Idioma original: español
Año de publicación: 2015
Valoración: repugnante
La Administración selecciona los estudiantes de Magisterio. Decide qué, cómo, cuándo y por qué estudiarán (y por cuánto…). Los habilita, primero aprobándolos durante la carrera, después mediante Oposición. Una vez están trabajando, les ordena qué y cómo deben enseñar. Si hay suerte, les explica por qué. Pero el que elige los porqués siempre es la Administración. Etcétera. Lo fascinante de este mínimo listado de competencias de la Administración (que ocuparía más espacio si lo desglosáramos utilizando la jerga especializada del gremio), es que a pesar de que en la teoría y en la práctica la Administración lo controla todo o, al menos, es responsable de todo lo que pasa en Educación, cuando algo falla la culpa siempre es de los maestros.
Dado este contexto, los ensayos como
Despertad al diplodocus vienen como anillo al dedo, porque dicen, aunque de forma sibilina, exactamente lo que la administración quiere oír: José Antonio Marina acaba de escribir 224 páginas de currículum oculto. Un pequeño mamotreto, un diplodocus de currículum oculto. Pero, por supuesto, los que tienen “ideología” siempre son los demás. ¿Que qué es currículum oculto? ¿Se acuerda de cuando los fabricantes de manuales escolares, sin siquiera reflexionar sobre ello, siempre ponían a papá trabajando o con su pipa y el periódico y a mamá de ama de casa? Eso es currículum oculto. Antes se hacía más a lo bestia. Pero ahora también se hace. Si uno está realmente interesado en el tema, puede conseguir
El currículum oculto de Jurjo Torres.
En
Despertad al diplodocus hay currículum oculto a paladas: “nuestros hijos y alumnos [deberán vivir] en ese mundo [VUCA, de sus siglas en inglés: volátil, incierto, complejo y ambiguo], que no es muy confortable pero que no ofrece alternativa”, nos advierte Marina casi ni bien empezar. En esta sola frase, como en el cambalache de Discépolo, ves reír ¿
Quién se ha llevado mi queso? junto a un
There is no alternative tatcheriano, la victoria de la cultura afirmativa y la razón instrumental junto al nuevo término novedoso de moda ahora mismo por el momento (Heidegger nos quitaría la tontería a sopapos antes de enviarnos a la cámara de gas), el de las “competencias”, que no cayó del cielo sino, como suele ser costumbre últimamente, del ámbito empresarial (antes nos caían en la cabeza los de la fábrica y, siempre, los de lo militar).
Si hay un fantasma que recorre el libro, es el fantasma de la ideología. ¡Cuidaos de la ideología! parece decirnos Marina con su dedito levantado. Y como somos zorros viejos y sabemos que los que no tienen ideología siempre son los más rancios y casposos, no nos costó nada darnos cuenta de que en el capítulo 6, “Cuarto motor del cambio: la empresa” Marina nos mete de lleno en el país feliz de la casa de gominola de la calle de la piruleta. Con las empresas (al igual que con la educación privada, por supuesto) son todas ventajas y ningún problema. Todo lo más, avergonzarse de que “los docentes hemos mirado muchas veces con desconfianza el mundo empresarial, pero eso forma parte de la cultura de la burbuja que hemos de desterrar”.
¿Para qué entrar en detalles? ¿De quién es la culpa de esa desconfianza? Nuestra, por supuesto, y si “queremos fortalecer nuestro prestigio social” debemos desechar la desconfianza. Antes o después de la pastillita de soma. Y el paternalismo que no falte: que qué bonito es que los empresarios “[demuestren] su interés por ellos [los empleados] mediante el interés por sus hijos”, que qué felicidad que “los padres de los niños […] veían que sus jefes se ocupaban de la educación de sus hijos, a pie de obra”.
Tampoco nos costó nada encontrar la única mención explícita a los sindicatos docentes de todo el libro, en la página 167 (bastante después de poner en alerta contra “los corporativismos” nada más comenzar), cuando Marina deja un poquito de lado la impostura y se pinta la cara para la guerra aprovechando para ello sus propios espumarajos: “se trata de pedir a los sindicatos que no pongan dificultades a esta colaboración [entre la escuela y la ciudad]”. Para Marina, pues, lo único que pueden hacer los sindicatos es no estorbar, pasar desapercibidos, reducirse a la inanidad. Si se nos ocurre señalar que destruir los sindicatos de un gremio implica desprofesionalizarlo, toda vez que los sindicatos son la más efectiva organización que los trabajadores han tenido jamás para proteger sus derechos, es que tenemos ideología, claro está.
“La formación de los profesores en España no se ha tomado nunca en serio en España, tal vez porque nunca se ha tomado en serio la profesión docente”, suelta Marina en la página 90, que viene siendo algo así como que en España jamás nadie se preocupó por la educación, una idea que revolotea todo el libro, aunque nunca explicitada. Y es por eso que Marina va a buscar el “secreto del éxito educativo” cuanto más lejos mejor. En Finlandia, Singapur, Estados Unidos, Corea del Sur. Es casi enternecedor que, recién sobre el final del libro, se permita un único vistazo positivo hacia las experiencias pedagógicas latinoamericanas, rescatando la labor contra la violencia en Medellín.
Marina cae en la demagogia del tertuliano, la que sirve pasto a la vociferación en los bares. Las babas ante lo que hacen en Finlandia sirve para anular la reflexión, es un eslogan y un mantra. Porque el sistema finlandés funciona en Finlandia, resuelve problemas de Finlandia, está pensado para Finlandia. España tiene sus problemas y su realidad, y éstos tienen (y lamentablemente todo parece indicar que tendrán cada vez más) que ver con los del Tercer Mundo que con los de Finlandia. Y es por eso que, a la hora de buscar inspiración, se tiene la opción de seguir los cantos de sirena de los gurúes que nos prometen que para arribar a la Tierra Prometida es cuestión de usar la fotocopiadora, o bien de mirar y aprender de quienes están haciendo frente, de la manera que pueden, a un contexto similar al español, aunque más a lo bestia.
Marina, cuando no concreta, parece encantado por la idea del consenso, de que “tenemos que elaborar una hoja de ruta y una metodología”, o que “en España no ha habido nunca un debate desde la educación y para la educación”. Parece que todo hay que hacerlo de buen rollito, que hablando se entiende la gente. Y sobre todo si su OBJETIVO 5 AÑOS (así en mayúsculas, como en un chat cutre), implica el trasvase de poder de los claustros al equipo directivo, gente supermegaguay con cargos en idioma inglés y elegidos por la Administración, y que deberían “investigar y proponer aquellas cosas que deberían aprender los profesores” (ahora se decide en claustro) o, para qué cortarnos, que “los que tienen que tomar las decisiones [sean] los directores, los jefes de equipo” (ahora se decide en claustro…).
Marina defiende, pues, un proyecto autoritario. En plan guay y con mucha cosa en inglés aquí y allá, pero bastante blanco y en botella: la escuela necesita líderes; es malo que esos líderes salgan del claustro (esto lo dice en el
Libro blanco); esos líderes deben ser elegidos por la Administración; esos líderes deben elegir a los maestros y qué formación continua deben tener. Blanco y en botella. O Vlanco y en votella, si respetamos la “peculiar” ortografía de Marina en su
Libro blanco. Blanco y en botella, pues, pero de consensuado nada. Si es que lo que realmente quiere despertar Marina no es un diplodocus, es un caballo de Troya.
Ahora a Marina, que como es tan educado le encanta insultar a los que no piensan como él, se le ha dado por quejarse de que las críticas a su Libro blanco se deben al “miedo”. Pues no, señor, somos gente grande, bastante formados algunos de nosotros, y no tenemos miedo. Pero tampoco nos chupamos el dedo, así que del asquito no le puedo decir nada…
Firmado: Fernando Daniel Bruno