Ya se me ha acabado
Troppo vero, y demasiado pronto otra vez. Dentro de unos meses lo releeré, ya sin las prisas involuntarias de la primera lectura, y lo disfrutaré lo mismo, pero de otra manera.
No sé por qué se quejan algunos de que son libros largos, yo estaría encantando de que sacase un volumen de dos mil páginas cada trimestre: tanto disfruto de estos Diarios.
En este volumen está lo de siempre -y lo que siempre quiero encontrar- pero siempre con variaciones: esta vez no hay viajes largos, sólo breves visitas -muy bonita descripción de Cádiz, o mejor, del mar desde Cádiz-; el tiempo en Las Viñas es menos o me supo a poco: las páginas sobre la Semana Santa allí con unos amigos son de lo mejor que ha escrito en toda su vida: maravillosas, la alegría por escrito.
La gran novedad es que esta vez el libro no acaba allí, al calor de la chimenea, pero esa variación le da a T. un enorme juego en las páginas finales para eso, para jugar con la cuestión de la verdad de estos Diarios, su referencia a la realidad o su exceso de realidad:
troppo vero es el título, que le sugirió uno de Belfast cuando le envió un comentario de alguien que se había creído que
Días y noches, una novela suya, era en realidad los diarios del supuesto protagonista:
Troppo vero, como el retrato de Inocencio X de Velázquez.
Y es un volumen de Diarios en el que la música de fondo es la verdad y la literatura, de ahí el que esté tan bien puesto el título. Y el que haya una foto suya de Las Viñas en la portada es otra vez un gran acierto.
El título iba a ser
Diario de nada, a partir de una cita muy buena de Azorín que pone al principio. Y a Azorín, le voy a tener que dar otra oportunidad, que nunca he acabado de interesarme por él.
Y a mí me interesa mucho saber cómo ha ido variando -a veces incluso los cambios en milésimas de aprecio- su valoración de literatos y artistas:
Da alegría ver sus elogios a Jiménez Lozano.
La muerte de Cela le sirve para ponerle en su sitio: un escritor de cuarta fila.
A José Hierro lo valora poco; acababa de morir -y es increíble cómo se la ha olvidado en estos siete años.
Vuelven a aparecer menciones a Ramón Gómez de la Serna y Baroja, de los que tanto hablaba en los primeros volúmenes, pero de pasada, sin devolverles al trono.
Habla también de Francisco Pino, un poeta de Valladolid que jaleaban mucho cuando yo vivía allí.
Me interesó lo que dice sobre Cernuda, el que valore más algunos poemas de después de la guerra. Yo prácticamente ni lo conozco, así que me guiaré por los que recomienda.
En este volumen queda más claro todavía cómo va creciendo -si eso es posible- su admiración por JRJ.
Les pega buenas zurras a Robayna y Javier Marías: y merecido se lo tienen. A Valente de pasada, pero también, que también se lo merece. Yo no sé por qué hay gente que se escandaliza de eso: hay todo un circo mediático alabando a los mediocres y a los muy malos en literatura y arte y para alguien que dice verdades como puños y hace una excelente labor de educación tyodavía hay gente que siente como escrúpulos cuando le lee esas críticas. A veces se habrá pasado, no digo que no, pero muchas de esas páginas han sido enormemente valiosas, al menos para mí.
De arte, son conmovedoras las cosas que cuenta del declinar de Gaya.
También me alegró que hablase de Catalá-Roca.
Sigue sin gustarle la pintura de Antonio López; esta vez se lo encuentra en un avión.
Habla de Barceló, reducido a sus justos términos: un pintor que vende bien su imagen y que tiene valor en algunos dibujos, pero poco más.
Vuelve a hablar maravillas de Van Gogh y de Ensor. A este y a Regoyos me los apunto para mirarlos despacio. Sale poco Solana, cuya
España negra -el libro- tanto me gustó el año pasado.
Esta vez he soltado la carcajada unas cuantas veces. Hay escenas antológicas, como la de la zarza.
Y palabras nuevas. Una que me he aprendido, además de sirle: relejes, esas rodaduras que dejan en los caminos de tierra los coches, donde se forman charcos: tiene una descripción formidable (¡formidable!, decía mucho mi padre) de eso, para enmarcar.
Es angustiosa la enfermedad de R. (y se olvida de contar que se cura, así que te pasas doscientas páginas con el alma en vilo). Hay descripciones familiares tremendas. León lo describe muy bien: quizá ahora sí que le den algún premio allí, porque se lanza a degüello.
En el siguiente volumen no va a aparecer el cazador pegando tiros al principio, pero no importa: comienza la cuenta atrás de la espera y entonces lo comprobaremos.