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miércoles, 2 de mayo de 2018

La fealdad

Advertencia: Sobre la fealdad se pueden (y se deben) escribir varios tratados muy extensos. Esto es solo el blog de un aficionado, y por lo que me pagáis debéis conformaros con tres o cuatro brochazos rápidos exponiendo un par de ideas (o solo una), y nada más. Seguramente retomaré el tema más de una vez.


INTRODUCCIÓN:

Vincent Van Gogh no consiguió vender un solo cuadro en toda su vida porque todos eran horribles. (Bueno, vendió uno a su hermano, que era marchante, pero eso no cuenta porque su hermano le daba dinero y le intentaba mantener como podía, de manera que esa venta no puede considerarse tal, sino una ayuda fraterna).


No es que los cuadros de Van Gogh no gustaran a casi nadie. No es que solo gustaran a unos pocos. No. Es que no le gustaban a nadie. A nadie. Repito: A nadie. Es decir: en la segunda mitad del siglo XIX lo que pintaba Van Gogh era feísimo.
Y sin embargo hoy esos cuadros nos gustan a todos. A todos. No a la mayoría, no a muchos. A todos. Es decir: en la primera mitad del siglo XXI lo que pintó Van Gogh es bellísimo.
¿Y eso por qué es? ¿Acaso la belleza y la fealdad son una moda? ¿Acaso la belleza y la fealdad van por rachas? Pues sí. Parece obvio.

jueves, 19 de octubre de 2017

El gusto combinatorio y el gusto acumulativo

Después de haber hablado de la catedral de la Almudena se me queda muy mal cuerpo porque veo que a casi toda la gente es eso lo que le gusta y me pregunto por qué. Intento entenderlo, pero no sé si sólo pienso tonterías.

Mis clientes (y supongo que los de los demás arquitectos, no voy a ser yo el único) salvo muy raras excepciones no han tenido ningún interés por la arquitectura. Tampoco tenían por qué. Casi todos se han querido hacer una casa lo más imponente y "respetable" posible dentro de sus posibilidades (y algunos por encima de ellas) y nada más. Tampoco habría que darle mayor importancia a esto. Que cada uno se haga su casa como quiera o pueda, ¿no? Los arquitectos nos ponemos muy tontos.
Casi todos mis clientes sólo han pensado en algo parecido a la arquitectura una vez en su vida: cuando se iban a hacer su casa. Venían a verme con un catálogo de elementos arquitectónicos en su mente; un catálogo muy reducido pero muy contundente, en el que estaban las formas bellas, dignas, decentes: arcos de ladrillo, chapados de piedra irregular, chapados de piedra regular (menos), columnas de granito de un orden incierto (normalmente recordando levemente el toscano), canecillos de hormigón imitando madera, salientes semihexagonales o semioctogonales en la planta del salón (y a veces en la del dormitorio principal), balaustradas de hormigón blanco y poco más.
Todos esos elementos forman parte de un inconsciente colectivo que ni siquiera se ama, en el que, ya digo, ni siquiera se piensa, pero por eso mismo se sobreentiende que es la base de la que hay que tirar sin un solo momento de duda.
Y, naturalmente, si cada elemento de esa lista tiene ya un prestigio incuestionable, cualquier combinación entre ellos tiene que tenerlo también, y cuanto más variedad combinativa haya pues mucho mejor. (Es lo que decíamos el otro día de la catedral de la Almudena).
Si todos los componentes son buenos cualquier combinación entre ellos tiene que ser buena necesariamente.

Vamos a ver un ejemplo de la verdad de esa afirmación: Si las patatas, el chocolate, el aceite de oliva, la nata montada y las anchoas son buenas una combinación de todo ello tiene que ser buenísima.
Otro ejemplo de gusto combinativo: Vamos a fijarnos en cinco chicas y cinco chicos de los más bellos del mundo. De entre ellos vamos a afinar aún más y vamos a buscar los mejores rasgos: el mejor ojo izquierdo, el mejor ojo derecho, la mejor nariz, la mejor boca y la mejor barbilla. Obviamente, la combinación de estos elementos tan depurados tiene que producir una mujer bellísima:

Charlize Theron, Claudia Cardinale, Natalie Portman,
Kim Basinger y Gene Tierney

Y un hombre hermosísimo:

Hugh Jackman, Jon Hamm, Brad Pitt,
George Clooney y José Ramón Hernández

Uf, pues no sé. No termino de verlo claro. Creo que cualquiera de las mujeres y de los hombres seleccionados es bastante más guapo que las combinaciones resultantes. ¿Cómo lo veis vosotros?

sábado, 14 de enero de 2017

Y coda

Ayer mismo escribí una entrada en este blog con un tono sarcástico y seguramente más estúpido de lo aconsejable, pero es que, comprendedme, ya estaba cansado de mesarme los cabellos, de indignarme, de rabiar y de gritar. ¿Para qué? ¿Qué más da todo?
El caso es que, como imaginaba, lo que escribí en tono de burla mucha gente lo piensa en serio.
Varios periódicos han dado la noticia de la ignominia, y, como todos ellos en sus ediciones digitales tienen abierta la posibilidad de que cualquier lector pueda opinar, aquello se ha puesto perdidito de opiniones.
Opiniones indignadas porque a los arquitectos nos gusten mierdas como la felizmente derribada y no nos gusten las casas buenas y bonitas de verdad como la que se está terminando de construir. Siempre lo mismo. No basta ya con la ignorancia, sino que hay un cabreo exaltado, un odio a quienes hemos consagrado nuestra vida a la arquitectura, porque actuamos como si conociéramos un arcano que a ellos les estuviera vedado y por ello nos sintiéramos superiores. (Y, por supuesto, no piensan hacer nada por estudiar, por escuchar, por aprender...)
-¡A mí ningún chulo me va a decir lo que está bien y lo que está mal!
Bueno, pues yo voy a osar decir un par de cosas.
Ya he dicho varias veces que todo es opinable, y que todo el mundo tiene derecho a opinar, pero que no todas las opiniones son respetables.
Esto en otros campos se entiende muy bien: Yo, que no sé exactamente por dónde queda el hígado, ni siquiera aproximadamente por dónde el páncreas, ni para qué sirven, puedo criticar la desobstrucción del colédoco que le han hecho a mi tío Recesvinto, puedo hablar -con un palillo entre los dientes- de la disparatada pancreatectomía parcial que le han practicado a mi colega Triboniano y puedo incluso proclamar que lo que tenían que haber hecho ambos era dejarse de médicos y tomar mucho zumo de limón. El zumo de limón es buenísimo. Y la homeopatía.
Pues sí. Pues estas cosas se dicen y ya está. Y no pasa nada. Todos sabemos de todo y todos opinamos de todo.
Lejos de mí pedir, sugerir siquiera, que quien no sepa no opine. Tan sólo opino -opinar es libre, ya digo- que quien opina de algo sin tener ni idea, sin haberse parado a pensar sobre ello, sin tener ninguna referencia ni ningún criterio salvo el de la ciencia infusa, es un bocachancla y un mascachapas. Pero, claro, esto es sólo una opinión mía.

Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, o chorro,
generoso o estafador.
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro
que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón,
los ignorantes nos han igualao.