El mundo de la publicidad es el reino de la mentira, unas veces, y de las medias verdades, la mayoría de las veces, envuelta en bonito papel de regalo. Lo sabemos, aunque como forma parte de nuestra cotidianeidad tampoco le concedemos mayor importancia.
De unos años para acá, todo lo relacionado con el mundo infantil es la nueva panacea para el universo de los anuncios. Tanto como consumidores (indirectos, ya que somos los padres quienes financiamos sus necesidades y sus caprichos), como protagonistas de esos anuncios, incluso cuando no se trata de productos dirigidos a la infancia.
Leo con sorpresa que la todopoderosa Disney se baja los pantalones por culpa de los anuncios de “Baby Einstein”. Para quien no los conozca, se trata de unos vídeos eductativos dirigidos a bebés y niños de corta edad con el fin de estimularlos. La campaña de un grupo conocido como Campaña para una Infancia sin Anuncios ha conseguido que Disney se vea obligada a reembolsar el importe pagado por la compra de esos vídeos. Ahora resulta que los mismos ni son educativos ni incrementan el intelecto de los bebés, que es lo que se prometía por su compra.
Cuando esperábamos el nacimiento de Alba, como novato en la materia, me dio por buscar libros sobre paternidad. Solo leí uno. Era el típico rollo yanqui con su mezcla de autoayuda, fábulas de autosuperación y tostón religioso que tanto les debe gustar por allí, pero que encontré infumable y de inútil aplicación en mi caso. Decidí dejar los libros. También miré lo de “Baby Einstein”. De hecho, pillé un cedé de música infantil, creo recordar que eran versiones de música clásica en plan relajante. Eso sí, me quedó la sensación de ser un mal padre por no comprar esos vídeos y convertir a mis críos en unos superdotados, o al menos, en unos seres más inteligentes que su padre. Ahora suspiro con alivio al comprobar que mi desidia no tiene castigo.
Otro anuncio tramposo donde los haya es el de Actimel. Cuando veo a Susana Griso soltar eso de “como madre y periodista...” me dan ganas de vomitar. Y, por supuesto, de no comprar lo que me vende. Se cree que la condición de periodista le da un plus extra de credibilidad. Bueno, por eso la han contratado para vender ese producto y por ello se resalta su condición profesional. Pero esa credibilidad la ha entregado a un tercero por un (alto) precio. Pues resulta que al igual que ha aumentado la cuenta corriente de la señora Griso su credibilidad ha disminuido en la misma proporción. La Advertising Standards Authority, organización que se encarga de regular la publicidad, ha concluído que no se puede afirmar claramente una relación entre el consumo del Actimel y los beneficios anunciados. Por lo tanto, no se le permite el empleo de la expresión "científicamente probado", que es lo que da enjundia al producto en cuestión.
De vez en cuando jugar con la buena fe de los padres, con el legítimo deseo de intentar procurar lo mejor para nuestros hijos, tiene su castigo. Aunque, no nos engañemos, la jugada de Disney no es más que otra estrategia de marketing. Mientras que Danone seguro inventará otro bonito eufemismo para convencernos de lo imposible.
(Banda sonora: Y todo lo demás - Igloo)
Leo con sorpresa que la todopoderosa Disney se baja los pantalones por culpa de los anuncios de “Baby Einstein”. Para quien no los conozca, se trata de unos vídeos eductativos dirigidos a bebés y niños de corta edad con el fin de estimularlos. La campaña de un grupo conocido como Campaña para una Infancia sin Anuncios ha conseguido que Disney se vea obligada a reembolsar el importe pagado por la compra de esos vídeos. Ahora resulta que los mismos ni son educativos ni incrementan el intelecto de los bebés, que es lo que se prometía por su compra.
Cuando esperábamos el nacimiento de Alba, como novato en la materia, me dio por buscar libros sobre paternidad. Solo leí uno. Era el típico rollo yanqui con su mezcla de autoayuda, fábulas de autosuperación y tostón religioso que tanto les debe gustar por allí, pero que encontré infumable y de inútil aplicación en mi caso. Decidí dejar los libros. También miré lo de “Baby Einstein”. De hecho, pillé un cedé de música infantil, creo recordar que eran versiones de música clásica en plan relajante. Eso sí, me quedó la sensación de ser un mal padre por no comprar esos vídeos y convertir a mis críos en unos superdotados, o al menos, en unos seres más inteligentes que su padre. Ahora suspiro con alivio al comprobar que mi desidia no tiene castigo.
Otro anuncio tramposo donde los haya es el de Actimel. Cuando veo a Susana Griso soltar eso de “como madre y periodista...” me dan ganas de vomitar. Y, por supuesto, de no comprar lo que me vende. Se cree que la condición de periodista le da un plus extra de credibilidad. Bueno, por eso la han contratado para vender ese producto y por ello se resalta su condición profesional. Pero esa credibilidad la ha entregado a un tercero por un (alto) precio. Pues resulta que al igual que ha aumentado la cuenta corriente de la señora Griso su credibilidad ha disminuido en la misma proporción. La Advertising Standards Authority, organización que se encarga de regular la publicidad, ha concluído que no se puede afirmar claramente una relación entre el consumo del Actimel y los beneficios anunciados. Por lo tanto, no se le permite el empleo de la expresión "científicamente probado", que es lo que da enjundia al producto en cuestión.
De vez en cuando jugar con la buena fe de los padres, con el legítimo deseo de intentar procurar lo mejor para nuestros hijos, tiene su castigo. Aunque, no nos engañemos, la jugada de Disney no es más que otra estrategia de marketing. Mientras que Danone seguro inventará otro bonito eufemismo para convencernos de lo imposible.
(Banda sonora: Y todo lo demás - Igloo)