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miércoles, 20 de septiembre de 2023

Zoom: La pulga de acero de Nikolái Leskov

Idioma original: ruso

Título original: Сказ о Тульском косом Левше и о cТальноӣ блохе

Año de publicación: 1881

Traducción: Sara Gutiérrez

Valoración: está bien

Hay una tradición humorística en la literatura rusa (sí, ya sé que últimamente no parecen muy bromistas) que, por lo que repecta al siglo XIX y si yo no me equivoco, tiene sus principales exponentes en Gogol y Chéjov, de quienes sobran comentarios. Entre los escritores "menores" con este registro, por otra parte (y dicho sea con todos los respetos), parece que destaca este Nikolái Leskov, heterodoxo y con menos fortuna literaria que otros colegas más célebres, pero cuya obra más conocida, esta La pulga de acero, sin duda merece nuestra atención, más aún cuando que se trata de un cuento largo o novela breve, escrito con un estilo que agiliza aún más su lectura. Vaya por delante que esa "pulga de acero" a la que se refiere el título no es ninguna alegoría ni metáfora de nada ni el nombre de un navío o un arma secreta steampunk. Ni siquiera el apodo de una famosa cortesana o de un boxeador o... yo qué sé, de un grupo revolucionario nihilista. No, se trata justamente de eso mismo, de una pulga mecánica hecha de acero, más diminuta que una pulga de verdad, puesto que sólo puede ser vista con un "pequescopio" -luego explico de qué va esto-; un regalo que le hacen en Inglaterra al zar Alejandro I cuando éste visita Europa tras el Congreso de Viena y se maravilla ante los avances técnicos ingleses. Junto a él viaja a Londres el cascarrabias general cosaco Platov, quien, por el contrario, defiende la primacía de los artesanos rusos, hasta el punto de despertar el enojo del zar. De vuelta a la Madre Rusia y tras la muerte de Alejandro, su hermano y sucesor, Nicolás I, se entera de la historia y, de acuerdo con Platov, envía a éste con la pulga a Tula, a ver si sus reputados armeros pueden mejorarla.

No voy a desvelar más del argumento. Baste saber que uno de estos armeros, un tipo zurdo, bizco y medio calvo por los tirones de pelo que había recibido cuando era aprendiz ("defectos", por lo visto, casi insalvables para la época) se convierte a partir de este momento en el protagonista de la novelette, sobre todo cuando, a su vez, viaja a Inglaterra y su cachazuda forma de ser y su rusísima visión del mundo contrastan con las de los ingleses. También hay que decir que en esta parte del libro quizás flojee un tanto la historia y, sobre todo, pierda el encanto de entre cuento popular recogido por Afanásiev y relato disparatado de Gogol que posee la primera parte, aunque gana en el aspecto satírico... lástima que esta sátira vaya dirigida, más que nada, contra personajes de la Rusia del siglo XIX de los que hoy la mayoría de nosotros (y seguramente, de los propios rusos), supongo, no tenemos ni idea; también, cierto es, hacia esa mezcla de chovinismo patriotero y admiración por lo extranjero que, por lo visto es, o era entonces, típicamente rusa. Lo cierto es que, al parecer, ni siquiera sus contemporáneos tenían claro si Leskov estaba exaltando el modo de ser de los rusos o choteándose de ellos... Quizá por esa indefinición no llegó a triunfar realmente como escritor.

Por último, y ya en un sentido meramente humorístico, destaca en la novela la utilización vocablos inventados (que supongo debieron traer de cabeza a la traductora) con un efecto indudablemente cómico: así, tenemos, además del citado "pequescopio", las "ninfusorias", los "burocumentos", el "tormentómetro", el mar "Braviterráneo", el "difamatín" o las "empollatablas de multiplicar"...

martes, 24 de enero de 2017

Mijail Saltykov (Schedrín): La familia Golovliov

Idioma original: Ruso
Título original: Господа Головлёвы
Traducción: María García Barris
Año de publicación: 1875-1880
Valoración: Muy recomendable

Hay que tener muy mala pata para ser ruso, dedicarte a esto de la escritura y que te toque ser coetáneo, entre otros, de Tolstoi, Dostoyevski, Gogol, Chejov o Turguenev. Porque la sombra de estos auténticos monstruos de la literatura es más que alargada. Y es posible que esa sombra haya hecho permanecer en el más absoluto de los olvidos a autores como Schedrín, cosa que, tras leer "La familia Golovliov", me parece sumamente injusta.

Es "La familia Golovliov" una novela muy rusa, muy decimonónica. Ambientada en los años anteriores y posteriores a la abolición del régimen de servidumbre (1861), se trata de una novela psicológica con aspectos de crítica social que narra el lento e irreversible deterioro y descomposición de una familia, los Golovliov, y de una clase social, la de la pequeña nobleza campesina.

En el caso de los Golovliov, la familia está marcada por tres rasgos fundamentales:  la ociosidad, la incapacidad para realizar cualquier tipo de trabajo y la excesiva afición por la bebida. Estos rasgos serán causa de la superficialidad y vacuidad que dominan los pensamientos y acciones de los personajes.

El único personaje que trata de oponerse a ese destino familiar será la madre, la avara y mezquina hasta extremos insospechados Arina Petrovna Golovliovo, verdadero motor de la familia, manejadora de los negocios y propiedades de la misma (llega a poseer hasta 4000 almas), pero incapaz de transmitir ese carácter a sus descendientes, salvo en lo referente a avaricia y mezquindad. Frente a ella, su esposo Vladimir, de carácter desordenado y escandaloso, está completamente fuera de la vidad social y familiar.

Esa descendencia está formada por cuatro hijos, dos nietas y dos nietas, ocho seres absolutamente infelices. De sus hijos, Porfiri (el sanguijuela, el Judas) será el heredero de la fortuna familiar y del carácter de Arina y será, además, el principal protagonista de la segunda parte del libro. El resto de los hermanos, necios algunos, absolutamente abúlicos otros, infelices todos, irán sucumbiendo a las vicisitudes de la vida y a su incapacidad para afrontarlas.

Otro tanto ocurre con los nietos y nietas, especie de contrapeso en la novela respecto a los protagonistas de la generación anterior, que tratan de romper el círculo en el que está envuelta la familia, de huir hacia una libretad apenas entrevista, pero a los que el peso de la educación recibida y la superficialidad y vacuidad de la que hablábamos conducirán a un destino trágico.

Por tanto, es "La familia Golovliov" es un inventario de seres en plena liquidación, una gran novela, densa, oscura y trágica, con ecos de Gogol, por las coincidencias temáticas con Almas Muertas y por la ironía con que retrata a los personajes, y de Dostoyevski, por esa naturaleza casi autodestructiva de sus atormentados protagonistas. Una novela que, pese a las inevitables comparaciones, posee por sí sola la suficiente fuerza como para ser considerada un clásico a tener en cuenta.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Joe Hill: Cuernos


Idioma original: inglés
Título original: Horns
Año de publicación: 2010
Traducción: Laura Vidal
Valoración: recomendable, por lo menos...

¿Recordáis aquellos libros de Crea tu propia aventura que hacían las delicias de los chavales (de algunos) en la era pre-internet? Pues imaginemos por un momento que estamos leyendo/jugando con uno de ellos:

-Eres un joven escritor de cierto talento que quieres dedicarte a la literatura fantástica y de terror, pero con la buena o mala suerte de que tu padre es EL PUTO REY del género. ¿Qué haces?:

A/ Dejarlo y dedicarte a profesiones alejadas de los libros, como analista financiero, carpintero de ribera o profesor de literatura comparada.
B/ Aceptar con orgullo tu apellido y escribir novelas como Barrie (la historia de un adolescente con poderes telepáticos que se venga de sus compañeros de high-school publicando sus más oscuros secretos en el grupo de whatsapp de la clase) o Pufo, sobre un caniche endemoniado.
C/ Matar a tu padre, enterrarlo en el jardín y suplantar su personalidad, poniéndote unas gafas de culo de vaso y una astrosa gorra de béisbol.
D/ Utilizar otro apellido y escribir las novelas más originales que puedas.

Por suerte, Joe Hill escogió esta última opción y. al menos en esta su segunda novela, se atrevió con una historia que muy bien podía haber imaginado un escritor ruso del XIX o incluso del XX (mientras les dejara el padrecito Stalin)... ¿Que no? Pues me permito transcribir el primer capítulo, para que os hagáis una idea (tranquis, que es cortito):

"Ignatius Martin Perrish pasó la noche borracho y haciendo cosas terribles. A la mañana siguiente se despertó con dolor de cabeza, se llevó las manos a las sienes y palpó algo extraño: dos protuberancias huesudas y de punta afilada. Se encontraba tan mal -débil y con los ojos llorosos- que al principio no le dio mayor importancia, tenía demasiada resaca como para pensar en ello o preocuparse.

Pero mientras se tambaleaba junto al retrete se miró al espejo situado sobre el lavabo y vio que por la noche le habían salido cuernos. Dio un respingo, sorprendido y, por segunda vez en doce horas, se meó en los pies."

¿Qué, no podría ser el comienzo de un cuento de Gogol, o incluso un cuento entero de Chéjov? ¿De Bulgakov, Bábel? Bueno, da igual; el caso es que esto es lo que le ocurre al protagonista de Cuernos: de la noche a la mañana le crecen un par de ellos en la cabeza. Y no sólo eso, tales cuernos acarrean además el poder de que las demás personas de confiesen exactamente lo que están pensando y cuales son sus verdaderos deseos, así como darle a conocer los secretos más ocultos de la gente. Algo de lo más revelador sobre la naturaleza humana, pero muy duro, puesto que Ig o Iggy es considerado por muchos como el sospechoso principal de la violación de su novia Merrin... Ig, que siempre ha sido un poco lila, se transforma, pues en una especie de demonio (y sin "especie de"), lo que aprovecha para averiguar quién mató en realidad a su novia y buscar venganza. la novela pasa entonces de ser algo parecido a un sátira social -incluso una "fábula moral"- a un thriller con tintes sobrenaturales. Ahora bien, que nadie piense que se trata de un best-seller al uso, con sus cliffhangers y sus red herrings aquí y allá, con un lenguaje sencillito para no espantar a ningún lector. Vale que no es Faulkner (de acuerdo: tampoco Gogol), pero Hill maneja aquí más recursos literarios y un estilo más depurado que muchos escritores modernetes que se marcan el hype de la semana (no digamos si son españoles); ¡caramba, si hay momentos de esta novela que bien podían haber salido de la mano de Eugenides o incluso del mismísimo Raymond Carver!

Bueno, de acuerdo, tampoco me voy a flipar tanto: es cierto que este libro se puede enmarcar dentro de lo que llamamos "literatura comercial" (etiqueta que me resulta tan desconcertante como la de "novela literaria") y no pretende ser otra cosa. No obstante, resulta una novela no sólo entretenida sino de una calidad notable, tanto en lo que respecta a la estructura narrativa y al estilo, como a las sutilezas teológicas que propone  -estupendo el "sermón ante las serpientes" del capítulo 28-; al igual que posee, por qué olvidarlo, un sentido del humor bastante negro, que ayuda a quitarle solemnidad a determinados momentos de la narración, y, por ello, hacer más verosímil una historia ya de por sí nada creíble. Aunque tampoco hace falta creérselo, claro; basta con disfrutar de esta lectura y sentir un poquito de simpatía por el diablo.


lunes, 29 de junio de 2009

Gogol: El inspector

Idioma original: ruso
Título original: Ревизор
Año de publicación:
Valoración:
Muy recomendable

Con pocas obras de teatro me he reído en mi vida tanto como me reí cuando vi hace años en el Teatro Baracaldo una representación de El inspector, de Gogol. La obra es una sátira política del régime pre-comunista en Rusia, pero sus críticas son intemporales, y puede aplicarse a cualquier país en el que haya corrupción, burocracia, trepas y chupatintas (¿a alguien se le ocurre alguno?). Además, lo que algunos consideran como un defecto -que es una sátira destructiva, sin que ningún personaje se salve de la quema, salvo quizás el pícaro central-, evita que la obra se convierta en propaganda o moralina, como pasa muchas veces.

El argumento de la obra (que por cierto se parece algo al de Muerte accidental de un anarquista, de Darío Fo) se basa en la típica confusión cómica: en un perdido pueblo de Rusia están esperando a un "Inspector General" venido de la capital para investigar sus desmanes y corruptelas. Naturalmente, están aterrorizados. En ese momento se enteran de que en la posada del pueblo se alberga un misterioso joven llegado de San Petersburgo, que carga sus gastos "a la Corona", y deducen que se trata del inspector, así que deciden invitarlo a quedarse en scasa y colmarle de honores, regalos y sobornos.

Por supuesto, el joven en cuestión no es ni de lejos un inspector oficial, sino un caradura sin complejos pero con astucia, que intenta aprovechar la situación para su propio beneficio. Lo que sigue es una comedia de enredo en la que el alcalde y los comerciantes del pueblo intentan ganárselo para su causa, mientras que lo que a él le interesa es seducir a la mujer y a la hija del alcalde (como Mastropiero con la Duquesa de Lowbridge, vamos). Finalmente, el pícaro decide abandonar el pueblo dejando a todos sus corruptos habitantes satisfechos (porque creen haberle impresionado gratamente), desplumados y engañados. Y entonces, claro, llega el verdadero inspector, y la obra termina.

Que el humor puede ser un arma ideológica y política es algo que sabemos de sobra; pero son más raras las ocasiones en las que la sátira circunstancial consigue convertirse en verdad universal, y hacerte reír a carcajadas al mismo tiempo.

Otras obras de Nikolai Gógol en ULAD: El capoteAlmas muertasTarás Bulba

martes, 6 de diciembre de 2016

Nikolái Gogol: Tarás Bulba

Idioma  original: ruso
Título original: Тара́с Бу́льба
Año de publicación: 1842 (versión definitiva)
Traducción: José Fernández Sánchez
Valoración: recomendable

Reconozco mis carencias como lector en lo que a literatura rusa se refiere (excepto en lo que atañe a mi admirado Chéjov); es más, durante bastante tiempo solía confundir a unos escritores con otros... no a Tolstoi o Dostoyevski, que conste, pero sí a Pushkin, Gorki, Gógol... De este último, además, sólo había leído, hace ya tiempo, un divertido cuento, La nariz, en el que un tipo peersigue a su propia nariz fugitiva por todo San Petersburgo; a pesar de esa grata lectura, no había vuelto a repetir con este autor, hasta que por fin,  impelido por mi mala conciencia, pero también por las elogiosas reseñas de otras de sus obras que han escrito mis compañeros, decidí ponerme con esta novela, que lleva el nombre de un legendario cosaco del Niéper.

¿Conocen ustedes la expresión "beber como un cosaco"? Pues a tenor de esta novela, no sólo tiene razón de ser, sino que se queda incluso corta: los cosacos de la época en que está ambientada (siglo XVIII), además de que se pasaban el tiempo más mamados que el mosquito del tonel de vino de los versos quevedianos, -excepto cuando se dedicaban al nobel arte de la guerra, hay que decir, momento en el que la embriaguez era castigada con la muerte-, parece que consideraban el de la borrachera como el estado ideal del hombre comme il faut, esto es, del cosaco (el otro momento ideal para ellos era el de estar destripando enemigos, claro). Borrachos y orgullosos, pues, aunque no fuesen seguidores del Oi! ochentero. Borrachos y exaltadores de la más indestructible fraternidad masculina, aunque no fueran una cuadrilla de txikiteros vascos. Borrachos y defensores a ultranza de la fe cristiana, sin ser una cofradía de "capillitas" ahítos de rebujito (por otro lado, hay que aclarar que para los cosacos la verdadera iglesia cristiana era la ortodoxa, considerando a los católicos como perros herejes). Borrachos y más patriotas que una caterva de neonazis hispánicos entonando el Deutschland Über Alles... Borrachos, valientes, crueles, generosos, anárquicos y libres.  Así eran los cosacos, según los pinta Gógol, además de fanáticos la virilidad más militante -de hecho, las pocas mujeres que aparecen aquí no son más que un estorbo para ellos o una fuente de problemas-; la testosterona les sale por las orejas, a esta gente...

Tampoco es que Gógol haga un panegírico, sin más, del mundo cosaco; es evidente que era demasiado inteligente y buen escritor para caer en eso. De hecho, buena parte de la novela trasluce un humor socarrón -en especial en la relación entre Tarás y el judío Yárkov-, hasta el punto de dar la impresión, a veces, de que el autor se trae una buena coña a costa de sus cosacos. Lo que no significa, por supuesto, que no admire al tiempo su valentía y su entrega. Gógol tiene la suficiente sabiduría y talento literarios para plasmar estas legendarias cualidades del alama cosaca, así como su amor por la libertad, pero también sus defectos, y dar buena cuenta de las tropelías que iban perpetrando a su paso, al igual que nos narra su sufrimiento, pero también el de sus víctimas, tanto "liajes" -o sea, polacos- como judíos. También, al parecer, en la primera versión, de 1835,  el tono de la narración exaltaba más lo ucraniano, llegando a considerarse incluso "antirruso", por lo que Gógol lo corrigió en la versión definitiva.

Ahora bien, aparte del retrato entre guasón y descarnado de la beodez y la brutalidad que se lee en la novela, ésta tiene un trasfondo de más enjundia: Tarás Bulba, en realidad, es una historia sobre la paternidad, sus obligaciones, cuitas y, sobre todo, sus limitaciones -la novela, olvidaba decirlo, comienza cuando los dos hijos de Tarás vuelven a casa después de haber estudiado en Kiev-; los problemas vienen a ser los mismos que han tenido todos los padres a los largo de la Historia con sus hijos, desde el pobre Adán, que ya sabemos la que liaron sus vástagos. Claro, que no es lo mismo que tu retoño se pegue con otro niño por un columpio en el parque y tengas que poner orden, que te salga díscolo en mitad de una guerra contra el reino de Polonia. Aquí Tarás, que aunque taimado no dejaba de ser más bien bruto, tiene una reacción algo desaforada y la cosa acaba como el rosario de la aurora... Pero no quiero adelantar nada y destriparle la novela a alguien: lo que hay que hacer es leerla; como mínimo, pasarán ustedes un buen rato, porque Gógol sabía escribir de maravilla, de eso no cabe la menor duda. y en el mejor de los casos, se quedarán prendados de una historia que transcurre en el tiempo en que las guerras se hacían a caballo y a golpe de espada, en que los hombres se dejaban arrastrar por sus pasiones y sus principios, y el mundo resultaba mucho más grande y hermoso de lo que al final ha resultado ser. Que aquello tampoco fuese sino una ilusión, no nos debe de importar demasiado, que al fin y al cabo -y por suerte- nosotros somos lectores.

Nota: no he podido encontrar la cubierta de la edición del libro que yo he leído (bastante sosa, además), así que he colocado la de una de la editorial Alianza. En compensación, pongo aquí  el cartel de una de las películas basadas en la novela, con Yul Brinner y Tony Curtis dándose mutuamente estopa. Canelita en rama.




Otras obras de Nikolái Gógol reseñadas en Un Libro al Día: El capoteAlmas muertasEl inspector

martes, 15 de abril de 2014

Biografías lectoras: ganadores (2)

TOC, por David Villar Cembellín

El acto de leer, a estas alturas lo tengo claro, es un trastorno obsesivo-compulsivo. Obsesivo, porque mentalmente no concibes tu existencia sin lectura o tu mente sin el sumatorio de las mismas; y compulsivo, porque recurrentemente vuelves a los libros como pulsión vital. «El arte es la mentira que nos permite comprender la verdad», que dijo Picasso en la que puede ser la mejor definición sobre la función de la Literatura.

Así las cosas, recapitulemos: ¿dónde comenzó mi afición de lector? No tengo ninguna duda, el germen tuvo lugar a edad temprana con las historietas de Pulgarcito, un tebeo que devoraba semanalmente y que proporcionó infantil e infinito placer al niño que fui. Por supuesto que a esos Pulgarcitos siguieron otros tebeos: la colección entera de Tintín, de Astérix, Zipi y Zapes, Mortadelos y Filemón, Grandes Aventuras Ilustradas… mi afición lectora se cimentó sobre una sólidas raíces: los tebeos. En mi cabeza sonaban Enrique y Ana.

A posteriori —o paralelamente, no recuerdo— llegaron decenas, quizá centenares de libros infantiles que sacaba casi a diario de la Biblioteca del Colegio de La Salle de Sestao (un abrazo fuerte desde aquí para Míkel, el bibliotecario): allí fueron cayendo desde la colección de Los Cinco (que me volvió loco), hasta los infames Hollister (que nunca me terminaron de gustar, demasiado anglobuenistas), Los tres investigadores, La banda del cuatro y medio, libros de El barco de vapor, la colección entera de los inolvidables Elige tu propia aventura de tapa roja (mis favoritos, La guarida de los dragones y Te conviertes en tiburón), etc. Pero si debo rescatar un libro de mi infancia, aquel fue La historia interminable. Su extensión (400 páginas o´clock), el carácter épico de la aventura que contaba, la multitud de personajes, la tipografía a doble color… aquel ejemplar que mi madre me compró en el Círculo de Lectores fue, sin ambages, mi lectura favorita de aquella infancia tardía. Aún lo es. En la radio sonaban casetes de Duncan Dhu que regalaban con la SuperPop y recopilatorios grabados de Los 40 Prinicpales a los que bautizaba con los originales nombres de “Guay 1”, “Guay 2”, “Guay 3”…

Y en estas llegó mi pubertad, llegó la adolescencia… y digamos que estuve más preocupado/ocupado de otras cosas que de leer. Además, en términos estrictamente crematísticos fue mi adolescencia una época particularmente jodida: fumador precoz, bebedor de fin de semana y aficionado a los tebeos… muchos vicios para 300 pesetas a la semana si las notas acompañaban (que no era el caso, para más inri). Pero, oh, de repente, como maná del cielo, a últimos de mes siempre aparecían 2000 pesetas en mi mano. ¡2000 pesetas!

Son para sacarte el bono mensual para el tren, ¿eh? —especificaba nítidamente mi madre.
—Sí, mama —mentía yo.

Y esas 2000 pesetas para el bono mensual, demasiadas definitivamente para un trozo de cartulina amarilla con tu DNI escrito a boli, se convertían automáticamente en mi paga extra, en mi bolsa de resistencia, en mi fondo de reptiles, en mi salvación. A cambio solo debía ir el resto del mes de colada en el tren, ni tan mal. Así fue como el casi hasta la indigencia misérrimo adolescente de Margen Izquierda que fui —que en el fondo siempre seré— consiguió dinero para seguir comprando cómics (el Spiderman de McFarlane, la Patrulla-X de Claremont…). Mis lecturas de esa época: las Crónicas de la Dragonlance (que me encantaron), El señor de los anillos (que me pareció un tostón ultradescriptivo, aún hoy no trago a Tolkien), los mitos de Chtuluh de Lovecraft, y algún que otro libro de más empaque que iba rescatando de las abigarradas estanterías de mi casa: La ciudad de la alegría de Lapierre, La insoportable levedad del ser de Kundera, Por quién doblan las campanas de Hemingway, Misericordia de Galdós, Tartufo de Moliere, Papillón de Carriere, Réquiem por un campesino español de Sender, La buena tierra de Pearl S. Buck, etc. La verdad es que tenía en mi propio hogar un buen fondo de armario. 

Pero si he de elegir una lectura de adolescencia que me marcó, que me tocó hondo, fue El club de los poetas muertos de N. H. Kleinbaum. Probablemente será una obra menor, o tramposa, o maniquea, pero me da igual, no me avergüenza reconocerlo… en aquel momento quinceañero la leí de un tirón, me habló de mí mismo y agitó mi anterior como ninguna lectura lo había hecho hasta entonces. En mi radiocasete sonaban noche y día A night at the opera de Queen, Violator de Depeche Mode, Disintegration de The Cure y Zooropa de U2.

Y como quien no quiere la cosa, crecí, me hice legal —que no moralmente— adulto, y el cuerpo me pedía más y más. Y entre cosas que me dejaron amigos (La tregua de Benedetti, El camino de Delibes…) y cosas que iba sacando de la biblioteca de Sestao (me divertí mucho cuando descubrí a Bukowski y Fante, me maravillé con Unamuno a través de Niebla, flipé con la trilogía de Auschwitz de Primo Levi…), las lecturas crecían y crecían. Además, gracias a trabajos esporádicos comencé a gozar de cierto escaso poder adquisitivo y pude culminar los imprescindibles de cómics que había ido dejando cojos a falta de vil metal: Watchmen, V de Vendetta, The Sandman, Black Orchid... Los dos más grandes de aquella época fueron sin duda Alan Moore (de quien aún sigo comprando compulsivamente todo lo que hace, de nuevo el TOC) y Neil Gaiman. Todavía conservo los originales de aquellos cómics que editó Zinco por primera vez. En la radio sonaban Guns´n Roses y grupos grunge que nunca me acabaron de convencer del todo, mientras yo descubría a Serrat, a Sabina, a Victor Jara, y me iba de concierto hasta Barcelona para ver a U2 (año 1997, Placebo de teloneros).

Y el tiempo prosiguió. Y con él las lecturas. Y así llegaron los que considero los más grandes. Pessoa y su Libro del desasosiego. Dostoievski y sus hermanos Karamazov (y, ¡oh!, Noches blancas). Scott Fitzgerald y sus hermosos y malditos. Steinbeck y sus uvas de la ira. Céline y su viaje al fin de la noche. Kenzaburo Oé y su cuestión personal. Y los relatos y el teatro de Chejov (mención especial para las líneas finales de El tío Vania y Las tres hermanas). Y la inolvidable disertación amorosa de Carson McCullers en La balada del café triste. Y la siempre hilarante y divertida crítica social de Gogol. Y el realismo sucio y desesperanzado de Thom Jones, Kjell Askilden y Ray Pollock. Y los futuros distópicos de Zamiatin, Orwell y Huxley. Y los alegatos antibelicistas de Trumbo y Vonnegut. Y la eterna espera de Buzzati. Y la lucidez impía de Saramago. Y las historias siempre trágicas y emocionantes de Zweig. Y los justos de Camus. Y las ciudades de Calvino. Y las estrellas de Lem. Y tantos y tantos…

La lista a estas alturas no es interminable, pero sí extensa. Menos de lo que me gustaría, no obstante. También han ido evolucionando mis gustos en cómics, creo, hacia terrenos más europeos e independientes, y en estos años he leído unos cuantos excelentes: Blankets de Craig Thompson, El arte de volar de Altarriba y Kim, la serie de Paul de Rabagliati, el Paracuellos de Carlos Giménez, el siempre seguro de calidad Luis Durán, y muchos más que no tendría tiempo aquí de reseñar. Además, con el tiempo he dado cabida a la poesía, a la que tenía semiolvidada, y he disfrutado como un loco de poetas tan grandes como Pessoa, Alejandra Pizarnik, Marina Tsvetaieva, Kavafis, Karmelo Iribarren, Luis Alberto de Cuenca, Manuel Altolaguirre, Kirmen Uribe, y tantos otros que se me estaban escapando —que todavía se me escapan— por pura ignorancia (internet ha sido un cauce muy útil, por cierto, para estos hallazgos). En mi reproductor de mp3 ahora suenan mucho los Smiths y Nacho Vegas, señal tal vez de que a estas alturas me he vuelto un ser más triste, o quizá tan sólo más lastimero.

Pero a lo que vamos: con el carácter ecléctico de siempre, sigo leyendo. Sin un orden, sin un patrón, solo por el placer de leer, y lo seguiré haciendo. Pero sirvan estas líneas, este corolario a esta biografía lectora, como agradecimiento a todos aquellos que lo hicieron posible y sentaron las bases del lector en que me he convertido. Así, quede dicho:

¡GRACIAS A MI FAMILA POR AQUELLOS PRIMEROS “PULGARCITOS”!
¡GRACIAS A MIKEL Y SU BIBLIOTECA DEL COLEGIO DE LA SALLE DE SESTAO POR EXISTIR!
¡GRACIAS A MI MADRE POR EL EXCELENTE FONDO DE ARMARIO LITERARIO QUE TENÍA EN CASA!
¡GRACIAS A LOS AMIGOS, NOVIAS, COMPAÑEROS DE TRABAJO… QUE COMPARTIERON CONMIGO SUS LECTURAS FAVORITAS!
¡GRACIAS A LOS LIBREROS QUE SUPIERON DESCUBRIRME AUTORES QUE DESCONOCÍA Y A AQUELLOS QUE SUPIERON ENCONTRAR MIS EXIGENCIAS MÁS BIZARRAS! (un abrazo especial para aquel dependiente rastafari de la FNAC-Zaragoza que se equivocó conmigo y se pensó algo que no era cuando le pedí el Maurice de Forster) ;P
¡GRACIAS A LA GUAPA BIBLIOTECARIA DE MUSKIZ QUE NUNCA SE ENFADA CUANDO LE LLEVO CON MUUUUUCHO RETRASO TODOS LOS LIBROS QUE ME LLEVO!
¡GRACIAS A LOS PEQUEÑOS EDITORES QUE ARRIESGAN Y RESCATAN DEL OLVIDO OBRAS QUE VALEN MUCHO LA PENA!
¡GRACIAS A INTERNET, Y SUS DESCONOCIDOS, Y SUS CRÍTICAS, Y SUS BLOGS, Y SUS PÁRRAFOS ESCOGIDOS… QUE SIRVEN DE BRÚJULA PARA TODOS ESOS NUEVOS DESCUBRIMIENTOS!

Gracias a todos, de verdad. Mi trastorno obsesivo-compulsivo está en deuda con vosotros. Pero eternamente agradecido por el mismo, en serio.

sábado, 12 de marzo de 2011

Arthur Schnitzler: La cacatúa verde

Idioma original: alemán
Título original: Der grüne Kakadu
Año de publicación: 1898
Valoración: Muy recomendable

TÚ: ¿La cacatúa verde? Pues no me suena de nada
YO: Ya, a mí tampoco me sonaba, fui al teatro a verla porque el director era Luís Miguel Cintra, uno de los más conocidos y mejores de Lisboa. Pero de la obra, no sabía nada...
TÚ: ¿Y este Arthur Schnitzler, que tiene nombre de salchicha, quién es?
YO: Pues un novelista y dramaturgo austriaco que vivió a caballo entre el siglo XIX y el XX. En España no es muy conocido, pero en su época fue un escritor influyente y polémico, admirado por Freud y censurado por su representación del sexo y el poder. Por ejemplo, seguro que no sabes que Eyes Wide Shut, la película de Kubrick, se basa en un relato suyo...
TÚ: Vale, ¿y la obra?
YO: Pues la obra es una comedia...
TÚ: ¿Una comedia? Bah...
YO: Oye, espera, espera, que hay comedias y comedias. Y esta es de las buenas, de las que vale tanto como cualquier tragedia. Buena, buena, buena.
TÚ: Si tú lo dices...
YO: Que sí, que sí... Me recordaba a El inspector de Gogol, o a las obras de Darío Fo, porque utiliza el humor para hablar de cosas muy serias, y desenmascarar la realidad.
TÚ: ¿Y de qué va?
YO: Pues es un poco complicado de explicar. A ver: se sitúa en París, durante la Revolución Francesa, exactamente la noche de la caída de la Bastilla. En una taberna llamada La cacatúa verde...
TÚ: Aaaaaaaaah, de ahí viene el título.
YO: Sí. Pues en esta taberna se juntan dos tipos opuestos de personajes: por un lado, un grupo de ex-actores, que ahora se gana la vida haciéndose pasar por criminales y maleantes, y por otro gentes de la aristocracia parisina, que vienen atraídos por la posibilidad de mezclarse con los "bajos fondos", vivir peligrosamente y dar rienda suelta a pasiones e instintos que normalmente tienen que reprimir.
TÚ: Pues suena bien.
YO: Y sobre todo, que la obra está muy bien construida, como un crescendo constante, con cada vez más personajes y más confusión en el escenario, varias subtramas de relaciones entre personajes, y claro, Schnitzler le saca mucho partido a la mezcla entre realidad y teatro dentro del teatro.
TÚ: Oye, pues me has puesto los dientes largos, ¿dónde puedo conseguir un ejemplar?
YO: Pues me temo que está difícil: a comienzos del siglo XX se publicó una traducción de la obra en español, pero desde entonces no se ha vuelto a traducir. Mira a ver si en las bibliotecas de tus alrededores, o en alguna librería de segunda mano...
TÚ: Oye, pues gracias...
YO: De nada, hombre. Y recuerda: "la muerte es la máscara de la revolución, la revolución es la máscara de la muerte, la muerte es la máscara de la revolución, la revolución es la máscara de la muerte"..ñ
TÚ: Ahá, sí, estooooooooooo... que me tengo que ir, ¿eh? A seguir bien...

También de Schnitzler en ULAD: El teniente GustlLa señorita Else

sábado, 7 de septiembre de 2019

Pavel Mielnikov: En los bosques (Tomo I)

Idioma original: Ruso
Traducción: Natalia Varamsina y Consuelo Berges
Año de publicación: 1871 - 1874
Valoración: Bastante recomendable

Creo haber dicho ya en varias ocasiones que el siglo XIX  me parece un verdadero siglo de oro de las letras rusas. A los archiconocidos nombres de Dostoyevski, Tolstoi, Gogol, Turguenev, etc y a otros menos conocidos pero que ya han aparecido por este blog, como Schedrin, hemos de añadir el nombre de un autor absolutamente desconocido para mi hasta hace bien poco: el de Pavel Mielnikov. A tal punto este autor está olvidado que el libro que hoy reseñamos solo ha sido publicado en España (y creo que en castellano) en una edición del año 1961, encontrada de causalidad en una de esas cosas que a la señora esposa de uno no le hacen ni puñetera gracia.

Bueno, antes de hablar de la novela hemos de mencionar la reforma de Nikon, clave para situar la historia narrada por Mielnikov. Tirando de Wikipedia, "la Reforma de Nikon fue la nueva redacción de libros de cánones y litúrgicos ordenada en 1654 por el patriarca Nikon, a fin de acercar a la Iglesia ortodoxa rusa la Iglesia ortodoxa griega, primando el papel intervencionista del Estado en los asuntos eclesiásticos. La orden de quemar libros viejos provocó una fuerte resistencia entre los creyentes y parte del clero, iniciándose así el cisma de los viejos creyentes (o raskólniki, del ruso raskol o cisma), acaudillados por el protopapa Avvakum"

Cuento esto porque la obra se sitúa en una comunidad de raskólniki situada en la orilla izquierda del Volga (eso sí, ya en el siglo XIX, no en tiempos del cisma) , lo que es clave para entender el desarrollo de una novela en la que se entrelazan varios planos:
  • Vida de la comunidad en lo que a su organización familiar, social y económica respecta.
  • Vida eclesiástica, en la que se narran desde los pasados dilemas teológicos que provocaron los citados cismas hasta los presentes problemas ligados al mantenimiento delas costumbres y tradiciones de la comunidad, pasando por la forma de vida en los eremitorios.
  • Vidas individuales, marcadas por los dramas humanos típicos de la narrativa rusa del XIX: lo viejo y lo nuevo, tradición y modernidad, sentimientos exacerbado, dudas, remordimientos y un claro ansia de redención.
Para poder entrelazar estos tres planos el autor se sirve de un amplísimo elenco de personajes que se mueven alrededor de la figura del próspero comerciante Patap Máximich. Su esposa Axinia Sajarovna, su hija Nastia o su hermana la "Madre Manefa" serán algunos de los personajes clave que pasarán por las páginas de "En los bosques" formando un cuadro de lo más completo de la sociedad de la época.

Me gustaría destacar, por encima de todo, dos aspectos de esta novela: el manejo de los tiempos y los ritmos por parte del autor y la construcción de los personajes. Mielnikov intercala los planos que mencionaba con anterioridad y es capaz de construir en las casi 700 páginas de la novela múltiples historias que se entrelazan sin que nada sobre ni falte. En cuanto a los personajes, estamos ante seres complejos con toda su carga de contradicciones a cuestas, nada de estereotipos ni de seres planos que no evolucionan a lo largo de la historia. 

Por contra, un par de apuntes que hacen que la valoración de la novela no sea un pelín más alta. El primero está vinculado al lado  litúrgico / eclesiástico del libro y es que un lector del siglo XXI ignorante de estos aspectos (como es mi caso) se encontrará algo perdido. El segundo, y esto es algo que alguna que otra vez encontramos en autores rusos de la época, es un cierto toque folletinesco. 

Ninguno de estos dos últimos apuntes es suficiente para evitar que "En los bosques" sea una novela instructiva y entretenida a partes iguales, además de sumamente representativa de un período histórico muy concreto.

P.S. 1: El libro reseñado es el tomo I de la novela. 677 páginas que habrán de completarse con las 610 del tomo II (si es que lo encuentro y me dejo la pasta en el mismo). Pese a esto, se puede considerar por sí sola una novela cerrada, aunque queden algunos cabos sueltos, obviamente.

P.S. 2: Este libro no se encuentra "clasificado" en Goodreads, así que ULAD rules!!

P.S. 3: Editores atrevidos de Hispanoamérica: ¡Este libro merece una reedición. Hacednos caso!

sábado, 13 de diciembre de 2014

Emmanuel Carrère: El bigote

Idioma original: francés
Título original: La moustache
Año de publicación: 1986
Traductora: Esther Benítez
Valoración: recomendable

El bigote parte de una circunstancia simple, casi anecdótica: un hombre, en principio sin ningún rasgo característico excepcional -se diría que es el prototipo del ciudadano francés medio: joven profesional más o menos acomodado, casado, sin hijos-, salvo un negro bigote que le ha acompañado durante años, decide un día afeitárselo para darle una sorpresa a su mujer, que no le ha conocido sin él, mientras ésta hace la compra. Pero a su vuelta, su esposa parece no notar ningún cambio, aunque él desconfía, pues ella es una terca aficionada a las bromas pesadas. Pero tampoco sus amigos, con los que cenan esa noche, dicen anda sobre el cambio, ni sus compañeros de trabajo... Nuestro protagonista comienza deslizarse hacia una zona de incertidumbre, en la que las dudas y las certezas devienen intercambiables y los recuerdos se confunden con lo imaginario, y viceversa... Un lugar en el que ni siquiera existe la seguridad de la propia locura, porque... ¿y si fuesen los demás los locos?

Esta es una novela corta pero de una evidente densidad, a pesar, ya digo, de lo anecdótico, incluso banal, de su planteamiento. Como cualquiera puede suponer al leer la sinopsis, el manido adjetivo "kafkiano" es lo primero que se le viene a la cabeza al lector, aunque en la contraportada del libro también se hace referencia a otro autor cultivador de un cierto género fantástico, como es el francés Maupassant. A mí, en cambio, esta narración me ha traído el recuerdo -aunque no tenga demasiado que ver, salvo la apelación al absurdo- de La nariz un conocido cuento de Gogol, en el que su protagonista persigue a su nariz por todo San Petersburgo, igual que el de Carrère parece perseguir a su bigote por todo París.... pero aquí se acaba toda similitud, porque lo que en un relato es humor, aun con cierta acidez, en el otro deriva pronto hacia lo trágico e incluso cabe  cierta reflexión existencialista (más en el pensamiento suscitado del lector que en el propio relato, debo aclarar) sobre aquello que compone nuestra identidad y, aún más lejos, sobre lo que podemos estar seguros de que constituye la realidad que nos rodea... o no. En este sentido, esta novela también me trae a la memoria alguna película del director Christopher Nolan. Y, si alguien la ha visto, supongo que también recordará una película francesa del 2005, titulada, precisamente, La moustache, basada en esta misma historia y dirigida... pues por el propio Emmanuel Carrère. Yo no tengo el placer.

La novela en sí es del año 1986, una de las primeras publicadas por este autor, y sin embargo, hay que decir que está escrita con absoluta corrección y solvencia, incluso con brillantez en algunos pasajes. No obstante, también es cierto que hay una zona media de "calma chicha", en la que el protagonista se ve metido en un bucle recurrente entre la locura y la cordura que puede resultar algo pesada... una sensación paliada, sobre todo, por la propia brevedad de la novela, que hace que pronto superemos estas aguas quietas -que no tranquilas- para precipitarnos, llevados por una corriente inexorable, hacia el turbulento remolino final. Un remolino como el que se produce al quitar el tapón de una bañera y que arrastra, junto con la espuma y los pelos de un bigote recién afeitado, muchas de las seguridades y convenciones que nos tranquilizaban antes de comenzar a leer el libro. Porque quizá sea ésta la sensación principal que nos queda, al cerrarlo: desasosiego.

También de Emmanuel Carrère en ULAD: Aquí