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miércoles, 8 de marzo de 2023

La placa secreta

Nunca he asistido a la ceremonia de colocación de la primera piedra de un edificio. He hecho bastantes, e incluso algunos públicos, que son los que más se prestan a algo así, pero no se ha dado el caso.

En ese rito solemne se reúnen los agentes que van a llevar a cabo el milagro de la construcción, y en un hoyo practicado a tal efecto reciben con mortero o similar la supuesta primera piedra del edificio (es mentira: no tiene nada que ver con este y se quedará enterrada ahí, desvinculada de la obra)(1). La autoridad representante de la propiedad deposita junto a la piedra unas monedas, un periódico del día y algún otro objeto simbólico como testimonio del tiempo en que eso se construyó, para que se pueda saber en un futuro lejano, cuando a alguien le dé por hurgar en el hoyo.

En la novela La arquitectriz(2) Plautilla Bricci, su narradora y protagonista, cuenta la emoción, la responsabilidad y el miedo que sintió al poner la primera piedra de la Villa Benedetta ("El Bajel"), proyectada por ella en la colina del Janículo de Roma. Entre los objetos simbólicos que entierran se encuentra una placa de plomo grabada con un texto.

miércoles, 22 de junio de 2022

Falacia

Acabo de ver un meme en Facebook pensado para hacernos asentir muy convencidos: "Qué gran verdad", pero solo ha conseguido enfadarme. Ya está bien. Ese mensaje lo oigo y lo leo a menudo, y me revuelvo siempre.

Me dijeron hace muchos años (aún estaba abierto al tráfico rodado) que a la entrada de Salamanca había un rótulo: "Camiones de más de nosécuántas toneladas, por el puente romano". Seguro que es hasta verdad. Qué risa, este los aguantaba mejor que el moderno.

No me digáis que no lo habéis oído mil veces. Cada vez que hay que reparar un puente (1) de cincuenta años de edad: "Pues el de Mérida o el de Córdoba, que tienen más de dos mil años, ahí están".

Sí. Por supuesto. Claro que están. Pero de ahí se pretende inferir que los romanos construían mejor que nosotros, y eso es tan estúpido que me duele.

Los romanos construían estupendamente bien para los medios y los conocimientos que tenían, y nosotros lo hacemos también muy bien para los que tenemos, que son muchos más y mucho mejores.

viernes, 7 de mayo de 2021

Respeto y sensibilidad

A mi amigo Ekain, ser dotado de un
exquisito tacto y un extremo talento 


Ekain, con lágrimas en los ojos y voz temblorosa (si yo fuera un buen escritor pondría "transida") por la emoción, me manda esta foto hecha en una de sus múltiples correrías:

Aguilar de Codés (Navarra)
Foto de Ekain Jiménez Valencia

Mirad que es bonito Aguilar de Codés y que hay edificios, paisajes y gente fantástica para fotografiar, pero va Ekain y ¡zas! dispara sobre lo más hermoso y admirable: un signo de generaciones de personas a lo largo del tiempo con un rasgo común: su nobleza y su altísima dignidad profesional.

Sin embargo, si me permitís, a mí me parecen mucho mejores las de ahora que las de entonces, y os explicaré por qué.

Veo un escudo que no sé interpretar exactamente, pero que obviamente representa una armadura, un guerrero, un combatiente que obtuvo honor y nobleza matando a vaya usted a saber quién: Enemigos de su religión, de su reino, de su señor... El caso es que esas muertes le valieron ese escudo, y tal vez, indirectamente, esa casona.

O bien ese mismo asesino heroico y dignísimo encargó el escudo de granito o bien lo hizo alguno de sus descendientes, reclamando la atención e incluso la devoción que su familia merecía por provenir de tan ilustre adalid.

El escudo no está claramente centrado en la fachada, ni sobre el portón. Curiosamente aparece como a media anqueta sobre la línea de medianería de dos edificios. Seguramente se haya movido de su sitio original, o la fachada en la que estuvo haya sido muchas veces reformada o reconstruida.

El caso es que, sea como sea, ahí perdura el canto a la hazaña bélica, a la nobleza de la propia sangre lograda por verter la ajena.

domingo, 11 de julio de 2010

Moholy-Nagy en Madrid

El Círculo de Bellas Artes de Madrid expone una serie de fotografías, pinturas, películas y objetos de uno de los grandes artistas de las vanguardias del siglo 20, László Moholy-Nagy.


Fue profesor de la Bauhaus, con Kandinsky, Klee, Gropius y tantos otros personajes apabullantes. Es un artista colosal. Su afán de trabajar con la materia, el movimiento y la luz le llevó de la pintura y la escultura a la fotografía, al cine, a la construcción de artefactos que se movían, producían reflejos y destellos, disolvían la forma en apariencias mutantes, etc.
No pretendo extenderme, ni dar una clase, ni nada de eso. Sólo quiero señalar un detalle: Hay un momento en que el arte de vanguardia descubre la íntima relación del tiempo y del espacio, del tiempo y la forma. Para explorar esto (la mal llamada dimensión temporal del espacio), algunos como Moholy-Nagy prueban a que los objetos artísticos se muevan, lancen destellos y reflejos, de modo que el espectador vea cómo la forma espacial evoluciona en el tiempo y queda condicionada y modificada por éste.
Otros dejan las formas quietas, y hacen que sea el espectador el que las recorra, empleando tiempo, y que ese tiempo de exploración y análisis modifique la percepción de la forma. (Pongamos por ejemplo al primer Frank Lloyd Wright y a De Stijl).
Y, por fin, otros liberan al espacio de su modificación temporal, y lo aíslan en un "cromlech" mágico, intemporal y antitrágico. Lo trágico es el tiempo, no el espacio. Aislando el espacio lo salvan. (Pongamos como ejemplo a Oteiza, al Wright del Museo Guggenheim de Nueva York y al último Mies van der Rohe).
En esta apresurada evolución, Moholy está en el primer estado. A Mies no le caía muy bien. No le gustaba nada Moholy. Pero a todos nosotros nos entusiasmará. Nos vemos en Madrid, en el calorazo de julio y agosto, sintiendo el frío sobrenatural de las fotografías y artefactos de Moholy. Una maravilla, superior incluso al aire acondicionado.