Después de haber cerrado la puerta tras de si y en la nariz de Joaquín, Rosa se metió entre las sábanas tratando de retener en sus pupilas la imágen de tan varonil pulgón. Todo un macho que le estaba sorbiendo el seso.
Fijó su mirada en la ventana, la cual dejaba entrar una luna llena hecha para enamorados.
Permaneció así largo rato. Sin que el sueño acudiera a ella y sin quitar la vista de la luna que la mantenía hipnotizada con su brillo.
Entrada la madrugada, sus ojos se fueron cerrando lentamente hasta que cayó en un profundo sueño en donde Joaquín fue el príncipe que la rescató de las garras del dragón y de la bruja mala.
Al otro día, un ruido estridente la hizo despertar. Abrió los ojos lo más grandes que pudo y se quedó mirando al techo, tratando de entender qué era eso que la había despertado.
Cuando al fin pudo ubicarse en el tiempo, se levantó de un gran salto - recuerden que Rosa es una pulga -. Abrió la puerta de su recámara dirigiéndose al gran salón que era de donde provenía la música o algo parecido. Se oía como la música que el profesor de zumba le ponía en clase.
Llegó a la puerta del gran salón. Sus ojos no podían creer lo que estaba viendo. Joaquín vestido con su playera polo beige, su pantalón Dockers y su gorrita mamona, bailaba o trataba de bailar siguiendo el ritmo y dando vueltas por todo el salón.
Con grandes saltos íba de un lado a otro haciendo piruetas y pasos de baile que hicieron que Rosa sonriera. Los pasos de Joaquín eran muy cómicos. Rosa tuvo que taparse la boca para no soltar la carcajada. Joaquín seguía en lo suyo mientras Rosa agarrada ya su panza por las carcajadas que el baile de Joaquín le estaba provocando.
La música no era lo que estaba acostumbrada ella a escuchar en el Gran danés o séase su casa. Ella escuchaba a Joaquín Sabina, Fernando Delgadillo o tal vez Juan Manuel Serrat pero eso que oía no se le acercaba en nada aunque el ritmo era conatgioso.
I know you want me
You know I want cha
I know you want me
You know I want cha.
One, two, three, four
Uno, dos, tres, cuatro...
Seguía bailando Joaquín con pasos candentes mientras Rosa no salía de su asombro. Al verla, se dirigió hacia ella dando grandes saltos e invitándole a bailar, cosa que Rosa rehusó. Pero Joaquín no acepta un NO por respuesta y la jaló hacia él quedando sus caras muy juntas.
Rosa bajó la mirada mientras Joaquín la guiaba. Pero con esa música ¿quién puede bailar pegadito?. No podían sentir los cuerpos rozándose. Las manos apenas tocarse sin sentir un escalofrío. Las miradas inquietas buscando en otro lugar un punto imaginario donde pudieran dar rienda suelta a ... ejem... ejem...
Y menos aún si Rosa llevaba pijama y chanclas rositas. No era su mejor imágen, además los pelos peinados para ningún lado. Joaquín como quiera, tenía puesta su gorrita mamona pero ella se había levantado tan rápido que ni siquiera una lamida había tenido tiempo para darse en el pelo.
Joaquín llevó a Rosa hasta donde se encontraba el stereo. Puso música romántica y empezó a dar los primeros pasos. Rosa no sabía bailar. Le costaba seguir el ritmo a Joaquín pero este la llevaba paso a pasito para que a ella no le diera pena que él viera que tenía 3 pares de patas izquierdas porque lo que es Rosa no daba una en el baile.
Al sentirla tan cerca, Joaquín no pudo evitar darle un tierno beso. Rosa sorprendida se zafó de los brazos que la tenían prisionera y huyó dando saltos hacía la cerviz del Gran danés donde se sentó, en medio de las orejas de perro. Refugio favorito de Rosa cuando no sabía que hacer o cuando las dudas la agobiaban.
Joaquín llegó dando saltos tras de ella para después sentarse a un lado.
Pasó su mano velluda de pulgón por la cintura de ella. Rosa se dejó abrazar pasando también la mano por la cintura de Joaquín, mientras este sonreía levemente, con esos labios delgados en los cuales Rosa ya estaba prisionera.
Rosa se dejó envolver por el cálido aroma Dolce & Gabbana que emanaba del cuerpo de Joaquín. Porque eso si, Joaquín era un pulgón muy refinado. Vestía de buenas marcas y olía aún mejor.
Así quedaron largo rato viendo a los pájaros en los árboles dándose besos de piquito. Viendo a las nubes llenas de agua. Al sol que en lo alto les guiñaba el ojo.
Un cielo de un azul tan fuerte que había que hacerse sombra con la mano para que pudieran disfrutar la vista.
Permanecieron largo rato sin moverse hasta que un ruido extraño los sobresaltó: Era la panza de Joaquín que acostumbrada a desayunar tempranito o por lo menos a tomar un café de Starbuck´s, le estaba pidiendo alimento después del largo ayuno ya que no había cenado nada en la noche anterior porque había llegado apenas a la casa de Rosa o lo que es mejor dicho al pelo del Gran danés.
Volvieron a besarse. Esta vez sin que Rosa opusiera resistencia. Se acostaron en el pelaje del perro y dieron rienda suelta a los besos que salieron en tropel de sus bocas.
Pero de nuevo empezaron los extraños ruidos en la panza de Joaquín y decidieron irse a preparar algo para acallar los gritos feroces de un estómago hambriento.
¡Maldición! pensó Rosa, ahora que ya me estaban gustando los besos de este gordito querendón.
Se levantaron dirigiéndose a la cocina a prepararse algo de desayunar. O no... mejor se quedaron ahí sentados. Cada quien sacó su lanceta. Empezaron a chuparle la sangre al Gran danés, que solo hizo un leve movimiento queriendo rascarse, pero a esas horas de la mañana ni el can tiene ganas de pestañear. Menos siendo lunes.
Así empezó su amor. Un amor de pulgas que con el tiempo vendría a ser uno de los más famosos de la comarca pulgosa.
Un amor de dos seres totalmente opuestos pero unidos por el amor que... ya... ya... ya...
TAN TAN.