos a un policía y acabar ensalzando la dictadura franquista. No sería una trayectoria vital muy edificante, pero, en fin... Lo que no se puede, de ninguna manera, es pretender ser un pseudohistoriador farfallón y mascachapas, y llamar "charlatanes" a, entre otros, Raymond Carr, Joseph Pérez, Tuñón de Lara, Juan Pablo Fusi, Javier Tusell, ¡José Álvarez Junco! Hace falta ser mentecato... A Pedrojota, sí; en eso estoy de acuerdo...
 
Francesc y Beatriz:

Pregunto: ¿hay algo más desgarrador que la pérdida de un hijo por una enfermedad?
¿hay algo más legítimo que intentar cumplir con los deseos que ese hijo no ha podido satisfacer?
¿hay algo más noble que emplear el resultado de cumplir esos deseos en la investigación de su enfermedad? Así que quien no vaya corriendo a su librería a hacerse con El chico de las musarañas, es que es más malo que un dolor.

Y eso es lo que nos pasa en ULAD, que somos más malos que un dolor, porque más dolor nos da que, habiendo la oferta que hay, el superventas sea un subproducto editorial cuya única virtud es la cobertura mediática del caso y la visibilidad de la protagonista. Más dolor nos da que forme parte de una campaña de marketing cuyo objetivo oculto es blanquear cosas que no tienen justificación ni cabida porque atentan contra derechos fundamentales. Más dolor nos da que por tener letras, cubierta y explicar "cosas", a alguien le de por pensar que es literatura. Pero lo que más dolor nos da de todo, hasta el punto de hacernos sangrar los ojos, es tener que enfrentarnos a cosas como:
"Tu padre quiso entrar al quirófano para darme la mano. De poco sirvió, porque cayó al suelo desmayado de la emoción en el momento en el que empezaba a asomar tu cabecita con cinco rizos rubios"
Los más avispados se preguntarán cómo hemos obtenido esa cita si, supuestamente, no hemos tocado el libro ni con un palo. Para eso están las muestras gratuitas de las primeras páginas, que en esta sociedad capitalista, "comprar" y "tocar" van muy de la mano. Porque en ULAD seremos muy malos pero, por encima de todo, también somos muy pobres y no pagamos veinte euros por un rollo de papel higiénico.

 Santi (y algo de Francesc):

Este libro va sobre la libertad. La libertad de amar a quien tú quieras y como tú quieras. En definitiva, la libertad de ser tú... No, ahora en serio. Este libro va de que soy famoso y salgo en la tele y soy un snob y un borde y aunque escriba como el ojete voy a vender tropocientos millones de copias. Va de que soy un señoro engreído que cree que convierte la mierda en oro. Va de que cojo a un personaje histórico famoso (Johann Sebastian Bach por ejemplo) y me invento una especie de biografía sobre él porque yo lo valgo. Va de que utilizo expresiones como "la Superbowl de las artes" o "lo que vendría a ser un meet and greet de ahora" en un texto sobre el siglo XVIII porque soy guay y escribo como la chavalada (how do you do, fellow kids?). Y eso solo en las primeras páginas que la editorial ofrece de gratis. Va de que aunque esta novela sea un truño como pocos, la editorial ha conseguido que pongan un PUTO BANCO con la portada enfrente de la entrada del metro de Ópera en Madrid. (Ópera, ¿lo pilláis? Porque mi novela va sobre Johann Sebastian Bach). En fin, esto no va de literatura, sino de ventas, de marketing, de celebrities con el ego inflado, de promiscuidades público-privadas. De eso va.
¡Noooo! El otro día escuché como lo entrevistaban en RAC 1. Un hombre sincero e íntegro que reconoce que la tele es su hobby pero que por encima de todo es lector y, uf, escritor. Que eso es lo que (creo que dice modestamente pero no lo aseguraría al 100%) cree que hace mejor e interpreto que es por lo que le gustaría ser recordado. Spoiler: a tenor de lo leído bajo tu firma, un sencillo consejo: sigue en la tele, noi, que lo de juntar letras no es lo tuyo.

Oriol:

No he leído De joven fui de izquierdas pero luego maduré; ni siquiera, sus primeras páginas, aquí disponibles para los masoquistas más curtidos. Sin embargo, la impresión que me da este libro es la siguiente: parte de una premisa falaz y, antes que probar nada a nivel teórico, busca dignificar la imagen del autor. Independientemente de si nos cae mejor o peor, Toni Cantó, perpetrador de este subproducto, ha demostrado cuatro cosas a lo largo de su carrera: 1) Que apenas sabe escribir correctamente (y eso que estuvo de jefazo en la prestigiosa Oficina del Español, chiringuito creado ex profeso para darle un techo –y sueldazo- al pobrecico tras su deserción de Ciudadanos). 2) Que no es el más indicado para hablar de política. Su constante –y oportunista- fluctuación ideológica demuestra que antepone la billetera a los principios. 3) Que su discurso carece de altura intelectual. Siempre ha sido reduccionista, cuando no abiertamente tramposo. 4) Que comunica dicho discurso regulín, exceptuando alguna que otra perogrullada. Sabiendo todo lo anterior, ¿quién, en su sano juicio, leería un libro titulado De joven fui de izquierdas pero luego maduré salido de la pluma y cabeza de este tipo? Yo, al menos, no; hay cientos de amagos literarios similares de cuya ínfulas, estulticia y caspa podría reírme, pero mi sentido arácnido me dice que el de Cantó sólo lograría cabrearme. Ni me interesa la biografía de un mediocre cuyo única proeza es haber sabido medrar en este mundopayaso, ni me interesa su visión maniquea e incongruente de la política. 

viernes, 30 de septiembre de 2022

Gabrielle Wittkop. El necrófilo

Idioma: francés

Título: Le nécrophile

Año de publicación: 1972

Traducción: Lydia Vázquez Jiménez

Valoración: repugnante (a ser posible, pronúnciese a la manera gallega: "repunante")

Hay en el mundo literario francés toda una tradición, ejercida con mayor o menor fortuna y por voluntariosos enfants terribles (o no tan enfants), de épater les bourgeoises (en los últimos años, más bien, épater les progressistes). Algo menos evidente, pero quizás más interesante sea toda una corriente, o quizás tan sólo un hilo, a través del tiempo, de escritoras francesas que han escandalizado a la sociedad bienpensante con sus narraciones o incluso autoficciones en la que el tema sexual no sólo resulta explícito, sino que se lleva a extremos que pocos de su colegas varones han tocado. A bote pronto, se me ocurren los nombres de Anaïs Nin, Marguerite Duras, Catherine Millet, Marie Darrieusecq, Anne Serre, Virginie Despentes... (tal vez debería empezar por Colette, pero a estas alturas resulta de lo más pudorosa) y seguro que hay muchas más.  A pesar de que alguna de éstas ha escrito libros de agárrate que vienen curvas, ninguna ha llegado, creo, a traspasar la frontera de  uno de los comportamientos más execrados por la sociedad, bien pensante o no, como Gabrielle Wittkop en esta novela, que, sin más artificio, cuenta la historia de un necrófilo; es decir, alguien que se pone verraco se excita sexualmente con los cadáveres.  

En este caso, se trata de un anticuario parisino llamado Lucien, que se dedica a profanar tumbas recientes en diversos cementerios de la ciudad para llevarse los cuerpos a su apartamento -suena harto complicado, lo sé- y allí hacer guarrerías disponer de ellos a su antojo y satisfacción... Un asco, sí, y más aún cuanto que madame Wittkop no nos ahorra detalles sobre las maniobras que ejecuta el susodicho Lucien ni sobre la evolución natural de los cuerpos en descomposición, que como todo el mundo sabe, no permanecen precisamente inalterados a temperatura ambiente... (y no sigo, porque me están dando arcadas al acordarme). Todo ello envuelto en el delirio en el que vive este hombre, aparentemente un tipo tranquilo y educado, pero en su interior como las maracas de Machín. A través de su diario, que es la forma en que está conformada la novela, nos enteramos de sus cuitas para conseguir "amantes", aquéllas y aquéllos que le han dejado un recuerdo más imperecedero, de dónde le viene tan morbosa querencia por la carne muerta... en fin, toda una serie de pormenores de los que casi mejor hubiera sido no saber nada, por más que se trate de una ficción. Ojo, que tampoco digo que éste sea un mal libro, ni mucho menos; de hecho, cuenta con páginas bellísimamente escritas, con ese estilo suntuoso y alambicado, pero fascinante y que no pierde el nervio narrativo, que tan bien les sale a los literatos/as franceses (a algunos/as, por lo menos). Atendiendo a este aspecto (y como pasa, por ejemplo, con ¡Ponte, mesita!, de Serre), la novelita sería, sin duda, recomendable... si obviáramos todo lo demás. Porque, así como otras reseñas que califican a su libro reseñado como "repugnante" parecen utilizar este calificativo en el sentido de "muy malo", "inadecuado" o incluso "inmoral", yo lo he usado aquí de acuerdo con su más estricto significado: "repugnante" quiere decir que da mucho repelús, carallo...

¿Qué le pudo inducir a una señora en apariencia tan reflexiva, culta y distinguida como era Gabrielle Wittkop (recomiendo a todo el mundo que vea la entrevista que concedió en un programa de Bernard Pivot y que se puede enlazar desde la página web de la editorial Cabaret Voltaire) a escribir una novela tan escabrosa como ésta, descartada, creo yo, la motivación de épater, etc.? Puede que, como declara ella en esa entrevista, la idea de que las mujeres no han de ponerse límites, tampoco en literatura. O su ansia y voluntad de libertad en todos los ámbitos, como se puede deducir a tenor de la muy interesante biografía de esta escritora (por lo demás, discípula declarada del marqués de Sade, según ella)... pero yo tengo la sospecha que quizá esta idea de ir más allá de cualquier límite permisible o al menos permitido (se entiende que en la ficción) venga del acicate que supuso, en su momento, el éxito de la Lolita de Nabokov y que pudo hacerle pensar: "Si tú te has atrevido a contar una historia desde el punto de vista de un pederasta, yo voy a ir más allá, viejo ruso de los co..." Dicho de otro modo. un "sujétame el cubata" en toda regla. O quizás simplemente lo hizo porque pudo y porque quiso, como otro marqués, el del Viso, qué sé yo. En todo caso, advierto a quien se plantee leer esta corta (afortunadamente) novela: por utilizar el argot taurino, aténse los machos y que Dios reparta suerte... La van a necesitar.

Nota final: por un momento pensé en programar esta reseña el día 31 de octubre o el 1 de noviembre, pero, visto lo visto, hubiese resultado de pésimo gusto hasta para mí...

martes, 12 de noviembre de 2019

Amélie Nothomb: Barba Azul

Idioma original: francés
Título original: Barbe bleue
Año de publicación: 2014
Traducción: Sergi Pàmies
Valoración: repugnante

Comprenderé perfectamente a quien critique que haya leído y reseñado este libro con plena consciencia y deliberación tanto de lo que iba a encontrarme como de lo que iba a escribir sobre él. Pero ya sabéis lo que organizamos sobre los NOOO! BEL y no están los tiempos ni para desperdiciar una reseña ni para no amortizar el tiempo empleado en leer un libro aportando algo de las sensaciones experimentadas al leerlo.
He dicho "tiempo empleado".
Quería decir "tiempo malgastado". Barba azul es la novela número 21 de la escritora belga. A uno por año desde 1991 hasta hoy, en que, me temo, Anagrama debe estar en el proceso de traducción de la del 2019 para sacarlo y seguir pringando su catálogo con la escritora más incomprensiblemente valorada de la historia.
He dicho "sensaciones experimentadas al leerlo".
Temo que aquí ya no voy a ser tan breve y objetivo. Barba Azul es una adaptación del cuento de Perrault, Nothomb ni se ha molestado en cambiarle el título, no nos compliquemos más la vida, pensaría, que con crear la novela ya he tenido bastante. El esfuerzo de todo un año, que es en promedio lo que le cuesta sacar estas novelas de menos de 150 páginas con su tipo de letra generoso, sus diálogos liberadores de peso en los párrrafos, sus capítulos que permiten despachar el libro en un par de horitas, y a devolver el libro a la biblioteca, vete a saber qué les puede pasar a mis tomos de Houellebecq o Bolaño, escritores de Anagrama que deben alucinar literalmente (uno desde cada mundo) preguntándose que hacen sus libros en el mismo catálogo que esta porquería.
Es predecible hasta lo exasperante. Los primeros párrafos ya nos muestran a una tal Saturnine sentada a la espera de ser entrevistada para tomar una habitación asequible en desproporción, pleno París, 500 euros por 40 m2 de ventajas inmobiliarias y la pobre Saturnine, pobrecita ella, única de las candidatas que esperan que ignora que el pretendido cuarto ha tenido ocho inquilinas previas de las cuales nada más se ha sabido (aquí ni hay policía ni detectives ni leyes ni familiares que indaguen ni nada, una licencia literaria como cualquier otra; total, estamos en el París del siglo XXI), a pesar de lo cual una de las candidatas ya ve en ella (y acertará) que será la agraciada con semejante ganga.
Así que Saturnine se instala en la habitación y pronto es agasajada con todo tipo de atenciones hasta que conoce a Don Elemirio Nibal y Mílcar, rico heredero propietario del inmueble, excéntrico caballero español que acumula todos los tópicos habidos y por haber, en el rancio sentido de la palabra. Un personaje esperpéntico, ya no una parodia o una caricatura o una ridiculización, sino un amontonamiento de figuras trasnochadas que emplea una jerga y unos razonamientos de la Edad Media, que lee sentencias de la Inquisición, que tiene dinero por un tubo - cómo no, Saturnine solo gasta champany del bueno y gustos caros, pero oiga, todo eso compensa de sobras el vivir con un asesino en modo pasivo, con un monstruo que se cree con derecho a los intentos de seducción basados en toda la ristra de estereotipos de clase, de género, de raza, de longitud de intestinos. 
Y Nothomb pretende que nos traguemos este paquete, lo sitúa en un mundo real con internet y teléfonos móviles, con amigas con las que sales y a las que explicas cosas, lo adereza como diciendo que ya sé que todo esto es intragable e incoherente, pero que todo son licencias y al final me sacaré (del sombrero) la solución final vía soy una chica muy lista y las chicas listas nos empoderamos (pero antes nos enamoramos).

La historia repugna, los diálogos parecen escritos por estetas del siglo XII cargados de ácido, ni un personaje resulta creíble o extrapolable a otros tipos reales salvo a auténticos imbéciles. Haced otra cosa, dormid la siesta, mirad las musarañas, coged casi cualquier otro libro.
Una hora y media,solo, claro, por supuesto. De intensa tortura, por eso.

sábado, 9 de diciembre de 2017

Bret Easton Ellis: Lunar Park


Idioma original: Inglés
Título original: Lunar Park  
Traducción: Juiz Rodríguez Cruz
Año de publicación: 2005
Valoración: Repugnante 

Me encanta American Psycho, de Bret Easton Ellis. Tengo veintidós años y ya he leído esta novela cuatro veces. Pienso que su factura es perfecta (aunque, ciertamente, algo inaccesible); es un libro con un inusual paralelismo entre lo que quiere comunicar y los aspectos formales. También he leído Menos que cero, la primera novela de Ellis. Ha envejecido mal, no lo niego, pero no es un auténtico despropósito. Lo tercero que he abordado del autor es Lunar Park, y me ha parecido un insulto. Mira que tenía todos los ingredientes para que me gustara: una mezcla de realidad y ficción, a Patrick Bateman (el protagonista de American Psycho) y sucesos de apariencia sobrenatural. ¿Cómo ha podido naufragar de tal manera una historia tan prometedora?

Creo que a Ellis le ocurre como a Palahniuk. Ambos autores lograban escandalizar al principio. Ahora, sin embargo, no lo consiguen con la misma efectividad. Pese a sus constantes esfuerzos. Y, para colmo, esta insistencia les vuelve machacones. La polémica no es ya un medio para ellos, sino un fin absurdo y gratuito. Ya cansa que recurran a ella una y otra vez, irreflexivamente. 

Lunar Park parecía haberse dado cuenta de esto. Al empezarla, pensé que Ellis se estaba redimiendo, que iba a cambiar de modus operandi; una lástima que no fuera así. El escritor vuelve al shock que en su momento le funcionó, y que ahora no es más que un recurso barato: sexo pornográfico, violencia extrema y drogas duras. Bret Easton Ellis cae de nuevo en la provocación. Lo peor es que no por inercia, sino que para vacilarnos, pero ya llegaremos a esto. 

La premisa de la novela no es muy original. Ellis es perseguido por una de sus creaciones. El adversario del escritor es una confusa mezcla entre Bateman y su padre ya difunto (quien fue, de hecho, su principal inspiración a la hora de concebir al asesino de American Psycho). Metaliteratura a punta pala, vamos. Ellis es el protagonista del duelo al que ya tantos otros se han enfrentado: pienso en Frankestein, de Shelley, o en Beaumont, de King. 

El protagonista de Lunar Park está lleno de defectos. Lo sabe y hasta lo reconoce. Esta es una buena decisión. Al fin y al cabo, ya no estamos frente a los desubicados adolescentes de Menos que cero, ya no hablamos del psicópata completamente ido de American Psycho. No, el protagonista no es otro que el propio Ellis, autor de los anteriormente citados libros. Este enfant terrible que escandalizó al panorama literario en el pasado parece haber madurado: se arrepiente de sus errores. ¿Pues por qué sigue cometiéndolos? No para. Drogas, alcohol, mujeres. Y no tengo ni idea de por qué narices le aguanta su cabreada esposa (añadido ficticio, por cierto). 

Ellis, en una entrevista, aseguró que escribiendo esta novela se estaba mofando de la visión que la gente se había formado sobre él. Pues bien, esto me parece una pataleta infantil. Al principio de su carrera, esa intención me hubiera parecido justificada. Ya sabes, por lo de indignar a un público hipócritamente remilgado, que se lo tiene bien merecido. Pero a estas alturas no lo veo necesario. Creo, incluso, que está fuera de lugar. Los lectores ya no son igual de impresionables que antaño. Ya no tienes que escandalizarlos para reírte de ellos. Por eso no veo por qué nos tiene que tomar el pelo. En Lunar Park no buscamos la redención de Ellis por morbo. Él nos la ofrece en bandeja de plata al iniciar este libro, y cuando nos ha dado una falsa impresión, nos la quita delante de nuestras narices. ¿Qué recibimos a cambio de nuestra credulidad? Que en su novela nos haga pensar que se está flagelando para después acabar riéndose en nuestra cara. 

Ellis también confirmó que el protagonista de la novela está basado un 60% en él. ¿Dónde empieza realmente, pues, esa versión que el lector se ha fabricado sobre Ellis si él mismo confiesa haberse inspirado mayoritariamente en sí mismo?

En definitiva: mientras que Lunar Park arranca con un agradable sabor a autocrítica (personal y literaria), acaba por recurrir a los tropos de siempre. Lo que parecía una especie de autobiografía no autorizada, la confesión avergonzada y a regañadientes de una persona que ha cambiado, da paso a una dispersa sucesión de momentos que buscan ser polémicos y que acaban contradiciendo el que se nos hizo creer (a traición) que era el mensaje inicial. Dichos momentos, por cierto, opacan la supuesta historia principal de la novela, aquélla en la que el escritor se ve inmerso en una persecución metaliteraria. 

Mejor paro, que sueno a ex pareja despechada, a moralista barato. ¿Soy un exagerado? ¿Soy injusto al reclamar algo a una obra, algo que creía que el autor me estaba ofreciendo? Al fin y al cabo, hay muchas reseñas celebrando aquello que yo critico. Ni idea. Va, Ellis, riéte de mí, si quieres; felicidades, has conseguido indignarme. Lo único que tengo claro es que es poco probable que relea tu Lunar Park. Para ver a Bateman ya tengo suficiente con American Psycho o la excepcional encarnación de Christian Bale. 


También de Bret Easton Ellis en ULAD: American PsychoMenos que cero, Suites Imperiales 

sábado, 11 de junio de 2016

Colaboración: La feria del terror de Dean R. Koontz

Idioma original: Inglés
Título original: The funhouse 
Traductor: Julio F. Yáñez
Año de publicación: 1980 
Valoración: Repugnante

Hubo un tiempo en el que el interés de los lectores se orientó hacia el terror. Entonces se publicaron toneladas de papel sobre el género, gran parte de las mismas oportunistas, huecas o sosas; las cuales, pese a su mediocridad, se vendieron. A día de hoy, sin embargo, el público (al menos, el más avezado) ya no va a tolerar ciertas narraciones. Exige historias más sofisticadas, de factura e intención inteligentes. Y, como representante de este público más crítico, vengo a denunciar La feria del terror como una que no lo es, a pesar de que la contraportada de la edición con la que yo me topé la vende como “una pequeña obra maestra del género”. Con el boom de la literatura de terror pudo estar bien, pero claramente no es algo a lo que debamos hacer caso actualmente.

Dean R. Koontz ha producido varias novelas decentes, pero también muchos bodrios. Generalmente, estos bodrios tienen algún momento rescatable, ya sea porque logran producirnos auténtico pavor o porque consiguen plasmar alguna sentencia existencialista que, pese a no tener grandes pretensiones, acaba por funcionar a su manera. Sin embargo, en La feria del terror, Koontz no logró ni siquiera una de esas dos minúsculas virtudes que logra colocar en otros de sus trabajos más pésimos.

La novela cuenta la historia de un engendro que se dedica a violar y asesinar a mujeres en una feria ambulante. Es el hijo del pregonero de la misma, Conrad, quien quiere vengarse de Ellen, una chica con la que estuvo casado de joven y que asesinó al monstruoso hijo que tuvieron entre ambos para después huir. Conrad lleva tiempo buscándola, mientras encubre los crímenes de su dantesco vástago. Y un día se topa con los hijos de Ellen, Amy y Joey, que se ven impulsados a luchar por sobrevivir en las tenebrosas entrañas del Pasaje del Terror, la atracción de la feria que lleva años amparando escalofriantes masacres.

Puesto que es una película novelada, debemos exculpar al autor de muchos de los despropósitos que el libro contiene, como, por ejemplo, los defectos de la trama o la imbecilidad y planitud de los personajes. Y a ver, no vamos a reprocharle haber aceptado el encargo; el pobre hombre quería el dinero. Pero de ahí a perdonarle que el libro que escribió fuera tan malo hay un buen trecho. Dentro de las limitaciones con las que partía, estoy seguro de que podría haber logrado un acabado con mucha más calidad; en otras palabras, el guión cinematográfico en el que Koontz debía basar el libro era un lastre a priori, vale, pero la intervención del escritor podría haber paliado eso en mayor medida.

Se le nota un intento por compensar la ausencia de profundidad psicológica de los personajes que se percibe en el guión y en la película (la cual no voy a mirar, gracias), y, no obstante, acaba rellenando la historia con detalles superfluos y anecdóticos. Consigue, asimismo, crear una atmósfera inquietante en algunos pasajes, pero la acción pierde fuelle a medio desarrollo. Éstos son varios de los muchos defectos que he detectado en el libro, y como ya he desperdiciado tiempo leyéndolo, no me recrearé enumerando más. En cambio, me iré a buscar una buena novela de terror que me quite este mal sabor de boca. Todavía no estoy seguro de cuál, ¿qué tal Drácula, Las montañas de la locura o El resplandor? Lo que me da miedo de verdad tras leer este chasco es apostar por una inédita que pueda decepcionarme de igual forma...

También de Dean R. Koontz en ULAD: La casa del trueno

Firmado: Oriol Vigil

lunes, 7 de marzo de 2016

Colaboración: El canon occidental de Harold Bloom

Idioma original: inglés

Título original: The Western Canon: The Books and the School of the Ages

Año de publicación: 1994

Traducción: Damián Alou

Valoración: repugnante


Una tarea titánica la de compilar la lista de los libros imprescindibles de Occidente, lo que quiera que sea eso. Como el autor es un simple mortal, su fracaso es previsible, aunque podía haberlo sido menos de conducirse con más modestia.

Bloom es demasiado ignorante para el empeño y muestra un vicio muy presente en algunos autores de habla inglesa, considerar prioritario frente al resto lo que está escrito en inglés. Enmascaran así su flaqueza para leer en otros idiomas. Un ejemplo claro es su tratamiento de la literatura medieval: dedica un capítulo entero a glosar Los cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer -magnífico libro, por otra parte-, pero ignora a Boccaccio, a Juan Ruiz, a don Juan Manuel (donde podrá encontrar la semilla de La fierecilla domada de su adorado Shakespeare), la literatura de exempla y las farces, sotties y fabliaux en francés, por no seguir con la lista, todos ellos anteriores y de los cuales bebió Chaucer en abundancia.

A ver, cualquiera diría que para hacer un canon no ya occidental sino -seamos más modestos-, sólo europeo, habría que dominar el inglés, pero también al menos el castellano, el francés, el alemán y el italiano, pero no es el caso. Así que para ocultar sus carencias se refugia en la soberbia y la displicencia. Shakespeare es el mejor autor que ha pisado la Tierra. ¿Por qué? Porque lo digo yo. Si un mindundi como Leon Tolstoi osa decir que todos los personajes de Shakespeare hablan igual es porque Tolstoi no sabe suficiente inglés. Y sin embargo, es cierto. Todos los personajes de Shakespeare hablan igual, una de las muchas críticas que cabe hacer al sobrevalorado dramaturgo inglés. Lo que no sucede con Calderón de la Barca, por ejemplo, donde los reyes hablan como reyes y los criados como criados. Claro, ese es el problema de los cánones, que son fruto de un lugar y una época; si lo hubiera escrito un alemán aparecería Calderón, pues fue en Alemania donde se rescató su figura después del olvido al que le condenó el tiempo y aún hoy muchas de las mejores ediciones calderonianas se hacen en territorios de habla alemana. El libro está lleno de ejemplos así. Entroniza a Samuel Beckett pero ignora la existencia del Teatro del Absurdo, como si Beckett no debiera nada a Alfred Jarry, a Dadá y su Cabaret Voltaire o a Antonin Artaud o si su obra fuese una isla solitaria sin comparación con, por ejemplo, la de Eugène Ionesco.

Por otro lado, Bloom es un resentido y lo hace notar. Para él la culpa de la decadencia en la transmisión de la literatura la tienen las feministas, los negros y los homosexuales, bien claro lo escribe. Por supuesto, no cabe un gramo de responsabilidad en profesores ignorantes y dogmáticos como él. Supongo que aquí cuentan mucho las pequeñas miserias de la vida universitaria...

Ojo, le he llamado ignorante, soberbio y resentido, pero no tonto. Tuvo la suficiente astucia para dedicar un espacio separado al catalán en su maravillosa lista y eso le valió un Premi Internacional Catalunya otorgado por la Generalitat y dotado con una muy buena bolsa...

Lo leí hace unos cuantos años, al poco de aparecer, y lo encontré un ejercicio gratuito de arrogancia. Medida por medida, no me he tomado la molestia de repasarlo.



                                                                                             Firmado: Pedro el Negro


Otros títulos de Harold Bloom reseñados en Un Libro al Día: GeniosLa religión en Estados Unidos 


sábado, 26 de diciembre de 2015

Colaboración: Despertad al diplodocus. Una conspiración educativa para transformar la escuela… y todo lo demás, de José Antonio Marina

Idioma original: español
Año de publicación: 2015
Valoración: repugnante

La Administración selecciona los estudiantes de Magisterio. Decide qué, cómo, cuándo y por qué estudiarán (y por cuánto…). Los habilita, primero aprobándolos durante la carrera, después mediante Oposición. Una vez están trabajando, les ordena qué y cómo deben enseñar. Si hay suerte, les explica por qué. Pero el que elige los porqués siempre es la Administración. Etcétera. Lo fascinante de este mínimo listado de competencias de la Administración (que ocuparía más espacio si lo desglosáramos utilizando la jerga especializada del gremio), es que a pesar de que en la teoría y en la práctica la Administración lo controla todo o, al menos, es responsable de todo lo que pasa en Educación, cuando algo falla la culpa siempre es de los maestros.

Dado este contexto, los ensayos como Despertad al diplodocus vienen como anillo al dedo, porque dicen, aunque de forma sibilina, exactamente lo que la administración quiere oír: José Antonio Marina acaba de escribir 224 páginas de currículum oculto. Un pequeño mamotreto, un diplodocus de currículum oculto. Pero, por supuesto, los que tienen “ideología” siempre son los demás. ¿Que qué es currículum oculto? ¿Se acuerda de cuando los fabricantes de manuales escolares, sin siquiera reflexionar sobre ello, siempre ponían a papá trabajando o con su pipa y el periódico y a mamá de ama de casa? Eso es currículum oculto. Antes se hacía más a lo bestia. Pero ahora también se hace. Si uno está realmente interesado en el tema, puede conseguir El currículum oculto de Jurjo Torres.

En Despertad al diplodocus hay currículum oculto a paladas: “nuestros hijos y alumnos [deberán vivir] en ese mundo [VUCA, de sus siglas en inglés: volátil, incierto, complejo y ambiguo], que no es muy confortable pero que no ofrece alternativa”, nos advierte Marina casi ni bien empezar. En esta sola frase, como en el cambalache de Discépolo, ves reír ¿Quién se ha llevado mi queso? junto a un There is no alternative tatcheriano, la victoria de la cultura afirmativa y la razón instrumental junto al nuevo término novedoso de moda ahora mismo por el momento (Heidegger nos quitaría la tontería a sopapos antes de enviarnos a la cámara de gas), el de las “competencias”, que no cayó del cielo sino, como suele ser costumbre últimamente, del ámbito empresarial (antes nos caían en la cabeza los de la fábrica y, siempre, los de lo militar).


Si hay un fantasma que recorre el libro, es el fantasma de la ideología. ¡Cuidaos de la ideología! parece decirnos Marina con su dedito levantado. Y como somos zorros viejos y sabemos que los que no tienen ideología siempre son los más rancios y casposos, no nos costó nada darnos cuenta de que en el capítulo 6, “Cuarto motor del cambio: la empresa” Marina nos mete de lleno en el país feliz de la casa de gominola de la calle de la piruleta. Con las empresas (al igual que con la educación privada, por supuesto) son todas ventajas y ningún problema. Todo lo más, avergonzarse de que “los docentes hemos mirado muchas veces con desconfianza el mundo empresarial, pero eso forma parte de la cultura de la burbuja que hemos de desterrar”.

¿Para qué entrar en detalles? ¿De quién es la culpa de esa desconfianza? Nuestra, por supuesto, y si “queremos fortalecer nuestro prestigio social” debemos desechar la desconfianza. Antes o después de la pastillita de soma. Y el paternalismo que no falte: que qué bonito es que los empresarios “[demuestren] su interés por ellos [los empleados] mediante el interés por sus hijos”, que qué felicidad que “los padres de los niños […] veían que sus jefes se ocupaban de la educación de sus hijos, a pie de obra”.

Tampoco nos costó nada encontrar la única mención explícita a los sindicatos docentes de todo el libro, en la página 167 (bastante después de poner en alerta contra “los corporativismos” nada más comenzar), cuando Marina deja un poquito de lado la impostura y se pinta la cara para la guerra aprovechando para ello sus propios espumarajos: “se trata de pedir a los sindicatos que no pongan dificultades a esta colaboración [entre la escuela y la ciudad]”. Para Marina, pues, lo único que pueden hacer los sindicatos es no estorbar, pasar desapercibidos, reducirse a la inanidad. Si se nos ocurre señalar que destruir los sindicatos de un gremio implica desprofesionalizarlo, toda vez que los sindicatos son la más efectiva organización que los trabajadores han tenido jamás para proteger sus derechos, es que tenemos ideología, claro está.

“La formación de los profesores en España no se ha tomado nunca en serio en España, tal vez porque nunca se ha tomado en serio la profesión docente”, suelta Marina en la página 90, que viene siendo algo así como que en España jamás nadie se preocupó por la educación, una idea que revolotea todo el libro, aunque nunca explicitada. Y es por eso que Marina va a buscar el “secreto del éxito educativo” cuanto más lejos mejor. En Finlandia, Singapur, Estados Unidos, Corea del Sur. Es casi enternecedor que, recién sobre el final del libro, se permita un único vistazo positivo hacia las experiencias pedagógicas latinoamericanas, rescatando la labor contra la violencia en Medellín.

Marina cae en la demagogia del tertuliano, la que sirve pasto a la vociferación en los bares. Las babas ante lo que hacen en Finlandia sirve para anular la reflexión, es un eslogan y un mantra. Porque el sistema finlandés funciona en Finlandia, resuelve problemas de Finlandia, está pensado para Finlandia. España tiene sus problemas y su realidad, y éstos tienen (y lamentablemente todo parece indicar que tendrán cada vez más) que ver con los del Tercer Mundo que con los de Finlandia. Y es por eso que, a la hora de buscar inspiración, se tiene la opción de seguir los cantos de sirena de los gurúes que nos prometen que para arribar a la Tierra Prometida es cuestión de usar la fotocopiadora, o bien de mirar y aprender de quienes están haciendo frente, de la manera que pueden, a un contexto similar al español, aunque más a lo bestia.


Marina, cuando no concreta, parece encantado por la idea del consenso, de que “tenemos que elaborar una hoja de ruta y una metodología”, o que “en España no ha habido nunca un debate desde la educación y para la educación”. Parece que todo hay que hacerlo de buen rollito, que hablando se entiende la gente. Y sobre todo si su OBJETIVO 5 AÑOS (así en mayúsculas, como en un chat cutre), implica el trasvase de poder de los claustros al equipo directivo, gente supermegaguay con cargos en idioma inglés y elegidos por la Administración, y que deberían “investigar y proponer aquellas cosas que deberían aprender los profesores” (ahora se decide en claustro) o, para qué cortarnos, que “los que tienen que tomar las decisiones [sean] los directores, los jefes de equipo” (ahora se decide en claustro…).

Marina defiende, pues, un proyecto autoritario. En plan guay y con mucha cosa en inglés aquí y allá, pero bastante blanco y en botella: la escuela necesita líderes; es malo que esos líderes salgan del claustro (esto lo dice en el Libro blanco); esos líderes deben ser elegidos por la Administración; esos líderes deben elegir a los maestros y qué formación continua deben tener. Blanco y en botella. O Vlanco y en votella, si respetamos la “peculiar” ortografía de Marina en su Libro blanco. Blanco y en botella, pues, pero de consensuado nada. Si es que lo que realmente quiere despertar Marina no es un diplodocus, es un caballo de Troya.

Ahora a Marina, que como es tan educado le encanta insultar a los que no piensan como él, se le ha dado por quejarse de que las críticas a su Libro blanco se deben al “miedo”. Pues no, señor, somos gente grande, bastante formados algunos de nosotros, y no tenemos miedo. Pero tampoco nos chupamos el dedo, así que del asquito no le puedo decir nada…

Firmado: Fernando Daniel Bruno

miércoles, 28 de agosto de 2013

Albert Espinosa: Brújulas que buscan sonrisas perdidas

Idioma original: Catalán
Año de publicación: 2013
Título original: Bruixoles que busquen somriures perduts
Valoración: bochornoso, pero homologuémoslo como repugnante

Lo de Albert Espinosa es un tema... espinoso. Menudo chistecito, para empezar. Bueno: el nivel del libro iría por ahí. Yo es que me meto en unos berenjenales, a veces, pero va, diremos que el sentido de este blog debe ser tanto advertiros por dónde hay que acercarse como de qué hay que alejarse, ¿no?
Bien: Espinosa es un personaje omnipresente en Catalunya, un escritor mediático cuya carrera parte de su experiencia personal como niño enfermo de cáncer, tema que introduce en su obra y que le aporta un añadido de dramatismo, de, digamos, significación. Sus experiencias han dado pie a los guiones de la popular serie televisiva Pulseras rojas (originalmente la catalana Polseres vermelles), de enorme éxito comercial. Sí: comercial.
¿Qué pasa cuando esa circunstancia pasa a ser el tema central de toda una carrera literaria?
Sí: literaria en cursiva.
Pues pasa lo que está pasando. Que se publica novela tras novela con títulos digamos, buenrollistas. Que se vende a cascoporro. Que es el libro que muchos padres satisfechos encasquetan a los hijos para Sant Jordi. Que se hace caja. Mucha caja. Que se va de flor en flor, pasando por todos los tópicos nivel 2.0, dejando atrás la sensiblería obvia y pasando a la sensiblería programada para no ser obvia. Un enorme filón explotado con la mayor desvergüenza y que, sonrojante a más no poder, se incorpora a una especie de cultura oficial que prioriza esfuerzo y sacrificio, frente a lo imprescindible hablando de literatura: talento.
Claro que Espinosa no pretende ser Vila-Matas. Pero es que parece que aspire a ser, no sé, Mocchia. Sale tanto en la TV, en la radio, se promociona tanto con esa pinta de eterno jovenzuelo, de yerno perfecto. Hasta Spielberg toma nota de su éxito.Claro que, con su enorme triunfo entre el público juvenil y adolescente (y notable entre el maduro), habrá quien diga que ya es suficiente con que haga que se lea a ciertas difíciles edades. Un argumento más que discutible visto lo muy alejado que está esto de lo que es literatura.
Que es de lo que aquí intentamos tratar.
Las primeras páginas de Brújulas que buscan sonrisas perdidas desanimarán a cualquiera con un mínimo listón de lo literario: frase tras frase terminada en puntos suspensivos (os lo digo: esto pone mucho de los nervios). A las pocas líneas ya ha aparecido la palabra enfermedad, claro. Y la palabra no dejará de aparecer, ni tampoco la palabra hospital, la palabra alzheimer, la palabra cáncer. Todo ello al mínimo pretexto y todo ello rodeado de un atrezzo que es marca de la casa. Los títulos de los capítulos, tan cargantes como el del libro, la tipografía usada en ellos, los puntos suspensivos (que siguen y siguen, hasta un final que no llega nunca), las sucesivas desgracias que acaecen al protagonista; todo, de un formulismo y una estructura tan previsible, que la sensación de hallarnos ante un producto es absoluta.
El protagonista, recién enviudado por un accidente, visita al padre, muy enfermo (pero empeorará, tranquilos) que también es viudo (...) pues la madre también enfermó. El protagonista, claro, visitó muchas veces el quirófano en su infancia. Claro, estaba muy malito y lo superó. Y los puntos suspensivos, insisto, por todas partes. Albert, atento: así se acaba una frase. Punto: uno, no tres. Pues bueno, qué queréis que os diga sin espoilear (porque alguien aún caerá en esta lectura, seguro). Que el mensaje es que la vida es muy importante y hay que disfrutar el momento y hay que tener buen rollo. Trescientas páginas para un leit-motiv tan sencillo. Una historia blandengue, sensiblera, programada, diseñada, producida. No salvarás bosques por leerlo en e-book: necesitarás kleenex, a punta-pala. Tan desechables como esta novela.

En fin: paro ya, de hacer amigos. Los resortes que toca este libro son indecentemente premeditados. Esto sí es pornografía, emocional e intencionada, más aún que la de la pobrecita e incomprendida Sasha Grey, que al menos busca excitar otra cosa que los lacrimales. Esto sí que es clavar justo la aguja donde se produce el efecto deseado. Toma, Jaime, etiqueta homologada, "repugnante". Y menudas han sido tres de mis últimas cuatro lecturas. 

Yo no es que esté en contra de que ciertos libros ayuden a la gente a bregar con ciertas crueles enfermedades. No es por eso, igual que no estoy a favor de la pederastia por gustarme Nabokov. Pero, aunque esté en papel y contenga letra impresa, hay muchos motivos por los que Brújulas que buscan sonrisas perdidas y, por ejemplo, cualquier obra de Faulkner, no pueden considerarse lo mismo. Aunque nos insistan que esta sea mejor lectura que ninguna lectura, cada libro que este autor vende es un libro que dejan de vender autores con mucho más merecimiento. Quienes amen la lectura no deben perder el tiempo con este producto. Que se venda (o se dispense) en farmacias, en consultas de psicólogos, prescríbanlo con tratamientos, lo que sea. Pero no lo pongan al lado de Bolaño, de Kapuscinski, de Foster Wallace...(estos sí, son mis puntos suspensivos).

domingo, 30 de diciembre de 2012

Jorge Javier Vázquez: La vida iba en serio

Idioma original: Español
Año de publicación: 2012
Valoración: repugnante, siendo muy generoso

Sí, ya lo sé: a libros como estos no hay que prestarles la más mínima atención. De hecho, si he sugerido no publicar esta reseña el 28 de diciembre ha sido por si alguien se confundía y le daba por presentarse en una tienda a comprar esta insignificancia. De hecho, también, se me hará larguísimo el día en que se publique, acostumbrado a ver en nuestra portada libros de escritores que, por lo menos, ostentan ese calificativo con un mínimo de dignidad.

Por eso me gustaría evitar que nadie pensara que este libro sirve ni como regalo para salir del paso con alguien, con tal de que lea algo. Ni siquiera para eso tiene sentido alguno.

Para los que nos leéis desde fuera de España, sabed que el autor de este libro es un famosísimo periodista que presenta un programa que es un paradigma de la telebasura. No: es el paradigma de la telebasura. Programas de TV dedicados a seguir la vida de los famosos y que, cuando no tienen suficiente con ellos, provocan peleas y conflictos entre sus propios colaboradores. Programas que solo se ven cuando uno salta de canal en canal y se queda paralizado por el horror de tanta vacuidad, por el horror de tanta gente perdiendo el tiempo con su visión, por el horror de las cifras de audiencia.

Entonces, este señor llega un día en que no tiene bastante con la fama y el dinero, ambos en cantidades desmesuradas, que le procura el programa de las narices, y va y decide intentar dignificar su imagen. Decide optar a otra posteridad que ésa, decide ser un creador. Entonces tiene el sueño febril de que puede ser escritor, porque él, sabéis, estudió filología (haría bromas sobre biólogas justo aquí). Como para las editoriales españolas estas cosas tienen tirón, pues toma, ahí está su autobiografía.

Con esa pretensión la planta en las tiendas, usa su programa para promocionarla, y ahí está, compartiendo estantes con libros de escritores de verdad, pero que no lo tienen tan sencillo.

Bueno, se le podría conceder el beneficio de la duda y pensar que uno puede redimirse, exorcizar los demonios de su nefasta aportación cultural a través de un libro sincero y confidente.

Pues no, para nada. Este libro es un manual de mirarse al ombligo, de auto-flagelación seguida de auto-complacencia, un manual, ya que estamos, de auto-ayuda pero para su autor, que al fin ve su nombre en grandes letras en la portada de un libro. Seguro, sin llegar a plantearse si lo merece realmente. Porque este libro es pura obscenidad: pero no porque se empeñe en relatar toda clase de detalles de su experiencia carnal homosexual, o en especular sobre la de otros. Es obsceno porque se me ocurren pocas maneras más absurdas de tirar papel, de desperdiciar tiempo, de dilapidar dinero,  que comprarlo o leerlo. Es obsceno porque su autor pretende convertir en fascinante una existencia como la de mucha gente, por el simple hecho de ser una persona famosa. Frustraciones, vergüenza, angustia adolescente. Pura pornografía sentimental, puro efectismo, pura sensiblería mojigata camuflada de valentía. Aburrido, mal estructurado, grotesco, con un estilo zafio que se quiere vestir de culto con cuatro citas que no vienen a cuento. Formulaico en todos los sentidos. Es obsceno, insisto en lo que escribí antes, porque su autor piensa que es el libro perfecto para regalar a quien no lee, y eso es tramposo, sibilino, y repugnante. Y parece atisbarse que habrá una continuación. Para la que no me pillaréis.

Alejaos, pues, vosotros mismos, y alejad a las personas que apreciéis en algo, de este ejercicio de narcisismo desmesurado. No permitáis que morbo o curiosidad actúen a favor de este fraude. Ninguno, cero, nada, vacío, inhóspito, nulo, y, no por lo esperado, menos indignante, es el  absurdo sentido de algo así. Tan vergonzoso, tan frívolo y tan pretencioso que no merecería ni ser calificado de libro.

Sí, ya lo sé: ni tendría que haberlo leído ni que haberlo reseñado. Ni debería venderse en librerías: en los supermercados cutres, en una bandejita, envuelto en papel celofán, al lado de la casquería. 

sábado, 14 de julio de 2012

E. L. James: Cincuenta sombras de Grey (II)

Idioma original: inglés
Título original: Fifty shades of Grey
Fecha de publicación: 2011
Valoración: Repugnante

Bien, aquí estamos de nuevo con Cincuenta sombras de Grey, y esta vez, en vez de dejarme llevar por las emociones y lapidar el libro de turno sin dar demasiadas explicaciones (o explicaciones poco ortodoxas), trataré de exponer como mejor pueda los motivos que me llevan a calificar este libro con la peor nota que tenemos en ULAD.

Digamos que la calidad literaria de Cincuenta sombras de Grey es muy escasa; famélica. Está tejido a base de frases simplonas, como de adolescente escribiendo sus fantasías y anhelos en un diario con pastas de charol y protegido por un candadito ridículo. Además,adolece de un abuso descarado de palabras y verbos tan manidos como “bonito/a”, “bonitos/as”, “asfixiar”, “desear”, “guapo/a”, etc… Y las expresiones de Anastasia describiendo a Christian, y de Christian alabándole a Anastasia esos atributos físicos que ella es incapaz de verse, pasan de adolescente: caen directamente en la más calenturienta pubertad. Vamos, que no hace falta que me cuenten que se trata de un fanfic crepusculón…

Y sobre el contenido. A ver…

Cuando a algunas personas les comento que me parece un historia de vergüenza ajena, no me quejo de las escenas eróticas narradas con detalle que contiene (uno ya sabe de antemano lo que se va a encontrar en un libro de este género), ni de que los protagonistas practiquen sadomasoquismo light (al fin y al cabo, Anastasia, mayor de edad y en pleno uso de sus facultades mentales, transige libremente). Vamos, que la protagonista del libro dice sí a convertirse en la sumisa de un tipo rico, guapo y atormentado.

Vale. Nada que objetar.

El problema es que esta historia propia de cualquier librillo kioskero made in Harlequin se vende (y muy bien, además) como la obra más provocadora, fenomenal y adictiva del momento. Sus valedores dicen de ella que es una suerte de oráculo para dar vidilla a parejas sexualmente hastiadas; y que es una controvertida expedición a lo más recóndito de las fantasías sexuales; y que es una apasionante historia de amor y redención en forma de una Bella y Bestia posmodernos y desinhibidos. Etc, etc, etc…

Pero lo único que yo he encontrado en “esto” es una interminable lluvia de bofetadas de género ejecutadas sin complejos por la garra del machismo más repulsivo y atrabiliario inimaginable.

Christian Grey, que está forrado a base de trabajar mucho (pero no sé cuándo, porque el fulano se pasa el día copulando con su sumisa y mandándole mails), le compra portátiles y coches a su Anastasia para halagarla y retenerla. Además, insiste en vestirla y darle de comer a su antojo. Y lo peor: quiere saber dónde está a todas horas, y amenaza con azotarla en cuanto ésta le lleva la contraria o hace cosas que le desagradan. Por eso no puedo entender que este especimen imaginario se haya convertido en la fantasía sexual de muchas mujeres. A mí me ha parecido un personaje literario grimoso y abofeteable. Pero no he podido llegar a odiarle porque, sencillamente, no me lo he creído.

Y Anastasia..., buff, tres cuartas partes de lo mismo. Por Dios, ¡si Bella Swan es Simone de Beauvoir a su lado! Porque Anastasia, universitaria amante de la literatura y de la ropa de sport y que se cree un orco de Mordor pese a ser una beldad, es capaz de dejarse tratar como una muñeca hinchable y recibir latigazos y azotes a mansalva con tal de volver bueno al chico malo. ¡Pero diablos! ¿No nos suena esto de algo?

En este país que cada año asiste con horror a un número creciente mes a mes de víctimas de la violencia contra la mujer, deberían retorcernos las entrañas los mensajes soterrados pero muy peligrosos que contiene este libro, del tipo “en el fondo será buena persona”, “ los chicos malos son los más atractivos”, "si tiene celos es porque le gustas", "deja que te invite y te haga regalos, que es lo normal", etc...

A mí, personalmente, me parece espeluznante que un best–seller se levante sobre cimientos que en Pretty Woman los tolerábamos gracias a lo majos que nos parecían Richard Gere y Julia Roberts, pero no, que no: que la realidad es demasiado cruel como para que nos tome así el pelo E. L. James. Y me da igual que sea una mujer, y que la admiren las mujeres, y que haya packs-regalos de su trilogía con preciosos antifaces de pedrería y esposas de terciopelo.

Y en fin, termino ya, porque si no, mucho me temo que tendríamos una tercera parte de este post, y prefiero reseñar libros que merezcan más la pena.

Sólo añadiré que por ahí hay libros sobre la exploración sexual de una mujer, como Las edades de Lulú de Almudena Grandes, que puede gustar más o menos pero que está muy bien escrito, o El amante de lady Chatterley, de D. H. Lawrence, erótico y revolucionario para su época y, para mí, una maravilla.

Primera parte del libro: Aquí

jueves, 5 de julio de 2012

E. L. James: Cincuenta sombras de Grey (I)

Título original: Fifty Shades of Grey
Idioma original: inglés
Fecha de publicación: 2011
Valoración: Repugnante

Al final, tras mucho pensarlo, me he decidido a reseñar estas Cincuenta sombras de Grima, digo…, de Grey, a pesar de que no me apetecía mucho hacerlo por pereza, por miedo a ser injusta, por preferir reseñar libros que sí que me han gustado, por evitar trolls avinagrados, y por unos cuantos motivos más… Pero bueno, me he dicho “¿Y por qué no?”, y aquí estamos.

Ahora, a ver por dónde empezamos, porque lo que pienso de este libro daría para muchos post como éste, y no es plan de aburrir al personal.

Vamos allá…

Lo primero de todo, decir que la autora, un ama de casa londinense madre de dos niños y ex trabajadora del mundo de la TV, engendró esta novela (la primera de una trilogía) a raíz de escribir un texto fanfiction (dícese de lo que escriben libremente los fans de célebres libros utilizando a los personajes de sus obras preferidas) derivado de la saga Crepúsculo muy erótico-festivo. La cosa es que su fanfic gustó mucho en la Red, mucho, hasta el punto de que una editorial se lo acabó comprando. Y cambiando de nombre a los personajes de Stephenie Meyer con los que había creado su pieza (Bella Swan por Anastasia Steele y Edward Cullen por Christian Grima, digo…, Grey), y con un poco de chapa y pintura y muchas más líneas, voilà!, E. L. James armó la nueva saga de la que todos hablan (en este caso, más bien “todas”…).

Por cierto, ¿soy la única que piensa que la ensalada de argumentos y géneros en las sagas que de un tiempo a esta parte se han convertido en fenómenos mundiales es algo digno de análisis? Porque, calidades literarias aparte, fijémonos en qué historias tan variopintas son las que contienen las sagas literarias de moda de los últimos años: niño mago enfrentando a un villano de película de Sam Raimi; niña rara que duda entre un vampiro y un hombre lobo; guerra de tronos en un reino imaginario lleno de épica, sexo, violencia y ecos de Tolkien; niña pobre y hambrienta atrapada en una Battle Royale versión Disney, y por último, esto, la fogosa historia entre un joven y rico y guapísimo empresario aficionado a controvertidas prácticas sexuales, y una virginal universitaria atraída por él hasta la médula. Una confesa vuelca de tuerca subidita de tono de la segunda saga mencionada, además. “Porno para mamás” lo han llamado, atroz etiqueta anti-lujuria en mi humilde opinión.

Y ahora debería meterme de lleno en la historia de Cincuenta sombras de Grey, pero casi sin querer acabo de hacer ya una breve sinopsis. Y es que tampoco hay mucho que añadir… Que eso: que Anastasia (Ana para los amigos a partir de ahora) Steele es pálida, morena, virgen, tímida, amante de los libros y que se cree muy poca cosa,  y que un día, por hacerle un favor a su mega guapa mejor amiga Kate, acude a una intimidante empresa para entrevistar para el periódico de la uni a su jefe, un multimillonario de 27 años llamado Christian Grima, digo..., Grey, por el que se siente, al instante, irresistiblemente atraída. Y éste, increíblemente, padece la misma atracción fatal por ella, y la busca, y primero le dice que mejor que se aleje de él, pero ni él ni ella quieren eso, y deciden liarse, sí, y con tal objetivo él la lleva a su mansión de Drácula metrosexual en su helicóptero privado (es que es muy muy rico y muy muy fantasma). Pero cuál es la sorpresa de la pobre muchacha cuando el tipo le dice que lo único que puede darle es una relación basada en el sexo, y sexo de lo más oscuro y salvaje, encima: quiere que Ana se convierta en su sumisa (como sus 15 ex parejas) y que firme un tétrico contrato para comprometerse a jugar con él a base de bondage, fustas, látigos, pinzas, etc.

Vamos, una etapa de transición perfecta para una chica sin experiencia sexual hasta entonces.

Pero Ana le desea taaanto, y sueña taaan esperanzadoramente con salvarle de sí mismo (la joven se huele que hay algún trauma infantil flotando en el aura de Christian), que acepta, y tras ciertas exigencias y cambios en algunas cláusulas (porque E. L. quiere vendernos que, en el fondo, esta sosias de Bella Swan es una tía con mucha personalidad), firma ese contrato de sumisión que no le promete precisamente un novio de esos que regalan cajas rojas de Nestlé y bonos de Spa.

¡Vaya! Acabo de darme cuenta de que me estoy pasando un montón con el espacio… ¿Seguimos otro día? Venga, que sí.

Laters, baby…

Segunda parte del libro: Aquí