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Elogio de lo pequeño

Vivir en una gran ciudad (de tamaño) no es un chollo. Padecemos contaminación ambiental y acústica, estamos en desventaja frente a los guiris, nos sablan con disparatados impuestos municipales (que en buena parte acaban disfrutando los guiris), perdemos un montón de tiempo en desplazamientos, los precios de la vivienda y los productos básicos son de lujo, etc., etc. Una maravilla, vamos, como Barcelona.

Visitando el pasado verano varias ciudades pequeñas, he vuelto a reafirmar mi opinión de que ese etéreo concepto conocido como "calidad de vida" se encuentra más y mejor allí que en las urbes mastodónticas. ¿Que echaría de menos qué? ¿La vida cultural? En fin, para lo poco que la disfruto me resulta indiferente. Por lo demás, cualquier ciudad de entre 20.000 y 50.000 habitantes tiene todos los servicios básicos. Ciudades un poco mayores cuentan también con diferentes universidades.

El problema, como siempre, es el dichoso trabajo. Eso sí, un trabajo en la misma ciudad, no a 25 km. Me gustaría vivir en una ciudad un poco más humana, de tamaño y estructura racionales, menos estresante, menos contenedor de personas. Una ciudad que se pudiera recorrer andando. En fin, por pedir que no quede, ¿verdad?

Sí, admiro a todos los que son capaces de hacer borrón y cuenta nueva, a empezar de cero. Esa fase ya la tengo superada. No aspiro a más de lo que tengo, pero tampoco me conformo con menos (y no es tanto, la verdad).


Os dejo. Me voy a sellar el boleto de la primitiva. La esperanza es lo último que se pierde, dicen.
(Banda sonora: Fine For Me - Layabouts)