La noche pasó de largo. Ni los relojes, ni las cortinas advirtieron la constancia casi muda e inhallable del segundero. Tarde ya para la película que quisimos ver; tarde más, para despertarla. Los árboles, inmóviles. La muchacha de enfrente se me desnuda en la ventana, regalando una silueta a contraluz antes de cerrar la cortina y perderse de la noche. En mi boca, resabios del pollo al horno y la ensalada de jabón. Ese que lava la sangre y contamina menos que un gramo de aurífera codicia, trabada allí en las adyacencias del cerro diabólico -pernicioso él, por el sólo hecho de ser-. El parlante devuelve al Piscis de un nueve en sintonía, la nostalgia y los recuerdos. Luces bajas, no-ganas de un café en jarrito. Antes, cerrar el ciclo. Vuelvo. Un volver que vuelve a volver y no vuelve para quedarse, sino que vuelve a seguir volviendo. Volver a herir la belleza del mundo, simplificándola en torpes tipeos y virtuales renglones. Mejor me voy a la cama, a ver si vuelven los Reyes y me encuentran volviendo.
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viernes, 30 de abril de 2010
DXXIV: Dado vuelta
Caminos, miles de caminos. Todos desdibujados y confusos frente a la mirada perdida del público que se presta a la ilusión. Prestidigita imperceptiblemente un subidón repentino que llama a la náusea del incauto y el gozoso gemido del impávido. Las depresiones de una llanura sin el éxtasis del fracaso y sus antónimos extremos, no refractan fidelidad. La mirada, honesta por defecto, se pierde en el prisma sin llegar a ser arcoiris en sus ojos. Pero cuando todo se mueve, las claves del sol vuelven a extasiar los cinco sentidos del pentagrama -y todos los que quedaron sin trazar-. Los sostenidos son redondas y los tropiezos del amor, no más que una tímida corchea. Infinito soslayable no más que por el velo que tergiversa con dejo de hastío e irresponsabilidad los jardines de tu mente. Las rutas no exploradas, la iluminación del descubrimiento, que se ahoga en el encandilamiento con su torpe persistencia y falta de novedad. El lado oscuro de la luna, fuera de la pared. Dado vuelta como una moneda. En la cara de un presente tan incierto como promisorio. Lovin' it!
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Mauro Fernández
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0:39
lunes, 12 de abril de 2010
DVI: Caminando entre la urdimbre.
Alejandro Abt
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Mauro Fernández
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21:13
jueves, 4 de febrero de 2010
CDLVIII: Los Vagabundos del Dharma
"Y me prometí que iniciaría una nueva vida.
Vagabundearé con una mochila,
seguiré el camino puro."
Jack Kerouac
Vagabundearé con una mochila,
seguiré el camino puro."
Jack Kerouac
Los Vagabundos del Dharma es la biblia metafísica de los hippies. Es el punto de partida de una nueva forma de vivir, más cercana a la naturaleza, que concibe la vida como un viaje impredecible que enajena la cómoda seguridad burguesa que tan pocas respuestas otorgaba a los jóvenes de la patria del consumo. Kerouac y sus amigos son pre hippies, son quienes produjeron el renacimiento de San Francisco. En este libro se lee como vivían los beatnicks, entre fiestas interminables en las que hacían lecturas de poesía, improvisadas como el jazz, en las que se embriagaban con vino y algo de marihuana, y se desnudaban para bailar en rondas alrededor de fogatas. Pero no todo era fiesta, los pre hippies eran más arriesgados que los hippies. Kerouac, como un monje errante del extremo oriente, casi un mendigo, busca la vida como si fuese un puente, sin construir una casa sobre ella.
Mucho antes que los Beatles visitaran al Maharishi, mucho antes que Osho visitara California, Kerouac, impulsado por su amigo Gary Snyder, descubre el budismo y los pasos que da ascendiendo una montaña son constantes metáforas hacia el encuentro del Dharma, la rueda de la verdad budista que todo hombre puede hacer consciente. Era un camino espiritual desconocido en Occidente, una puerta que abrió a un conocimiento que hoy vemos mercantilizado en los gimnasios de Yoga y las visitas del Dalai Lama. Kerouac profetiza una revolución de las mochilas, miles y hasta millones de jóvenes con mochilas y subiendo a las montañas a rezar, todos ellos lunáticos zen que andan escribiendo poemas que surgen de sus cabezas sin motivo y siendo amables y realizando actos extraños que proporcionan visiones de libertad eterna a todo el mundo y a todas las criaturas vivas.
Esta nueva forma de vida exigía una nueva forma de escribir, más espontánea, sin caer en juegos intelectuales. Kerouac escribió este libro en 1958, en apenas once días.
"Vagabundos del Dharma negándose a seguir la demanda general de la producción de que consuman y, por tanto, de que trabajes para tener el privilegio de consumir toda esa mierda que en realidad no necesitan y que siempre termina en el cubo de la basura una semana después."
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Texto original, acá.
Chispa: Sole, gracias!
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Mauro Fernández
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15:11
martes, 7 de abril de 2009
CCXXXI: Hogar, dulce hogar
Soy una especie nómade e inconformista que no sabe nada de líneas de llegada. Siempre en la huída, con la vida pisándome los talones; al parecer, inmerso en obsoletos pero profundos rocanroles sin destino. Cerca del umbral, no suelo reconocerme en casa. Aquí o allá, escapando o estancado en un mismo sitio, no araño siquiera ese lugar soñado. Aunque a veces, sólo a veces, me siento en camino. Incluso, algunas tantas, me veo protegido por muros herméticos, junto a la cálida lumbre que le hace la guerra al más gélido invierno exterior. Bajo un sentido abrazo femenino, que me cuida y me observa con la mirada de un hada madrina, de una doncella de ensueño. Y repentinamente, miro alrededor y el hogar se desvanece. Del fuego que ardió, sólo vestigios en la ceniza anaranjada. De los muros protectores, una celda eterna de desolación. Del amor que viví, un recuerdo constante, comprado en promoción junto a la pasión de la noche. No repitan errores. Recuerden siempre leer la letra chica.
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Mauro Fernández
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12:47
viernes, 27 de febrero de 2009
CXCVIII
Había una vez una vía; una, ¿ves? Sabias palabras, juegan palabras, sienten palabras. Se urden palabras. Grandes palabras, malas palabras: de grandes... palabras. Malos grandes que ya no sienten palabras, no juegan palabras, no sabias palabras -de grandes-. Y había una vez una vía; una, ¿ves? Una que por vía, todavía no había ni sabía, no llegaba ni encallaba. Era vía en viva vida, siempre vía todavía, su vida de vía, cabría e impía. Caía, lloraba, reía, callaba. Mordía, gemía... ¡gritaba! Bajaba, suspiraba y reía. La vida fluía; la vía, todavía vivía lo que los grandes no entendían. Sus ojos veía, el futuro sentía, el presente vivía... Juguemos palabras, sintamos palabras. Amando la vía de la vida del niño que había una vez, una vía; una, ¿ves?
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Mauro Fernández
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9:00
miércoles, 11 de febrero de 2009
lunes, 26 de enero de 2009
CLXVI
Y mis interrogantes dejaron abandonada su más intrínseca cualidad, para moldear su forma, transformándose en exclamación de certezas empíricas e irrebatibles. Mi insaciable y animosa curiosidad, así como el impulso profundo de conocer sus momentos más íntimos, se sabía por el camino correcto. El sutil empinamiento de su olfato, no es el mismo bajo la luz de la luna, o las tenues luminarias de una cápsula inmaculada. Su lengua inquieta colándose entre la mordedura perfecta de su sonrisa, agudiza su peculiar instinto entrometido cuando acaricia jugosamente cada milímetro de mi existencia. Los interminables caminos de su cabello, pueden fácilmente convertirse en nidos enmarañados de pasión ferviente y extenuante. Todo lo desconocido fue arrasado por la impetuosidad de los momentos compartidos; como una inquisición movilizada por el amor a los instantes, y la libertad de sabernos únicos. Y no dejar nunca de sorprenderse ante cada acción, o de sentir cada vez más fuerte el cosquilleo en las entrañas ante sus ojos predominantes, es el verdadero secreto para no dejar nunca de descubrirnos, más allá de los descubrimientos.
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Mauro Fernández
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14:00
miércoles, 14 de enero de 2009
CXLIX
No voy, porque ir es quedarme. Y quedarse es eternizar. Y cada vez que hablamos de eternizar, indefectiblemente terminamos inmortalizando. Si inmortalizamos, no morimos y sin muerte, no hay vida. Sin vida, no hay camino. Y sin camino no hay piedras con las que tropezarnos dos veces. Porque sin piedras no hay errores y sin errores, no hay aprendizaje. Si no aprendemos, no crecemos y si no crecemos no volamos. Y si no volamos nunca en nuestra vida, no conocemos la perspectiva. Y si no vemos en perspectiva nos encerramos, y si nos encerramos no vamos. ¿Y si no vamos? Nos perdemos mucho. Mejor, vayamos. Siempre.
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Mauro Fernández
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