Mostrando entradas con la etiqueta estilo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta estilo. Mostrar todas las entradas

martes, 22 de diciembre de 2020

El convento

Todos conocemos el feo pero eficaz dicho de "para lo que me queda en el convento..." Pues bien, a Donald Trump ya sí que parece que le quedan muy pocos días, aunque nunca se sabe, porque este hombre es capaz de cualquier cosa, y tiene seguidores muy locos.

Pero de lo que quiero hablar hoy es de que, ya prácticamente con un pie fuera de la Casa Blanca, yéndose y ya casi desde el patio, ha dictado una orden ejecutiva que se ocupa del gran tema que han tocado todos los grandes estadistas que en el mundo han sido: La arquitectura.

Este hombre, consciente de la necesidad de dejar un buen legado tras él, un gran recuerdo de su paso por el poder casi omnímodo, ha hecho una proclama por la buena arquitectura, la arquitectura decente, la que a él le gusta. (Bueno; la que a él le gusta y la que le gusta a todo ser humano bien nacido).

Trump con su familia en su apartamento de la Trump Tower en
la Quinta Avenida de Nueva York. Obsérvese... obsérvese todo.

La orden ejecutiva que acaba de dictar prohíbe la arquitectura moderna ("brutalista") en todos los edificios federales, que deberán ser obligatoriamente de estilo agradable, noble y digno. 

Primera página de la orden ejecutiva
(Clicadla para poder leerla)

sábado, 7 de diciembre de 2019

Baroja, Valle Inclán y la Almudena

A David, a Agustín y a Alberto.
Es siempre un placer hablar con
ellos y escucharlos.


Hace unas semanas formé parte, con David García-Asenjo LlanaAgustín Ferrer Casas y Alberto Ruiz Colmenar, todos ellos muy buenos amigos y personas de muy fundamentado criterio, de una mesa de debate sobre "Comunicación de arquitectura en medios no especializados" dentro del Máster en Arquitectura de la Universidad Rey Juan Carlos.


No voy a haceros aquí un resumen de lo que hablamos, pero sí que lo voy a usar como base para lo que hoy quiero contar.

En la introducción, Alberto Ruiz puso un pasmoso ejemplo de la jerga que usan ciertos arquitectos (muchos, por desgracia demasiados) para hablar de sus cosas. Consistía en unas páginas de una revista de arquitectura en las que aparecía un muy buen edificio: limpio, elegante, inteligente, bien resuelto... pero con unos textos infumables, incomprensibles, estúpidos y muy groseros de los mismos arquitectos, que con esa faramalla de absurdeces pretendían explicarlo.

Hay arquitectos muy buenos, que en sus proyectos hacen alarde de tacto, potencia, talento y claridad, pero que cuando los explican lo llenan todo de farfolla, chorradas y frontoncitos. No comprendo por qué no escriben como proyectan. No entiendo que tengan dos personalidades tan diferentes. ¿En sus edificios ponen canecillos falsos, pilastras de mentira, arcos de cartón-piedra? No. ¿Entonces por qué todo su discurso está lleno de ridiculeces similares?

Siempre he creído que cuando se escribe así es porque no se tienen las ideas claras. También dijimos en aquella mesa de debate (y todos estuvimos de acuerdo) que hay una idea preestablecida de que es necesario escribir así para hacerse respetar o admitir en el círculo selecto.

En definitiva, todos los presentes propugnamos la sencillez y la claridad en la comunicación. (De hecho a mí me invitaron por cómo escribo en este blog, siempre intentando que se me entienda, en vez de querer epatar con palabrerío aparentemente culto, pero lamentable. Y sí: volvió a salir mi tabla, y no la saqué yo. En cuanto a mis ilustres compañeros, estaban allí porque siempre han dado muestras de que se explican divinamente y son grandes comunicadores y divulgadores de la arquitectura, y porque el rigor no solo no está reñido con el aburrimiento, sino que es todo lo contrario)(1).

Lo que sigue, aunque se inspira en lo que hablamos allí, son opiniones mías, y, aunque seguramente mis compañeros compartan más de una, no quiero embarcarlos ni hacerlos solidarios.

Para empezar, yo diría que cuando uno no es un brillante artista del lenguaje más le vale ser sencillo y escribir como Baroja. Pero hay algunos elegidos que tienen unas fantásticas cualidades y son exuberantes, y deben serlo, como Valle Inclán.

sábado, 14 de enero de 2017

Y coda

Ayer mismo escribí una entrada en este blog con un tono sarcástico y seguramente más estúpido de lo aconsejable, pero es que, comprendedme, ya estaba cansado de mesarme los cabellos, de indignarme, de rabiar y de gritar. ¿Para qué? ¿Qué más da todo?
El caso es que, como imaginaba, lo que escribí en tono de burla mucha gente lo piensa en serio.
Varios periódicos han dado la noticia de la ignominia, y, como todos ellos en sus ediciones digitales tienen abierta la posibilidad de que cualquier lector pueda opinar, aquello se ha puesto perdidito de opiniones.
Opiniones indignadas porque a los arquitectos nos gusten mierdas como la felizmente derribada y no nos gusten las casas buenas y bonitas de verdad como la que se está terminando de construir. Siempre lo mismo. No basta ya con la ignorancia, sino que hay un cabreo exaltado, un odio a quienes hemos consagrado nuestra vida a la arquitectura, porque actuamos como si conociéramos un arcano que a ellos les estuviera vedado y por ello nos sintiéramos superiores. (Y, por supuesto, no piensan hacer nada por estudiar, por escuchar, por aprender...)
-¡A mí ningún chulo me va a decir lo que está bien y lo que está mal!
Bueno, pues yo voy a osar decir un par de cosas.
Ya he dicho varias veces que todo es opinable, y que todo el mundo tiene derecho a opinar, pero que no todas las opiniones son respetables.
Esto en otros campos se entiende muy bien: Yo, que no sé exactamente por dónde queda el hígado, ni siquiera aproximadamente por dónde el páncreas, ni para qué sirven, puedo criticar la desobstrucción del colédoco que le han hecho a mi tío Recesvinto, puedo hablar -con un palillo entre los dientes- de la disparatada pancreatectomía parcial que le han practicado a mi colega Triboniano y puedo incluso proclamar que lo que tenían que haber hecho ambos era dejarse de médicos y tomar mucho zumo de limón. El zumo de limón es buenísimo. Y la homeopatía.
Pues sí. Pues estas cosas se dicen y ya está. Y no pasa nada. Todos sabemos de todo y todos opinamos de todo.
Lejos de mí pedir, sugerir siquiera, que quien no sepa no opine. Tan sólo opino -opinar es libre, ya digo- que quien opina de algo sin tener ni idea, sin haberse parado a pensar sobre ello, sin tener ninguna referencia ni ningún criterio salvo el de la ciencia infusa, es un bocachancla y un mascachapas. Pero, claro, esto es sólo una opinión mía.

Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, o chorro,
generoso o estafador.
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro
que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón,
los ignorantes nos han igualao.