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miércoles, 5 de octubre de 2022

El milagro

El pasado 20 de septiembre salió en el diario El País un artículo sobre el calamitoso estado de conservación e incluso de ruina inminente y demolición a la vista de la casa Vallet (en la calle de Belisana nº 5, de Madrid), obra del arquitecto José Antonio Coderch.


Fotografía tomada de Google Street

Hace cuatro años y medio mi compañero David García-Asenjo escribió este artículo en el que ya se temía lo peor para la malhadada casa.

Viendo la foto que acabo de poner, la verdad es que se le quitan a uno las ganas de todo, y ya solo desea que la tiren de una maldita vez y la dejen morir en paz.

La casa nunca tuvo suerte, y desde su terminación su autor renegó de ella porque se introdujeron demasiados cambios en obra. No obstante, a pesar de todo eso aún tenía muchas condiciones para ser apreciada y admirada, y para enseñarnos muchas cosas a los arquitectos y a los ciudadanos en general.

¿Qué queda de todo ello? Unos paños sencillos, demasiado sencillos en un barrio de casas ricas y lujosas, y que, con la desidia, la inopia y el odio habituales en este tipo de casos, han quedado como sencillamente cutres y cochambrosos.

martes, 6 de septiembre de 2022

Mi casa

Esta entrada surge de una imagen que he visto en Facebook:

No voy a hablar del contenido del mensaje (que en mi caso es cierto desde que era joven), sino del icono de "mi casa". El cartel no pretende ser realista. (No vemos películas en casa con un proyector de cine. Eso es obvio). Utiliza símbolos.

(Sin embargo para el "no salir de casa" pone la silla BKF, un magnífico ejemplo del diseño moderno).

También vemos que para el "volver a casa" aparece una puerta pintada en rojo inglés y muy engalanada, como de Navidad.

Pero lo que más me llama la atención, con enorme diferencia, es el dibujo de "mi casa". ¿Alguien vive en una casa como esa? ¿Cuántos de vosotros vivís en una parecida? Yo diría que prácticamente nadie. Y, sin embargo, tenemos ese diseño (o similar) grabado a fuego como nuestra casa ideal.

Ese diseño es inconseguible, y sin embargo mis clientes se han acercado a él algunas veces. El resultado es siempre de un kitsch insoportable, las soluciones constructivas son alambicadas e ineficientes y también la comodidad de uso se resiente mucho. Pero mucha gente quiere eso. (Yo creo que de alguna forma todos lo tenemos grabado en nuestro ADN).

martes, 19 de abril de 2022

Buenos días lo primero

Todos hemos tenido a alguien que nos lo ha dicho: nuestros padres, nuestra abuela paterna o nuestra tía Herminia. Entrábamos corriendo, urgidos por una novedad o un hallazgo, donde estaban reunidos nuestros familiares, lo proclamábamos con entusiasmo y en vez de pasmarse ante nuestros asertos nos recriminaban: "Buenos días lo primero". No entendíamos nada: Lo que estábamos contando era emocionante, importante, divertido, y nos cortaban para exigirnos que cerráramos el chorro y diéramos los buenos días. ¿A quiénes les podían importar los buenos días? No obstante, al parecer era obligatorio darlos.

Imaginaos a Hitler o a Rommel mandando callar al espía que traía los datos del lugar y el momento exactos en que se iba a producir el desembarco en Normandía y gritándole: "¡Buenos días lo primero!" Imaginaos al excitadísimo espía intentando pese a todo decir cuántas tropas, cuántos barcos y con qué armamento iban a desembarcar y a sus superiores arrestándolo e incluso mandándolo fusilar por cabezota e indisciplinado, y no haciéndole caso por no haber dado los buenos días. (¿Os imagináis?)

Pues con lo de Normandía es casi seguro que no ocurrió, pero con la arquitectura ocurrió, ocurre y seguirá ocurriendo. Nos hemos creído portadores de nuevos conceptos de espacio, de nuevas y mejores eficiencias, de mayor lógica constructiva y de más avanzado régimen de confort, pero nos obstinamos en proclamarlo sin dar los buenos días (o, mejor dicho, los damos de una manera muy rara) y nos mandan al cuarto de los ratones sin escuchar ni apreciar nuestra buena nueva.

Vamos a hacer una prueba. Proponédsela a vuestros amigos cultos pero no en arquitectura ni especialmente interesados en ella. Mostradles estas cuatro parejas de edificios y pedidles que elijan el que más les guste de cada una.




(Se pueden clicar para verlas más grandes)

Yo lo he hecho y los resultados son prácticamente unánimes: derecha, izquierda, izquierda e izquierda.

martes, 22 de diciembre de 2020

El convento

Todos conocemos el feo pero eficaz dicho de "para lo que me queda en el convento..." Pues bien, a Donald Trump ya sí que parece que le quedan muy pocos días, aunque nunca se sabe, porque este hombre es capaz de cualquier cosa, y tiene seguidores muy locos.

Pero de lo que quiero hablar hoy es de que, ya prácticamente con un pie fuera de la Casa Blanca, yéndose y ya casi desde el patio, ha dictado una orden ejecutiva que se ocupa del gran tema que han tocado todos los grandes estadistas que en el mundo han sido: La arquitectura.

Este hombre, consciente de la necesidad de dejar un buen legado tras él, un gran recuerdo de su paso por el poder casi omnímodo, ha hecho una proclama por la buena arquitectura, la arquitectura decente, la que a él le gusta. (Bueno; la que a él le gusta y la que le gusta a todo ser humano bien nacido).

Trump con su familia en su apartamento de la Trump Tower en
la Quinta Avenida de Nueva York. Obsérvese... obsérvese todo.

La orden ejecutiva que acaba de dictar prohíbe la arquitectura moderna ("brutalista") en todos los edificios federales, que deberán ser obligatoriamente de estilo agradable, noble y digno. 

Primera página de la orden ejecutiva
(Clicadla para poder leerla)

domingo, 1 de diciembre de 2019

El belén y el alacrán

Ayer hice un hilo improvisado en Twitter. Tan improvisado que cuando se me acababa un tuit con una frase a medias la seguía en el siguiente. No corregí nada, no releí nada. Lo escribí de un tirón.
Hoy me está vibrando y pitando el teléfono sin parar, y soy incapaz ya de dar las gracias, puntualizar algún comentario, rebatir o siquiera mirar las notificaciones. Estoy desbordado.
Las reacciones son extremas: Unos me llaman genio y otros idiota. No soy ni una cosa ni otra, pero estoy bastante más cerca de lo segundo; y no lo digo por falsa modestia, sino porque la idiotez es muchísimo más fácil y más frecuente que la genialidad, y sé positivamente que jamás llegaré ni siquiera a asomarme a nada genial, mientras que una o dos idioteces sí que hago o digo cada día.
Soy idiota, por ejemplo, porque estoy a punto de lanzar esta entrada -que pasa a limpio aquel hilo tuitero- al proceloso mundo de internet, y sé que estaría mucho más tranquilo y cómodo si no lo hiciera, pero creo que debemos decir algo ante el panorama que nos rodea, y necesito decirlo.
Soy como el alacrán del conocido cuento, que supongo que conoceréis casi todos, pero que resumo para quien no lo sepa:
Un alacrán tenía la imperiosa necesidad de cruzar un río, pero no podía hacerlo porque le era imposible nadar. Le pidió a una rana que iba a cruzar que lo montara a su lomo y lo llevara de pasajero. La rana dijo que no, que le daba miedo porque la picaría y la mataría con su veneno. Él la convenció: ¿Cómo te voy a picar? ¿No comprendes que si lo hago y mueres yo me ahogo? Al anfibio ese razonamiento le pareció irreprochable y consintió en montarlo a su espalda.
Cuando estaban en medio del río el alacrán le pegó un aguijonazo a la rana. Esta, sintiéndose morir, le preguntó asombrada por qué lo había hecho, y el alacrán, ahogándose y a punto también de expirar, le contestó: "No pude evitarlo: Es mi carácter".
Pues eso: Se ve que yo también soy un alacrán y no puedo evitarlo. La tentación es más fuerte que mi instinto de conservación. Que sea lo que Dios quiera.
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Me pregunto si me gusta este belén que acaba de montar el ayuntamiento de Barcelona en la plaza de Sant Jaume:

Imagen tomada de La Vanguardia

Me lo pregunto y en seguida me respondo que qué más da si me gusta o no. Que me guste o no me guste es completamente irrelevante; solo tiene interés para mí. En mis gustos soy soberano y, por eso mismo, nadie es quién para decirme qué me tiene que gustar y qué no. Pero, también por eso, yo tampoco soy nadie para proclamar mi gusto con afán de proselitismo ni de provocación.

Por lo tanto, como digo, que me guste no tiene ninguna importancia para nadie. Que me pregunte si me gusta creo que sí la tiene. Quiero decir: que nos estemos planteando ahora todos si nos gusta o no nos gusta tiene una importancia capital, independientemente de lo que cada uno responda. (En esto, como digo, cada uno es dueño y señor de sí mismo). Y por eso precisamente sí que me gusta, sí.

El debate, la cuestión de que esto esté coleando por ahí y haya llegado hasta mi blog es porque el ayuntamiento de Madrid ha inaugurado el otro día su belén "tradicional" en su sede de Cibeles, y los políticos de los diversos partidos se han felicitado por lo bonito que ha quedado. Pero uno de ellos, patoso por demás, ha declarado que le gusta mucho porque es "tradicional", como tiene que ser, y no como ese tan horroroso de Barcelona, que es tan feo como su alcaldesa.

Eso de que uno solo sea capaz de alabar una cosa poniendo a parir otra (y de paso el aspecto físico de alguien porque sí) dice mucho de su catadura moral y de su profundidad intelectual.

jueves, 2 de agosto de 2018

Buenos edificios detestables

A mi amigo virtual The General (@johnygrey), que
ha propuesto esta discusión y me ha movido a escribir
esta entrada lleno de dudas.

En twitter sigo con entusiasmo a un ingeniero de caminos que se hace llamar The General (@johnygrey), como la obra maestra de Buster Keaton y el nombre de su protagonista. Se dedica a los puentes: profesionalmente a hacerlos y pasionalmente a amarlos y a explicarlos.

Tanto entusiasmo demuestra, tanta pedagogía despliega y tanta sabiduría atesora que para mí es siempre una gozada leerlo. Lo tengo por "amigo virtual" y he tenido más de una jugosa conversación con él. Lo tengo como "amigo" pero ni sé su nombre en este mundo unopuntocero ni qué aspecto tiene. Para mí (y para todo twitter) tiene la cara de Buster Keaton que exhibe en su avatar.

El otro día ha escrito en twitter que lamenta no haber estudiado en la antigua escuela de caminos que está en el parque del Retiro de Madrid, en un bello edificio de ladrillo y en un entorno idílico:


Por el contrario, tuvo que padecer la carrera en este monstruoso comealumnos:


Para él fue una desgracia que la escuela se mudara de aquel lugar tan agradable a este otro tan duro, tan desagradable, y decía: "Y qué queréis que os diga, que tu casa te define y que el edificio no ayuda a transmitirles a los alumnos el amor al Arte y a las Humanidades".

Me sorprendió esta afirmación en una de las personas que con más lucidez habla de belleza, de arte y de humanidades. Me encanta cuando habla de la belleza de un puente, fundamentada esta en lo bien que trabaja aquel, y con cuánta lucidez explica los porqués de tal forma o de tal detalle, y los aciertos de diseño que impiden malos comportamientos de tal sección, y de todo ello glosa una precisa y lúcida alabanza a la belleza, a la belleza real que yo también defiendo: "La belleza es el resplandor de la verdad". Y todo eso, naturalmente, son Arte y Humanidades. Para mí son el Arte y las Humanidades más elevados.
Salvando la maniquea y falsa caricatura de la oposición entre el arquitecto y el ingeniero, con The General da gusto hablar porque entiende la arquitectura y le gusta, y porque hermana estas dos profesiones en una misma misión.

Por eso me sorprende que diga que le gusta el edificio antiguo, que yo veo como anodino pastiche sin interés alguno (aunque sí: agradable), y que odie el nuevo, que yo veo muy interesante. (Cuando habla de los entornos, de la proximidad al metro y esas cosas sí estoy de acuerdo con él, pero como edificio veo el moderno mucho más eficaz y apropiado).

Le digo que es obra de los arquitectos Luis Laorga y José López Zanón y que es un buen edificio moderno que ganó el concurso en 1963. (Clicando aquí podéis leer un informe).


Me dice: "Te voy a ser sincero: El edificio sumado a su uso (como centro de tortura) es una pesadilla. Y no es acogedor en absoluto para el alumno. Y con este sentir se me hace muy difícil verle las virtudes". Y añade: "Y esto me lleva a una duda que te traslado, a ver qué piensas: ¿Si la mayor parte de los usuarios de un edificio lo detestan, es buen edificio?"

Menuda pregunta. Uf. Es definitiva. No sé qué decir. Pues que no. Claro que no. No puede serlo.

Pero vamos, por el mero placer de debatir, a señalar dos posiciones extremas:

1.- Una de las funciones más importantes de un edificio es satisfacer a sus usuarios, hacerles las cosas agradables, ser limpio con ellos, ser sincero, ayudar a que realicen sus tareas (en este caso dejando entrar bien la luz, estando bien climatizado, siendo cómodo, etcétera). Por lo tanto, si sus usuarios lo detestan es un mal edificio. Sin duda.

2.- Supongamos que el edificio sea bueno y los usuarios no sepan, o no puedan, o no estén en condiciones de apreciarlo. Supongamos que lo odien por lo que no es: por la dificultad de las asignaturas, por la dureza de los profesores, por la falta de compañerismo con los demás alumnos... Yo qué sé. En ese caso los usuarios pueden detestar un buen edificio.

Pero The General me ha demostrado muchas veces su buen criterio y su fino instinto como para liquidar la conversación con una salida apresurada del tipo: "Tú confundes la calidad arquitectónica con la hostilidad de la carrera". Sí, yo podría argumentar que puede haber una cárcel que sea un magnífico ejemplo de arquitectura, pero que no por ello los reclusos van a ser muy felices en ella. Pero parece ser que la cosa no va por ahí.

jueves, 19 de octubre de 2017

El gusto combinatorio y el gusto acumulativo

Después de haber hablado de la catedral de la Almudena se me queda muy mal cuerpo porque veo que a casi toda la gente es eso lo que le gusta y me pregunto por qué. Intento entenderlo, pero no sé si sólo pienso tonterías.

Mis clientes (y supongo que los de los demás arquitectos, no voy a ser yo el único) salvo muy raras excepciones no han tenido ningún interés por la arquitectura. Tampoco tenían por qué. Casi todos se han querido hacer una casa lo más imponente y "respetable" posible dentro de sus posibilidades (y algunos por encima de ellas) y nada más. Tampoco habría que darle mayor importancia a esto. Que cada uno se haga su casa como quiera o pueda, ¿no? Los arquitectos nos ponemos muy tontos.
Casi todos mis clientes sólo han pensado en algo parecido a la arquitectura una vez en su vida: cuando se iban a hacer su casa. Venían a verme con un catálogo de elementos arquitectónicos en su mente; un catálogo muy reducido pero muy contundente, en el que estaban las formas bellas, dignas, decentes: arcos de ladrillo, chapados de piedra irregular, chapados de piedra regular (menos), columnas de granito de un orden incierto (normalmente recordando levemente el toscano), canecillos de hormigón imitando madera, salientes semihexagonales o semioctogonales en la planta del salón (y a veces en la del dormitorio principal), balaustradas de hormigón blanco y poco más.
Todos esos elementos forman parte de un inconsciente colectivo que ni siquiera se ama, en el que, ya digo, ni siquiera se piensa, pero por eso mismo se sobreentiende que es la base de la que hay que tirar sin un solo momento de duda.
Y, naturalmente, si cada elemento de esa lista tiene ya un prestigio incuestionable, cualquier combinación entre ellos tiene que tenerlo también, y cuanto más variedad combinativa haya pues mucho mejor. (Es lo que decíamos el otro día de la catedral de la Almudena).
Si todos los componentes son buenos cualquier combinación entre ellos tiene que ser buena necesariamente.

Vamos a ver un ejemplo de la verdad de esa afirmación: Si las patatas, el chocolate, el aceite de oliva, la nata montada y las anchoas son buenas una combinación de todo ello tiene que ser buenísima.
Otro ejemplo de gusto combinativo: Vamos a fijarnos en cinco chicas y cinco chicos de los más bellos del mundo. De entre ellos vamos a afinar aún más y vamos a buscar los mejores rasgos: el mejor ojo izquierdo, el mejor ojo derecho, la mejor nariz, la mejor boca y la mejor barbilla. Obviamente, la combinación de estos elementos tan depurados tiene que producir una mujer bellísima:

Charlize Theron, Claudia Cardinale, Natalie Portman,
Kim Basinger y Gene Tierney

Y un hombre hermosísimo:

Hugh Jackman, Jon Hamm, Brad Pitt,
George Clooney y José Ramón Hernández

Uf, pues no sé. No termino de verlo claro. Creo que cualquiera de las mujeres y de los hombres seleccionados es bastante más guapo que las combinaciones resultantes. ¿Cómo lo veis vosotros?

sábado, 14 de octubre de 2017

Horno de pan (y 2)

El otro día me supo a poco lo que iba diciendo y me quedé con ganas de más. Por eso titulé la entrada con el número uno y prometí una segunda parte. Pero ahora ya se me ha ido el hilo de lo que iba diciendo.
Además en estos días le han dado un premio al horno de pan y ya se me ha cortado el rollo del todo.

¿Por qué somos así los arquitectos? ¿Por qué admiramos
y premiamos estos edificios que no gustan a la gente?

Sí que me gustaría seguir con mi afán didáctico e insistir un poco (muy por encima) en lo que decía el otro día.

Para empezar, deberíamos intentar comprender las complejas condiciones de partida que tiene este edificio: Está en el borde de una plataforma, ante un vertiginoso desnivel, y además tiene que arrodillarse ante el Palacio Real y la Catedral de la Almudena, y no solo respetar, sino incluso acoger unos restos arqueológicos. Aparte de su complejo programa (auditorio, museo de tapices, museo de objetos suntuarios, museo de carruajes...) tiene que ser capaz de resolver la esquina más residual de la plaza que queda entre el palacio y la catedral. 


El acceso se hace por arriba, por la plaza, y desde ahí se va bajando, descendiendo por la cornisa famosa.
Ponedle además los camiones de abastecimiento, los recorridos, el transporte, la seguridad, la comodidad de accesos y estancias, etcétera, y tendréis un señor problema.

Obviamente, la cuestión de raíz, la matriz del proyecto, es hacer toda esa organización y toda esa relación de la manera más sencilla y eficaz posible. El problema, ya lo dijimos, es que el horno haga buen pan.
Luego, naturalmente, todo eso tiene que tener una forma, una imagen, una expresión plástica.




La expresión puede (y debe) ser discutible una vez visto el nivel de solución de las condiciones de partida antes dichas. ¿Es un acierto lo de las tiras verticales en fachada? Pues si no dejan pasar una luz uniforme y limpia serán un error, y si sí un acierto.
(A mí me parece, además de por su mera funcionalidad, que esa fachada ofrece una imagen neutra, como un zócalo o pedestal de piedra levemente labrada bajo la catedral).

¿Qué pasa si olvidamos todo esto y nos dejamos llevar solamente por la primera impresión que nos ofrece su fachada? Pues que entramos en el "me gusta" o "no me gusta", que ya vimos que es muy respetable en el interior de la intimidad de cada uno, pero cuando sale de ahí ya no merece especial respeto.
¿Nos gusta más con columnas jónicas? ¿Le ponemos unos arcos? Podríamos hacerlo: Tenemos todo el catálogo de formas arquitectónicas para usarlo según nuestro gusto, nuestro sacrosanto gusto personal. ¿Pero qué ganamos con ello?
(A una tía mía le entusiasmaban los bocadillos de bonito en escabeche bien espolvoreado de azúcar. De verdad. Los gustos personales son así).

Pero no merece la pena seguir intentando buscar ejemplos cuando tenemos uno perfecto justo al lado.