Mostrando entradas con la etiqueta Savonarola. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Savonarola. Mostrar todas las entradas

sábado, 19 de noviembre de 2011

Talibanes... Música... Alegría... ¡Yo qué sé!

El otro día el diario EL PAÍS publicó un artículo que me preocupó: Un grupo salafista se ha apalancado en Melilla y ha empezado a soltar barbaridades rigoristas que, al parecer, tienen eco y seguidores. Una de ellas es que la música es malvada, es satánica, es pecado. (Hace muy pocas décadas lo que era pecado aquí era el baile, así que tampoco estamos tan lejos).
Yo soy músico (aficionado, muy malo, pero músico al fin y al cabo. Y toco en una Big Band y todo). Me sorprendo a mí mismo diciéndome que la música es puro rigor, pura matemática, puro control del tiempo, pura precisión. ¡Qué narices! ¡La música es alegría! Señores salafistas: Alegría. Alegría.


(Puro Armstrong. Pura vida. Una vez actuó en Roma, y el Papa los recibió a él y a su esposa. Les hizo la pregunta de compromiso y de rigor: "¿Tienen hijos?", y el gran bocachancla le contestó: "No, Santidad. Pero lo pasamos muy bien intentándolo". Ese es mi Louis. ¡Salafistas a él! ¡Ja!).

(Y ahora, unos demonios que incitan a pecar a unas pobres descarriadas. ¡Virgen del Amor Hermoso! ¡En qué pocos años los demonios de antes se quedan en nada, y los horribles pecados en tiernos recuerdos!)


Es indignante que haya alguien que crea tan firmemente en un dios que es malo, que es cruel, que es un amargado y un tocapelotas de tal calibre. Y eso no es propio de ninguna religión en sí, sino de una cierta forma de entender las religiones, todas las religiones, cualquier religión.
Es una forma de ser: Apocalíptica, amargada, aguafiestas, triste. Y da igual aplicarla a la religión, a la política... o a la arquitectura.
Y me interrogo a mí mismo sobre mi forma de entender la arquitectura: ¿Es apocalíptica, amargada, aguafiestas, triste? Parece que sí. No me gusta nadie. No me gusta nada. ¡Qué horror!
Ahí fuera está la gente bailando, riendo y divirtiéndose, y yo les espío desde el interior de mi casa, a oscuras, mirando por las rendijas de la persiana, reconcomiéndome, planeando mi venganza, musitando: "Bailad, bailad, reíd, que ya vendrá el llanto y el crujir de dientes".